
Muchos de vosotros sabéis, bien porque sois
mis amigos bien porque seguís mis disquisiciones a través de este blog, que
tengo especial predilección por Malpartida de Cáceres, lugar al que ya le he
dedicado varios artículos y del que siempre guardaré un grato recuerdo, no en
vano ahí han transcurrido períodos inolvidables de mi vida, sobre todo durante
los años de juventud. De bien nacidos es ser agradecido y yo no lo voy a ser
menos. Por eso, la entrada de hoy vuelve a tener como protagonista a un malpartideño,
uno al que en su día ya dediqué un artículo que se convirtió, con mucha
diferencia sobre los demás, en el más leído de este blog. Me estoy refiriendo
al Viruta y a su Café-Bar. En aquella ocasión escribí unas líneas para reivindicar
la labor de Viruta y su local, animándole a seguir luchando por aquello en lo
que creía. Sin embargo, el capítulo que hoy redacto tiene un tono bien distinto, y es que
esta semana he sabido que el Viruta ha echado el cierre. Once años regentando
uno de los bares más emblemáticos de Malpartida desaparecen de un plumazo, aunque
para los nostálgicos siempre nos quedará la estela de su esencia, de su espíritu.
Como digo, Malpartida de Cáceres es uno de
los temas más recurrentes a los que acudo a la hora de actualizar los
contenidos de este blog. Por aquí han desfilado
Diego César Pedrera y su novela “20 euros” –volverá a hacerlo en breve ante la inminente publicación de su
nueva obra-,
Choni y su Confitería Los Arcos, profesores como
Don Fernando, Don Jacinto,
etc, etc. Y otro de los malpartideños ilustres que se han asomado a esta
ventana ha sido, cómo no, el Viruta. En octubre del año pasado, cuando me
enteré de las dificultades que estaba teniendo con algunos vecinos por problemas
de ruidos, me puse de su lado y escribí el artículo “
El banco de la discordia”.
Se generó un debate, a veces agrio, entre el Viruta y sus partidarios y aquél o
aquéllos que leyeron el mencionado artículo y se dieron por aludidos en referencia a lo que dije del “vecino porculero”. El caso es que la cosa no fue a mayores
y la sangre no llegó al río. Ahora, en cambio, lo que sucede es algo bien distinto:
ya no es que el Viruta tenga que hacer frente a un cierre temporal del negocio
por alguna sanción administrativa, si no que este currante se ha visto
obligado a poner el cartel de “Hasta aquí hemos llegado. Cerrado por hastío”. Y
es que, supongo, son ya muchos los disgustos con los que habrá tenido que
lidiar como para verse obligado a tomar esta drástica decisión: entre los vecinos
cabreados y la crisis económica, el Viru ha dicho basta. No se trata de el
cerrojazo de un negocio más; no. Para los de mi quinta el Viruta es todo un
emblema, un símbolo, un referente. Cuando pasen los años nos acordaremos de las
noches –bueno, a veces eran mañanas, tardes, noches y madrugadas- que pasábamos
bajo su protección, siempre con buena música de fondo, con una cervecita bien
fresca esperando en la barra, rodeado de buena compañía… y, ante todo, asistiendo
a la ilusión desbordante de su patrón por hacer de aquel lugar un punto de encuentro entre jóvenes y no tan
jóvenes. Era como una especie de club social. Tú ibas, te pedías tu birrita y
te ponías a hablar de política, de fútbol, del tiempo o de literatura –sí, de
literatura también- con el primero al que te encontraras por allí, aunque solo
lo conocieras de vista. Esa cita semanal no podía faltar en el calendario.

El Viruta Café-Bar hacía las veces de
santuario, de retiro espiritual al que siempre podías acudir cuando querías
olvidarte de los problemas cotidianos. Una vez que entrabas, como por ensalmo, se
desvanecían casi al instante los quebraderos de cabeza generados por los apuros de llegar a fin de mes, los malentendidos con algún compañero de trabajo, las discusiones
con la parienta o cualquiera otra circunstancia que hiciera que estuviéramos
más descentrados de la cuenta. Presentarse en el Viruta era como una especie de bálsamo
ante los rifirrafes del día a día. Con lo cual, en este punto, la clientela -sobre todo los asiduos- habrán perdido un referente sin el cual se sentirán forzosamente desorientados. No entro a valorar qué es lo que más habrá influido en Rubén para que haya tomado esta decisión, si ha sido el tema de la
crisis o el desgaste provocado por las quejas de los vecinos, lo que sí sé es
que quienes lo conocemos –aunque sea solo un poco, como es mi caso- somos
conscientes de que esta habrá sido una de las decisiones más difíciles de su
vida. A nadie se le puede exigir que se comporte como un héroe, y Viruta lo ha
sido durante todos estos años. Por eso mismo, porque ha sido capaz de mantener
a flote la ilusión de su vida durante esta travesía, seguro que vendrán
tiempos mejores en los que volcar ese espíritu de lucha que le caracteriza.
Viru, no pienses ni por un momento que has fracasado. Fracasado sería el que se
cae y no está dispuesto a volver a levantarse. Tú te has repuesto una vez y
volverás a hacerlo otra más, tantas veces como te lo progongas. Lo mejor, seguro, está aún por llegar, aunque ahora
toque vivir momentos duros. Precisamente de las dificultades es de donde se
obtienen las mayores lecciones. Por mi parte solo me queda agradecerte el buen
trato que siempre has tenido conmigo. El Viruta Café-Bar no desaparecerá de
nuestros recuerdos, como tampoco lo hará la energía y la alegría con
la que te has desvivido por tus clientes, por tus amigos. Tienes que estar
orgulloso de la labor que has realizado, porque con ese mismo orgullo
contaremos al cabo de los años que hubo una vez en Malpartida de Cáceres un bar
en el que… Y aquí ya dejo para cada cual las historias que quiera rememorar de
aquella época. El Viruta Café-Bar ha sido tu pasión, pero también ha sido
nuestro consuelo. No veas este revés como un vía crucis, sino como una resurrección. Un abrazo y mucho ánimo.