miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Vaya panda!

   
   Señoras y señores, la identidad nacional está en peligro. Y no lo digo por la que está montando el señor Mas de cara a las próximas elecciones catalanas y a su descerebrada idea de proclamar la independencia de un país que solamente existe en su mente calenturienta. No. Parece ser que ahora está de moda airear a los cuatro vientos que uno ni es español ni jamás se ha sentido como tal, aunque haya nacido en Madrid y sea más castizo que San Isidro, la verbena de la Paloma o el oso y el madroño. Lo hemos podido comprobar con el bailarín Nacho Duato, con el futbolista-entrenador Pep Guardiola y, más recientemente, con el director de cine Fernando Trueba. Cuando uno escucha exabruptos de este calibre, lo primero que se le viene a la cabeza es qué les habrá hecho la madre patria a estos fulanos para que se descuelguen ahora con estas declaraciones. Supongo que serán portadores de algún tipo de odio interno por vaya usted a saber qué traumas de juventud aún no superados. Qué buenos pacientes hubiera tenido Sigmund Freud en estos apóstatas de última hora. También es casualidad que haya sido ahora, y no cuando chupaban del bote, cuando sus conciencias han hecho acto de presencia. Pero ya se sabe que, entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero.

   Centrando el foco de atención en nuestro amigo Fernando Trueba - que, dicho sea de paso, lleva cerca de veinte años sin hacer una película en condiciones-, de un tiempo a esta parte andaría el hombre algo distraído porque, ya les digo, desde que rodara “La niña de tus ojos” allá por 1998, no ha vuelto a dar pie con bola. Su filmografía es perfectamente prescindible desde entonces. Así que, el bueno de Fernando, aburrido en su casa como estaba y sin nada mejor que hacer, vio el cielo abierto cuando supo que le iban a hacer entrega del premio nacional de cinematografía, y no halló mejor ocasión para expulsar la ira que lo corroe que aprenderse un estrafalario discursito en el que, ante el atónito ministro de Educación y Cultura, afirmaba categóricamente que nunca se ha sentido español y que, para más inri, le hubiera gustado que la Guerra de la Independencia la hubieran ganado los franceses. En esto creo que se equivocó de siglo y de contienda, porque estoy seguro de que lo que realmente quiso decir  es que le hubiese gustado que la guerra civil española la hubieran ganado los republicanos. Y es que, Fernando, para una vez que te da un ataque de sinceridad, ni siquiera eres capaz de reconocer las cosas como son. No te engañes a ti mismo, que eso está muy feo y es el peor error que uno puede cometer. En el siguiente premio que te otorguen – si dependiera de la calidad técnica de tus películas, seguramente ya no estaré en este mundo para verlo- tienes que reconocer eso, que la España de hoy en día no sería tan desgraciada de haber sido los partidarios de la república los victoriosos de aquella lucha fratricida y aciaga.

   Se harán ustedes cargo, después de esta patochada, del nivel intelectual del personaje. A lo mejor, habrá pensado el señor Trueba que con los gabachos le hubiera ido mejor en su errática carrera cinematográfica. No lo creo, porque el que es malo de solemnidad lo es tanto aquí como allá. Y es que, cómo son estas gentes del cine: desde aquello del “No a la guerra” durante la entrega de los Goya del año 2003 no han dejado de comportarse como unos niños díscolos y desagradecidos. Tengo para mí que nuestro querido compatriota Fernando no pasaba por un buen momento artístico, y para salir de ese trance y hacerse visible no ha tenido mejor ni mayor ocurrencia que centrar la atención del modo más absurdo. No se lo voy achacar a la edad, pues a sus 60 años y a la buena vida que se ha pegado no puede decirse que las neuronas le hayan jugado una mala pasada. Para neuronas cansadas las de un minero, con la incertidumbre de si llegará vivo al final de la jornada, y no las de un director de cine aburguesado que alardea de una intelectualidad de la que carece. Por eso, tengo la convicción de que como hacía mucho tiempo que no aparecía en la primera plana de los medios de comunicación, al buen señor le ha dado por sacar los pies del tiesto soltando sandeces por doquier. Adolece del mismo defecto que otro colega suyo de profesión, más famoso últimamente también por sus polémicas manifestaciones que por sus películas - el manchego Pedro Almodóvar, otro sujeto escaso de caletre que suele soltar chorradas a niveles industriales-: es decir, el odio feroz a todo aquello que no sea comulgar con sus ideales, la falta de respeto a quienes no piensan como ellos. Almodóvar, por cierto, es ganador de otro Oscar por "Todo sobre mi madre", lo cual me lleva a preguntarme si el Oscar te vuelve tonto o eso viene ya de serie. Y luego querrán estas almas caritativas que vayamos a ver sus engendros, quejándose a voz en grito de que el cine español siga incurso en una crisis a la que no se le atisba una pronta salida, salvo que a Santiago Segura le dé por hacer otro Torrente. Por eso, no me extraña que algunos hayan celebrado el regreso a la cartelera  de Amenábar. Éste, de momento, todavía no se ha destapado; ya veremos lo que tarda en hacerlo. En cuanto a Garci, supongo que ya está de vuelta de todo y no creo que nos dé ninguna sorpresa en este sentido. 

    Don Fernando, si tan avergonzado se siente de ser español, compórtese con dignidad –si es que la tiene- y coherencia –si es que es capaz- y empiece por renunciar a los 30.000 € con los que está dotado el premio nacional al que ha denostado con sus desafortunadas manifestaciones, amén de devolver la millonada en subvenciones que han recibido sus películas a lo largo de su trayectoria y que bien se hubieran podido dedicar a otros menesteres más necesarios. De todos modos, si es que parece usted masoca: se ha podido ahorrar veintidós años de sangrantes úlceras de haber escupido su sentimiento antiespañol durante la recogida del merecido Oscar por “Belle Époque”. Esa sí que habría sido una ocasión majestuosa para hacer partícipe de sus cuitas al orbe entero. En vez de entretenerse con aquella cursilería de Billy Wilder, habría hecho mejor en reconocer ante ese abarrotado y excelso auditorio que lo suyo no es una cuestión de banderas, que usted de español no tiene ni migita. Habríamos salido todos ganando. Así que, háganos un favor a una inmensa mayoría: cójase un saxofón y váyase con la música de jazz a otra parte. Tanto los cinéfilos como los melómanos estaremos en deuda con usted. Y para terminar, un consejo: no tarde mucho tiempo en abandonar nuestras fronteras, no vaya a ser que a la indignada hinchada de La Roja le dé por presentarse ante su domicilio y hacerle un escrache como medida de protesta. Que ya se sabe que en este país te puedes meter hasta con el rey, pero eso de decir que en los mundiales tú siempre vas con el equipo contrario... Hay que ser miope - y lo digo en sentido figurado- para no darse cuenta que con el fútbol hemos topado, amigo Trueba.