El funeral
por Nelson Mandela ha tenido a más protagonistas que al propio finado, por lo
menos si situamos el foco de atención en el palco de autoridades. A Madiba era
imposible robarle protagonismo allá donde acudiera como invitado, y mucho menos
iba a suceder eso en la ceremonia organizada para que el mundo se despidiera
del padre de la Sudáfrica moderna. Pero ha habido algunos que, sin quererlo,
han sido catapultados al primer plano de los medios de comunicación. Que se lo
pregunten al matrimonio Obama o, más en concreto, a Barack, ese que llegó a la
Casa Blanca con un eslogan – “yes, we can”- y una sonrisa cautivadoras, y que
habrá tenido que dar más de una explicación a su esposa por el tonteo que se
traía con la presidenta del Gobierno danés, una rubia muy aparente llamada
Helle Thorning-Schmidt. Y es que, mientras el mundo lloraba a Mandela, ellos se
lo pasaban en grande haciéndose fotos y poniendo poses cual picarones
adolescentes. Hasta dónde no llegaría la cosa que la propia Michelle, después
de una serie de infructuosas miradas asesinas, tuvo que sentarse entre los dos
para que el asunto no pasara a mayores. Obama, arrepentido por lo sucedido, o
consciente del chaparrón que le iba a caer, trató de arreglarlo cogiendo
suavemente la mano de su mujer, besándola en procura de perdón. Sabía que había
metido la mata y que esa noche nada ni nadie salvarían al hombre más poderoso
del mundo de dormir en el sofá.
Pero antes de ese
momento estelar, la noticia estaba en que, por primera vez desde el bloqueo de
Cuba a comienzos de los años sesenta, un presidente norteamericano estrechaba
la mano de un Castro: de Raúl, el hermanísimo del camarada Fidel. Cruzaron unas
palabras ante la atenta mirada de los que les rodeaban, que no terminaban de
creérselo. No sabemos si hablaron en español, en inglés o en spanglish, lo que
sí es seguro es que no se felicitarían las Navidades. Y es que cincuenta años
de embargo no se olvidan de la noche a la mañana, y menos aún los múltiples
intentos de los servicios secretos norteamericanos por quitarse de en medio al
escurridizo Fidel. Después, como si hubieran hecho algo reprobable, los dos
mandatarios se han justificado diciendo que una cosa no quita la otra, que la
educación no está reñida con el odio acérrimo que se profesan. Una vez
consumado el estrechón de manos, quizás Obama tomó conciencia de lo que acababa
de hacer, del tirón de orejas que le darían sus conciudadanos por compadrear
con el tirano que mantiene sumida a la perla de las Antillas en una dictadura
que no parece tener fin. Y, puestos a especular, ese temor a ser reprendido por
parte de sus electores podría haber sido el causante que le impidió gobernar su
voluntad para evitar las inapropiadas carantoñas con la rubia de postín. Pero,
sin duda perturbado por el abrazo del comunista, creo que no supo medir las consecuencias
de sus actos, porque si para tratar de congraciarse con su pueblo ha optado por
ponerse en evidencia ante su mujer, no sabe este buen hombre lo que ha hecho. Donde
había un problema, ha creado otro.
Pero para
papelón, el desempeñado por el intérprete de signos durante las exequias. Resulta
que Thamsanqa Jantjie, que así se llama el mozo de treinta y cuatro años
encargado de transmitir el mensaje de los líderes mundiales allí congregados a
las personas sordomudas que veían el acontecimiento por televisión, estaba
haciendo un paripé del copón. Sí, ciertamente el muchacho no paraba de mover
las manos acá y allá, y parecía que dominaba la lengua de signos como los
ángeles, pero los únicos ángeles que revoloteaban por allí eran los que se
colaron en su cabeza. Ha reconocido el falso intérprete que sufrió un ataque
psicótico y que su prioridad en aquellos momentos críticos consistió en
recobrar la calma lo antes posible, sin que se notara que a él lo que le
apetecía de verdad era hacer caso a las vocecitas que oía en su interior y que
le animaban a realizar un favor a la humanidad, acuchillando en riguroso directo a
Obama, a Castro, a Dilma Rousseff, al premier Cameron y a todo el que se le
pusiera por delante. ¿Se lo imaginan? La escabechina pudo haber sido de órdago.
Menos mal que, a lo que parece, el tal Thamsanqa se hizo con las riendas de su
mollera y logró embridar sus ansias asesinas. Parece ser que este señor no
tenía suficiente con sus quince minutos de fama que reclamaba Andy Warhol para
todo hijo de vecino y decidió chupar cámara por su cuenta y riesgo. ¡Y qué
exitazo, oigan! ¡No se habla de otra cosa! Las travesuras de Obama a su lado han
quedado en un juego de niños. Aunque seguro que la Primera Dama no piensa lo mismo,
que para ella la desenfadada actitud de su marido ante el cuerpo presente de
uno de los hombres más importantes del siglo XX no tiene perdón de Dios, por
mucho que la aparición estelar del amiguete Thamsanqa hayan restado importancia
a los coqueteos del señor presidente de los Estados Unidos. Ni los hermanos Marx hubiran imaginado un guión tan genial.