viernes, 17 de julio de 2015

¡Opositores, indignaos!


  
  No ha pasado todavía una semana y aún sigo lamiéndome las heridas. Supongo que la cosa tardará en cicatrizar, porque la cornada ha sido de doble trayectoria, afectando a órganos vitales. Resulta que uno acudía al examen de oposición pertrechado con los aperos propios de la ilusión y una pizca de los nervios típicos de tamaño envite, pero con la confianza de salir airoso después del esfuerzo dedicado en obtener una plaza fija en la Administración Pública. Y, oigan, créanme si les digo que he salido trasquilado de la faena: el morlaco me ha pillado a traición, con ensañamiento, lanzándome por los aires y haciendo de mí poco menos que un muñeco de trapo al que pisotear sin contemplaciones. La cosa es que mientras el miura se daba un buen festín a mi costa, empellón va y empellón viene, no salía de mi asombro al comprobar cómo otros muchos infelices corrían la misma suerte que yo. Por lo tanto, sirva este artículo como remedio para tratar de curar las contusiones. Ya les adelanto que no bastará con simple mercromina, sino que habrá que emplear cirugía invasiva.

    Lo que hemos experimentado los opositores este pasado domingo ha sido lo que podríamos denominar una auténtica encerrona. Dicen que los que tenían la desgracia de vérselas con el Tibunal del Santo Oficio estaban sentenciados a morir de antemano porque estaba todo atado y bien atado; pues algo por el estilo podría predicarse con respecto al Tribunal Calificador de las oposiciones para Auxiliar Administrativo de la Junta de Extremadura: sus miembros no han tenido compasión de los desdichados que hemos desfilado por los corrales. Íbamos al matadero y no lo sabíamos. Me imagino sus torvas miradas mientras preparaban las preguntas del examen que, más que preguntas, eran auténticos proyectiles lanzados contra la línea de flotación de la moral y la esperanza de quienes hemos apostado parte de nuestro tiempo, salud y dinero en la ingrata tarea de obtener una plaza fija. Mientras hacíamos el examen, y utilizo el plural porque es la sensación que me ha transmitido la inmensa mayoría de los compañeros con los que he tenido la oportunidad de hablar, se nos iba quedando cara de idiotas, al mismo tiempo que aumentaba el encabronamiento ante lo que contemplaban nuestros incrédulos ojos, no por los enunciados de las preguntas en sí, sino más bien por las intrincadas respuestas que se abrían a nuestro paso. A uno le iban entrando unas ganas irrefrenables de levantarse del pupitre y estamparle el examen de marras en el careto de los esmerados cuidadores encargados de velar por el buen orden en las aulas donde se celebraban las pruebas. Pero después de algunos segundos, pensando en que tenías más que perder que otra cosa, tratabas de recomponer la compostura y hacías denodados esfuerzos por embridar tu mala hostia pensando en que no debías ponerte a la misma altura que aquellos a los que criticabas, sin que eso fuera obstáculo para que te acordaras de los parientes de todos y cada uno de ellos. Una muestra inequívoca de las maquiavélicas intenciones de estos señores es que, al igual que otros muchos de mis compañeros, en una primera vuelta dejé en blanco las cuatro primeras preguntas, con lo cual la moral empezó a resquebrajarse desde el inicio. Otras veces, a medida que iba avanzando, leía los enunciados y esbozaba una triunfal sonrisa, como diciendo que ésa me la sabía y que el tribunal no me iba a pillar con el paso cambiado. Pero no pasaban más de cinco segundos para darte cuenta de que se trataba de un espejismo, que el tribunal había hecho a la perfección su tarea de acoso y derribo, y al instante te volvías a enfrascar en la pesadilla que estabas viviendo porque, por mucho que releyeras una y otra vez las respuestas, dudabas entre dos o tres opciones a la hora de contestar, y cuando te decidías por una con la seguridad de que ésa era la correcta y estabas dispuesto a dejarte cortar un brazo en caso contrario, resulta que vas y también la fallas, y te acuerdas entonces que menos mal que lo de cortarse el brazo era pura metáfora.


   
Cuando terminó el examen tuve una extraña sensación: no sabía si tirarme al cuello de los del tribunal o, por el contrario, darme de cabezazos en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Decidí hacer caso a mis instintos y dejé lo de los cabezazos para peor ocasión. Nada más abandonar el aula me fui cruzando con almas en pena que deambulaban por los pasillos de la facultad con el semblante pálido. Al igual que yo, no se podían creer que después de meternos entre pecho y espalda un temario engañoso en cuanto al número de temas pero temible en cuanto a su contenido, no sabíamos si íbamos a pasar el corte o no. Nuestras dudas se disiparon al cabo de una hora, cuando los encargados del engendro tuvieron a bien exponer la plantilla de respuestas. No tardó en organizarse un remolino de gente alrededor, con sus teléfonos móviles en sus temblorosas manos para capturar la foto del santo grial. Cada vez estábamos más cerca de saber si alcanzaríamos la tierra prometida o, muy por el contrario, descenderíamos a los infiernos. Hice la instantánea como pude entre esa marabunta y, acto seguido, emprendí el camino a casa aturdido ante lo que presentía que se me venía encima. Mis peores presagios no me defraudaron: conforme iba corrigiendo el examen, con un cigarrillo entre la comisura de los labios que iba consumiéndose sin pena ni gloria ante la falta de caladas, por un momento llegué a pensar que se habían confundido en la solución de las preguntas, puesto que no era normal ver salpicada mi hoja de respuestas con tantos puntitos negros que delataban los errores cometidos. Fue en ese preciso momento cuando llegué a la irrefutable conclusión de que el tribunal se había reído de nosotros en nuestra propia cara.

    Lo de la mayoría de los tribunales de oposiciones en esta convocatoria ha sido de vergüenza. A más de uno de sus componentes me gustaría verlo haciendo el examen que ellos mismos han elaborado para comprobar si eran capaces de superarlo. Y es que resulta muy fácil hacer las preguntas tipo test con la ley por delante, sin ponerse en la piel del opositor. Está más que claro que lo de la empatía no va con ellos. He escuchado incluso que la presidenta de mi tribunal, el de auxiliar administrativo, andaba muy disgustada por los módulos del III Milenio ante los rumores que le están llegando de que el examen había sido muy complicado. Señora mía, deje usted de sufrir que ya se lo confirmo yo: el examen ha sido como para que una comisión de examinandos vayamos en comitiva en su búsqueda para correrla a gorrazos, a usted y a sus secuaces, porque no es de recibo que gente cualificada y muy bien preparada no hayan aprobado un ejercicio cuyo nivel de exigencia está muy por encima de la titulación de graduado escolar que se requiere para acceder a esa categoría. Si hay que poner un examen acorde con ese nivel de conocimientos y con ello crear una bolsa de trabajo de cientos de aspirantes, que así sea, pero no vengan ustedes a cachondearse de nosotros, y menos aún que jueguen con nuestro futuro de esa manera tan despiadada. Visto lo visto, habrá que ir pensando en cambiar el sistema de elección de los tribunales calificadores porque con el de esta convocatoria se han lucido. Lo que han perpetrado no tiene nombre; mejor dicho, sí lo tiene pero me lo voy a callar para que no me lluevan las demandas. ¿Para esto se han estado ustedes reuniendo durante semanas, con el consabido cobro de dietas, para plantarnos unos exámenes que hasta cualquiera que se estuviera preparando judicatura sudaría la gota gorda para sacar un miserable cinco? ¡Pero qué clase de desfachatez es esta! ¿Quiénes se han creído ustedes que son para jugar con el pan de la gente de esta forma tan miserable? ¿O es que ya no se acuerdan de que también ustedes fueron en su día opositores? ¿Con qué ánimo y motivación vuelve uno a zambullirse en esta locura si, con toda probabilidad, va a tener en frente a cinco individuos más preocupados en quitarse a gente de las bolsas de trabajo que en comprobar si poseen los conocimientos necesarios para desempeñar su trabajo con eficiencia? Evidentemente que un examen de oposición -donde solo llegan a la meta final los elegidos- no tiene que ser fácil, pero de ahí a lo que ha acontecido durante estas semanas media un abismo. Ustedes, al igual que yo, no desconocen que la mayoría de los interinos que formamos parte del cuerpo auxiliar administrativo somos licenciados y diplomados; es decir, que hemos estudiado una carrera universitaria y poseemos la capacidad intelectual suficiente como para superar con solvencia ciertas pruebas, por lo cual no queda más remedio que concluir que, en esta ocasión, los que han fracasado no hemos sido los opositores sino ustedes con su infinita torpeza. Señores miembros y miembras de tribunales, bájense del púlpito desde el que otean con desdén el proceloso mundo de las oposiciones porque con su incomprensible actitud están consumando una auténtica injusticia, dejando tiradas por el camino las ilusiones de personas que luchan hasta la extenuación por conseguir una plaza fija en el ámbito de la Administración Pública. Es más, me atrevo a decir que ustedes no están cualificados para ser miembros de tribunales: así lo han demostrado con su infinita torpeza a la hora de elaborar unos exámenes más propios de quienes aspiran a ser astronautas en lugar de simples servidores públicos.

   
En fin, que todos tenemos derecho al pataleo y yo no voy a ser menos, más aún cuando he dedicado tanto tiempo y sacrificio en preparar una prueba de fondo en la que, al final, me he caído con todo el equipo gracias a unos señores que vaya usted a saber cómo conseguirían ellos sus plazas de funcionarios. No voy a negar que escribo este post con la rabia de no haber aprobado un examen para que el sé que estoy preparado, y como yo otros cientos de opositores que nos hemos visto apeados del camino del éxito por las malvadas ocurrencias de un grupete empeñado en plantear una prueba de conocimientos que ni ellos mismos hubieran superado. No les voy a dar el gusto de decirles que me siento un fracasado, pero sí es cierto que esto le queda a uno tocado durante algún tiempo. Ustedes habrán logrado su objetivo de echar por tierra las ilusiones de quienes acudíamos a esta cita con la esperanza de lograr algún resultado positivo. El mío, por contra, habrá de esperar a mejor ocasión, se pospone hasta nuevo aviso, pero lo cierto es que no tiraré la toalla por mucho que se empeñen en hacer de las oposiciones de la Junta de Extremadura un terreno abonado al desaliento. Desde aquí hago un llamamiento a la indignación, a no a sucumbir ante la injusticia, la soberbia y la prepotencia. Después de esta desagradable experiencia, queda patente que la Junta no respeta a sus futuros empleados, muchos de ellos ya interinos a su servicio. Ni en la empresa privada se nos trataría tan mal. Entre otros motivos, aparte de los ya expuestos, porque no es de recibo que tengamos que soportar la incertidumbre de desconocer fechas concretas de exámenes hasta dos o tres meses antes: qué sentido tiene, si no es para regodearse en el sufrimiento ajeno, que nos hayamos examinado en julio de 2015 cuando resulta que la convocatoria se publicó en diciembre de 2013. Parece ser que Vara, durante la campaña electoral, prometió que iba a corregir este desaguisado. Esperemos que así sea y no se quede en papel mojado.