lunes, 10 de noviembre de 2014

Desde Canarias con amor.


Si me pareciera a César Vidal y atesorara en mi precaria memoria los conocimientos históricos del otrora locutor de la Cadena COPE, me habría gustado empezar este artículo con su famosa entradilla al estilo “Corría el año 26 a.C. cuando el cónsul Fulano...”, con la que el prolífico y polifacético escritor madrileño iniciaba sus programas, haciendo un paralelismo entre los acontecimientos históricos de la Antigua Roma y el presente. Pero no, puesto que carezco de esas dotes, me limitaré a decir que... “parecía uno de los nuestros, pero nos equivocamos de cojones”. Los que creíamos en él lo veíamos como uno de los pocos políticos con la fuerza moral suficiente como  para destapar las alcantarillas de la corrupción, como el Elliot Ness de la política, incansable en su lucha por desenmascarar a los tramposos. Llevaba varias semanas criticando con dureza los abusos del sistema, exigiendo contundencia para atajar la lacra de la corrupción, sobre todo después del escándalo de la Operación Púnica. Tanto partidarios como detractores valoraban su valentía por no callar y por decir lo que todos pensábamos. Se había convertido en un referente nacional en esta materia y, por esa misma circunstancia, le habían salido enemigos hasta de debajo de las piedras. Pues bien, me estoy refiriendo al señor Monago, el cual, durante su etapa como senador, realizó treinta y dos viajes a Tenerife -entre mayo de 2009 y noviembre de 2010-, para visitar a su pareja de entonces con cargo a los presupuestos de la Cámara Alta. Media vida dedicada a la política tirada por la borda por diez mil cochinos euros. No se juzga en este post la vida privada del señor Monago, pero sí las consecuencias que los actos de la esfera privada tienen cuando uno ocupa un cargo público, mucho más si se es presidente de una Comunidad Autónoma. El pretender dar ejemplo con discursos adornados de buenas intenciones de nada sirve si no va seguido de hechos que lo certifiquen, y en esto último es donde ha errado el señor Monago.

   La noticia se expandió como la pólvora, sobre todo porque el presidente extremeño se había prodigado últimamente en el púlpito de los medios de comunicación para dar lecciones de honradez, rectitud y pulcritud en cuanto a la tarea de administrar el dinero que con tanto sacrificio aportamos los ciudadanos a las arcas del Estado, reclamando tolerancia cero para quienes defraudaban la confianza de quienes los habían votado. Y claro, había más de uno con la escopeta cargada esperando la ocasión para atizarle en toda la boca, que ya se sabe que en este mundillo cruel de la política hay muchas cuentas que ajustar y mucho envidioso dispuesto a quitar de en medio a quienes se interpongan en la consecución de sus bastardos intereses. Monago reconoce que se esperaba este ataque, que le habían prevenido de que esto podría suceder. Sea como fuere, el caso es que su reacción ante la noticia, intentando justificar lo injustificable, ha sido de una torpeza infinita, ofreciendo versiones contradictorias sobre los viajes en cuestión: primero, que si los hizo por motivos exclusivamente relacionados con su cargo de senador; después -visto que sus palabras revestidas de boato y solemnidad sonaron huecas y mentirosas-, que si devolvería hasta el último céntimo de lo que se supone que habían costado sus idas y venidas a las islas afortunadas para visitar a su ex pareja, reconociendo implícitamente que había faltado a la verdad en sus declaraciones del día anterior. ¿Entonces, vamos a ver que yo me entere, Sr. Presidente: utilizó usted su condición de senador para viajar gratis total por asuntos privados, o pagó usted religiosamente los billetes de avión? ¿Puso rumbo al archipiélago por motivos estrictamente profesionales, o aprovechó la coyuntura para reconvertir esas jornadas en viajes de placer?

  Desde que supimos del escándalo a través del diario digital Público.es, Monago se ha mostrado sospechosamente dubitativo a la hora de defender su honorabilidad y, dadas las circunstancias, no hay tema que requiera una mayor contundencia en cuanto a la dación de explicaciones que este que nos ocupa, estando la gente rebotada como está ante tanto desmán y tanto sinvergüenza. La mayoría pensábamos que el Presidente de la Junta de Extremadura nada tenía que ver con ese puñado de politicastros que se valen de sus cargos para obtener toda clase de beneficios -algunos en forma de comisiones ilegales y otros ahorrándose calderilla-, que era un tipo de fiar al que no le temblaba el pulso cuando se trataba de poner firmes a los listillos de turno que se lo estaban llevando crudo. Pues... parece ser que no, que también él cojeaba de la misma pata, con lo cual la decepción por parte de sus seguidores, tanto de su mismo partido como de otras tendencias ideológicas, ha sido morrocutada. Monago no solamente ha dilapidado su crédito político, sino que también ha echado por tierra la esperanza de muchos ciudadanos que lo veían como el abanderado de una regeneración que se hace más urgente cada día que pasa. Él es el único responsable de su caída. Pues bien, ahora se presenta una ocasión de oro para demostrarnos que, efectivamente, a pesar de su error, en esencia no era igual que los demás: es el momento para dar un paso al frente y entonar el “mea culpa”. Está tardando en convocar una rueda de prensa en la que presente su dimisión irrevocable, más aún cuando ha pasado ya casi una semana desde que se conoció el escándalo y sus explicaciones no han terminado de convencer. Es hora de que se dé un baño de realidad y afronte las consecuencias políticas de sus actos. Los aplausos y las palmaditas en la espalda de este fin de semana pasado en Cáceres, durante la celebración de las “Jornadas de Estabilidad y Buen Gobierno en Comunidades Autónomas” -parece coña, pero ese es el título de las jornadas-, así como las consiguientes lágrimas vertidas por el presidente, no hacen más que reafirmarnos en la convicción mil veces comprobada de que nuestros representantes viven ajenos a la realidad. No dudamos de la credibilidad de su llanto, no ponemos en tela de juicio que lo que corría por sus mejillas era agua salina, pero eso, a estas alturas, es lo de menos. Señor presidente, hay que llorar por otras cosas, no por eso. Ha actuado como el niño al que pillan infraganti "cogiendo prestadas" chucherías de la tienda, llorando a moco tendido cuando le hacen ver que eso está mal y no es digno de personas decentes. Pues algo parecido le ha ocurrido a usted: que hasta que no le han afeado su conducta no ha sido consciente de la metedura de pata.

    Pudo haber cortado de raíz los rumores sobre este asunto, reconociendo desde un primer momento que se había equivocado y dimitiendo acto seguido. Si así lo hubiera hecho, habría quedado como un señor y, a buen seguro, que la hemeroteca le recordaría más por ese gesto de arrepentimiento que por sus denodados esfuerzos en ocultar lo que al fin y a la postre se ha hecho evidente a ojos de propios y extraños. Pero no, ahí lo tenemos mareando la perdiz, no sé si asesorado por las gentes de su alrededor o porque así lo cree en conciencia, esforzándose en dar unas explicaciones que ya llegan tarde y no merecerán el perdón de los votantes. Dice que esta semana comparecerá en la Asamblea para despejar toda clase de dudas. Espero que haya alguien de su equipo que le ponga de manifiesto que su oportunidad la dejó escapar en cuanto pasó el minuto uno sin que confirmara o desmintiera rotundamente lo publicado. Ya no hay solución mágica para deshacer este entuerto, por mucho que cuente usted con el apoyo de la plana mayor del Partido Popular, de Mariano Rajoy y de San Pedro Bendito, puesto que la mayoría de los ciudadanos seguiremos pensando que no obró como se le exije a un representante público, que esas lágrimas más bien parecen lágrimas de cocodrilo que motivadas por un arrepentimiento sincero. Hay por ahí un diputado por la provincia de Teruel que ya ha dimitido por este asunto. Es su turno, señor presidente. En política estas cosas deben pagarse. Es el momento de dar ejemplo.