martes, 24 de abril de 2012

Carta abierta a Elena Valenciano.


Mi Muy Cara y Estimada Elena:

   No tengo el placer de conocerla en persona, aunque me es suficiente para seguir sus andanzas e industrias a través de todo lo que publican de usted los medios de comunicación, sobre todo desde que le guarda las espaldas a su “number one”, como diría Txiki Benegas. Antes de adentrarme en los pormenores de esta misiva voy a hacerle dos declaraciones de intenciones y otra de convicciones. En primer lugar, he de confesarle en un alarde de sinceridad -para qué me voy a andar por las ramas- que no es usted santo de mi devoción, no por nada en particular, pero no me cae simpática. Salvando las distancias, tiene cierto parecido con Rosa Conde, pero sin la dulzura e ingenuidad que caracterizaban a la portavoz del gobierno de Felipe González, cualidades que en su persona se trocan por las de chulería, insolencia y soberbia. En segundo término, tengo que reconocerle que escribo este artículo en un estado emocional que calificaría entre cabreado e indignado, influenciado por sus comentarios en el día de ayer durante la rueda de prensa en la que alentaba a la sociedad española a defenderse de las medidas adoptadas por el ejecutivo de Rajoy; es decir, poco menos que aporreo el teclado con un cuchillo entre los dientes. En cuanto a las convicciones, y para que no haya lugar a dudas, sepa que soy católico no practicante, monárquico convencido, democristiano impenitente y, por si eso no fuera suficiente, del Real Madrid. Por lo tanto, sobran posibles elucubraciones acerca de la ideología del que tiene a bien dedicarle este artículo: reúno gran parte de los atributos a los que ustedes no dudan en descalificar por el solo hecho de no coincidir con su ideario. ¡Qué le vamos a hacer: de todo tiene que haber en la viña del Señor, incluso, fíjese qué curioso, personas que no piensen lo mismo que ustedes! En mi descargo diré que la mayoría de mis mejores amigos son de izquierda, o progresistas, como les gusta denominarse en uso de esa etiqueta inventada por Salustiano Olózaga en el primer tercio del siglo XIX para sustituirla por aquella otra de “exaltados” que, al parecer, no convencía a los prebostes de lo que podríamos denominar socialistas de la época.

Stanislavsky
   Admito que después de su comparecencia de ayer me lo pone fácil en cuanto a la tarea de buscar razonamientos con los que desacreditarla y dotar de contenido a esta entrada. Apenas necesito inspiración para que las palabras acudan a raudales a mi mente, sin pensarlo en demasía. Casi diría que tengo que refrenar mis impulsos en pos de escoger los calificativos precisos, por eso le pido disculpas si en algún momento me excedo en el nivel de crítica: es algo involuntario, como sucede con la mayoría de los instintos, que no se pueden controlar. Pero como no quiero que esto se convierta en una sucesión de explicaciones técnicas, me voy a limitar a comentar cuestiones generales, sin detenerme en analizar la situación con una serie de atropellados argumentos que sólo conducirían al hastío de los lectores. A nadie se le ocurriría pedir explicaciones de por qué dos más dos suman cuatro, ¿verdad? Pues, por mi parte, adoptaré una actitud similar, pasando por alto todo aquello que se presupone y que no necesita de mayores aclaraciones. Por eso, señora Valenciano, yendo al grano, sin ambages que nos despisten: una de dos, o está interpretando el papel de su vida, creyéndose usted misma la sarta de falacias que suelta en cada comparecencia pública o, por el contrario, está realizando el mayor ejercicio de cinismo jamás visto por estos lares. Lo primero sería digno de admiración, puesto que para que una buena actriz se tenga por tal necesita meterse en el papel hasta confundirse con su personaje, y usted lo está haciendo de cine: Constantin Stanislavsky se sentiría orgulloso de haber tenido una alumna tan aventajada. Lo segundo, en cambio, sería objeto de la más acerba censura. En su caso, me decanto más por lo primero: lo cortés no quita lo valiente y tengo que rendirme a la evidencia de su arte. De otro modo, no sería posible mantener ese grado de vileza intelectual sin caer en la más profunda de las esquizofrenias. Desconocía por completo sus dotes de actriz, porque hay que ser una auténtica profesional de los escenarios para recitar el patético guión que está representando. Libreto, por cierto, que bien podría haberle escrito el insigne Pedro Almodovar, uno de sus más fervientes admiradores, el mismo que sacó los pies del tiesto cuando le dio por decir que el Partido Popular estaba orquestando un golpe de Estado para recuperar el poder después de las elecciones del 14 de marzo de 2004. ¡Y luego se quejará el manchego de no ser profeta en su tierra, de que sus engendros no tengan éxito en su propio país, que le neguemos el pan y la sal que sí le ofrecen otros a paladas! Por eso, contando como hincha a personajes de ese caletre, no me extraña que la calidad en su declamación sea tan desastrosa como las dotes de don Pedro para dirigir películas. Lo de “don”, que conste, se lo concedo por educación, no por merecimiento.

   Señora Valenciano – insisto en el ofrecimiento de disculpas por si mis palabras pudieran ofenderla-, fueron ustedes quienes resucitaron los fantasmas de la guerra civil con el proyecto de la Memoria Histórica y sin embargo parece que carecen de Memoria Inmediata, ¿o es que no recuerda que su partido gobernó este país nuestro durante cerca de ocho años, justo en el momento en que empezaba a gestarse la crisis que hoy nos embiste, y que las medidas que se están tomando hoy son consecuencia de las que no se adoptaron entonces? ¿Cómo tiene usted el rostro de justificar una posible rebelión cívica de la ciudadanía ante las medidas aprobadas por el gabinete presidido por Mariano Rajoy para atajar una crisis a la que su partido nos condujo sin ningún tipo de pudor, restándole credibilidad a los indicadores nacionales e internacionales que se empeñaban en desmentir los brotes verdes vislumbrados por su idolatrado -y luego denostado- Zapatero? ¿Cómo se atreve a poner como chupa de dómine a Rajoy y sus ministros por aceptar una herencia envenenada y tratar de resolver un problema al que ustedes decidieron esquivar mirando para otro lado? ¿Tanto les ha molestado que los electores les hayan desalojado de un gobierno al que su irresponsabilidad e inanidad en la toma de decisiones ha conducido a una crisis sin parangón? ¿Creen que los españoles nos hemos caído de un guindo y somos tan estúpidos como para seguir pensando que no tuvieron nada que ver con el desastre que hoy nos contempla?
Joaquín Almunia

   En fin querida mía, que llevaba tiempo deseando despacharme a gusto con usted. Créame que en lo personal no le profeso ningún tipo de animadversión, pero en lo referente a su discurrir político no puedo permanecer indiferente. Eso de oírla decir que el PSOE se lava las manos en lo del desvío del déficit en un 2,5 % durante el 2011 (es decir, que se gastó 25.000 millones de euros más de lo presupuestado) y que sea el gobierno del PP el que arrostre las consecuencias me ha soliviantado sobremanera. Por lo tanto, a partir de ahora espero que haga un ejercicio de responsabilidad y deje de manejar discursos hueros que sólo sirven para arrancar aplausos de acólitos que en nada contribuyen a encauzar una situación que requiere el concurso de todos. Hágale caso al señor Joaquín Almunia, comisario europeo de la competencia y miembro destacado su partido, que afirma que las medidas adoptadas por España van por el buen camino. No sea demagoga y no siga la senda de aquellos que se limitan a anunciar el apocalipsis; es lo menos que se puede exigir de toda una vicesecretaria general del principal partido de la oposición. Por último, a modo de despedida, sepa que todo cuanto antecede lo expreso sin ningún tipo de acritud.

jueves, 19 de abril de 2012

De reyes es rectificar.


   "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir". En la jornada de ayer fuimos testigos de un hecho sin precedentes: por primera vez en 37 años de reinado, Don Juan Carlos pedía públicamente perdón por el error cometido en relación con la cacería de elefantes en Botswana. Lo hizo personalmente, a su salida de la clínica en la que permanecía ingresado desde el sábado por su operación de cadera, sin portavoces ni comunicados oficiales de por medio. Sabedor de que ha decepcionado al pueblo al que sirve y representa, con gesto compungido y voz atribulada, deducimos que se trata de un arrepentimiento sincero, sin componendas pergeñadas de cinismo. No habrá sido una decisión fácil de tomar, pero era la única que podía esperarse si se deseaba poner término a toda esta polémica, sin cerrar en falso unos hechos que, cierto es reconocerlo, van a dejar huella tanto en el rey como en la Corona. Al igual que Su Majestad ha tenido la gallardía de rectificar, el pueblo español sabrá reconocer ese gesto y absolverlo de la comisión de una falta que, para ser honestos, hay que enmarcar en el contexto de una brillante hoja de servicios que no conviene olvidar.

   Pero al igual que la grandeza del rey ha salido a relucir por su noble acción de petición de disculpas, también han quedado al descubierto las vergüenzas de aquéllos que, impertérritos ante la indignación de muchos ciudadanos, han tratado de quitarle hierro al asunto. Eso de ser más papistas que el papa ha cogido a más de uno con el paso cambiado. La figura más representativa dentro de ese grupo la encontramos, no sin sorpresa para quien les escribe, en la Infanta Doña Elena: preguntada por los periodistas sobre la opinión que le merecían las críticas vertidas contra el rey, no le dolieron prendas en responder que ella no había oído nada, que sus obligaciones laborales le habían impedido conocer lo que era un clamor para el resto del país. Todo ello denota una preocupante falta de sensibilidad social por parte de la hija mayor de los reyes, al mismo tiempo que se carga de razones a quienes siempre han criticado -por injustas- las distancias que separan los sublimes palacios señoriales de las humildes moradas populares. La Infanta, mal aconsejada o poco ducha en el arte de la improvisación, ha seguido el discurso que muchos hubieran querido que adoptase el propio monarca, es decir, hacer oídos sordos y huir hacia adelante como si nada hubiera pasado. Y lo que ha sucedido es que, por primera vez, se ha puesto en tela de juicio la reputación del Jefe del Estado, asunto lo suficientemente trascendental como para que Doña Elena no hubiera despachado con semejante desdén a los profesionales de los medios de comunicación.

   Me temo que este episodio no quedará simplemente en la categoría de anécdota. El prestigio del rey se ha visto seriamente dañado, aunque tampoco creo que vaya a suponer un punto de inflexión en el grado de aceptación de que goza la Monarquía. Eso sí, se ha surtido de argumentos de peso  a quienes, con escándalos o sin ellos, no cesarán de afilar sus aceradas plumas con tal de desacreditar a Don Juan Carlos, tanto a nivel personal como institucional. Por ese motivo,  una vez abierta la veda contra el monarca, y porque nunca faltan pretextos para censurar el papel de la Familia Real, su miembro más conspicuo debe medir al milímetro cada acción, cada gesto, cada silencio con tal de no ver expuesto en el escaparate del escarnio público el más mínimo de los deslices que pueda cometer: la Zarzuela se ha convertido en un campo de minas que será preciso esquivar con pies de plomo. Mientras tanto, al igual que deseamos una pronta y satisfactoria recuperación para Don Juan Carlos, también esperamos que el Príncipe Don Felipe salga indemne de todo este asunto y no tenga que cargar con servidumbres que no le corresponden.

lunes, 16 de abril de 2012

El desmoronamiento de la Monarquía.


   Este sábado catorce de abril se conmemoraba el 81 aniversario de la proclamación de la Segunda República española. Ese mismo día, para que luego digan que no existen las casualidades, los medios de comunicación bullían como hacía mucho tiempo que no se recordaba ante la noticia de que Don Juan Carlos había sufrido una caída en Botswana mientras cazaba elefantes. ¡Ah!, ¿pero es que el rey estaba en África? A lo que se ve, sí. Lo desconocía, incluso, el Gobierno, en un acto de descoordinación impropia de las circunstancias. Ahora ya se entiende por qué el monarca no había acudido a visitar a su nieto a la clínica Quirón de Madrid desde que ingresó tras el accidente que sufrió al autolesionarse en un pie con un arma de fuego. ¿Y la reina? Pues hasta esta mañana estaba en Grecia; se ha pasado media horita por el hospital para la visita de rigor. ¡Cuántos estarán echando de menos la mano izquierda de Don Sabino Fernández Campo!
                                      
   Ni todas las actividades antimonárquicas de los últimos años han logrado un efecto tan demoledor para la imagen de la Corona como la instantánea del rey posando con el mastodóntico cadáver del paquidermo; ni siquiera los escándalos protagonizados por Urdangarín han ocasionado semejante estropicio. Con la que está cayendo en España, con una crisis económica galopante a la que no se le atisba un final inmediato, con la prima de riesgo por las nubes, con una tasa de paro escandalosa, con rumores constantes de rescate y con la peronista Cristina Fernández de Kirchner apunto de nacionalizar la filial de Repsol en Argentina, Su Majestad no ha tenido mejor ocurrencia que irse a pegar unos tiros a África. Lo ha hecho de tapadillo, sin avisar a nadie. Su mala pata lo ha delatado, desvelando que todos conociéramos dónde estaba pasando el tiempo mientras el país deambula por una delicada espiral de decadencia. Que tiene derecho al ocio y al esparcimiento, sí; pero que debe escoger la oportunidad del momento en que puede disfrutar de sus hobbies, también. De nada sirven las explicaciones de que el safari en cuestión haya sido pagado por un grupo de empresarios, sin coste alguno para el erario público. El daño es ya irreparable. ¡Qué buena materia prima habría hallado Castelar para dar contenido a su celebérrmio artículo “El Rasgo”!


   La Monarquía se está cavando su propia tumba. Es un secreto a voces que las relaciones entre los miembros de la Familia Real no transcurren por su mejor momento. Los continuos desplantes con que Don Juan Carlos obsequia a Doña Sofía en los actos públicos a los que acuden no favorecen en nada la sensación de normalidad que se debe transmitir desde la cúspide de nuestro sistema democrático. Los republicanos, pocos pero muy activos y ruidosos, están de enhorabuena, pues no van a dejar pasar la oportunidad de abrir el debate sobre la forma de Gobierno: Monarquía o República. Hay que reconocer que en esto son unos auténticos maestros, aunque no es menos cierto que Don Juan Carlos, supongo que muy a su pesar, les está siguiendo el juego. El rey, que siempre se ha caracterizado por su prudencia y mesura, no puede contribuir con su actitud a socavar las bases sólidas de la institución que representa -el desdoro de su persona redunda en el descrédito de la Corona-, y por muy arraigadas que estén las raíces monárquicas, la ciudadanía no tendrá reparos en olvidar los notables servicios prestados al país por Su Majestad si la Familia Real no cambia de rumbo y se reconduce por otros derroteros.  Si alguna lección podemos extraer de la Historia es que los afectos tienen fecha de caducidad: que se lo pregunten a Isabel II o a Alfonso XIII, que pudieron comprobar cómo aquellos que los aplaudían y jaleaban días antes de su destronamiento no dudaron lo más mínimo a la hora de enarbolar la enseña tricolor.

   Si la Tercera República hace su aparición no será por la fuerza de sus ideas, sino por la debilidad de la Corona. España, a pesar de todo, es monárquica, no sólo “juancarlista”. Algunos pregonan que ha llegado el momento de que el rey abdique en el Príncipe de Asturias, ahora que todavía quedan monárquicos, especie que, a este paso, corre el riesgo de ser declarada en extinción. Aunque el rey disfrutara de buena salud, que no es el caso, sus setenta y cuatro años aconsejan que vaya dejando sitio al heredero para que empuñe el cetro, ciña la corona y se aposente en el trono de sus antepasados. Hoy más que nunca tienen aplicación las palabras pronunciadas por el Almirante Aznar, último Jefe de Gobierno de Alfonso XIII cuando, a la salida del Palacio de Oriente, tras las elecciones municipales del 12 abril de 1931 y a preguntas de los periodistas de cuál era la situación después del apogeo de las izquierdas, el militar se limitó a responder: “España se ha acostado monárquica y se ha levantado republicana”. La conducta poco edificante de aquel a quien la Constitución española califica como símbolo de la unidad y permanencia del Estado puede dar al traste con siglos de tradición monárquica.

jueves, 12 de abril de 2012

De los brotes verdes a la prima de riesgo.


   En el reino de España no ha mucho tiempo que gobernaba un político de cuyo nombre no quiero acordarme, de cínica sonrisa, dócil mirada, aviesas intenciones y conciencia torva. A todos hizo creer que escaparíamos del vendaval económico que azotaba a medio mundo. Por mucho que los números desmintiesen la realidad que se empeñaba en pintarnos, él no escatimaba esfuerzos en predicar la fortaleza financiera de un país que no cedería ante el peso de una crisis que ya se había llevado por delante torres más altas. Decía apreciar brotes verdes allí donde el resto veía, con desolación, nada más que terreno yermo. Rehusó  empuñar los utensilios que los expertos le recomendaban, insistiendo una y otra vez en negar la mayor: “Que no, amigo Rubalcaba, que eso que decís que es un erial a mí se me presenta como una fértil pradera que, no a mucho tardar, será testigo del florecimiento de apetitosos frutos”. Y claro, aquellos polvos han traído estos lodos.

   El curso de los dramáticos acontecimientos que atravesamos, y que la tozudez de algunos se encargaron en ocultar a toda costa, lo ha cambiado todo, o lo hará en muy poco tiempo. Y como en toda situación adversa hay que elegir una cabeza de turco, nosotros no vamos a ser menos. De ahí que la mayoría no haya dudado un ápice en señalar a las Comunidades Autónomas como las causantes de los siete males que nos afligen. No constituye una novedad el que se cuestione el modelo de Estado territorial confeccionado por el Título VIII de la Constitución española de 1978, pero ha tenido que venir una crisis económica y financiera del calibre de la que estamos sufriendo para que, cada vez más, salgan voces autorizadas  declarando que el sistema autonómico no se sostiene en las actuales condiciones. Esta cuestión siempre ha sido objeto de agria polémica. Aquello del “café para todos”, expresión acuñada por el catedrático Manuel Clavero Arévalo en alusión a las concesiones competenciales que se debían realizar por parte del Estado central en favor de aquellas Comunidades Autónomas con mayor sensibilidad nacionalista (Cataluña, País Vasco y Galicia, fundamentalmente) no ha resistido con buena salud el paso del tiempo. Los españoles no entendieron entonces lo de las autonomías de dos velocidades, hasta tal punto que hoy tienen la impresión, no sin motivos, de que hay Comunidades Autónomas con una serie de privilegios de las que otras carecen.

   Soy partidario de revisar el modelo autonómico, aunque no sea recomendable acometer de forma apresurada reformas estructurales que - aunque imprescindibles- necesitan un remanso de reflexión con el fin de evitar que caigamos en un pozo sin fondo. Por lo tanto, reformas sí, pero no a golpe de baqueta. Los hay que son defensores de devolver al Estado las competencias de mayor coste económico asumidas por los Estatutos de Autonomía. En este sentido se enmarcan las palabras de Esperanza Aguirre en relación con Sanidad, Educación y Justicia. La presidenta de la Comunidad de Madrid, con el desparpajo que la caracteriza, no ha manifestado nada estrambótico que no esté en la mente del común de los mortales, sino que se ha limitado a poner el dedo en la llaga. Parece ser que esas declaraciones han causado hondo pesar en el gobierno de la nación. De hecho, ese mismo día salió a la palestra Mariano Rajoy para quedar claro que él no cuestionaba el Estado autonómico pero que sí se mostraba en contra de las duplicidades detectadas, siendo ese el entorno donde habría que trabajar a fondo. Efectivamente, tiene difícil acople con la austeridad económica el reguero de asambleas legislativas, defensores del pueblo, consejos económicos y sociales, tribunales de cuentas, consejos consultivos y un largo etcétera de instituciones que, sopesando el binomio coste-eficiencia, son absolutamente prescindibles. Si, teóricamente, España no es un federación de Estados, no podemos, de cara a nuestra credibilidad exterior, dar la imagen de que esto es un reino de taifas en el que, según en qué región residas, tienes unos derechos y unas obligaciones distintas a las de otras.

   La ciudadanía muestra síntomas de cansancio. No entiende el porqué le congelan el salario o, en el peor de los casos, se lo reducen, cuando la carestía de la vida no hace sino incrementarse a pasos agigantados. Por el contrario, han asistido indignados al espectáculo derrochador que se ha practicado durante años de bonanza económica y que, por desgracia, continúa sin cortarse de raíz. Al trabajador de a pie le importa poco o nada que las Comunidades Autónomas incumplan el objetivo de déficit, lo que desean es que sus impuestos se vean reflejados en la calidad de los servicios prestados y, si hay que meter la tijera en gastos superfluos, que dicha acción recaiga en aquellas partidas que menos afecten al estado del bienestar. De todos modos, tampoco son ajenos en cuanto a que esta crisis no se soluciona sólo con recortes, sino que habrá que prepararse para la subida de impuestos. La mayoría, en mi opinión, no nos oponemos a ello si así se reconduce parte de la situación, pero sí esperamos del gobierno que tenga en cuenta los niveles de renta para que no todos soportemos por igual el ajuste. Y, si llegado el caso, hay que revisar los cimientos de determinadas prestaciones, como la gratuidad de la sanitario, no hay que rasgarse las vestiduras ante el hecho de que se plantee la posibilidad del copago, concepto aplicado en países como Alemania, Francia, Italia o Reino Unido. El bolsillo de los españoles no quedará esquilmado porque tenga que pagar, pongamos por caso, un euro por receta o diez euros por ir al especialista. No seamos cínicos. Todos conocemos los abusos de que adolece el sistema; si esas medidas ayudan a paliarlos, bienvenidas sean. Ahora bien, que se estudie la forma de aplicarlas con las excepciones necesarias a toda regla general.

   Hay que adaptarse a los nuevos tiempos. Si para salir de la crisis es necesario vivir un período transitorio de ajuste, habrá que hacer un esfuerzo suplementario: las situaciones excepcionales requieren medidas de excepción. Debemos superar viejos tabúes. Los gobiernos, tanto el central como los autonómicos, tienen que ser valientes y enfrentar el desolador panorama que nos contempla con disposiciones que, aunque impopulares, se presumen inevitables para taponar la sangría que nos acecha. La primera acción para tratar la enfermedad se basa en acertar con el diagnóstico: una vez detectado el mal estaremos en mejor disposición para aplicar la terapia pertinente, por muy dolorosa que sea. Parte fundamental del éxito de esta empresa reside en que los gobernantes sepan explicar a la opinión pública la necesidad de acogerse a ese remedio. El día que no nos acordemos de expresiones como “prima de riesgo”, “bono alemán”, “mercados de deuda” o “rescate económico” habremos superado la primera fase de la afección. Mientras tanto, no nos queda más remedio que confiar en las potencialidades de España para solventar una crisis que está haciendo furor.

jueves, 5 de abril de 2012

Incertidumbres del gobierno de Monago.


José A. Monago.
Aunque parezca contradictorio, desde que el pasado 25 de marzo se celebraran elecciones en Andalucía, sobre la coyuntura política en Extremadura empiezan a planear nubarrones hasta entonces nada esperados. De aquellos comicios de nuestros vecinos del sur han resultado dos claros vencedores: el primero, Griñán, que no se acababa de creer que, pese a todos los escándalos de corrupción protagonizados durante más de tres décadas, los andaluces siguieran confiando en su proyecto; el segundo, Diego Valderas, coordinador regional de Izquierda Unida, cuya formación ha recibido la mayoría del voto de los descontentos con los señoritos del PSOE. Y el gran perdedor, pese a ser la lista más votada, ha sido Javier Arenas: bien claro lo traslucía su rostro cuando, desde la balconada de la sede del PP en Sevilla, daba las gracias a sus seguidores por contribuir a una histórica, aunque pírrica y estéril, victoria en Andalucía. Esa acción de gracias no era óbice para detectar un mohín que denotaba la decepción por no lograr aquello que las encuestas le concedían.

Con razón dijo Griñán la misma noche electoral, en su comparecencia ante los periodistas, que el PSOE era un partido increíble. Yo apostillaría la afirmación del señor presidente en funciones de la Junta de Andalucía y le espetaría que lo que resulta asombroso para el resto de los españoles, estupefactos y cariacontecidos, es que un partido político siga disfrutando de las mieles del poder a pesar, insisto, del ambiente de degradación moral de unos dirigentes que, un día sí y otro también, se ven salpicados por prácticas corruptas. Qué antídoto habrán dispensado a sus electores para arrebatarles hasta la capacidad de autocrítica, conceptuando como algo normal aquello que no merece sino reprobación a ojos de cualquier ciudadano de bien. Y, a mayor abundamiento, como cooperadores necesarios en esta situación tenemos a Izquierda Unida, verdaderos triunfadores de las elecciones andaluzas: son ellos los que ostentan la llave de la gobernabilidad al no haber conseguido ninguno de los partidos mayoría absoluta. Los doce escaños obtenidos por la formación de Valderas conforman la bisagra que franqueará el camino al nuevo presidente de la Junta de Andalucía. Porque tanto Valderas como Cayo Lara, para respiro de Griñán, se han encargado de dejar bien claro que Andalucía no es Extremadura; es decir, que Izquierda Unida no se abstendrá en la sesión de investidura, sino que apoyará a sus hermanos del PSOE. Por lo tanto, a seguir perpetuando el chiringuito, el cortijo o como prefieran ustedes llamarlo.

Cayo Lara
¿Y qué tiene todo esto que ver con Extremadura? Muy sencillo: el incremento de votos experimentado por Izquierda Unida-Andalucía ha engallado a las huestes comandadas por Cayo Lara hasta el punto de que se cree en la necesidad de apretarle las tuercas a los dirigentes de su federación en Extremadura, persuadiéndoles de que modifiquen su postura de apoyo a la derecha de José Antonio Monago. Lo que no entiende el señor Cayo Lara, su fanatismo trasnochado se lo impide, es que tanto en Extremadura como en Andalucía la mayoría de la sociedad clamaba por un cambio de gobierno después de las prácticas de rodillo aplicadas por un “régimen” cuyos integrantes se creen los únicos representantes de las esencias democráticas, tildando de retrógrados al resto de fuerzas políticas que no comulgan con sus postulados. Y encima se vanaglorian de frases ripiosas en alusión a que la marea del PP ha sido detenida en el dique de Despeñaperros: la exaltación ideológica de Cayo Lara le incapacita para aprehender que esto no se trata de un juego de palabras, sino de la máxima expresión de la voluntad popular. Los españoles han querido que, en la hora actual, sea el Partido Popular el que se enfrente a las dificultades que acechan al presente y futuro de un país que otros, con anterioridad, han dejado a los pies de los caballos. No es fruto de la casualidad que el PP gobierne en once de las diecisiete Comunidades Autónomas – a la espera de lo que suceda en Asturias-, además de en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Por contra, el PSOE sólo preside, en solitario, las administraciones de Andalucía y País Vasco, aunque en esta última región con el apoyo de Basagoiti. La izquierda tiene la obligación de salir de las cavernas de la historia y darse cuenta de que el Partido Popular no es el enemigo a batir, sino la opción política mayoritariamente secundada por la ciudadanía.

En primer plano, de izquierda a derecha:
 Casco, Escobar y Nogales.
Figura clave en todo este drama es la de Pedro Escobar, coordinador regional de Izquierda Unida en Extremadura. Sobre él recaen el peso, y las críticas, de todo el edificio político que se ha construido desde que Monago ganara las elecciones hace casi un año. Hasta el momento no ha cedido a las presiones que ejercen tanto desde grupos descontentos de la propia coalición regional como, sobre todo, desde Madrid, con un Cayo Lara que no pierde ocasión para sermonear a su camarada del craso error cometido por propiciar el gobierno de un partido de derechas, haciendo uso de un discurso caduco y maniqueo impropio del siglo XXI. Además, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, también ha hecho acto de presencia un oportunista y alicaído Fernández Vara, permitiéndose el lujo de recordarle a Monago que, de continuar así las circunstancias, no descarta plantear una moción de censura. El que fuera militante de Alianza Popular en tiempos de Hernández Mancha tiene demasiada prisa en recuperar el poder que las urnas le negaron. Se le nota impaciente en sus declaraciones; parece ser que no se siente a gusto en la oposición, de ahí que esté moviendo todos los hilos posibles para convencer a Cayo Lara de que vuelva a meter en el redil a su díscolo pupilo. Pedro Escobar y los otros dos diputados de Izquierda Unida en la Asamblea de Extremadura -Víctor Casco y Alejandro Nogales- demuestran que en política es fundamental saber escuchar el clamor del pueblo, sin que ello suponga traicionar sus principios básicos. Poca gente les va a reconocer su sacrificio personal y político. Es más, estoy convencido que no serán reelegidos como miembros de sus órganos de dirección; por eso, vaya desde aquí mi reconocimiento a su ingrata labor.

Pacto PP-IU
En Extremadura se está ensayando una nueva forma de hacer política. El cambio operado el 22 de mayo de 2011 merece un voto de confianza que, bajo ningún concepto, debe estar sometido a presión alguna. Hasta el momento creo que Monago está ejerciendo la acción de gobierno sin pararse a pensar si dentro de equis meses va a verse sometido a una moción de censura, mostrando la coherencia exigida por quienes confiaron en su programa. Actuar de un modo distinto sería cometer un error inexcusable en alguien con su experiencia. Esa misma coherencia y responsabilidad sería deseable que se predicara del principal partido de la oposición, más entretenido en deslegitimar a un gobierno democrático que en proponer soluciones a los problemas que oprimen a la sociedad extremeña. Y es que no hay más que ver las sesiones de la asamblea para asombrarse por la insolencia con la que algunos diputados del PSOE, acostumbrados a perorar desde la bancada gubernamental, se refieren a sus compañeros del PP, rayana incluso en una falta de respeto censurable en todo un representante de la soberanía popular.

Ahora bien, con independencia de todo lo expuesto con anterioridad, el señor Monago tampoco puede negar que muchos de los votos por él obtenidos fueron cedidos en prenda por el colectivo de funcionarios para el cumplimiento de una obligación insoslayable: la de liberar a la Junta de Extremadura de los Altos Cargos y demás personal de libre designación (en concreto, de los Jefes de Servicio) que han estado “chupando del bote” durante tiempos inmemoriales. No escasean los compañeros que, bajo su condición de apolíticos o de progresistas críticos con la realidad deprimente de casi treinta años de monopolio socialista, se decidieron finalmente por un cambio de aires. Han pasado los meses y este cometido no termina de plasmarse. Somos muchos los que nos preguntamos si el Partido Popular no dispone del personal suficientemente cualificado como para sustituir a la vieja guardia del PSOE porque, de lo contrario, no entendemos muy bien esa dejación de funciones. A buen seguro que Monago tiene otras cuestiones más importantes de las que preocuparse, pero si quiere que su proyecto no se agriete por este flanco, debería ponerse manos a la obra y terminar de renovar la estructura administrativa de la Junta. Todo ello con tal de que su gobierno no constituya un pequeño paréntesis en la historia política de Extremadura.