domingo, 16 de septiembre de 2018

La carrera



   Dos horas antes de lo previsto para el pistoletazo de salida, el panorama se complicó sobremanera. No había previsión de lluvia, pero el bochorno que flotaba en el ambiente y un firmamento plagado de nubarrones, con acompañamiento de rayos y truenos, desmentían a todas las aplicaciones y páginas webs que había consultado. Desde mi atalaya de un noveno piso asistía a la visión de un manto de agua que comenzó a caer sin compasión. Raquel, alias la Runner, me comunicó vía whtasapp que, en esas condiciones, seguramente suspenderían la carrera. Así las cosas, temía que mi debut quedase postergado para una mejor ocasión. No es que tuviera unas ganas locas de correr, pero llevaba toda la semana esperando a que llegara el día para mi bautismo de fuego en una prueba de atletismo, espoleado por José Medina -más conocido como el Tocayo-, mirobrigense de pro al que le debo el haberme involucrado en este embolado. A pesar del contratiempo meteorológico, decidimos seguir adelante con nuestros planes y los tres acudimos puntuales a nuestra cita de las 21:15 horas para dirigirnos en coche hacia la Plaza Mayor, salida y meta del evento. Cuatro gotas de agua no iban a dar al traste con nuestro propósito de quemar calorías.

   El Tocayo vino acompañado de su mujer, que hizo las veces de chófer. La dulzura de Amalia rivaliza con su gentileza y amabilidad. Parece mentira que sea de Mérida. No se aprecia en ella ningún rasgo de sonca, así que supongo que los años vividos fuera de la capital extremeña habrán amortiguado esa tacha. Aparcamos a unos diez minutos del centro. Llovía a cántaros; una lluvia fina y copiosa que calaba hasta los tuétanos. Los pocos transeúntes que nos cruzamos nos miraban extrañados, preguntándose dónde diablos irían aquellos chalados en calzonas, mallas y zapatillas. Cuando llegamos a la plaza subimos las escalinatas del ayuntamiento y nos cobijamos bajo su atrio porticado. Mientras calentábamos observamos cómo el grueso de los participantes se arremolinaban en los soportales, a la espera de si la organización, finalmente, suspendería o no la prueba. Las torres de Bujaco y de los Púlpitos, testigos privilegiados, asistían expectantes, oteando con curiosidad toda aquella marabunta. El Tocayo se resistía a que, una vez allí, tuviéramos que volvernos de vacío. Raquel, entre estiramientos y rotaciones de articulaciones varias, también se mostraba dispuesta a tomar la salida por muchos chuzos de punta que cayeran. Por lo que a mí respecta, para no ser menos y a pesar de mi lamentable condición física, hacía visible mi ilusión por correr; ilusión que, como tendrá ocasión de comprobar el lector si continúa leyendo estas líneas, se tornó al poco tiempo en pesadilla.


   De repente, una voz por megafonía rompió la monotonía y el estado de aletargamiento en el que nos hallábamos los corredores. Habría prueba. Imagínense a los cerca de quinientos inscritos tomando posiciones para salir pitando en cuanto dieran la señal correspondiente. Y allí estaba yo, enfundado en mi camiseta de la V Intramuros Urban Trail Night, presto y dispuesto a recorrer una legua en derredor del casco antiguo y a disfrutar, en la medida de lo posible, de la experiencia. La alegría me duró poco. Fue terminar de subir los peldaños que conducen al Arco de la Estrella y comenzar a abrir la boca en procura de bocanadas de aire que echarme al coleto. A los doscientos metros ya percibía que las sensaciones no eran del todo buenas, rompiendo a sudar como un animal. Cincuenta metros más allá ya iba echando los bofes. Y al cabo de poco más de un kilómetro ya no podía con el pellejo, preguntándome que quién me mandaba a mí meterme en aquel berenjenal. Qué manera de exudar, señores; que manera de sufrir; qué manera de penar. 

   El caso es que iba yo entregado a mis pensamientos más peregrinos, pendiente de coordinar la respiración con el trote cochinero que llevaba, cuando de repente, entre resoplidos y bufidos, me percaté de la presencia de una cara que me era sumamente familiar. Qué casualidad que de entre todos los competidores tuviera justo a mi lado en ese momento al segundo expresidente que ha parido la Junta de Extremadura, escoltado por uno de sus más fieles escuderos, un tal Juan Parejo al que, al parecer, le chiflan estas cosas de las maratones, medias maratones y demás acontecimientos. Así que, ni corto ni perezoso, para hacer un poco más llevadero el trance por el que estaba atravesando, decidí saludarlo y estrechar la mano de quien había sido mi jefe supremo entre 2011 y 2015. Monago, un poco extrañado y ajeno a la circunstancia de que yo hubiera formado parte de su fiel infantería, correspondió a mi atrevimiento esbozando una media sonrisa y musitando algo así como que él también se alegraba de conocerme, pero que quizás aquella no era la mejor coyuntura para entablar relaciones. En esto he de darle la razón al señor expresidente de la Junta de Extremadura, sobre todo porque, al igual que yo, muchos de los fulanos que pululaban por allí imitaron mi gesto, y supongo que Monago bastante tendría con mantenerse en pie como para andar atendiendo las salutaciones de todo aquel que le reconocía en aquellas lides. Pero que quede aquí el detalle de que un servidor estuvo hombro con hombro con el señor Monago, ambos dos a calzón quitado y dándolo todo.

   José y Raquel no paraban de animarme. Por mucho que yo les conminara insistentemente a que siguieran adelante sin mí -con el oculto propósito, la verdad sea dicha, de hacer mutis por el foro en cuanto los viera doblar el primer recodo-, no había manera de quitármelos de encima. El Tocayo se empeñaba una y otra vez en que él se había comprometido a correr la prueba al ritmo que yo marcara y que así iba a ser hasta que cruzáramos la línea de meta. ¡Ojalá se hubiera apiadado de mí y hubiera hecho caso de mis plegarias! ¡Si él supiera que estaba deseando tirar la toalla para poner fin a tanto padecimiento! Raquel, por su parte, me aconsejaba que respirara por la boca y que, ya de paso, me callara un poquito para guardar fuerzas, pues, al parecer, en mi delirio no paraba de soltar insensateces del tipo: si llego a saber yo esto...; por qué no hacemos trampas, como Pedro Sánchez con su doctorado si, total, no se va a enterar nadie; esto ya está pasando de castaño oscuro, tocayo, que llevas veinte minutos anunciándome que estamos a punto de terminar; ¿otra cuestecita más…?; anda, mira qué bien, ahora hay que subir por unas escaleras... “Jose, ¿vas bien?”, me preguntaba la Runner, sabedora por mi excesiva sudoración y mi rostro desencajado que no podía ni con los cordones. Pero ni por esas, oigan. Por muy calladito que me estuviera -siguiendo a pies juntillas las recomendaciones recibidas-, no había suficiente aire en los alrededores como para que mis pulmones y mis piernas respondieran al unísono. Me duele admitirlo, pero tengo para mí que hasta Falete se habría comportado con más desenvoltura y dignidad.  

   No veía la hora de que aquello llegara a su fin. Al pasar por la calle Pizarro, de buena gana me habría quedado a repostar algo de líquido en el Capitán Haddock o en el Mastro Piero. Tanto el Tocayo como la Runner trataban de insuflarme ánimos apelando a mi fortaleza psíquica. “¡Venga, vamos, que tú puedes con esto; que es todo psicológico!”. Psicológico o no, el caso es que ya estaba en un tris de abandonar cuando, en uno de los escasos momentos de lucidez que me iluminaron, me percaté de que los gritos de ánimo de mis dos compañeros aumentaban en grado superlativo, dándome a entender que con un poquito más de esfuerzo alcanzaría la tierra prometida. Me dije que aquello no podía ser una engañifa, convenciéndome de ello cuando pasé junto al Palacio Episcopal: si mis cálculos no fallaban -lo cual no resultaba muy improbable, puesto que a esas alturas de la competición mi mente estaba para pocas probaturas- la plaza estaría a tiro de piedra. Así que recompuse la ruina de mi figura como buenamente pude, aligeré el paso con la esperanza de que, efectivamente, la cosa tocara a su fin… y cuál no sería mi sorpresa cuando me vi enfilando la recta final escoltado y llevado en volandas por mis compañeros de fatiga, siendo recibidos por una salva de aplausos por parte del público asistente que, a pesar de la lluvia, permanecía a la espera. ¡Qué emocionante, señores! Después de haber estado poco menos que para intubarme durante buena parte del recorrido, no daba crédito por haber concluido mi primera participación como aficionado en este mundillo del atletismo amateur. Todo sea por contribuir a la fiesta del noventa y cinco aniversario de El Periódico Extremadura -organizadores del evento junto a la tienda deportiva Pulsaciones- y a la satisfacción de que el dinero recaudado irá destinado a la asociación Alzehi Cáceres. Sólo por esto último ha merecido la pena. Runner, Tocayo…, sin vosotros habría naufragado a las primeras de cambio, así que gracias por vuestra paciencia y apoyo.

P.D.: No me esperéis para la carrera de la mujer.