sábado, 19 de enero de 2013

El corrupto


   La última encuesta del Centro de Investigaciones sociológicas (CIS) situaba a la clase política como una de las principales preocupaciones de los españoles en una doble vertiente: por su inoperancia a la hora de sacarnos de una crisis económica a la que ellos mismos nos han abocado, y por la imagen de corrupción que se desprende de los representantes del pueblo. Pues bien, de la teoría del papel hemos pasado a la realidad de los hechos, y es que ya tenemos un nuevo escándalo de corrupción por parte del partido que gobierna esta desdichada España. Por lo que se ve, hay gentes que no necesitan acudir a Doña Manolita o la Bruja de Oro para tentar a la suerte; hay quien tiene las bolas del bombo marcadas y sabe qué décimos comprar, con lo cual le llueven los millones como por ensalmo. Y eso es hacer trampas, con la diferencia de que en el caso que nos ocupa habría que hablar, más que de trampas, de la comisión de delitos. Sí señores, ahí tenemos a Luis Bárcenas, ex gerente, ex tesorero y ex senador del PP con 22 milloncejos de euros en un banco suizo. ¿Dinero ganado lícitamente? Lo dudo; muy pocos se hacen ricos a fuerza de trabajar honradamente. Además, teniendo en cuenta que Bárcenas se encuentra imputado en la trama Gürtel, sobran los motivos para pensar que aquí la cosa huele a podrido. ¿Que estamos en un Estado de Derecho y que hay que probar su culpabilidad?, eso por descontado, pero a nadie se le escapa que con sus antecedentes tiene más probabilidades de conocer por dentro los barrotes de una celda a que siga paseándose por la calle con ese porte de señorito andaluz que le dan su melena engominada, sus canas señoriales, su tez morena y sus trajes a medida. Si en el pasado fue el PSOE el que tuvo que lidiar con los casos de financiación ilegal -Filesa tampoco queda tan lejos en el tiempo-, ahora es el Partido Popular quien tiene que enfrentarse con una de las lacras de la democracia: con la corrupción sistematizada.

   La cuestión se centra en saber si ese dinero corresponde al señor Bárcenas a título particular por los beneficios reportados por sus actividades empresariales o si, por el contrario, se trata de una cuenta oculta al fisco español utilizada para financiar ilegalmente al Partido Popular. Los máximos dirigentes de esta formación ya han salido raudos y veloces a negar cualquier vinculación de esos depósitos con la contabilidad del partido, y aunque aparentemente los desmentidos han sonado contundentes hay algo en el ambiente que no me termina de convencer. En el 2009, cuando Bárcenas fue imputado por el caso Gürtel, hasta Rajoy acudió en su auxilio para decir que él confiaba ciegamente en la labor de su tesorero, que nunca se podría probar su culpabilidad porque estaba seguro de su inocencia. Ahora, cuando las investigaciones de algunos medios de comunicación acumulan pruebas en su contra, no he notado la misma convicción en la defensa. De hecho, ante la publicación en el día de ayer por parte del diario El Mundo de que Bárcenas pagaba sobresueldos a gran parte de la cúpula del PP -en sobres que contenían entre 5.000 y 15.000 euros y que él mismo se encargaba de llevar personalmente a los beneficiarios del asunto-, lo único que se le ha ocurrido decir a María Dolores de Cospedal es que a ella no le consta esa práctica. Pues algo sí que debió constarle cuando fue ella misma la que se empeñó en apartarlo del cargo de tesorero en cuanto ocupó la secretaría general del partido en 2008. Por su parte, Rajoy se ha limitado a manifestar que no le temblará la mano si tiene conocimiento de que alguien de su partido se ha dedicado a prácticas impropias de su cargo. A ver si es verdad y no se cumple aquello que dijo Henry Kissinger de que el 90% de los políticos dan mala reputación al 10% restante; que no parezca que lo que abunda son los chorizos sin moral.

   ¿Qué credibilidad tiene la casta política cuando nos exigen a los ciudadanos que seamos comprensivos ante la batería de medidas de recorte que no cesan de adoptarse? ¿Por qué tenemos la sensación de que en este país sobran los corruptores y los corrompidos, dispuestos a cualquier ilegalidad para llenar su talega de millones a base de favores, recalificaciones de terrenos, contrataciones de obra pública, etc, etc? ¿Por qué tenemos la percepción de aquí se tapan unos a otros, de que nadie va a la cárcel ni devuelve el dinero que ha robado, de que están por encima del bien y del mal? ¿Por qué parece que los políticos gozan de un estatus de impunidad del que carecemos el resto de los mortales? ¿Por qué huele todo a componenda y a alcantarilla de cloaca? ¿Por qué tienen la poca vergüenza de seguir exigiéndonos mayores sacrificios cuando la sensación de que se están riendo de nosotros es ya insoportable? ¿Por qué llevan los mismos políticos 30 años viviendo del cuento? ¿Qué conocimientos atesoran para que una misma persona valga para ser presidente de una Comunidad Autónoma, Ministro de Defensa, presidente del Congreso de los Diputados...? ¿Es que son unos superdotados intelectuales y el resto no nos hemos dado cuenta?, porque es que ni el catedrático mejor preparado tendría el arrojo de aceptar tal sucesión de responsabilidades. Esto se ha convertido en una partitocracia que nada tiene que ver con una verdadera democracia representativa. Aquí todo ha evolucionado y todo se ha renovado menos el sector político, así que ya va siendo hora de que otros tomen el relevo. Pero estos nuevos políticos llamados a liderar el futuro de nuestro país desde el compromiso, la responsabilidad, la decencia y la honradez no pueden salir ni de las Nuevas Generaciones del Partido Popular ni de las Juventudes Socialistas, puesto que estas organizaciones juveniles que surgen al amparo de los dos grandes partidos están contaminadas por los mismos defectos de sus mayores. Tendríamos que estar gobernados por gente que haya demostrado su competencia y su valía en sus respectivas profesiones, por personas que hayan cotizado a la seguridad social y no simplemente haber hecho pasillos en las sedes de los partidos, preocupados únicamente en pasar la mano por el hombro del macho alfa para ver si les cae algún cargo. Hay que aprovechar esta crisis del sistema actual para modificar el propio sistema en sí. Ese cambio debe hacerse desde dentro de los propios partidos políticos para que de una vez por todas se conviertan en auténticos instrumentos de participación al servicio de la sociedad. Mientras no se produzca este cambio seguiremos siendo espectadores atónitos de espectáculos como éste: que todo un Senador pueda regularizar 10 millones de euros sin ningún tipo de sanción, mientras que al pobre trabajador que se le olvida hacer la declaración de la renta lo machacan sin contemplaciones. O se mueve ficha o el castillo de naipes se viene abajo.

martes, 8 de enero de 2013

Con el permiso de Vuestra Majestad


Televisión Española llevaba varios días promocionando la entrevista que el mítico periodista Jesús Hermida había mantenido con Don Juan Carlos con motivo del setenta y cinco aniversario del monarca. Se nos prometía que sería una cita histórica, pues era la primera vez que el Rey hablaba en ese formato para una televisión. Se suponía que media España se congregaría en torno al televisor para escuchar lo que Su Majestad tenía que contarle al pueblo español en un tono menos solemne que el usado en los discursos de Nochebuena, sin rehuir los temas más polémicos que sacuden a nuestra sociedad: descrédito de la clase política, deriva independentista de Cataluña, crisis económica, paro y el caso Urdangarín entre otros asuntos. Decía el director de los Servicios Informativos, Julio Somoano, en la presentación de la entrevista que la misma había sido perseguida durante más de una década y que su materialización constituía un hito que formaría parte de la Historia de España. Así es como se nos vendía el producto. La realidad, sin embargo, ha sido bien distinta. Y es que cuando las expectativas depositadas son tan altas se corre el riesgo de sufrir un fracaso estrepitoso. Este, por desgracia, ha sido el caso.

   La entrevista se grabó el 27 de diciembre y fue emitida en horario de prime time la noche del viernes 4 de enero, víspera del cumpleaños del Jefe del Estado. Y allí, en el Palacio de la Zarzuela, se encontraron la verborrea del periodista y la parquedad del monarca. Desde los primeros instantes se vio que Hermida, que ha sido cocinero antes que fraile y que tuvo el privilegio de retransmitir la llegada del hombre a la luna en aquella televisión en blanco y negro de un 21 de julio de 1969, se olvidó del noble oficio que ha ejercido tan brillantemente durante tantos años para, en algo más de veinte minutos, echar por tierra toda una trayectoria profesional para interpretar el papel menos decoroso de cortesano adulador. Ni Jaime Peñafiel en sus mejores tiempos le habría dedicado tantas loas y alabanzas como hizo don Jesús en la noche de autos. Desconozco si era estrictamente necesario, teniendo en cuenta la finalidad perseguida de buscar la cercanía de la Corona con el pueblo, que se dedicara tanta retahíla de “Vuestra Majestad” a cada preguntaba que se formulaba, dando la sensación como si el Rey viniera de otro planeta o perteneciera a otra época. El hecho es que tanto formalismo desvirtuó el experimento. Más que a las palabra del Rey, los espectadores estábamos más atentos a los gestos y la entonación de Hermida: sólo faltó que se hincara de rodillas, inclinara la cabeza con gesto enérgico y besara la mano de Don Juan Carlos. Algunos llegamos a pensar que lo haría, lo cual hubiera sido un momento apoteósico, idóneo por otra parte para sacar a la audiencia del letargo soporífero en que nos hallábamos ante un cuestionario plagado de interrogantes trasnochados y caducos. Eso sí que nos hubiera traído de vuelta de nuestro paseo lunar.

Se ha perdido una extraordinaria ocasión para escuchar por boca del Rey referirse a los temas que preocupan de verdad a los españoles, puesto que lo de recrearse en los méritos logrados durante treinta y siete años de reinado bien podría haberse dejado para un documental como Dios manda, que para eso los de Informe Semanal sí son unos fenómenos. Pero como uno no tiene ocasión todos los días de sentar al Monarca a su mesa para preguntarle sobre el presente y el futuro de nuestro país, tanto desde los Servicios Informativos de TVE como desde el gabinete de comunicación de Zarzuela han estado torpes a la hora de enfocar este decepcionante acontecimiento. No es que le neguemos al Rey la posibilidad de elogiar los valores que nos han llevado a culminar con éxito la transición de una dictadura a una democracia, ni mucho menos, lo que sucede es que se esperaba demasiado de este encuentro como para haberlo desaprovechado de esta manera tan absurda. Es como si David Frost, en las cuatro entrevistas que mantuvo con Richard Nixon, se hubiera limitado a dorarle la píldora recordándole los éxitos logrados durante su presidencia sin hacer mención al escándalo del Wategarte. Pues algo parecido es lo que ha ocurrido aquí, así que habrá que esperar otros doce o quince años para que se nos vuelva a plantear una nueva oportunidad. Por otra parte me deja perplejo que, teniendo en cuenta que la entrevista se grabó el 27 de diciembre y que no se emitió hasta pasados ocho días, nadie reparara en que el resultado de tantos esfuerzos periodísticos era algo insulso, anodino, insustancial, que no aportaba nada nuevo. No hay que ser un catedrático en Teoría de la Comunicación para darse cuenta que esto, más que lavado de cara para la Monarquía, iba a suponer un lastre más para la imagen de una institución que no pasa por sus mejores momentos. Y todo esto lo dice un monárquico convencido como yo, no sólo juancarlista, que contempla con estupor cómo el símbolo de la unidad y permanencia del Estado pierde popularidad a través de vías de agua abiertas por un malhadado yerno que ha puesto en jaque a siglos de tradición. Por eso, insisto en una idea que ya he planteado en otras ocasiones: si algún día llega la III República no será por méritos propios sino por errores ajenos.