jueves, 26 de marzo de 2015

Fabián Sánchez, ese ilustre aventurero.



  
Cuando uno toma asiento en las aulas de una Facultad de Derecho es lógico imaginar que entre sus compañeros se encontrarán futuros abogados, jueces, fiscales, asesores jurídicos, notarios, registradores de la propiedad y, por qué no, algún que otro auxiliar administrativo de la Junta de Extremadura. Lo que ya no resulta tan habitual es que esas bancadas de universitarios estuvieran ocupadas por alguien que se convertiría en un auténtico aventurero. Digo esto porque, con el paso de los años, un antiguo colega de promoción ha decidido que lo suyo no era la toga sino el mono de motorista. El amigo Fabián Sánchez, con su gracejo característico, su porte desgarbado y ese aire de despistado que lo hace tan peculiar, se ha embarcado en una hazaña digna de épocas pasadas y de hombres que ya no quedan. Porque para afrontar esta expedición que le llevará a cruzar el continente americano de sur a norte, desde Argentina hasta Alaska, hacen falta una buena dosis de valor y un poquito de inconsciencia para no arredrarse ante los peligros que se irán presentando a lo largo y ancho de la ruta. Pero Fabián ha resuelto pasar de la ensoñación a la acción, haciendo realidad lo que muchos deseamos pero que muy pocos se deciden a llevar a la práctica: cumplir el sueño de su vida. Y eso, precisamente, es lo que ha hecho el protagonista de esta historia, poniendo rumbo al Nuevo Mundo como ya hicieran otros insignes extremeños; eso sí, esta vez sin arcabuces ni celadas, sin petos ni espadas, porque aquí no hay conquistas que valgan, sino viajes iniciáticos con los que alimentar el espíritu. El único tesoro que interesa traerse a la vuelta es, aparte del pellejo intacto, la mochila llena de recuerdos que marcarán un antes y un después.

  Los seguidores de Fabián estamos siendo testigos privilegiados de su periplo gracias a su página de Facebook “Fabianplanet. En ruta por América”. A través de la red social por excelencia ya hemos presenciado maravillas de la naturaleza como el glaciar Perito Moreno, las cataratas de Iguazú o la Cordillera de los Andes. Hemos visitado ciudades como la antigua Villa Imperial de Potosí, en Bolivia, en cuyas minas la flota española se abastecía de ingentes cantidades de plata con las que sufragar las guerras en las que andaba envuelta la Corona de Su Católica Majestad y que en la actualidad se siguen explotando en unas condiciones laborales infrahumanas. Potosí, si no me equivoco en función de los comentarios realizados por el propio Fabián, es uno de los destinos que más le han impactado en lo que lleva de travesía: a uno se le cae el alma a los pies al comprobar las fotos que se hizo en los pozos junto a los mineros cuyos rostros tiznados de polvo reflejan al mismo tiempo dignidad y desesperación. También nos hemos asomado a la bahía de Valparaíso, escenario del bombardeo de la escuadra comandada por el brigadier Castro Méndez Núñez un 31 de marzo de 1866 y cuya efeméride se cumple precisamente dentro de cinco días. Igualmente impactante, pero en un sentido totalmente distinto, ha sido su llegada a La Higuera, localidad boliviana en la que mataron a Ernesto Che Guevara. Al parecer, el encuentro con el Che era una de las metas perseguidas por Fabi a la hora de planificar el viaje. Y ahí le he dejado, en el Museo Comunal, rememorando las últimas horas del guerrillero más conocido e icónico del mundo, con su boina estrellada, su profunda y enigmática mirada, su barba y melena desaliñadas.



Aún le queda mucho camino por recorrer, muchos peligros que afrontar, muchas anécdotas que atesorar, muchas inclemencias meteorológicas que padecer..., pero todo ese sacrifico seguro que valdrá la pena cuando, dentro de unos seis meses, este ilustre cacereño - sin más compañía que su peluche Rufino, enfundado en su mono, a lomos de su BMW y con el móvil y la cámara de fotos como únicas armas- ponga un pié en Alaska y pueda decir que no sólo tuvo el mérito de intentarlo, sino que además tuvo la fortuna de conseguirlo: eso sí que es poner una pica en Flandes, amigo Fabi. Te deseo toda la suerte del mundo en lo que te resta de viaje, que te sigas encontrando con lugareños dispuestos a echarte una mano en los momentos de dificultad; que no te falten historias que contar, como la de ese tímido joven que deleitó nuestros oídos mientras sus manos acariciaban el teclado de un piano, o la del paisano cuyo sueño era conducir una BMW y no dudaste en cederle el puesto de piloto durante unos momentos que para él serán inolvidables... En fin. Cogiendo prestado el título de la última novela de Mario Vargas Llosa, para mí eres un verdadero héroe discreto. Los libros de Historia no hablarán de ti como hicieran con Hernán Cortés o Francisco Pizarro, pero no tendrás nada que envidiarles porque a buen seguro que regresarás con mayores tesoros en las alforjas: las experiencias acumuladas te servirán para que algún día reúnas a tus hijos y a tus nietos al calor de una buena hoguera y les puedas relatar lo que tus ojos contemplaron más allá de la mar océana. Insisto, buena suerte y, sobre todo, mucho ánimo para cuando te empiecen a faltar las fuerzas. Estás haciendo algo grande. Estoy convencido de que lo mejor está aún por llegar. ¡Te seguimos por internet!

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