Permitidme que el artículo de hoy
vaya dedicado a una familia compuesta por un padre, una madre y dos retoños.
Él, que es a quien más conozco, es un tipo joven, currante, alegre, divertido,
optimista, aporreador ocasional de guitarras, trovador apostado detrás de la
barra de un bar desde la que obsequia con quilates de buen rollo a todo aquel
que quiera pasarse por su fonda. Sus parroquianos, fieles e irreductibles a
pesar de la crisis, le veneran, no tanto por las rondas de gañote con que de
vez en cuando se encuentran para regocijo de los que a determinadas horas de la
noche no tienen un euro que rascar, sino porque reconocen en él a alguien noble
y honrado capaz de darlo todo por sus feligreses. Saben que haría cualquier
cosa por mantener la paz y la armonía de la parroquia y eso es algo que crea un
estrecho vínculo difícil de definir, a medio camino entre la lealtad y la
devoción. Lo digo yo, que he sido una oveja más del rebaño pastoreado por este
“páter” sin par. Me estoy refiriendo al Viru, adalid de una juventud
malpartideña que se resiste a languidecer ante el panorama de apatía, abandono
y dejadez que todo lo quiere devorar. Y es que el Viruta Café-Bar es de los
pocos locales, si no el único, que lucha por regenerar un ambiente de
decadencia a través de la organización de todo tipo de eventos con los que
deleitar a una nutrida hueste de seguidores.
Aquellos que se
acerquen por primera vez a esta especie de cofradía -cuyo largo, estrecho y
abovedado local hallamos situado entre las calles Puerta Villa y Cruz de
Malpartida de Cáceres- deben tener la precaución de no cometer el error de la
crítica superficial en la que incurrirían si se limitasen a calibrar la
importancia de su cometido en función de las hechuras de su patrón. Y aquí,
amigo Rubén, me vas a permitir ciertas licencias literarias en la descripción
para quitarle hierro al asunto, que tampoco quiero que esto sea un drama en un
solo acto. Por lo tanto, espero contar con tu indulgencia. Así que, como iba
diciendo, para evitar caer en la tentación de la crítica fácil, tendrá que
escudriñar el recién llegado más allá de la apariencia mostrada por una tupida
barba, por una melena rebelde que ya comienza a escasear -los años y las rastas
no pasan en balde- y por unos tatuajes que aderezan parte de su piel. No
pondremos demasiados reparos en refutar la opinión de los puristas que
piensen que esa guisa no es, precisamente, la que mejor se correspondería con
la de un Hermano Mayor que se precie, pero sí que insistiremos en que no se
queden en el envoltorio, sino que eliminen esas capas de prejuicios para que
lleguen a juzgar la verdadera naturaleza que se esconde tras esos adornos
físicos y estéticos. Basta cruzar dos palabras con el Viru para apreciar la
personalidad de un tipo auténtico, genuino, original. A la primera caña que te
está tirando ya te ha ganado con su verborrea y su gracejo. Es un seductor
nato. Pero aparte de esto, puedo confirmar, al igual que muchos otros, que es
buena gente, que ya es mucho decir en los tiempos que corren.
Pues bien, nuestros feligreses han
decidido emprender una cruzada para tratar de contrarrestar las consecuencias
de las protestas de un vecino quejicoso, llorón y lastimero -porculero,
diríamos por aquí-, que con su actitud intolerante ha puesto en pie de guerra a
estas gentes de bien. Al parecer, el señor en cuestión anda removiendo Roma con
Santiago para que la clientela no salga en procesión a la fachada del local que
va a dar a la calle Cruz. Refiere el susodicho que el bullicio que allí se
forma supera por mucho las normas que deben presidir las buenas costumbres de
una sociedad bien avenida. El chivo expiatorio de todo este embrollo, la cabeza
de turco sobre la que ha recaído el peso de la ley ha sido una inocente
banqueta colocada extramuros, sobre la acera, para que los clientes hagan uso
de la misma al tiempo que charlan animadamente entre bocanadas de humo y tragos
de bebidas más o menos espiritosas. A lo que parece, los lamentos del delator
llevaron a la Policía Local a adoptar la drástica medida de incautarse del
banco de la discordia, con lo que la tasca ha quedado huérfana de uno de sus
símbolos más apreciados. La respuesta de la parroquia no se ha hecho
esperar, poniendo en marcha un grupo a través de facebook como
medida de protesta por todo lo que está ocurriendo. Por eso, amigo Viru,
permíteme que contribuya a la oleada de apoyos que estás recibiendo con este
granito de arena, con este artículo en reconocimiento a tu labor para que la
juventud de Malpartida pueda congregarse en un local que hace las veces de club
social, y también como agradecimiento a los momentos vividos bajo tu amparo,
acodado en la barra del bar a la espera de recibir cual cáliz secular esa
cervecita bien fría. Por eso, si me lo permites, yo también quiero sentarme simbólicamente en ese banco.