La última encuesta del Centro de Investigaciones sociológicas (CIS) situaba a la clase política como una de las principales preocupaciones de los españoles en una doble vertiente: por su inoperancia a la hora de sacarnos de una crisis económica a la que ellos mismos nos han abocado, y por la imagen de corrupción que se desprende de los representantes del pueblo. Pues bien, de la teoría del papel hemos pasado a la realidad de los hechos, y es que ya tenemos un nuevo escándalo de corrupción por parte del partido que gobierna esta desdichada España. Por lo
que se ve, hay gentes que no necesitan acudir a Doña Manolita o la
Bruja de Oro para tentar a la suerte; hay quien tiene las bolas del
bombo marcadas y sabe qué décimos comprar, con lo cual le llueven
los millones como por ensalmo. Y eso es hacer trampas, con la
diferencia de que en el caso que nos ocupa habría que hablar, más
que de trampas, de la comisión de delitos. Sí señores, ahí
tenemos a Luis Bárcenas, ex gerente, ex tesorero y ex senador del PP
con 22 milloncejos de euros en un banco suizo. ¿Dinero ganado
lícitamente? Lo dudo; muy pocos se hacen ricos a fuerza de trabajar
honradamente. Además, teniendo en cuenta que Bárcenas se encuentra
imputado en la trama Gürtel, sobran los motivos para pensar que aquí
la cosa huele a podrido. ¿Que estamos en un Estado de Derecho y que
hay que probar su culpabilidad?, eso por descontado, pero a nadie se
le escapa que con sus antecedentes tiene más probabilidades de
conocer por dentro los barrotes de una celda a que siga paseándose
por la calle con ese porte de señorito andaluz que le dan su melena
engominada, sus canas señoriales, su tez morena y sus trajes a
medida. Si en el pasado fue el PSOE el que tuvo que lidiar con los
casos de financiación ilegal -Filesa tampoco queda tan lejos en el
tiempo-, ahora es el Partido Popular quien tiene que enfrentarse con
una de las lacras de la democracia: con la corrupción sistematizada.
La cuestión se centra
en saber si ese dinero corresponde al señor Bárcenas a título
particular por los beneficios reportados por sus actividades
empresariales o si, por el contrario, se trata de una cuenta oculta
al fisco español utilizada para financiar ilegalmente al Partido
Popular. Los máximos dirigentes de esta formación ya han salido
raudos y veloces a negar cualquier vinculación de esos depósitos
con la contabilidad del partido, y aunque aparentemente los
desmentidos han sonado contundentes hay algo en el ambiente que no me
termina de convencer. En el 2009, cuando Bárcenas fue imputado por
el caso Gürtel, hasta Rajoy acudió en su auxilio para decir que él
confiaba ciegamente en la labor de su tesorero, que nunca se podría
probar su culpabilidad porque estaba seguro de su inocencia. Ahora,
cuando las investigaciones de algunos medios de comunicación
acumulan pruebas en su contra, no he notado la misma convicción en
la defensa. De hecho, ante la publicación en el día de ayer por
parte del diario El Mundo de que Bárcenas pagaba sobresueldos a gran
parte de la cúpula del PP -en sobres que contenían entre 5.000 y
15.000 euros y que él mismo se encargaba de llevar personalmente a
los beneficiarios del asunto-, lo único que se le ha ocurrido decir
a María Dolores de Cospedal es que a ella no le consta esa práctica.
Pues algo sí que debió constarle cuando fue ella misma la que se
empeñó en apartarlo del cargo de tesorero en cuanto ocupó la
secretaría general del partido en 2008. Por su parte, Rajoy se ha
limitado a manifestar que no le temblará la mano si tiene
conocimiento de que alguien de su partido se ha dedicado a prácticas
impropias de su cargo. A ver si es verdad y no se cumple aquello que
dijo Henry Kissinger de que el 90% de los políticos dan mala
reputación al 10% restante; que no parezca que lo que abunda son los
chorizos sin moral.
¿Qué credibilidad
tiene la casta política cuando nos exigen a los ciudadanos que
seamos comprensivos ante la batería de medidas de recorte que no
cesan de adoptarse? ¿Por qué tenemos la sensación de que en este
país sobran los corruptores y los corrompidos, dispuestos a
cualquier ilegalidad para llenar su talega de millones a base de
favores, recalificaciones de terrenos, contrataciones de obra
pública, etc, etc? ¿Por qué tenemos la percepción de aquí se
tapan unos a otros, de que nadie va a la cárcel ni devuelve el
dinero que ha robado, de que están por encima del bien y del mal?
¿Por qué parece que los políticos gozan de un estatus de impunidad
del que carecemos el resto de los mortales? ¿Por qué huele todo a
componenda y a alcantarilla de cloaca? ¿Por qué tienen la poca
vergüenza de seguir exigiéndonos mayores sacrificios cuando la
sensación de que se están riendo de nosotros es ya insoportable?
¿Por qué llevan los mismos políticos 30 años viviendo del cuento?
¿Qué conocimientos atesoran para que una misma persona valga para
ser presidente de una Comunidad Autónoma, Ministro de Defensa,
presidente del Congreso de los Diputados...? ¿Es que son unos
superdotados intelectuales y el resto no nos hemos dado cuenta?,
porque es que ni el catedrático mejor preparado tendría el arrojo
de aceptar tal sucesión
de responsabilidades. Esto se ha convertido en una partitocracia que
nada tiene que ver con una verdadera democracia representativa. Aquí
todo ha evolucionado y todo se ha renovado menos el sector político,
así que ya va siendo hora de que otros tomen el relevo. Pero estos
nuevos políticos llamados a liderar el futuro de nuestro país desde
el compromiso, la responsabilidad, la decencia y la honradez no
pueden salir ni de las Nuevas Generaciones del Partido Popular ni de
las Juventudes Socialistas, puesto que estas organizaciones juveniles
que surgen al amparo de los dos grandes partidos están contaminadas
por los mismos defectos de sus mayores. Tendríamos que estar
gobernados por gente que haya demostrado su competencia y su valía
en sus respectivas profesiones, por personas que hayan cotizado a la
seguridad social y no simplemente haber hecho pasillos en las sedes
de los partidos, preocupados únicamente en pasar la mano por el
hombro del macho alfa para ver si les cae algún cargo. Hay que
aprovechar esta crisis del sistema actual para modificar el propio
sistema en sí. Ese cambio debe hacerse desde dentro de los propios
partidos políticos para que de una vez por todas se conviertan en
auténticos instrumentos de participación al servicio de la
sociedad. Mientras no se produzca este cambio seguiremos siendo
espectadores atónitos de espectáculos como éste: que todo un
Senador pueda regularizar 10 millones de euros sin ningún tipo de
sanción, mientras que al pobre trabajador que se le olvida hacer la
declaración de la renta lo machacan sin contemplaciones. O se mueve
ficha o el castillo de naipes se viene abajo.
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