lunes, 8 de agosto de 2016

Ese valiente malpartideño


 
 Campa por Malpartida de Cáceres un muchacho espigado, de piel morena adornada con algún que otro tatuaje, barba desaliñada de tres días -o más, que en esto no pongo la mano en el fuego-, atuendo informal, andares desenvueltos, rostro taciturno -sobre todo cuando por su mente sobrevuela la idea de una nueva novela- y con una mirada cargada de verdad, auténtica, risueña la mayoría de las veces, soñadora. Es fácil encontrárselo por cualquiera de sus calles con un cigarrillo de liar entre la comisura de los labios, apurando apresuradas caladas hasta casi quemarse las yemas de los dedos. Cualquiera que, sin conocerlo, se cruzase con él podría pensar que es uno de tantos jóvenes que llevan una vida aseadita, tirando a anodina, de esos que se levantan para ir a trabajar, hacen un alto en el camino para comer y vuelven de nuevo al tajo hasta que dan las ocho o las nueve de la noche, deseando llegar al hogar familiar donde le esperan parienta y vástagos. Es decir, rutina vulgar y corriente, sin sobresaltos, como la mayoría de la gente que nos rodea y con la que coincidimos a diario. Pero qué va, todo lo contrario. Así que ese mismo tipo volverá a toparse con él cualquier otro día de la semana mientras se toma unas cañas en la plaza de la Nora, en Casa Suárez, en Los Puris o donde se tercie -que para eso Malpartida alberga magníficas tascas en las que aliviar el gaznate en buena compañía-, y reincidirá en la torpeza de extraer la misma conclusión, y seguirá sin saber que el careto del que ocupa dos mesas más allá de la suya, sorbiendo cerveza con igual o mayor maestría de la que demuestra manejando la pluma, es el de alguien que acaba de culminar la proeza de publicar su tercera novela; no tendrá ni idea de que tiene ante sí a un escritor hecho y derecho, de una pieza, al que le adornan, entre otras virtudes, el tesón por conseguir todo aquello que se propone, lo cual es de admirar teniendo en cuenta que da rienda suelta a sus musas en los ratos libres que le dejan su trabajo y el cuidado de los dos churumbeles habidos en su relación con Laura, compañera fiel y depositaria de los desvelos de quien se dedica al noble oficio de las letras. Y entonces será el momento de espetarle a ese indocumentado que se deje de tanto cazar pokemons y se informe un poco más sobre la actualidad cultural de su pueblo, pues a estas alturas es imperdonable que Diego César Pedrera pase desapercibido entre sus vecinos.


   Cada vez son menos los malpartideños que desconocen esta faceta de César, aunque solo sea por el hecho de que el pasado viernes tuvo lugar, en el acogedor bar De Cine, la presentación de Esos valientes extremeños, la última de sus creaciones literarias. Y allí nos congregamos un puñado de seguidores y admiradores, en reconocimiento a una encomiable labor de investigación, documentación y redacción de las biografías de insignes extremeños a los que la historia ha tratado de manera desigual: unos recordados en buena dicha, como el ramillete de exploradores y conquistadores que cruzaron el charco en busca de gloria, fama y fortuna (Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro, Hernando de Soto o Francisco de Orellana); y otros desterrados incluso del imaginario popular, como ha sucedido con Feliciano Cuesta, Francisco Fernández Golfín, los hermanos Morales, Martín Cerezo, José Antonio Sarabia o Chico Cabrera. Todo ellos protagonizaron gestas memorables, pero el paso de los años ha hecho que solo unos pocos engrosaran el listado de quienes debían figurar en el frontispicio de los héroes nacionales. Y ese, precisamente, ha sido uno de los objetivos perseguidos en esta novela, el de vindicar y sacar a la luz las hazañas de un conjunto de paisanos injustamente olvidados, amén de recrearse en las aventuras de aquellos otros que el lector ya conoce de sobra -siquiera sea de oídas-, pero que nunca está de más volver a evocar bajo el estilo fresco, didáctico y desenfadado de nuestro autor, despojado de academicismos pero con el rigor que exige una empresa de este calado. Como dijo César durante la presentación, si los americanos tuvieran sólo a un par de estos valientes entre sus compatriotas, el coñazo que darían – y ya lo dan bastante- sería insoportable. Nosotros, que sí contamos con ellos, resulta que les pagamos con la moneda de la indiferencia y los enterramos bajo el ingrato manto del ostracismo. Un pueblo no puede ignorar a aquellos próceres que dieron lustre y realce a esta Extremadura nuestra, y es por eso por lo que les animo a que se adentren en la lectura de estas páginas que narran con pasión y maestría los avatares de unos hombres que hicieron historia; páginas que deben mucho a las excelentes ilustraciones realizadas por Jesús García, genio y figura que también dará mucho que hablar. 

2 comentarios:

  1. Gracias amigo por tu apoyo y sincera amistad.

    Diego C. Pedrera

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué menos, don César, que dedicar unas líneas en reconocimiento a ese talento natural que demuestras para la escritura.Tiene mucho mérito lo que haces. Un saludo.

      Eliminar