jueves, 24 de diciembre de 2015

Se armó el belén

   
   Con el título de la entrada de hoy no hago referencia a la película homónima dirigida por José Luis Sáenz de Heredia en 1970 y protagonizada por el peculiar Paco Martínez Soria, película que a buen seguro programará en su parrilla alguna cadena de televisión en estas fechas tan propicias para tal ocasión. Me estoy refiriendo, como de sobra conocerán los habituales de este blog, al complicado panorama que nos han dejado los resultados de las elecciones generales del pasado domingo. Como ya se preveía, el Partido Popular y el PSOE se han pegado el batacazo que venían anunciando las encuestas y, como también estaba cantado, han irrumpido con brío en el hemiciclo los llamados partidos emergentes. En un primer análisis superficial, podríamos extraer las siguientes conclusiones: a) amarga victoria, como en 1996, del PP;  b) dulce derrota del PSOE, pues sigue siendo la segunda fuerza más votada; c) grandioso éxito de PODEMOS, que de la nada pasa a tener 69 escaños, bien es verdad que en una amalgama de coaliciones con otras marcas regionales que en nada debe desdibujar el triunfo obtenido; d) decepción por parte de Ciudadanos, que no han cumplido con las enormes expectativas generadas, a pesar de sus 40 diputados. En principio, parece ser que el bipartidismo ha pasado a mejor vida, aunque la revolución anunciada por los nuevos partidos se ha quedado a medias: si unos han hecho su aparición en la sede de la soberanía nacional con ínfulas de regeneración, los otros – los de la casta- no han escapado tan mal como para ceder alegremente y con gusto el territorio que llevan habitando durante tantas legislaturas. Estos son los hechos, sin adornos ni afeites que valgan. Ahora conviene matizarlos para tratar de entender este vuelco crucial que tendrá al país en vilo durante varios meses.

   Nadie puede negar –es lo que tiene la aritmética- que el Partido Popular ha sido el vencedor de estas elecciones generales con 123 escaños. Ahora bien, si lo comparamos con los 186 diputados conseguidos hace cuatro años, no hay que ser un Pedro Arriola para percatarse de que el estropicio ha sido demoledor: ningún líder político sale fortalecido de unas elecciones habiéndose dejado por el camino la friolera de algo más de tres millones y medio de votos, por mucho que las haya ganado. La hostia, por tanto, está más que acreditada, a pesar de que algunos se dediquen con empeño en aplicar ungüentos en la herida. Cierto es que los de Mariano Rajoy han sido los primeros en cruzar la meta de la carrera electoral, pero en un estado tan lamentable que no han tardado en salir voces autorizadas dentro de su propio partido –la primera, la de Aznar- poniendo de manifiesto la urgente necesidad de modificar la táctica mantenida hasta ahora, so pena de no salir vivos en la siguiente prueba que se les presente. Si esta vez han subido a lo más alto del podio, de seguir así irán abocados a un descalabro mayor del que han padecido. Y lo primero que se impone en este tipo de situaciones, si es que se quiere remediar el mal, es cortarlo de raíz y dejar de mostrarse timoratos con los casos de corrupción. En un partido serio como se supone que es el Partido Popular no pueden tener cabida chiquilicuatres como Bárcenas, Granados y demás ralea, que se han dedicado a llenarse los bolsillos a costa del buen nombre del partido bajo cuya cobertura cometían sus tropelías. Lo de Rodrigo Rato es distinto, pues aunque su censurable conducta haya producido las mismas consecuencias en cuanto a la desconfianza generada en los electores, cuando el niño bonito de José Mª Aznar hizo de las suyas no ocupaba ya ningún cargo institucional en representación del partido que lo alzó hasta las más altas cotas de la gloria política. Pero todo afecta, y lo de Rato no ha sido la excepción: la gente tiene todo el derecho del mundo a pensar que en el PP han sido demasiado condescendientes con algunos de sus más ilustres próceres. Y al igual que los casos de corrupción restan muchos votos –dejando aparte, por supuesto, todo lo relativo a los recortes sociales, que ha sido la otra vía de escape por la que el PP se ha dejado una buena ristra de votos-, otro tanto sucede con los comportamientos más que criticables de antiguos pesos pesados del partido que siguen resistiéndose a ceder el paso: léase Esperanza Aguirre… y Celia Villalobos. Si durante el tiempo en que estuvieron desempeñando sus respectivas responsabilidades se hubieran aplicado con el mismo denuedo con el que ahora se niegan a dejar sus parcelas de poder, otro gallo hubiera cantado. Y es que ya está bien de dar cabida a personajes cuyo tiempo político ya pasó y que en la actualidad, por mucho que haya que agradecerles los servicios prestados, su permanencia en las listas electorales hacen más daño al partido del gobierno que si se hubiera optado por la decisión de no incluirlos en las mismas. Las ambiciones personales deberían apartarse a un segundo plano cuando se trata de contribuir a un bien superior, pero hay algunos que eso del servicio público parece solo lo han leído en los libros, agarrándose a la poltrona como si les fuera la vida en ello. De ahí que una de las tareas más inmediatas que debería afrontar el PP es la de renovar de sus cuadros directivos, y si además lo hicieran a través del sistema de primarias, mejor que mejor. No se puede pretender liderar la renovación de España con unos cabecillas que llevan en esto los suficientes años como para que sea hora de exigirles que den un paso atrás en favor de las nuevas generaciones. Este es, en mi opinión, el verdadero caballo de batalla que debe atender el Partido Popular: todo lo que no sea resolver ese problema fundamental no son más que fuegos de artificio para desviar la mirada hacia temas secundarios con los que entretener a quienes quieren dejarse engañar por ese tipo de componendas.  

   En cuanto a Pedro Sánchez, qué decir de un tipo que ha cosechado los peores resultados de la historia del partido socialista y que en la noche electoral sale ante los medios de comunicación con insultantes aires de vencedor. Para este señor parece ser que es una nimiedad haber perdido un millón y medio de votos, pasando de 110 escaños a 90. Si Rubalcaba ya dejó al partido hecho unos zorros, el amigo Sánchez ha superado esa marca con holgura. Pero no se vayan ustedes a creer que el candidato progresista mostraba signos de desolación por tan tremendo traspiés; qué va: ahí estaba el tío con una sonrisa de oreja a oreja, acompañado por los acólitos y palmeros de rigor –como el pipiolo de César Luena, que tiene toda la pinta de durar en política lo mismo que el inefable de Pepiño Blanco-, alegrándose más por el fracaso del PP que mostrando preocupación por el suyo propio. Qué decir de un aspirante presidencial que queda relegado al cuarto lugar en la circunscripción por la que se presenta. Cualquiera con una pizca de inteligencia, tampoco mucha, se haría cargo de que no son momentos para sacar pecho, por mucho que –como sostienen algunos pesebreros- hayan salvado los muebles. ¡Pues menos mal! Si a esto llaman ellos salvar los muebles, el asunto es más grave de lo que parece, y es que en política no hay mayor debilidad que la incapacidad para asumir la propia derrota, pues ese es el primer indicio que conduce irremediablemente a desgracias de incalculable envergadura. Pero no. El actual – es de suponer que no por mucho tiempo-  secretario general del PSOE sigue cegado por el fulgor de la batalla y no se ha dado cuenta de que le han asestado un buen par de mandobles donde más duele. De lo contrario no se entendería que vaya por ahí imponiendo condiciones para negociar la posición su partido en la sesión de investidura del próximo gobierno. Es más, su locura llega al extremo de proponerse él mismo como solución de consenso en una alianza entre las izquierdas y los radicales de PODEMOS en lo que constituye un acto de soberbia insultante, cuando no de auténtica irresponsabilidad. A ver si alguien de su equipo tiene a bien susurrarle al oído al insolente de Pedro Sánchez que ha fracasado, que es un perdedor, que se le ve demasiado el plumero, que su desmesurada ambición por llegar a la Moncloa no puede pasar por reducir a cenizas el ideario de su partido, que no todo vale para alcanzar aquello que los ciudadanos no han puesto en sus manos. Por suerte, todavía quedan socialistas con sentido común. Parece ser que algunos barones como Fernández Vara, Susana Díaz y García-Page ya se han posicionado para pararle los pies a este insensato que lo ha apostado todo con tal de llegar a la cúspide del poder ejecutivo. Ahora más que nunca nuestro país necesita a un Partido Socialista unido y alejado de peligrosos experimentos. Quién me iba a decir que echaría de menos a Felipe González.

   Por lo que se refiere a Pablo Iglesias y Albert Rivera, cabezas visibles de PODEMOS y Ciudadanos respectivamente, los resultados electorales dejan dos lecturas bien distintas. En cuanto al primero, resulta evidente que ha sido el gran triunfador de los comicios del pasado domingo. Ni en el mejor de los escenarios posibles podía imaginarse que sus soflamas tendrían eco en un sector tan amplio de la sociedad. Creo incluso que el éxito les ha sorprendido a ellos mismos, aunque no se les pueda negar su habilidad para reconvertir los ímpetus de las algaradas callejeras en los inicios del 15-M en un partido político dispuesto a modificar el sistema desde las propias instituciones al grito de “abajo lo existente”. Y todo lo contrario podríamos decir de Ciudadanos: que sus expectativas electorales eran tan altas que al final la decepción ha ganado la partida a la ilusión. Albert Rivera ha hecho una campaña casi modélica, sólo ensombrecida por su anuncio del último día en el sentido de que se abstendrían en la votación de investidura en caso de que no fueran la lista más votada. Y claro, después de esa afirmación muchos de sus potenciales votantes plegaron velas, algunos hacia la abstención y otros rumbo de nuevo hacia el regazo de un entredicho Rajoy. Sea como fuere, tanto Iglesias como Rivera han dado un golpe en la mesa a la espera de que los partidos tradicionales se den por enterados y muevan ficha. Ahora bien, parece ser que la estrella que ha de guiar esta segunda Transición anda un poco perdida, puesto que aunque a Pablo Iglesias y a sus 69 diputados se les haya aparecido la Virgen y a Albert Rivera los reyes magos le hayan traído un poquito más de carbón que de oro, incienso o mirra, no hay duda de que hemos montado un belén de aúpa en el que se desconoce quién será el elegido para poner orden. Tan es así, que ya veremos si no hay que desarmarlo dentro de unos meses ante el cirio al que nos han conducido los vicios y abusos de las dos grandes formaciones que hasta ahora se han repartido los laureles de nuestro sistema democrático. Todo apunta a que, si nadie lo remedia y en detrimento de la necesaria estabilidad política, habrá nuevas elecciones en primavera, pues de momento Pedro Sánchez no está dispuesto a ceder la gobernabilidad a alguien a quien no tuvo empacho en calificar de indecente. Le vendría bien que visionara varios capítulos de la archipremiada serie danesa Borgen, en la que la cultura del pacto entre las distintos partidos forma parte sustancial de la política de ese país.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La mala educación

  
Anteanoche descubrimos por qué a Mariano Rajoy le cuesta sangre, sudor y lágrimas cada vez que sus asesores le obligan a hacer acto de presencia en un debate electoral, a pesar de que ya lleve algunos a sus espaldas y de que casi siempre haya salido airoso de ellos, aunque solo sea por el hecho de que sus oponentes –Zapatero y Rubalcaba- tampoco fueran unos dechados de virtudes. Hasta hace dos días había conseguido escabullir el bulto y enviar a segundos espadas para que defendieran ante los telespectadores la labor de gobierno durante estos cuatro años de mayoría absoluta, crisis económica, recortes sociales y corrupción. Pero a pesar de sus pataletas, un presidente de Gobierno que se precie no debe rehuir la confrontación dialéctica con sus adversarios políticos, así que para salvar las apariencias y que no se pueda decir aquello de que carece de arrestos para medirse en un cara a cara con Pedro Sánchez, no tuvo más remedio que aceptar el debate planteado por la Academia de la Televisión. Y visto lo visto, la primera conclusión que debemos extraer es que tenían razón los agoreros que afirmaban que Rajoy sólo ganaría aquellos debates a los que no asistiera, puesto que el de antes de ayer, por unas razones o por otras, lo perdió por goleada. Su actitud ausente, su mirada perdida y desvalida, su estado de abatimiento y resignación, la torpeza y falta de habilidad para estructurar un discurso coherente ante la embestida de Pedro Sánchez así lo confirmaron. Todas las señales indicaban que don Mariano no se había preparado la lección como correspondía, al igual que le sucediera a Felipe González en su primer e histórico encuentro televisivo con un joven José María Aznar durante la campaña de junio de 1993: en aquella ocasión la figura todopoderosa de González se diluyó por el error imperdonable de subestimar a un rival que llevaba bajo el brazo un auténtico arsenal de datos económicos ante los que Felipe no supo reaccionar. Se pensó el señor González que se presentaba a una novillada y resulta que le salió un miura bigotudo y correoso que a punto estuvo de mandarle a la enfermería.

    Ahora bien, y dicho lo cual, la segunda convicción a la que llegamos tras el soporífero debate es quién no será investido presidente del Gobierno a partir del 20 de diciembre. Rajoy puede que lo sea, pues todas las encuestas dan al PP vencedor, aunque en minoría, pero lo que sí está claro es que Pedro Sánchez no va a tener el gusto de sentar sus reales en el Palacio de la Moncloa. Se han equivocado los consejeros de campaña de Rajoy por tratar de esconderlo a todo trance del foco mediático, y se han equivocado también los de Pedro Sánchez por recomendar al candidato socialista el uso de un lenguaje chusquero, faltón, maleducado y tabernario que en nada habrá mejorado su imagen como hombre de Estado, sino más bien todo lo contrario. Con esa actitud brusca, enrabietada e impetuosa, más que granjearse el apoyo de gran parte de ese 40% de indecisos que señalan las encuestas, el objetivo de Sánchez parecía que se centraba en el día después a las elecciones: ganar credibilidad y apuntalar su posición entre sus propios votantes ante la noche de cuchillos largos que se avecina en el PSOE tras la presumible debacle electoral. Si ese era el mensaje que quería transmitir, hay que convenir en que le ha quedado de cine; eso sí, a costa de dilapidar su futuro político, lo cual demuestra su escasa altura de miras: si al final los suyos no le echan, Pedro Sánchez no pasará de ser un mediocre jefe de la oposición que ha preferido ser cabeza de ratón que cola de león.

 Mucho se venía especulando durante las semanas precedentes sobre la importancia de un debate que lo único que ha demostrado ha sido la inutilidad de un formato desfasado y caduco. Si se pretende que los dirigentes políticos, más allá del parlamento, rindan cuentas de su gestión, entonces organicemos un debate al estilo americano, donde son los periodistas de los principales medios de comunicación los encargados de ponerles en apuros, y no el sistema que impera en España, en el que un condescendiente moderador trata de poner orden en una trifulca de dimes y diretes que a nada conduce más que a la decepción de unos avergonzados espectadores. Hemos presenciado un bochornoso espectáculo televisivo en el que si algo quedó patente no fueron precisamente las propuestas de los contendientes en liza, sino el alejamiento de la sociedad por parte de los dos principales partidos que llevan alternándose en el poder desde hace más de treinta años, situándose de espaldas a una España real que en nada tiene que ver con esa España institucional, ficticia y artificial que hace oídos sordos a los verdaderos problemas de la ciudadanía. Esa política goyesca de fango y lodazal, de lanzarse mutuamente los trapos sucios los unos a los otros es lo que ha llevado a un general descontento por parte de los electores, provocando el nacimiento y posterior afianzamiento de los llamados partidos emergentes, que solo por el hecho de marcar distancia en cuanto a las formas tienen asegurados un buen puñado de votos. Podemos y Ciudadanos han resultado ser los grandes vencedores de un debate en el que ni Rajoy tuvo su día ni Pedro Sánchez se postuló como firme candidato presidencial. Lo más llamativo, por resaltar algo, era comprobar los caretos de espanto y de incredulidad que ponía el moderador –el bueno y experimentado Manuel Campo Vidal, que tampoco estuvo a la altura de las circunstancias- ante la artillería verbal desplegada por Pedro Sánchez para intentar desacreditar a un manso Mariano Rajoy que solo se vino arriba tras el estocazo a su honor cuando el otro le espetó que no era una persona decente. No creo yo que en el Ramiro de Maeztu le hayan enseñado esos modales. El caso es que nuestros políticos nos han vuelto a defraudar y, por una vez, supongo que nos tomaremos debida cuenta en la urnas el próximo domingo. Por eso, creo firmemente que el otro día fuimos testigos de la caída y ocaso del bipartidismo.

viernes, 4 de diciembre de 2015

La clave está en Rivera


 Las aguas de la política nacional bajan revueltas desde hace tiempo, como mínimo desde finales del 2007, cuando el iluminado que residía en la Moncloa se afanaba en negar la evidencia de una crisis económica que ríase usted del crack del 29. Algunos esperan construir diques para encauzar ese torrente desbordado a partir del 20 de diciembre, fecha fijada para unas elecciones generales que inaugurarán la XI Legislatura de la democracia. Quizás sean estos los comicios más importantes desde los del 15 de junio de 1977, en que tuvieron lugar las elecciones a Cortes Constituyentes tras la dictadura franquista. Nunca antes se había generado tal nivel de incertidumbre en cuanto a los resultados que saldrán de las urnas. Lo que sí parece claro es que el Partido Popular volverá a reeditar aquella amarga victoria de 1996, cuando José Mª Aznar dio el triunfo al centro-derecha español, poniendo fin a la etapa socialista iniciada catorce años antes de la mano del tándem González-Guerra. Por no saberse, no se sabe siquiera si el PSOE continuará siendo el principal partido de la oposición en detrimento de Ciudadanos. Lejos, por tanto, quedan aquellos escenarios de las mayorías absolutas de Felipe González, Aznar y esta última de la que goza el actual presidente del Gobierno. Porque, sí señores, aunque se nos haya olvidado, Rajoy gobierna desde el 2011 con mayoría absoluta, aunque no lo parezca. Esos tiempos en que los dos grandes partidos lograban mayorías suficientes para gobernar están próximos a sucumbir, puesto que el futuro ejecutivo que se ponga al frente de la cosa pública a partir del día veintiuno necesitará del apoyo masivo de otras formaciones. Ni siquiera los escaños de CiU bastarán, como hasta ahora, para garantizar la gobernabilidad, aunque esos favores, como hemos comprobado con posterioridad, nos han salido demasiado caros: nadie se ofrece desinteresadamente a coadyuvar en favor de la estabilidad de un país a cambio de nada. No al menos con los Pujol y compañía, los mismos que andan inmersos en una deriva soberanista que a ningún lado conduce más que a la aplicación estricta de la ley, que deberá desembocar en las correspondientes responsabilidades, penales si las hubiere.
  
   Tanto el PP como el PSOE, esos dos grandes dinosaurios con pies de barro, conocen de antemano que se van a pegar un batacazo de los que hacen furor. Por una vez, como si de un milagro se tratara y sin que sirva de precedente, las encuestas, en este punto, darán en la diana, aunque tampoco hace falta ser un Nostradamus para acertar en el pronóstico. Dicen los sondeos de opinión que el PP perderá cerca de setenta escaños, pasando de los ciento ochenta y seis actuales a escasamente cien. Con respecto al PSOE de Pedro Sánchez, los vaticinios son más demoledores aún: las encuestas más optimistas colocan a los del puño y la rosa a los pies de los caballos, sin alcanzar la centena de diputados, lo que significaría la mayor debacle de su historia, empeorando los pírricos resultados de Rubalcaba. En lo que también aciertan los estudios demoscópicos es en la irrupción de los llamados partidos emergentes, nacidos al albur del ya largo e infructuoso –hasta ahora- lamento de una sociedad que no se siente representada por una clase política tradicional e incapacitada para resolver los problemas reales de la gente: Ciudadanos y Podemos se van a convertir en unos invitados inesperados, protagonizando una segunda Transición y abogando, desde postulados antagónicos, por dar una vuelta de tuerca a un sistema político que ha dejado al descubierto sus debilidades a consecuencia de la ineptitud de sus timoneles.

   En cuanto a IU y UPyD, poco o nada puede decirse de ellos salvo que se han convertido en estructuras moribundas que vagan sin rumbo hacia la senda de la desaparición: todos saben que han muerto... menos ellos. Por ahí andan Andrés Herzog, Cayo Lara y Alberto Garzón reclamando espacios públicos en los que poder dar a conocer sus planteamientos, espacios que, por distintos motivos, les han sido arrebatados por la fuerza de los hechos. Si bien es cierto que la decadencia de UPyD resulta cuanto menos sorprendente, puesto que fueron los primeros en poner en solfa las vergüenzas del bipartidismo y sólo por eso los españoles deberíamos estarles agradecidos, el caso de IU no deja lugar a dudas: su trasnochada visión de la realidad ha provocado el desafecto de los partidarios que otrora tuviera. Si ingratos hemos sido con la formación magenta –aunque la tozudez de Rosa Díez, su fundadora, tampoco ha contribuido al éxito de su causa-, justo es reconocer que la probable desaparición del arco parlamentario de IU será consecuencia de su falta de adaptación a los nuevos tiempos. Que su cabeza visible, el iluso deAlberto Garzón, vaya por ahí parloteando de que hay que terminar con el “régimen del 78”, como si lo vivido hasta ahora hubiera sido una época cavernosa caracterizada por la tiranía, es muestra más que suficiente para explicar el fracaso de esta histórica fuerza política que anda ahora en manos de badulaques del calibre de este mozalbete logroñés, que lo mucho que sabe de economía se le echa en falta en educación. Hay que ser desmemoriado y lerdo para no querer comprender que gracias a la Constitución, a la que algunos desean tirar por la borda sin el menor disimulo ni vergüenza, disfrutamos de los derechos y libertades que sitúan a nuestro país en el lado del tablero de las democracias, por muy imperfectas que sean. Supongo que Julio Anguita no estará muy contento con las ocurrencias que salen por la boca de este su discípulo, al que su maestro se cuidará muy mucho de poner como ejemplo de algo si no quiere perder en segundos el prestigio ganado durante sus años de ímproba lucha partidista.


  Aunque ya me haya referido a ellos, mención y párrafo aparte merecen Albert Rivera y Pablo Iglesias. El barcelonés aterrizó en esto de la política casi por accidente, allá por el 2006, con el reclamo de un cartel electoral innovador -el chico salía en bolas, tapándose sus partes pudendas con un sutil cruce de manos- que produjo el efecto deseado de llamar la atención de propios y extraños. Con esfuerzo y tesón se hizo un hueco en el panorama catalán hasta que, finalmente, el partido que preside ha conseguido implantación nacional a base de ingentes dosis de seriedad y honradez, aunque con la mácula inexplicable de su apoyo a los socialistas andaluces, teniendo en cuenta la que está cayendo por aquellos lares henchidos de clientelismo y corrupción. Rivera sabe que la opción de centro que lidera se hará con un buen puñado de votos el 20 de diciembre, tantos que incluso puede desbancar a un alicaído partido socialista que no acaba de sobreponerse al roto que le hicieron sus dos últimos secretarios generales: Zapatero, alias Bambi, y Rubalcaba, más conocido como el químico. En cuanto a Pablo Iglesias, profesor de la Complutense famoso más por su  populismo chavista que por su docencia universitaria, ha logrado aglutinar en torno a sí el voto de una parte de la sociedad harta de las miserias del PSOE y PP. En un primer momento, cuando se enseñoreaban por las tertulias de Cuatro y la Sexta, tuvieron la repercusión suficiente como para obtener presencia en el Parlamento Europeo, éxito refrendado más tarde en las municipales y autonómicas de 2015, así como en las andaluzas de ese mismo año, aunque me temo que el asalto a los cielos propuesto por Iglesias deberá esperar a mejor ocasión. Todo lo cual no le resta ni un ápice de mérito a los excelentes resultados que obtendrá Podemos en estas elecciones. Eso sí, si pretenden mantener el listón y no desinflarse en intención de votos, más les valdría que le susurraran a la ingeniosa alcaldesa de Madrid que posponga sus ocurrencias sociales a partir del 21 de diciembre, no vaya a ser que los ciudadanos se percaten antes de tiempo del páramo intelectual que adornan sus propuestas.

   Se abre un nuevo tiempo en la vetusta política española. Hoy comienza una campaña electoral inédita en la que cuatro aspirantes cuentan con posibilidades para regir los destinos de este país, campaña que pondrá de manifiesto lo que ya es un clamor: aires de cambio, de renovación. Eso sí, en esto de la regeneración el PSOE le ha ganado la partida al PP, aunque solo sea por el hecho de que su candidato -Sánchez- ha sido elegido mediante un proceso de primarias, mientras que Rajoy sigue aferrado a la poltrona que le cediera Aznar, sin poner en juego su liderazgo. Las ruedas de prensa vía plasma y sin preguntas hacen mucho daño. Aunque no es menos cierto que el gallego, a su vez, cuenta con la ventaja de tener más tirón mediático que su principal oponente: la audiencia catódica se concentra en mayor número cuando es él quien acude, a regañadientes, al encuentro con los periodistas y presentadores de postín, saliendo victorioso incluso de aquellos a los que deja de asistir. Así se ha certificado con el paso de ambos por el programa de Bertín Osborne, el nuevo gurú de la tele, en el que tanto uno como otro se esforzaron en ofrecer su lado más amable, más humano, en  un ejercicio de naturalidad lo suficientemente impostado como para que no hayamos picado el anzuelo. En definitiva, que asistimos a un momento histórico en el que los partidos de la casta sufrirán en sus propias carnes el desgaste que conlleva el abuso del poder, y creo no equivocarme en demasía si pronostico que tanto Ciudadanos como Podemos propinarán un golpe de efecto para cambiar las tornas de un sistema político que ha defraudado a una inmensa mayoría. Ese será el caladero de votos en el que pescarán estos nuevos partidos emergentes a los que algunos prevén un corto recorrido, en la certeza de que en cuanto la cosa retorne a su cauce normal volveremos a acudir en masa a los partidos de siempre. Pero mientras tanto, a la espera de ver si se cumple esa profecía y teniendo en cuenta que los españoles no suelen ser amigos de los extremismos, tengo la convicción de que, en el momento actual, todo pasa por Rivera… y por la actitud que adopte ese 40% de indecisos que reflejan las encuestas. Aquel que vino al mundo de la política en paños menores -al que sería absurdo, por imposible, comparar con Adolfo Suárez- puede convertirse en la pieza fundamental de los destinos de una nación que aguarda con impaciencia a sus próximos representantes, próceres a quienes exigiremos que la sirvan con abnegación, generosidad y altura de miras, todo ello con vistas a que centren sus esfuerzos en resolver los problemas que de verdad nos quitan el sueño. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

Entre todos lo mataron

 En España somos expertos en enterrar a los muertos, sean éstos reales o figurados. Si alguien guarda el íntimo y escabroso deseo de que los demás hablen bien de uno mismo, no hay mejor cosa que morirse. Aunque también puede pasar todo lo contrario: si quisiéramos comprobar cuán cínica es la gente, no tenemos más que pasarnos por nuestro propio entierro para asistir en primera línea a la desvergüenza más mezquina, y confirmaremos -si alguna duda nos cupo alguna vez- cómo se tornan en crítica feroz lo que en vida eran salva de aplausos. Mano de santo, oigan. Por eso, gran acierto supone identificar a amigos y enemigos con la finalidad de evitarnos sobresaltos inesperados. Uno que lo tuvo muy claro fue el general Narváez.  Se cuenta la anécdota de que cuando el general liberal pasó a mejor vida, un 23 de abril de 1868 - Cervantes y Shakespeare no fueron las únicas personalidades en fallecer en tan señalada efemérides-, a su entierro acudieron sobre todo sus contrincantes políticos, pero no para  regalarle los oídos, sino para asegurarse de que estaba muerto y bien muerto. Aunque también cuenta la leyenda que en su lecho de muerte “El Espadón de Loja”, ante la pregunta formulada por su confesor de si perdonaba a sus enemigos, respondió Narváez que no podía hacerlo… porque los había matado a todos. Así se las gastaba uno de los niños bonitos del reinado de Isabel II. Y supongo que algo parecido sucedería ante la capilla ardiente del general Franco, al que traigo a colación ahora que estas fechas le han devuelto a la actualidad: que la mayoría de los que fueron a visitarla lo hicieron para no perder detalle de que el dictador, efectivamente,  no iba a volver a levantar la cabeza, que bastante lata había dado durante casi cuarenta años. Por lo tanto, no todos los que se dan cita en un velatorio lo hacen para rendir honores al finado, sino más bien para dedicarle sus últimas invectivas, pues ya no corren peligro de que el otro se revuelva contra ellos.

    
 En cuanto a la segunda categoría, la de los muertos figurados, la historia también nos ha ilustrado con un buen puñado de ejemplos. La mayoría de las víctimas eran Constituciones decimonónicas -hasta cinco llegaron a regir en el siglo del romanticismo, y alguna que otra más que se quedó en mero proyecto-, que si brotaban jubilosas como remedio a las injusticias del tormentoso mapa político de la época, después eran enterradas por sus detractores con iguales dosis de saña con que sus partidarios las trajeron a este mundo. Así de imprudentes llevamos siendo en este país desde tiempos inmemoriales. Y todos estos ambages históricos vienen a cuento del pleno celebrado hace dos días en la Asamblea de Extremadura para tratar de averiguar el estado vital en el que se halla el Consejo Consultivo. Parece ser que este órgano al servicio del gobierno regional no cuenta con las simpatías de la mayoría, estorbando a unos y a otros. Creado en el 2001 durante el mandato de Rodríguez Ibarra, se elevó a categoría estatutaria en 2011, con José Antonio Monago en la presidencia del ejecutivo. Doctores tiene la iglesia, y lo que se nos presentaba como una institución esencial para remarcar la identidad propia de nuestra Comunidad Autónoma, ahora  resulta que es una apestada a la que le ha llegado la hora. Y se da la paradoja de que quienes más se esfuerzan en quitarla de en medio son los mismos que contribuyeron a su natalicio, en un acto atroz que en nada desmerece a la imagen de Saturno devorando a su hijo.


   Anteayer fuimos testigos de un drama sin precedentes en nuestra cámara legislativa. Todos los grupos políticos, a excepción de Podemos, consideraron que el paciente lleva moribundo, sin esperanzas de recuperación, el tiempo suficiente como para que se le aplique sin demora la inyección letal que lo finiquite. Podemos, sin embargo, insiste en suministrar un tratamiento de choque para reanimar al enfermo, negándose a firmar el certificado de defunción que PSOE, PP y Ciudadanos reclaman sin pudor. Los que están por la labor de darle matarile al Consejo Consultivo sólo discrepan en las formas en que haya de celebrarse el sepelio: por todo lo alto, con honores y agradeciendo los servicios prestados, como propone el PP (es decir, modificando para ello el propio Estatuto de Autonomía); o bien, deprisa y corriendo, algo aseado y decente, pero nada más, que es el planteamiento que mantienen PSOE y Ciudadanos. Los de Álvaro Jaén, como digo, no ven tan claro que tengan a un finado de cuerpo presente y se resisten a asistir a los fastos, lo cual es objeto de crítica por parte de Valentín García –portavoz del PSOE-, que les reprocha que sean tan ignorantes como para no percibir el hedor que desprende el difunto. Por su parte, al grupo parlamentario de Ciudadanos, con María Victoria Domínguez a la cabeza, solo le preocupa que se haga un entierro como Dios manda, que eso de quedarse a medias en estos menesteres no está bien visto. Y, tristemente, esta ha sido la historia de una institución con fecha de caducidad, que entre todos la mataron y ella sola se murió. Los que han decidido su sentencia de muerte esgrimen el argumento de ser un órgano demasiado politizado, juicio a mi entender que decae por su propia fragilidad: si nos ponemos puritanos, habría entonces que suprimir los tribunales Constitucional y Supremo, el Consejo General del Poder Judicial, etc, etc, pues en este país, salvo al Rey y poco más, los políticos extienden sus tentáculos a todo lo que se menea.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El tren que no llega


 Para nuestra desgracia, Extremadura sigue despuntando más por sus carencias que por sus virtudes. Mientras que algunas regiones de nuestro país hace ya bastantes lustros que se subieron al carro de eso que tan ampulosamente llamamos "modernidad", Extremadura sigue apareciendo, mal que nos pese, como la hermanita pobre del tinglado que se montó durante la Transición con el tema de las Comunidades Autónomas. Y aunque la Constitución deja muy claro que todos gozamos de los mismos derechos con independencia del territorio en el que residamos, todo eso estaría muy bien si no fuera porque se trata de una falacia. Evidentemente -faltaría más-, de un tiempo a esta parte hemos avanzado en mejoras sociales, sanitarias, educativas, económicas, culturales, etc, pero no lo suficiente si nos comparamos con otras latitudes de nuestro país, no digamos ya si lo hacemos con un entorno europeo: fuera de nuestras fronteras persiste la imagen de una España repleta de vagos y vividores quienes compadecer a base de ayudas y subvenciones para sacarnos -sin mucha convicción, que todo hay decirlo- del pozo del atraso en el que nos hallamos. Sucede esto a todos los niveles y, en concreto, también en lo tocante al transporte ferroviario, que es a donde quiero ir a parar después de tantos rodeos. En este punto, Extremadura viaja en un vagón de cola, mientras que otros lo hacen con todo lujo de comodidades en el furgón de cabeza. Que podríamos estar peor, pues sí; pero que tenemos derecho a exigir una red digna de comunicaciones ferroviarias, pues también. La que sufrimos en la actualidad, por lo menos en nuestra región, da auténtica grima y es impresentable en un país como el nuestro, que se vanagloria de ser la octava potencia económica del mundo. Dudo que ningún país africano se halle, en este sentido, en situación más penosa que la nuestra. Que seamos una de las comunidades más desfavorecidas no significa por ello que nos traten como ciudadanos de tercera.  

   El caso es que los que sufrimos a diario, por motivos laborales, la odisea que supone coger el tren, sabemos de lo que hablamos. Los políticos andan enfrascados en la estéril polémica de si el AVE tiene que pasar por aquí o por allá, de si debe disponer de una parada en el centro o en las afueras de las ciudades que visite, olvidando por completo que mientras llegue la alta velocidad habrá que atender como se merece al tren convencional. Se están preocupando de un problema futuro, al que no dudo que haya que prestarle atención, pero sin que ello suponga dejar desatendidas las necesidades presentes, que son muchas y las que más nos preocupan. No es de recibo que para un trayecto de algo menos de ochenta kilómetros, el tren de media distancia que transcurre entre Cáceres y Mérida invierta una hora de reloj, sin mencionar las cerca de cuatro horas de verdadero suplicio que hay que soportar si a alguno le da por ir a Madrid desde la capital cacereña. Tengo para mí que ni siquiera a mediados del siglo XIX, cuando la industria del ferrocarril andaba todavía en pañales, se invertía tanto tiempo en realizar recorridos similares. Pero aun siendo eso grave, no debería pillarnos por sorpresa a tenor de las antiguallas que siguen circulando por la geografía extremeña. El problema de verdad, al menos el que más nos enfurece a los usuarios, es el de la puntualidad o, por mejor decir, el de la congénita impuntualidad que pone a prueba nuestra bendita paciencia: tendrían que ver los lagrimones que surcan las mejillas de los funcionarios que acudimos a diario a Mérida cada vez que comprobamos en los paneles de información de la estación que no habrá retraso en la salida de los trenes, que partiremos a las 15:09 en lugar de, como es habitual, a eso de las 15:30. Poco le falta para que demos saltos de alegría en los andenes, abrazándonos cual colegiales que despiden el curso escolar, y menos aún para que lo celebremos con una botellita de cava de Almendralejo, pero por aquello de mantener las apariencias y que no nos tachen de quejicosos, nos quedamos quietos, mirándonos con cara de decir “amiguete, hoy comeremos antes de que se nos eche encima la hora de cenar”, felicitándonos como si nos hubiera tocado la lotería de Navidad.  A estos extremos hemos llegado. Lo siguiente será arrodillarnos ante el revisor y besarle la mano cuando se disponga a comprobar nuestro billete. Tiempo al tiempo.
   
Hay quienes suspiran, con toda legitimidad, porque el AVE surque cuanto antes los llanos de Extremadura para poder plantarnos en un tris en Madrid, Sevilla, Valencia o Barcelona. Pero, puesto que en este asunto –como en otros muchos- nos situamos a la cola de España, más vale que vayamos paso a paso, y antes de exigir un tren de alta velocidad, lo que sería menester es que se modernizara la flota de los de media distancia que recorren nuestro territorio con más pena que gloria. En estos momentos son otras las prioridades, teniendo en cuenta, además, que los usuarios de uno u otro tipo de tren no serán los mismos: no todos podremos pagar, de continuo, el precio de un billete del AVE. Ignoro si la competencia es del Ministerio de Fomento o de la correspondiente Consejería de la Junta de Extremadura; lo que sí sé es que están tardando en solucionar un asunto que a muchos nos facilitaría el día a día. Ahora que se avecinan elecciones generales, estaremos atentos a las sempiternas e hilarantes promesas de los políticos: esos señores que nos toman por tontos de remate entre campaña y campaña electoral y que, llegado el momento de depositar el voto en la urna, pasan a tratarnos como a señoritos de postín a los que hay que agasajar a base de cantos de sirena con tal de conquistar a cualquier precio la poltrona del poder. Y para ello no dudarán ni un ápice en aprovecharse de nuestra indolencia y buena fe - las mismas que hacen que les votemos una y otra vez a pesar de las puñaladas traperas que nos asestan durante sus mandatos-, además de poner en práctica sus propias artimañas basadas fundamentalmente en una falta de escrúpulos cercana a la ignominia. Pues eso, que me apuesto con todos ustedes que no habrá candidato a la Moncloa que se precie que no nos prometa que la alta velocidad llegará a Extremadura más pronto que tarde, sin saber que, en realidad, el tren que esperamos los extremeños es otro bien distinto.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El regreso de un aventurero

Y regresó. Sí, señores, vaya que si regresó. Y lo hizo para demostrarse a sí mismo que los sueños pueden cumplirse cuando uno se lo propone firmemente. Ha vuelto con el pellejo intacto y la mochila atestada de recuerdos imborrables que permanecerán para siempre grabados en su memoria. No todos los días sale uno a hacer las américas y regresa al cabo de los meses convertido en una persona distinta de la que partió, allá por el mes de febrero, a lomos de su inseparable “Ivoty” y con la única compañía de su no menos querido “Rufino”, ese muñeco de peluche que habrá sido depositario de multitud de confidencias en jornadas interminables en las que la ilusión, pero también el cansancio, invadían el espíritu de nuestro aventurero. Estoy convencido de que las enseñanzas de este viaje habrán sido de mayor calado y profundidad que las que haya podido recibir en cualquier aula de cualquier escuela, instituto o facultad universitaria, al igual que lo estoy de lo afortunado y privilegiado que debe sentirse Fabi por llevar a buen término lo que otros muchos posponemos a la menor oportunidad con cualquier vana excusa con tal de seguir acomodados en nuestra lánguida rutina diaria. Ese es el primer gesto de valentía que hay reconocerle: no acobardarse ante la dificultad del proyecto, no adelantarse a los miedos e inconvenientes que, evidentemente, iban a presentarse en el camino. Porque eso es, precisamente, lo que hacemos la mayoría: acojonarnos antes de tiempo, pensar en todo lo malo que nos puede suceder, siendo incapaces de focalizar nuestros esfuerzos en mantener una actitud positiva, optimista ante el desafío planteado. Y esa, también, es la primera lectura que tenemos que extraer de la gesta de Fabi: que debemos de confiar en nosotros mismos a la hora de enfrentarnos a los retos que nos propongamos, ser conscientes de que habrá obstáculos que afrontar pero no por ello debemos abandonar nuestros propósitos, menos aún si resulta que lo que perseguimos es un sueño que cumplir, por muy utópico que pueda parecernos. Como él mismo suele decir, los límites los ponemos nosotros y, en este sentido, hay algunos que somos auténticos expertos en cortarnos las alas de la ilusión por temores que, en realidad y la mayoría de las veces, son infundados.



 Si no me falla la memoria, creo que he hablado con Fabi en dos ocasiones desde que volvió de su “Ruta por América”. Cuando me narraba sus peripecias, emocionado, con la humildad y la modestia que le son propias -eso de cruzar fronteras no tiene que ser nada fácil, por mucho que él quiera restarle importancia-, yo pensaba en lo afortunado que me sentía por oír en primera persona las andanzas que le han tenido entretenido durante todos estos meses. Observando cómo le brillaban los ojos a medida que avanzaba en el relato, uno puede hacerse a la idea de que eso de pasar a la acción y volver de una pieza para poder contarlo tiene que ser, sencillamente, una auténtica pasada. Por eso, al mismo tiempo que lo escuchaba con atención, me recriminaba mi cobardía por carecer del arrojo necesario para dar rienda suelta a mis propias ilusiones. Pero, de igual modo, teniéndolo a él delante, relatándome con entusiasmo lo agradecido que se sentía por la ayuda desinteresada que le habían prestado gentes para él desconocidas que han terminado por convertirse en protagonistas inesperados, me decía a mí mismo que tenía ante mí el vivo ejemplo al que emular. Amigo Fabi, no sé si te haces cargo de la enormidad y la grandeza de lo que has conseguido y de la influencia que con tu viaje puedas tener en tu círculo de amigos, conocidos y familiares. Si tú te inspiraste en la película Into the Wilde para poner en marcha tu sueño, alcanzar tu “autobús mágico” particular y seguir los pasos de Alexander Supertramp hasta la inhóspita Alaska, no dejes de pensar que algunos de los que aún tenemos una cita pendiente con nuestros proyectos de futuro habremos de reconocer –si algún día llegamos a conquistarlos- que tú fuiste uno de nuestros catalizadores para emprenderlos y dejar atrás los miedos que nos encadenan. Es por eso que te animo más que nunca para que te pongas sin mayor demora a la tarea de escribir un libro en el que recojas el caudal de experiencias acumuladas. Soy consciente de que con esto se te presenta un nuevo reto, quizás más complicado de lograr que el éxito de la propia aventura que deberás consignar en papel, pero no por eso debes cejar en el empeño de dejar constancia de la que, hasta el momento, ha sido la epopeya de tu vida. Que te sirvan de estímulo y motivación las entrevistas y reportajes que te están haciendo los medios de comunicación desde que llegaste. Así que, haznos un favor y ponte manos a la obra. Ese será tu nuevo desafío, pero piensa que tienes una gran ventaja: solo tienes que escribir sobre algo que ya has vivido, sobre un objetivo cumplido al que tienes que darle mayor repercusión con la ingrata pero reconfortante tarea de recogerlo en una serie de cuartillas que te depararán más satisfacciones que quebraderos de cabeza. Por mi parte, recibe un saludo y gracias por recordarme que tengo cuentas pendientes con mi destino. Enhorabuena, no solo por el objetivo cumplido, sino, sobre todo, por haber tenido la gallardía de dar el primer paso para conseguirlo, que no es otro que la firme determinación de creer en lo que haces.

jueves, 29 de octubre de 2015

Huele a podrido en Cataluña

 

Hace ya diez años que un Pasqual Maragall en horas bajas, quien fuera presidente de la Generalitat por obra y gracia de un infumable tripartido gestado en el Pacto del Tinell, cogió el micrófono en el Parlament para espetarle a Artur Mas y los suyos aquello del problema del 3%. Nunca antes un problema ha dado tanto de qué hablar. Un silencio atronador se apoderó durante unos instantes en los que sus señorías se miraban, estupefactos, los unos a los otros sin terminar de creerse que aquello estuviese sucediendo. El espectáculo fue dantesco, por cuanto nunca antes se hizo gala de un cinismo de tal calibre. Los que asistieron a tan histórica y reveladora sesión no sabían si echarse a llorar o, muy por el contrario, hacer cola ante el escaño de Maragall para confesarle “machote, olé tus cojones. Gracias por inmolarte y salvar el chiringuito para el resto de los que estamos por aquí con más vergüenza que dignidad. Te doy mi enhorabuena... y mi pésame. Eres un valiente, Pascualín. Te pido perdón por ser un cobarde miserable, pero tengo que comer y seguir pagando la hipoteca y los estudios de mis vástagos, que bien sabes tú lo que chupan los bancos y la prole. Pues nada, que nos vemos por los pasillos”. A continuación, Artur Mas, con toda la cara dura de cemento armado que le caracteriza, le replicó con voz pausada y amenazante -al estilo de los Soprano- que había perdido los papeles y que, por el bien de Cataluña, le instaba a retirar esas injustas palabras que tanto daño le harían al futuro país por el que ambos luchaban con tanto sacrificio personal. Y, efectivamente, el señor Maragall las retiró como si tal cosa, creyendo que con ese paso atrás se salvaban los muebles como si nada hubiera pasado, al estilo Men in black, que un poquito de amnesia colectiva viene bien de vez en cuando. Aquí paz y después gloria.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Maragall levantó la liebre sobre la corrupción instalada en la cúpula de CiU desde que el Molt Honorable sentara sus posaderas en la Generalitat entre 1980 y 2003. Las alfombras oficiales tapaban tanta podredumbre institucional que llegó el momento en que un osado Maragall entendió como inevitable -no se sabe bien por qué- hacer público lo que todos sabían y también todos ocultaban con un pacto de silencio que a todos favorecía, de ahí que haya más culpables de los que de momento han salido a la palestra, entre ellos un tal Duran i Lleida que pretende salirse de rositas. Después de eso es cuando se han aireado los turbios y presuntamente delictivos negocios de los Pujol, en el que por unos motivos o por otros están imputados desde Jordi sénior hasta el benjamín de sus hijos, pasando por su señora esposa, la señora Ferrusola. ¿Y cuál creen ustedes que ha sido la defensa esgrimida por el clan y sus fieles servidores? Faltaría más: pues que todo es un ataque a Cataluña y a sus dirigentes por parte de un Estado opresor como el español que subyuga la voluntad de la mayoría del pueblo catalán. Y a partir de ahí se ha acelerado el proceso de deriva independentista pilotado por Mas y sus secuaces, envolviéndose en la bandera del nacionalismo para tapar las vergüenzas de una maquinaria en la que andan implicados un buen puñado de prebostes que buscan su impunidad con la ansiada y a la vez imposible declaración del Estat Catalá. Por mucho que se convoquen seudo referéndums y elecciones plebiscitarias sólo imaginadas por personajillos ebrios de un absurdo heroísmo, llegados a este punto de locura por parte de quienes se atribuyen la representación de una inexistente mayoría soberanista, es necesario que el Estado central se muestre inflexible y aplique con rigor los resortes legales que la Constitución pone a su disposición; es decir, llevar al terreno de la práctica el tantas veces mentado artículo 155 o, lo que es lo mismo, darles un toque de atención para que se avengan a razones a quienes andan embarcados en esta desquiciada aventura. No queda otra que ponerse serios con quienes llevan demasiado tiempo mofándose de España y de sus instituciones. Si por matar a un lagarto en peligro de extinción te puede caer la del pulpo, espero que al chulo de Mas y compañía se les aplique el código penal donde dice aquello de incitación a la sedición. Verán ustedes cómo entonces los que nos reímos somos nosotros. Huele a podrido en Cataluña y algunos lo quieren ocultar con un manto de independentismo ausente de la conciencia de la mayoría del pueblo catalán. Que se investiguen hasta las últimas consecuencias las fechorías de los Pujol, y que caiga todo el peso de la ley sobre quienes mantienen un pulso con aires secesionistas entre una Comunidad Autónoma y el Estado español, único existente entre el estrecho de Gibraltar y los Pirineos.

martes, 13 de octubre de 2015

A vueltas con el tonto de Willy

   En este país llamado España tiene que andarse uno con mucho ojo con aquello de decir que se siente orgulloso de su patria, que se siente orgulloso de ser español, no vaya a ser que lo tachen de facha, fascista, franquista y no sé cuántas lindezas más. Lo que sucede en nuestro país creo que no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo. Uno no puede ir por la calle tranquilamente llevando una camiseta, o una pulsera, con la banderita de España, puesto que el incauto que cometa esa locura corre el riesgo de no salir indemne del paseo. Esta es una tendencia que está de moda desde hace mucho tiempo, pero que está recobrando vigor desde que los podemitas y sus adláteres han irrumpido en el panorama político, con la repercusión que les dan tanto los medios de comunicación que les son afines como las redes sociales que tan hábilmente saben manejar.

   Ayer, 12 de octubre, se celebró el día de la Fiesta Nacional, denominación así recogida por la Ley 18/1987, de 7 de octubre, firmada por un tal Felipe González Márquez, socialista que se sepa. Y claro, como era de esperar,  a algunos parece que les han salido ronchas en la piel por aquello de que son alérgicos a todo lo que haga referencia a la nación española. Desde las últimas elecciones municipales y autonómicas –antes también, pero ahora es cuando más visibles se han hecho- pululan por el espectro político unos personajes que se creen con el derecho a repartir patentes de corso sobre aquello que es correcto y lo que no lo es, sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es democrático o no, sobre lo que es pecaminoso o virtuoso, y lo hacen con tal desprecio y falta de respeto hacia aquellos que no comulgan con su espectro ideológico, que uno se sorprende de que a estos charlatanes les hagan el menor caso. Pero parece que sí, que tienen sus seguidores, incluso hasta votantes que los han catapultado a algunas alcaldías de postín. Y ahí tenemos predicando desde sus respectivas atalayas a Ada Colau y a un tal Kichi, éste desde Cádiz, sermoneando al personal que los quiere oír con un sinfín de estupideces sobre el día de la fiesta nacional. Y, cómo no, también han hecho su aparición una serie de convidados de piedra como Willy Toledo y Carlos Bardem. Sí, han leído bien: Carlos, no Javier. Esta vez ha sido el otro hijo de doña Pilar el que ha tenido a bien ilustrarnos con sus inquietudes intelectuales.

   La verdad es que esta vez el tonto de Willy se ha pasado dos pueblos. Si bien Colau y Kichi –habrá que preguntarle de dónde procede ese cursi apelativo- se han limitado a señalar que el día de la Hispanidad España no debería celebrar nada en especial, puesto que lo que se cometió a partir de un 12 de octubre de 1492 fue, según estos ilustres prebostes, un genocidio en nombre de Dios, el memo de Willy ha ido un poco más allá de esa crítica para desbarrar de tal forma que uno no deja de sorprenderse de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Se podrá o no estar de acuerdo con los alcaldes de Barcelona y Cádiz –ciertamente los españoles no fuimos unos santos allende los mares durante la época de la conquista y colononización de América-; incluso, si no fuera porque de sus declaraciones se deduce hostilidad y negación a todo aquello que represente España, hasta cierto punto se les podría dar la razón, con todas las matizaciones y reservas que ustedes quieran.  Pero el caso del retrasado de Willy es que huele a podrido, no sólo por el hecho de que hayamos asistido, vía twitter, a una auténtica diarrea mental. Atentos. Esto es lo que este pobre hombre ha dicho, y cito –con perdón- textualmente: “ Me  cago en el 12 de octubre; me cago en la fiesta nacional (yo me quedo en la cama igual, pues la música militar nunca me supo levantar); me cago en la monarquía y sus monarcas; me cago en el descubrimiento; me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos; me cago en la conquista genocida de América; me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea. Nada que celebrar. Mucho que defecar”. No sé cómo lo habrá hecho, porque para mí que esa inmundicia verbal suma más de 140 caracteres. Pero bueno, a lo que vamos. Aquí tenemos resumida la inquina del majadero de Willy hacia su país. Estarán conmigo en que, aparte de simpatías políticas, este hombre está para que lo encierren. ¡Qué le habrá hecho España al tarado de Willy para que la tenga en tan baja estima! Por cierto, no sé si sabrá el mentecato de Willy que la Virgen en la que se ha cagado es, casualmente, patrona de la Guardia Civil. Se lo digo para que a partir de ahora vaya con más cuidado y respete con exquisito celo las normas de circulación cada vez que se ponga al volante de su coche. Que un guardia civil puede ser muy profesional, pero eso no le quita para que si se topa con este individuo le revise hasta los limpiaparabrisas para ver si le puede cascar una buena multitua como Dios manda. Aunque, ahora que caigo, creo recordar que escuché decir una vez al imbécil de Willy que no tenía coche.
  
En fin. Que parece ser que hay algunos que no se sienten a gusto en esta España nuestra, que despotrican alegremente contra las tradiciones e instituciones del Estado, que desearían que España fuera otra cosa distinta de lo que es: algo parecido a Venezuela, a una república bananera, a una federación de repúblicas bananeras… o vaya usted a saber qué. Estos nuevos mesías como Colau, el Kichi, Carmena, Pablo Iglesias y compañía – al necio de Willy ya ni siquiera lo menciono en este apartado; no merece la pena- quisieran vivir en un país distinto porque éste no termina de agradarles, y para remediar eso están dispuestos a realizar una serie de cambios estructurales para que a España no la reconozca ni la madre que la parió. Por desgracia, lo único que nos une – y ya casi ni eso- es el fútbol, con las excepciones de los pitos a Piqué cada vez que  juega con la selección española, y de los silbidos al himno nacional cada vez que al Barça y al Bilbao les da por disputar la final de la Copa del Rey. Eso sí, para cuando falle el fútbol, ahí tenemos siempre dispuesta a la selección de baloncesto capitaneada por un catalán, que tantos o más éxitos nos ha dado. El caso, y concluyendo, es que vivimos en un país al que algunos se empeñan en poner como chupa de dómine, con o sin justificación; un país democrático como el nuestro al que algún que otro iluminado considera poco menos que una dictadura por el solo hecho de que la mayoría no comparta sus descerebradas ideas; un país avanzado al que algunos tachan de anticuado porque en nuestra bandera ondea una corona y, dónde va a parar, habiendo buenas y sabias repúblicas... que se aparten las viejas y desastrosas monarquías. Pues bien, a todos aquellos que no se sienten representados por el país en el que viven, que no sigan sufriendo, puesto que nadie los obliga a permanecer en él: que cojan sus maletas rumbo a esos otros paraísos a los que adoran y comprueben lo que durarían en libertad si se atrevieran a soltar allí lo mismo que dicen aquí. Esa es la diferencia –entre otras muchas, claro está- entre democracias como la española y dictaduras como la cubana o la venezolana: que mientras en las primeras puedes expresar sin temor a represalias tu descontento con el régimen político, en las segundas pones en riesgo tu vida y tu libertad si llevas la contraria a la política gubernamental. Me parece bien que haya quienes critiquen el sistema español, que luchen en buena lid por darle la vuelta al calcetín y transformar a España en otra cosa distinta. Faltaría más. Están en su derecho, pero que no nos pongan como referencia modelos bastante menos desarrollados que el nuestro como si fuera el maná a todos los males. Que no nos traten de engañar con experimentos que solo nos conducirían al abismo. Pero, por encima de todo, que respeten a una inmensa mayoría que nos sentimos orgullosos de ser españoles y de vivir en un estado monárquico representado en la persona de Su Majestad don Felipe VI. Si quieren cambiar el statu quo, que lo hagan desde las urnas. Mientras eso sucede, sólo les pido que respeten a la multitud que no pensamos como ellos. Que si me apetece, aunque no es mi caso, pueda caminar por las calles de Cáceres  enfundado en una camiseta con la bandera de España sin miedo a que me señalen con el dedo y me llamen de todo menos bonito. 

martes, 6 de octubre de 2015

En defensa de Madrigalejo

 
 Al sureste de la provincia de Cáceres, limítrofe casi con la de Badajoz, se sitúa en el mapa una pequeña localidad de algo menos de dos mil habitantes que se ha levantado en armas contra el imperdonable olvido perpetrado por la serie de Televisión Española “Carlos, Rey Emperador”. Me estoy refiriendo a Madrigalejo, en cuyo término municipal tuvo lugar un suceso histórico de primer orden: allí fue, durante la madrugada del 23 de enero de 1516, donde halló la muerte Fernando II de Aragón y V de Castilla, más conocido como Fernando el Católico. Procedente de Plasencia, iba camino del Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe para asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara, cuando su séquito decidió hacer parada y fonda en la llamada Casa de Santa María ante el empeoramiento general del estado de salud del monarca. Enfermo de gota y con el corazón debilitado a causa de su avanzada edad (63 años), tampoco contribuyeron a su restablecimiento físico los brebajes de hiervas afrodisíacas que cuentan las crónicas que tomaba para conseguir quedar encinta a su segunda esposa, Germana de Foix, treinta y cinco años más joven que él.


   Pues bien, tras los muros de aquel caserón, viendo Fernando próxima la hora en que debía rendir cuentas al Todopoderoso, tomó la trascendental decisión de redactar, un día antes de su muerte, un último testamento cuyas estipulaciones constituyen las bases de lo que hoy conocemos como España. Así, nombró heredera universal a su hija Juana La Loca, unificando por primera vez bajo una misma corona todos los territorios de la Península Ibérica, aunque como consecuencia de su precaria salud mental sería su hijo Carlos I de España y V de Alemania –nieto de Fernando- quien reinaría de facto. Por lo tanto, examinados estos antecedentes, huelga subrayar la importancia de la efeméride y del papel que la Historia reservaba por méritos propios a Madrigalejo, pero que el paso de los siglos se ha empeñado en borrar injustamente de sus anales. Y al igual que la premiada serie “Isabel” –predecesora inmediata de esta otra que comento y también emitida con gran éxito de crítica y audiencia en Televisión Española- sacó del ostracismo turístico enclaves cruciales durante los avatares de la monarquía de los Reyes Católicos, se espera que “Carlos, Rey Emperador” haga lo propio con aquellos otros emplazamientos que jugaron un papel destacado durante el reinado de Carlos V. Pero, por lo visto, los guionistas estarían distraídos con cuestiones de mayor calado intelectual, saltándose a la torera cualquier referencia sobre el asunto en cuestión durante el primer capítulo de la serie, en el que, a modo de introducción, se hace un recorrido previo por los acontecimientos en el que nada se dice ni de Fernando ni del testamento firmado en aquel trance y lugar.


   La indignación, por no utilizar palabras más gruesas que convendrían más al caso, no ha tardado en recorrer cada rincón de cada calle de Madrigalejo. Su alcalde, Sergio Rey, así como la presidenta de la Asociación Cultural “Fernando el Católico. V Centenario”, Guadalupe Rodríguez, han sido los primeros en enarbolar el estandarte del malestar que entre sus convecinos ha provocado este ominoso silencio por parte de la televisión pública. Parece ser que el alboroto ha tenido su repercusión incluso entre los medios de comunicación a nivel nacional, aunque hay que reconocer a El Periódico Extremadura la paternidad de la primicia. Tanto la Cadena SER, como Onda Cero, así como un excelente artículo publicado por David Vigario en el diario El Mundo, se han hecho eco de una noticia que trata de paliar la afrenta cometida por la serie de marras. Cómo no habrá sentado de mal, que hasta el senador del Partido Popular, Diego Sánchez Duque, ha anunciado la presentación ante la Cámara Alta de una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado con el fin de que el V Centenario del fallecimiento de Fernando el Católico sea declarado acontecimiento de excepcional interés público. Quizás la polémica desatada ayude a reparar el daño causado, puesto que estoy convencido de a partir de ahora Madrigalejo tendrá mayor repercusión mediática que si, de hecho, hubieran aparecido referencias expresas en la serie. No hay mal que por bien no venga.