sábado, 29 de diciembre de 2012

¿Karanka? ¿Quién es ese señor?


   No se me ocurre algo más parecido a un segundo entrenador de fútbol que un felpudo: sólo te acuerdas de él cuando lo pisoteas. Lo que sucede es que hay felpudos de mejor o peor calidad, al igual que entrenadores de mayor o menor dignidad. Karanka, sin ninguna duda, se encuentra en este segundo pelotón, en aquel que no les importa que los humillen un día tras otro con tal de seguir cobrando un holgado sueldo -a todas luces inmerecido- y aparecer continuamente en los medios de comunicación como correa de distribución de su amo. Se ha convertido en pura marioneta de un tipo que, de no ser por el ego enfermizo que posee sería, además del mejor entrenador del mundo, una excelente persona. Pero estas dos características son incompatibles si hablamos de Mourinho. Que es un entrenador como la copa de un pino creo que nadie lo pone en duda -ahí está su palmarés para atestiguarlo-; ahora bien, si para convertirte en un crack es condición indispensable hacer alardes de soberbia, altanería, arrogancia, vanidad o fanfarronería, ustedes me perdonarán pero yo por ese aro no paso. Y si para ser el segundo de abordo de este individuo estás dispuesto a hincarte de rodillas y obedecer sus dictados a ciegas, entonces es que desconoces el significado de las palabras dignidad y orgullo. Da un poco de pena y de vergüenza ajena verte en las ruedas de prensa en las que te sueltan como sobrero defendiendo lo indefendible. Tal y como se relata en los versos del Cantar de Mio Cid, bien se te puede aplicar aquello de “¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!”

   Todo el tiempo que Karanka caliente banquillo junto a Mourinho le pasará una factura que no estoy seguro de que pueda pagar. El desprestigio en el que ha incurrido es de tal magnitud en la escala de la vileza moral que nada ni nadie podrá reponerlo a su estado original. Sus ruines palabras tras la retirada de Guardiola como entrenador del F.C. Barcelona (“La liga española ha existido sin Guardiola y seguirá existiendo sin él”) constituyen el autorretrato perfecto de alguien mezquino e infame. Aitor podías haber mostrado un poco más de respeto por un compañero que, aunque pertenezca al club rival de toda la vida, sólo por lo que ha conseguido como entrenador merece la consideración que toda la profesión le reconoce; todos menos tú, claro. El día que consigas igualar los títulos que acumula el de Sampedor podrás referirte a él con ese desdén tan típico de los que padecen complejo de inferioridad, pero de momento y como mínimo le debes pleitesía. Pues bien, a este personaje se le concedió hace dos días la Insignia de Oro por parte del Comité Alavés de Entrenadores. Se ve que por tierras vitorianas andan escasos de entrenadores de reconocido prestigio, porque no me puedo explicar qué méritos reúne Karanka para ser merecedor de tal distinción. Si hace falta habría estado dispuesto a falsificar la partida de nacimiento de don Vicente del Bosque -¡este sí que es un señor, marqués y todo, oigan!- con tal de que el galardón recayera en manos más dignas, siempre que acto seguido hubiera recobrado de nuevo el gentilicio salmantino, que no es mi intención enfadar a tan ilustre ciudad castellana. O ya puestos, sin necesidad de perpetrar ninguna falsedad, que se hubiera declarado desierto ante la falta de candidatos ilustres. En fin, cualquier cosa antes de que se lo otorgaran al amigo Aitor. Por eso, a ver si con un poco de suerte la mesnada lusa abandona la casa merengue al final de temporada y te marchas con ellos. Cuando eso ocurra ya nadie se acordará de ti, ni para bien ni para mal. Esa será tu condena: habrás pasado por la historia del Real Madrid totalmente desapercibido. Y es que un segundón sin personalidad no merece más que la indiferencia.

viernes, 21 de diciembre de 2012

El currículum de Fofito


   ¿Cómo están ustedeeeeeeees? Jodidos, Fofito, jodidos por mucho que hayas intentado levantarnos el ánimo con un anuncio a medio camino entre lo casposo y lo vergonzoso. Con la de tardes inolvidables que los niños de mi generación hemos pasado a tu lado y ahora resulta que te prestas a este tipo de componendas para anestesiar la inteligencia de los ciudadanos. La intención habrá sido buena, pero mejor habría sido que el asunto se hubiera quedado en eso, en mero propósito. Querido Fofito, el publicista que haya pensado que un spot va a cambiar nuestro desánimo para convencernos de que no somos tan malos como creemos merece que lo pongan de patitas en la calle, por muchos éxitos de Fernando Alonso, Rafa Nadal, mundial de fútbol, los óscars de Almodóvar, Bardem y demás zarandajas. De todos modos, gracias por intentarlo. Se te valora el esfuerzo por endulzarnos el pesimismo que nos invade desde hace años. Ahora bien, las cosas como son: comparándolo con el anuncio del año pasado -homenaje al ingenio del maestro Gila- el de este año se queda en agua de borrajas, como una especie de chiste malo. Todo sea que la peña no se cabree y le dé por adoptar otro tipo de medidas más contundentes, como la de boicotear los productos de la compañía anunciante, que para eso los españoles tenemos muy mala leche. Porque es que parece que nos han querido tomar el pelo. Muy buena actuación, mejor realización, aceptable ambientación musical y todas las flores que tú quieras en cuanto a su calidad técnica, pero el caso es que esto ha sonado a pitorreo. Y yo pensando que la puñalada iba a venir por el lado de los de Freixenet, con sus doradas burbujas, sus famosos de postín y todo el tinglado artificial que montan en estas fechas, y has tenido que ser tú -mi admirado payaso de la tele- el que me ha defraudado por un cuarto de chóped.

   No obstante, deberías alegrarte de que tus intenciones para no sentirnos inferiores no hayan caído en saco roto. No hay más que ver la tierna imagen protagonizada en el día de ayer por Sus Señorías los senadores del Reino de España, que despidieron la última sesión del año cantando villancicos todos al unísono, haciendo piña y olvidando las rencillas típicas de la arena política. Pelillos a la mar, que una crisis económica de espanto como la que nos contempla no nos amargue la fiesta. Lo que me ofrece más dudas es si la bancada de la izquierda se habrá unido también al despiporre generalizado teniendo en cuenta la que le montaron el otro día al presidente del Congreso por felicitar las Navidades en su primer mensaje de twitter con una imagen religiosa. ¡Qué país, Señor, qué país! Que esta gente se indigne más por una postal, por un belén instalado en un colegio o por un crucifijo colgado en las paredes de no sé qué despacho es por lo que deberíamos darnos de puñadas para despertar de una vez por todas nuestras adormecidas conciencias. Que tengamos a unos representantes que se irriten por estas gilipolleces y, sin embargo, permanezcan impertérritos ante el drama de los desahucios, el escándalo de las participaciones preferentes o la bochornosa tasa de desempleo es motivo más que suficiente para clamar al cielo en solicitud de cantidades industriales de paciencia y resignación para soportar a este personal. No hacen falta profecías mayas que nos anuncien el fin del mundo, puesto que el infierno en el que vivimos se le parece demasiado. Así que, Fofito, con el belén que tenemos montado... como para no seguir tomando antidepresivos. Por lo tanto, con todo respeto, ese currículum que has redactado con tanto esmero me voy a permitir el lujo de tirarlo a la papelera. Es más, voy a hacer como si no lo hubiera leído nunca; le prestaré el mismo caso que a lo dicho por el Papa sobre la ausencia de la mula y el buey en el Portal de Belén: o sea, ninguno. Para bromitas estamos.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El pardillo


El pardillo político es una especie a la que creíamos en peligro de extinción, pues había transcurrido demasiado tiempo sin que alguno saliera de las madrigueras en las que se refugian a buen recaudo. Pertenecen al género conocido como ingenuo, confiado, primo, panoli o, saltándonos los rodeos sin abandonar la sutileza, tonto de capirote. Hacía años que no teníamos noticias de su existencia de una forma tan patente como la que se nos ha manifestado en estos últimos días. Y es que por lo común el político suele ser de por sí desconfiado, con un fino olfato que le hace alejarse de situaciones comprometedoras al más mínimo síntoma de peligro, tarea ésta en la que le secundan a la perfección la cuadrilla de protegidos, protectores y aduladores que le acompañan por su discurrir rutinario. A esta cohorte de tiralevitas no le conviene que su patrón se vea envuelto en negocios turbios por el simple hecho de que su fracaso supondría la caída en desgracia de todo el grupo. Pero siempre hay un individuo que rompe las reglas que caracterizan a la especie y que desprecian con su comportamiento imprudente los desvelos de sus leales. En este caso el pardillo de turno ha sido Santiago Cervera, hasta hace tres días diputado del Partido Popular y, que se sepa por el momento, honrado servidor de los asuntos públicos.

Les cuento. Don Santiago Cervera, pamplonés de 47 años y licenciado en medicina por la Universidad de Navarra -lo de la titulación académica lo apunto para dejar constancia de que hasta el más listo de la clase puede cometer las torpezas más inexcusables- fue alertado por un e-mail anónimo de un comunicante que aseguraba disponer de información sensible para destapar ciertos escándalos relacionados con Caja Navarra, presidida por José Antonio Asiáin, y que si quería disponer de la misma tendría que acudir a un punto concreto de la muralla de su ciudad natal donde hallaría un sobre dispuesto en una de sus aberturas. Al mismo tiempo, Asiáin recibió otro anónimo en el que le solicitaban 25.000 euros si quería evitar que salieran a la luz pública determinadas informaciones comprometedoras relacionadas con su despacho de abogados, debiendo depositar un sobre con esa cantidad en una de las rendijas de la muralla de marras. El del PP, en un primer momento, contestó al correo electrónico como lo haría cualquier mortal con dos dedos de frente y con un mínimo de sentido común, máxime además si uno goza de la condición de diputado nacional paseándose como si tal cosa por tierras vascas o navarras: con desconfianza, puesto que ETA continúa presente por mucha tregua que se quiera. Así, esgrimió argumentos sobre su seguridad personal para no seguir las instrucciones que le conducirían a la consecución de tan preciado tesoro. El segundo, el presidente de la Caja, no se anduvo con remilgos y puso los hechos en conocimiento de la Guardia Civil. Mientras tanto, el primero -el galeno- se lo pensó mejor y al final le pudo más la curiosidad que su propia seguridad, presentándose en el lugar indicado para recoger el sobre de la discordia. Para entonces la Guardia Civil ya tenía montado el correspondiente dispositivo para pillar al insensato con las manos en la masa. Y así fue cómo el señor diputado, inocente y necio como él solo, embozado hasta los ojos para evitar ser reconocido, fue detenido allí mismo por el Benemérito Cuerpo y posteriormente puesto en libertad con cargos. ¡Menuda trama para la siguiente novela de Lorenzo Silva, con sus agentes Bevilacqua y Chamorro siguiendo la pista del banquero, del anónimo y del pobre Cervera! ¡Dadme una buena ración de chusca realidad que la ficción siempre podrá esperar!

   Cervera, que según dicen los entendidos tenía una prometedora carrera política, ha ido predicando por los medios de comunicación, con cara de atolondrado y pose de incrédulo, que él ha sido una víctima más en todo este sainete, que siente haber picado el anzuelo y puesto en compromiso su credibilidad y la seriedad del partido bajo cuyas siglas se sienta en el Congreso de los Diputados. Al parecer, ni Mª Dolores de Cospedal ni otros significados dirigentes populares le han mostrado el afecto esperado, y entre lo que podríamos denominar cese-dimisión lo cierto es que Cervera ha renunciado a su acta de diputado para que este caso sea ventilado por la justicia ordinaria, y no por el Tribunal Supremo como correspondería de haberse mantenido en el cargo. Este gesto le honra, aunque desconocemos si ha sido idea suya o sugerencia de la cúpula del PP. Sea como fuere, aquél que prometía con llegar a las más altas cotas en el belicoso mundo de la política ha visto truncada su progresión por un extraño comportamiento que los tribunales se encargarán de juzgar. Si al final el asunto queda en nada, ya no habrá forma humana de poder recuperar la reputación que nunca debió perder a causa de un desatino impropio de alguien con su experiencia y formación. La tentación de convertirse en Sherlock Holmes por un día pudo más que la integridad inherente a un representante de la soberanía nacional, abocando al señor Cervera a protagonizar uno de los ridículos más espantosos que yo recuerde. Si todo queda en eso, bien empleado le estará. Si hubiera algo delictuoso... que recaiga sobre sus hombros el peso de la ley.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Una mayoría en inmensa minoría: Escobar Vs Jubete.


   La corriente crítica “La Mayoría” que se aloja en el seno de IU-Extremadura tendrá que ir pensando en cambiar de denominación. Después de la repetición de la XII asamblea el pasado 2 de diciembre, celebrada en segunda instancia tras la impugnación realizada por Margarita González-Jubete, ha quedado meridianamente claro que Pedro Escobar cuenta con el respaldo mayoritario de los militantes y simpatizantes de su partido. Su gestión ha sido aprobada con el voto favorable del 71,48% de los representantes, frente al 26,8% logrado por la candidatura alternativa de Jubete. Al parecer la asamblea, aparte de poner de manifiesto las lógicas discrepancias dentro de cualquier organización, fue de todo menos cordial. Los perdedores no se tomaron a bien los resultados y andaban prodigando improperios tanto al propio Escobar como a Alejandro Nogales. El tercer diputado en discordia que forma parte del grupo parlamentario, Víctor Casco, que en teoría tendría que suscribir las tesis de Escobar, como se supone que se ha decantado por los críticos –y digo se supone porque para entender a este hombre hay que cursar un máster en psicología conductual- se está yendo de rositas apesar de ser uno de los muñidores de todo este entramado de deslealtades. En realidad creo que su actitud es típica de cobardes puesto que tiene miedo a desprenderse de la careta que enmascara sus verdaderas intenciones. Su comportamiento me recuerda, salvando todas las distancias, a Francisco Martínez de la Rosa, prohombre del constitucionalismo liberal de Cádiz que por querer caer bien tanto a exaltados como a moderados lo apodaban “Rosita la pastelera” por los bandazos que daba a uno y otro extremo para tratar de no disgustar a nadie. Y lo que sucedió, por supuesto, es que ninguna de las dos facciones se fiaba de él. Víctor, si me permites un consejo, harías bien en posicionarte claramente, no sólo por una cuestión de principios sino sobre todo para evitar maledicencias: o estás con el aparato oficial en la región o, por el contrario, te sitúas sin reservas a favor de los críticos, pero eso de jugar a dos bandas no te va a acarrear consecuencias positivas. No se puede estar en misa y repicando. Si te encuentras a disgusto con las propuestas que parten de tu grupo parlamentario lo tienes bien fácil: dimite y así estarás en paz con tu conciencia. Tú decides si quieres seguir gozando del calor proporcionado por el escaño parlamentario o si abandonas el barco de tu benefactor cansado ya de tantos “trágalas”.

   La señora González-Jubete ha quemado el último cartucho que le quedaba para ganar más presencia dentro de la coalición que, muy a su pesar, sustenta a Monago. Por eso, apelando a su carácter de persona democrática, es de esperar que respete el resultado de la asamblea sin que ello le reste legitimidad a la hora de encabezar una oposición interna que discuta los postulados del coordinador general y su equipo. En todos los partidos hay corrientes disidentes, pero lo que sucede en IU-Extremadura es que están lavando los trapos sucios fuera de casa y han llegado a un punto en que la ropa desprende un hedor insoportable. Este estado de crispación se ha alcanzado después de que unos pocos militantes vieran con recelo que un partido de izquierdas, con los ideales comunistas por bandera, sea el principal valedor de la derecha. Jubete y el resto de compañeros que la apoyan en esta operación, con el respaldo incondicional del radical Cayo Lara, aún no se han dado cuenta de que los extremeños hace año y medio que nos decantamos por una opción diferente de la que veníamos padeciendo desde que nuestra Comunidad Autónoma echara a andar allá por los primeros años ochenta del siglo pasado. Al parecer no les importaba que el PSOE continuara apalancado en el poder con los desmanes propios de 28 años de administración omnímoda, haciendo oídos sordos a los indicadores económicos que nos situaban en el furgón de cola en todas las estadísticas que miden la riqueza de una región. Eso era lo de menos; lo importante consistía en cercenar el paso a la derecha con tal de que, como la misma Jubete ha manifestado, sus nietos no le pidan explicaciones de porqué hubo un tiempo en que el Partido Popular presidió la Junta de Extremadura con el asentimiento cómplice de unos camaradas alejados de los dictados procedentes de Madrid.

   Izquierda Unida cuenta con gente válida y responsable que ha afrontado el reto, no sin riesgo para su propia credibilidad política, de probar algo distinto a lo que venía sucediendo desde las primeras elecciones autonómicas de 1983. Es indudable que el PSOE, a lo largo de algo más de cinco lustros, ha conseguido mejorar la realidad extremeña con una serie de avances y conquistas a todos los niveles. Pero esa evolución se debe tanto a la acción política de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara como al hecho natural de que en todos esos años una sociedad tiene que evolucionar por la propia inercia de los tiempos. ¡Pues claro que la Extremadura de 1983 no es la misma que la de 2011: sólo faltaría eso! El proyecto socialista estaba más que agotado cuando, inesperadamente, José Antonio Monago logró la proeza de desbancar a un régimen que hacía tiempo que venía mostrando sospechosos tics autoritarios. Y al igual que en otras Comunidades Autónomas ha habido alternancia en el poder entre los distintos partidos sin que ello supusiera que se les cayera el cielo encima, Extremadura también ha vivido esa experiencia para mayor disgusto de unos pocos. Y nadie debería alarmarse por ello puesto que lo más normal en democracia es que el pueblo elija libremente a sus representantes y en esta ocasión ha sido el Partido Popular el depositario de la confianza de los electores. Por eso me indignó sobremanera el papelón de Fernández Vara y compañía cuando IU decidió abstenerse en la sesión de investidura. Esas son las reglas del juego y el PSOE no las quiso aceptar en su momento, lo cual demuestra su intolerancia a que otros puedan ocupar con total legitimidad los resortes del poder. Pues bien, esta lección que los socialistas quisieron saltarse es la misma que los críticos de Pedro Escobar se niegan a aprender. La diferencia entre González Jubete y el actual coordinador de la coalición es que mientras éste lucha por conseguir un partido independiente, libre de las tutelas paternalistas de antaño, a aquélla no le importa que su partido siga siendo una sucursal al servicio del PSOE. 

martes, 4 de diciembre de 2012

Y Arturo Mas se pegó el batacazo.


   Pues eso. Que por fin se celebraron las tan esperadas elecciones catalanas el pasado 25 de noviembre y la mayoría absoluta que imploraba el Presidente de la Generalitat para construir un proyecto de futuro con tintes soberanistas no se ha visto por ningún lado. Es más, aparte de no haber obtenido el número de escaños necesarios, es que ha perdido la friolera de doce asientos en el parlamento catalán con respecto a la anterior consulta electoral: de los 62 diputados con que contaban en 2010 han pasado a 50 en la actualidad. Es decir, que el mesías de la independencia creyó ver un día a multitudes en las que sustentar sus desvaríos egocéntricos, y al final lo que ha conseguido ha sido un descalabro de primera magnitud en la peor táctica política que se recuerde desde el origen de los tiempos. El señor Mas ha ido a por lana y ha salido trasquilado. Que no nos vendan la moto de que aquí nadie ha perdido y todos han ganado algo. Que esto no se convierta en el EGM de los medios de comunicación. Que CiU no puede escudarse en que continua siendo la fuerza más votada. No, aquí hace falta gente seria y con sentido común que dé un paso al frente y diga las cosas por su nombre. Yo, ya lo he manifestado en más de una ocasión, pensaba que ese hombre podría ser Duran i Lleida, pero me temo que habrá que esperara a mejor ocasión para que el presidente de Unión Democrática de Cataluña tome la palabra para poner coto a los desmanes de su socio de coalición. Mientras eso sucede, continuarán los cínicos apoyos sin fisuras y los fingidos abrazos de postín.

   El fracaso de CiU parece claro a la vista de cualquier analista con un mínimo de objetividad. Lo normal hubiera sido que, ante el duro revés sufrido por sus propuestas, el señor Mas hubiera dicho hasta luego y muy buenas, hasta aquí hemos llegado y no me siento respaldado por la mayoría del pueblo catalán, con lo cual presento mi dimisión irrevocable para que sean otros los que tomen el timón y tiendan puentes de entendimiento con -como ellos dicen en su lenguaje maniqueo y torticero- el gobierno de Madrid. ¿Eso sería lo lógico, verdad? ¿Pero a que no les desconcierta si les aseguro que de eso... nada de nada, que la autocrítica ha brillado por su ausencia y, si nos descuidamos, nos venden que la opinión mayoritaria de los representantes ciudadanos sigue siendo la de constituir un Estado propio? No me extraña que no les sorprenda porque eso ha sido exactamente lo que ha sucedido. Y entonces uno se pregunta: ¿estos políticos nacionalistas radicales viven en este mundo o provienen de una galaxia muy lejana en cuyo viaje hasta recalar por estos lares se les ha atrofiado el sentido de la realidad? ¿Qué estado mental es el que impide que la cúpula de CiU reconozca que las cosas no han salido como ellos esperaban y que, por tanto, hay que realizar un exhaustivo examen de conciencia para ver en qué han fallado? Lo mire como lo mire el señor Mas y su cuadrilla de aduladores, le den las vueltas que quieran darle, no hay más hecho irrefutable que el que los catalanes no les han apoyado en el pulso que han querido mantener con el Estado central. Aquello que dijo en campaña electoral de que ni Constituciones ni leyes van a impedir que el pueblo de Cataluña se pronuncie en referéndum sobre si desean dejar de pertenecer a España es algo que tendrá que tragarse a cucharadas. Ya tiene respuesta a su fanfarronada, así que ahora que actúe en consecuencia.

   Todo ello es indicativo de la cara dura que lucen algunos con tal de mantenerse en el cargo a costa de los más elementales principios éticos que deben presidir la actuación de un político, al que los ciudadanos le encomendamos la labor de administrar la confianza en ellos depositada para que revierta en una mejora del bienestar social. Si después del 25 de noviembre todo sigue igual en la cúpula del partido que dirigen en comandita Arturo Mas y Duran i Lledia, no podremos por menos que concluir que ciertos gobernantes no saben interpretar la voz del pueblo. Y esto es un tema muy grave, puesto que si ni siquiera se inmutan de sus errores cuando son tan palmarios como en este caso, no les quiero ni contar la de disparates en que incurrirán en la gestión diaria de una Comunidad Autónoma como la catalana sin ser conscientes de ello. Aquí lo que subyace es un problema mucho más profundo, como es el de una clase política dispuesta a justificar su alarmante incapacidad para ejercer con criterio el mandato popular del que son depositarios. Pero, a pesar de todo, no debemos caer en la desesperanza. No todo es oscuridad y tinieblas, si no que los hay que portan una antorcha con la que tratan de encontrar el camino que conduzca a un cambio de actitud por parte de esos nacionalismos excluyentes capaces de apropiarse del sentimiento de todo un pueblo. Los que andan inmersos en esa labor de búsqueda son Alicia Sánchez Camacho por el PP y, sobre todo, Albert Rivera por Ciutadans. Este último, con un lenguaje claro y sin concesiones a la galería, tiene el mérito de haber conseguido posicionarse con cierta estabilidad en el complicado arco parlamentario catalán en apenas seis años. Si al principio de su irrupción política aparecía a modo de Robinson Crusoe en una isla solitaria, ahora cada vez son más los que se acercan a visitar ese espacio de lucidez intelectual en que Rivera ha convertido a un partido pequeñito, sin grandes pretensiones, pero que muchos ven como un salvavidas al que aferrarse en el mar de fondo que supone la deriva separatista encabezada por CiU. Este hombre, que advino al mundo de la política en paños menores -recuerden la portada de su primera campaña electoral- tiene el deber y la responsabilidad de, junto con la presidenta del PP catalán, saber transmitir a la ciudadanía un mensaje de unidad que deje sin coartada la confrontación dialéctica en la que el bloque nacionalista basa su estrategia. De ellos depende que en Cataluña no se tenga la percepción de que España es la gran usurpadora de sus aspiraciones independentistas.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Recordando a John Fitzgerald Kennedy


   Una tarde de 1993, mientras me disponía a realizar un descanso en mis repasos para preparar los exámenes de selectividad, decidí aparcar por un momento a Platón y su caverna, a la Revolución Francesa y su Toma de la Bastilla, a la generación del 27 y sus insignes poetas para hacer una pausa con la que poder asimilar todo lo estudiado. No se me ocurrió mejor alternativa para liberar la mente que acudir al mando a distancia y pasearme por la programación vespertina de las cadenas de televisión. En aquellas fechas la calidad de la parrilla catódica era infinitamente superior a la bazofia que, por desgracia, nos inunda hoy en día. Lo que presencié nada más sintonizar la segunda cadena de TVE me impactó tanto que durante mucho tiempo se convirtió en uno de mis temas predilectos en cuanto a lecturas se refiere. Como les digo, fue encender el televisor y ver cómo los sesos del presidente Kennedy volaban literalmente por los aires, al mismo tiempo que su mujer Jacky, que acompañaba a su marido en la comitiva presidencial por las calles de Dallas aquel funesto 22 de noviembre de 1963, trataba de salir a gatas por la parte trasera del Lincoln descapotable que los transportaba. Aquel magnicidio marcó a toda una generación de norteamericanos, la mayoría de los cuales idolatraban el glamour destilado por los Kennedy, independientemente de que sintonizaran o no con las ideas defendidas por el Partido Demócrata. Nunca la Casa Blanca tuvo unos ocupantes con mayor esplendor icónico: un héroe de la II Guerra Mundial condecorado con el Corazón Púrpura por su valor al frente de la Patrullera PT-109 en la zona del Pacífico, firme defensor de los derechos civiles y pacifista empedernido (con la excepción de la fallida invasión de Bahía Cochinos de Cuba en 1961) que salvó al mundo de una conflagración nuclear durante la crisis de los misiles con la URSS en 1962; mientras que Jacky era admirada por su estilo y saber estar en todo tipo de reuniones que requerían la participación de la Primera Dama, siempre con una sonrisa natural en los labios que utilizaba como arma para atraerse hasta al más acérrimo de sus enemigos, tanto en lo político como en lo personal. Naturalmente, con el paso del tiempo se ha comprobado que ese aparente esplendor también escondía su lado oscuro, pero la imagen que transmitían era la de una pareja unida que sabía conectar a la perfección con el pueblo.

Se han escrito ríos de tinta sobre el asesinato de JFK, y mientras unos dan por buena la versión oficial de la Comisión Warren, basada en la existencia de un único asesino -en este caso, Lee Harvey Oswald-, son multitud los investigadores que se decantan por las teorías de la conspiración: unos afirman que fue un complot organizado por la propia CIA, otros le dan protagonismo a la mafia y tampoco faltan quienes apuntan a una vertiente cubana. Incluso no escasean quienes señalan con el dedo acusador al vicepresidente Lyndon B. Johnson, el cual, espoleado por los magnates del petróleo de Texas y con la guerra de Vietnam como telón de fondo, se habría plegado a sus presiones para que los Estados Unidos entraran en guerra contra el vietcong, algo que no conseguirían con Kennedy como presidente. Qué mejor manera de finiquitar una política pacifista que acabar con la vida de aquél que representaba y defendía esa postura. Eso fue lo que debieron de pensar quienes no encontraron más solución para hacer realidad sus ambiciones económicas en el área armamentística que poner al frente del Gobierno a alguien que sí estuviera de acuerdo en iniciar un conflicto con el bloque comunista en el sudeste asiático. Así fue como el nuevo presidente, aprovechando el supuesto ataque sufrido por el destructor USS Maddox el 2 de agosto de 1964 en el Golfo de Tonkin, pidió plenos poderes al Congreso para declarar oficialmente abiertas las hostilidades contra Vietnam del Norte. El resto de esta historia, aunque sólo sea por lo mostrado en las películas de Hollywood, es de sobra conocida por todos.


   Retomando los días del asesinato de Kennedy, aquel hecho también supuso un momento dorado en la historia de la televisión del país que se precia de ser la mejor democracia del mundo. La audiencia de los noticiarios fue testigo de cómo Walter Cronkite, el periodista por antonomasia y de mayor credibilidad, con la voz entrecortada por la emoción de los acontecimientos, anunciaba la muerte del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos; de cómo una legión de coches de policía se agolpaba a las puertas del cine donde Oswald se había refugiado al poco de perpetrar el crimen; de cómo a los dos días de la detención del único sospechoso, Jack Ruby -mafioso de segundo orden- mataba al propio Oswald de un disparo en el vientre mientras era escoltado por los pasillos subterráneos de la comisaría de policía de Dallas para ser conducido a la cárcel del condado; y, por fin, de cómo el 25 de noviembre el pueblo americano se conmovía al ver a John John Kennedy, el hijo pequeño del presidente de tan solo tres años, saludar militarmente ante el féretro de su padre. Todo ello contribuyó a exaltar la figura mítica de un hombre que quiso cambiar el mundo, al mismo tiempo que crecía la leyenda sobre la maldición de los Kennedy. No en vano, Joseph P. Kennedy Jr, el hermano mayor del presidente -sobre el que su padre depositó todos sus esfuerzos para que algún día llegara a la más alta magistratura de la nación- moría en una misión secreta de la aviación durante la Segunda Guerra Mundial, al igual que Robert F. Kennedy también fue abatido por un perturbado en el Hotel Ambassador de Los Ángeles durante la campaña a las presidenciales de 1968. El último eslabón en esta cadena de adversidades se produjo en julio de 1999, cuando el hijo del malogrado presidente Kennedy perdía la vida en un accidente de avión.

   Aquel reportaje desencadenó en mí el afán por conocer todo cuanto rodeaba a la personalidad emblemática de una de las dinastías familiares más arraigadas en la política estadounidense: desde libros hasta reportajes de televisión, pasando por artículos en revistas de historia, fui acumulando una serie de conocimientos que me hizo llegar a conclusiones aterradoras, en el sentido de que si alguien estorba a la consecución de los intereses económicos de una minoría, aunque ese obstáculo esté representado por el hombre más poderoso de la Tierra, los hay que no dudan en poner en marcha el mecanismo para salvar ese escollo. Oswald se convirtió en la cabeza de turco de una trama auspiciada desde los centros de poder que veían a Kennedy como el enemigo a batir. Por lo que a mí respecta, y modestamente, todo aquello me sirvió para realizar uno de mis primeros escritos -redactados siempre sin anhelos de publicación-, pero que ahora y gracias a este blog no me resisto a compartir. Es el siguiente:


Cielo encapotado, gotas de lluvia, asfalto mojado.
Muchedumbre agolpada, alegría desbordada, satisfacción generalizada.
Calles abarrotadas, felicidad incontrolada, aplausos generalizados.
Flequillo imponente, rostro curtido, espalda maltrecha,
corazón de hierro y valor reconocido.
Perenne sonrisa, tersas mejillas, mano al aire y efusivos saludos.
Tranquilidad aparente, estallido inquietante, tensión latente.
Dolor insoportable, bala impertinente, sangre derramada...vida sesgada.
Paladín de la paz y la libertad, enemigo de la guerra y la desigualdad,
abanderado de la esperanza y la solidaridad.
¿Qué oscura mentalidad tuvo la osadía
de hacer desaparecer a este símbolo del renacer?


martes, 6 de noviembre de 2012

La señora Paca no tiene la culpa.


   Me entero por la prensa regional que el pasado 26 de octubre, durante el debate en la Asamblea de Extremadura sobre la enmienda a la totalidad presentada por el PSOE al proyecto de presupuestos de la Junta, se mentó en vano a la madre del presidente de la Cámara, Fernando Manzano. El socialista Antonio Gómez Yuste, después de ser apercibido, no tuvo otra ocurrencia que mostrar su desacuerdo sacando a relucir su vasto repertorio dialéctico, bisbiseando lindezas del tipo “me cago en tu puta madre, hijo puta”. He ahí los lúcidos argumentos esgrimidos por la oposición en referencia a quien encarna al Poder Legislativo en nuestra Comunidad Autónoma. Y eso lo dice el que fuera portavoz de la Comisión de Educación durante la anterior legislatura (¡hay que joderse!, con perdón) y el que tuvo el honor de presidir el pleno constituyente de la VIII legislatura de la Asamblea de Extremadura. Si me permites, Antonio, a la espera de que no te moleste este tuteo que me sale de forma espontánea, creo que tu actitud no ha sido nada progresista: responder con la ofensa personal ante una simple llamada de atención le retratan a uno, cuando menos, de poco tolerante.

   Además de mal hablado, este sutil diputado nos ha salido un poco mentirosillo. En un primer momento, como al niño que se coge in fraganti en una de sus travesuras, negó las acusaciones alegando que la esmerada educación que le habían dado sus padres le impediría proferir semejante sarta de improperios, siendo él el primer sorprendido si se comprobase que ha dicho lo que perjura que no ha manifestado. Así, y una vez comprobadas la veracidad de sus blasfemias gracias al circuito de televisión de la Asamblea, me atrevo a recomendarle al señor Gómez Yuste que, para no exponerse a ser pillado nuevamente en bragas, ponga en práctica el desacostumbrado esfuerzo de contar hasta tres antes de deleitarnos con su proverbial verbo, no vaya a ser que se vuelva a ver en una tesitura parecida y tenga que desmentir lo que todos han oído que decía, menos él. No le exigimos que, como orador, esté a la altura de un Cánovas del Castillo, de un Azaña o, ni mucho menos, de un Castelar; únicamente demandamos que en la sede de la soberanía popular se predique con el ejemplo y sus componentes hagan gala del decoro y de un comportamiento cívico exigibles desde el presidente hasta el último de los ujieres. Lo suyo ha sido una salida de pata de banco tan burda y tan soez que no alcanza siquiera la categoría de anécdota parlamentaria, género periodístico encumbrado a los altares por el genial Luis Carandell que, de continuar con vida, lo desecharía con desdén en una supuesta ampliación de su obra “Se abre la sesión”.

   ¿Y qué hay de la auténtica agraviada en todo esto? Me refiero a la madre del Presidente de la Asamblea, a la señora Paca. ¿Qué habrá pensado esta buena mujer después de escuchar tamaña ordinariez por boca de uno de los representantes del pueblo extremeño? Pues supongo que algo parecido, aunque el contexto sea diferente, de aquello que dijo en su día el Conde de Romanones cuando, presentada su candidatura como académico de la lengua, su secretario le informó de que ninguno de los miembros de la Real Academia lo había votado para formar parte de la Docta Casa a pesar de que todos le habían prometido que sí lo harían: “¡Qué tropa, joder, qué tropa!” Las reflexiones de la señora Paca tampoco andarán muy lejos del afamado “¡Manda huevos” de Federico Trillo. La triste conclusión de este episodio menor se basa en la evidencia de que hay diputados a los que les queda grande la responsabilidad encomendada por el pueblo, pues careciendo de la capacidad para representarse a ellos mismos no pueden aspirar a representar con dignidad a toda una región. Por decencia personal y por decoro institucional, sería menester solicitar del señor Yuste que dimitiera de todos sus cargos, así no olvidará que la corrección y la cortesía no están reñidos con el encono partidista.

martes, 30 de octubre de 2012

Adiós, Choni, hasta la vista.


   Reconozco que soy un auténtico inepto para recordar fechas, pero creo que llegué a Malpartida de Cáceres en el año 1985. No recuerdo muy bien el mes, pero tuvo que ser antes de comenzar el curso académico. Cada vez que trasladaban a mi padre de destino se procuraba que afectara lo menos posible al rendimiento escolar de sus tres hijos. Por eso, deduzco que sería a comienzos de verano de aquel año cuando la familia Méndez Palma comenzaba a escribir un nuevo capítulo de su historia. En lo que a mí respecta, ésa era la segunda vez que me mudaba de localidad y el interés por conocer otros lugares y hacer nuevos amigos se imponían a cualquier otro temor. Por aquel entonces tenía once años, edad propicia para pasar el tiempo despreocupado, atento únicamente a estudiar lo suficiente como para que no me quedara ninguna asignatura que recuperar en septiembre y no pasarme las vacaciones estivales entre libros. Eso sí, aparte de mis obligaciones como colegial, debía prestar especial cuidado en evitar hacer las trastadas típicas de los chicos de mi quinta. Esa era una de las servidumbres que tenía  el ser hijo de un guardia civil en un pueblo de algo menos de cuatro mil habitantes en el que todos se conocen y todo termina por saberse, tanto lo bueno como lo malo. No había peor sofoco para mis padres que las gentes murmurasen de nosotros como consecuencia de las travesuras que pudiéramos perpetrar los pequeños de la casa. Había que preservar a toda costa el buen nombre de quienes, de algún modo u otro, representaban a la autoridad. Aún así, como es natural, no faltaron un buen puñado de diabluras.

   El primer recuerdo que me viene a la mente de Malpartida es el de mi buen amigo Jorge Campos Canales, hijo también de la benemérita. Fue él quien me llevó a recorrer el pueblo en un ritual mágico en el que se presentaban ante mi inocente mirada las calles, plazas, parques y demás lugares que serían protagonistas de los siguientes cuatro años de mi vida. La primera parada, como no podía ser de otra forma, la efectuamos en la Casa Cuartel. Me impresionó su vetusta y recia fachada dividida en dos alas, una a cada lado de la puerta que daba acceso al interior. Me hizo gracia la disposición geométrica de sus estrechos y alargados ventanales: en la primera planta se distribuían en una hilera inclinada de menor a mayor tamaño cuanto más se alejaban del pórtico central, guardando una simetría perfecta entre las dos partes del edificio; mientras que en la planta principal los alféizares dibujaban formas triangulares con igual maestría en las proporciones. Por dentro, unas desgastadas escaleras con balaustrada de hierro dividían a toda la construcción en dos partes. Todos los pabellones estaban ocupados y en cada uno de ellos había dos o tres niños por pareja. El señor Zacarías, comandante de puesto a la sazón, y la señora Isabel se llevaban la palma con sus cuatro hijas: Maribel, Mariasun, Sonia y Lourdes. Los siguientes en descendencia, que igualaban a los anteriores en número, eran el señor Andrés y la señora Antonia con cuatro varones: Luis, Raúl, Rubén y Felipe. El resto andaban entre los dos y los tres hijos. Algunos de ellos, como Raúl, Miguel Ángel y mi hermano Eufronio, siguieron la estela de sus progenitores, haciéndose también ellos guardias civiles. Otros como Alberto, Carlos, Oscar, el propio Jorge y yo mismo hemos seguido caminos diferentes que nada tienen que ver con el Instituto Armado.

   En un primer momento me apenó no poder vivir en ese ambiente, y es que nunca antes se había conocido a tanta chiquillería correteando por aquellos pasillos. Nosotros procedíamos de otro pueblo de la provincia de Cáceres, Herrera de Alcántara, en el que los tres años que pasamos allí los habíamos vivido en el Cuartel. Para mí eso era lo normal, compartir la mayor parte del tiempo con los hijos de los demás guardias, pero la falta de pabellones libres en el de Malpartida hizo que mis padres tuvieran que alquilar un piso en la calle Almírez. Hace veinticuatro años el sueldo de un guardia civil no daba para muchas alegrías, por lo que destinar una parte considerable a pagar el alquiler supuso un sacrificio bastante importante para la economía familiar. Nosotros ocupábamos el último piso de un bloque de dos alturas. En el primero teníamos por vecinos a la señora Felicidad y al señor Vicente. Justo enfrente vivía la señora Isabel con sus hijos Segundi y Periqui. Lo que más me gustaba era asomarme al balcón y observar el discurrir de las gentes en sus tareas cotidianas. De esta época son mis primeras amistades: Francis, los hermanos Morán, Vicente...

   La siguiente parada de nuestro improvisado itinerario fue en el colegio público Los Arcos, colindante con el Cuartel y que debe su nombre a los restos que aún se conservan de la casa fuerte de los Rivera y Espadero. Antes ya habíamos visto parte del mismo cuando subimos las escalinatas de piedra antigua que estaban junto al cuartel y que conducían a un rellano desde cuyas alturas se veían las áreas de recreo del colegio. Ese terreno es el que en la actualidad ocupa el polideportivo municipal y que en aquellos años hacía las veces de punto de encuentro y esparcimiento de la muchachada. Me acuerdo que era por la tarde y entramos a comprobar si había alguien jugando al fútbol o al baloncesto. Fue allí donde Jorge me presentó a Demetrio -Deme para los amigos-. Mientras ellos dos hablaban, me costaba reprimir un gesto de extrañeza cada vez que en ese diálogo salía constantemente a relucir la expresión “la Viiiigen”, en lo que yo suponía una referencia devota de mis amigos. No pasaron más de cinco minutos para que me diera cuenta de que, devotos o no, aquella Virgen a la que amputaban la “r” y arrastraban la “i” con tanta pasión no era más que un latiguillo con el que reafirmar su asombro ante lo que el otro contaba. En eso consistió mi primer gran descubrimiento de la jerga autóctona. El segundo, según me confesó el propio Deme, fue que a partir de entonces se me conocería por mi primer apellido. Y así ha sido.

   Después de despedirnos de Deme salimos del colegio bajando por la avenida. Ya casi al final recalamos en una tienda de chucherías. El letrero nos anunciaba que estábamos a punto de entrar en la Confitería Los Arcos, estratégicamente situada en un cruce de caminos que podía desembocar -según la dirección que tomase el transeúnte- en la plaza, en la iglesia o en la biblioteca pública (entonces ubicada en la plazuela del Sol, en el edificio que hoy alberga un centro para la 3ª edad, y donde tan buenos momentos pasábamos en compañía de la inolvidable Nacha, su encargada). Lo primero que siempre recordaba del establecimiento era su largueza y estrechez, con mostradores situados a la izquierda y de frente. Al fondo, entre paredes de un blanco prístino abarrotadas de estantes, se recortaba la silueta de una señora más baja que alta y más gruesa que delgada. En cuanto a la edad, no sabría decir si hacía poco que superó la barrera de los cuarenta o, por el contrario, estaba cerca de cumplir los cincuenta. Era una mujer de contrastes. Su intenso pelo negro azabache, liso y corto, enmarcaba un rostro de tez pálida sólo alterado por el colorido artificial de unas mejillas sonrosadas y una llamativa sombra de ojos. Sus enormes gafas redondas terminaban por completar los rasgos más llamativos de su fisonomía. Pero lo que más centró mi atención no fue su aspecto físico, sino su timbre de voz entre rasgado y aterciopelado. Su marido, un señor calvo y con bigote, la ayudaba a regentar el negocio y se encargaba de que no faltasen los pasteles recién hechos. Aquella tienda era el paraíso de los pequeños y de quienes ya no lo éramos tanto. Aquella mujer ha visto crecer a dos generaciones de malpartideños con la misma discreción con la que se ha marchado. Y es que hace una semana que me he enterado de que Choni se ha jubilado. La noticia me ha producido un hondo vacío, como si en ese instante tomara conciencia de que parte de mi juventud también desaparecía irremisiblemente. Por eso, cada vez que pase por la Confitería Los Arcos esbozaré una sonrisa cómplice en recuerdo de un tiempo sembrado de nostalgia y en homenaje a una malpartideña que perdurará en nuestra memoria durante muchos años.

lunes, 29 de octubre de 2012

IU-Extremadura se hace el harakiri


   El díscolo Víctor Casco hace tiempo que le está haciendo la cama al confiado Pedro Escobar. El primero se alinea dentro de la corriente crítica liderada por Margarita González Jubete que, agrupados bajo la denominación “La Mayoría”, han impugnado la asamblea celebrada el pasado 14 de octubre en la que Escobar resultó reelegido coordinador regional de IU-Extremadura. Ahora, el Comité de Garantías ha decidido anular esa asamblea por defectos de forma relacionados con los plazos y la designación de delegados, ordenando su repetición. Al parecer algunos de los componentes de los órganos de dirección de la coalición no ocultan su descontento con la dirección que el bueno de Pedro le está imprimiendo al partido, en esa especie de cohabitación política con la derecha que tiene a más de uno de uñas. Al que más se le nota esa rabieta de niño incomprendido es a Víctor, guardián de las trasnochadas esencias comunistas al que no le entra en su arcaica cabeza que un partido "progresista" esté apoyando a un gobierno de derechas, de señoritos y caciques que durante tanto tiempo oprimieron a la clase proletaria. Ese es el discurso de los camaradas rebeldes para tratar de derribar al actual coordinador regional.

   No conozco a Víctor Casco a nivel personal, pero en cuanto a su vertiente política considero que es un judas al servicio de Cayo Lara y su guardia pretoriana. Si le quedara algo de dignidad, tendría que haberla empleado en meditar muy seriamente sobre su regreso al ruedo político después de que en las elecciones a la Asamblea de Extremadura de 2007, en las que encabezaba las listas por IU, obtuviera los peores resultados de la historia de la coalición. Su mérito fue terminar de un plumazo con la representación que, desde 1991 y de forma ininterrumpida hasta aquella fatidídica fecha, ostentaba su partido en la asamblea regional. Su paso dejó un panorama desolador, peor incluso que el de 1987, cuando tampoco consiguieron ningún escaño. El caso es que este rojo, ateo, republicano y blasfemo -así es como se define él mismo en su blog- no debió realizar ese sano ejercicio de reflexión y volvió por sus fueros en las elecciones de 2011. Escobar, entonces, no se daba cuenta de que metía al enemigo en casa.

   Pedro Escobar ha sido el encargado de devolver la ilusión y la esperanza a unos simpatizantes que, después de estar cuatro años lamiéndose las heridas, consiguieron con sus votos que tres de sus representantes volvieran a encontrar acomodo en el parlamento autonómico. Sin su labor, sorda pero efectiva, este milagro habría sido del todo imposible. ¡Qué frágil es la memoria y qué osada es la ambición! Cuando Escobar se afanaba en recomponer los restos de un partido desanimado, sin dirección y- lo que es peor- sin apoyo social, Casco y los que ahora se arremolinan en torno suyo no movían un dedo ante el temor de que salieran voces más autorizadas que les mandaran callar de muy malos modos. Entonces abundaban las razones para que los que habían conducido al partido a su casi desaparición se mantuvieran al margen de los que pretendían reflotarlo a base de insuflar nuevos ánimos a una militancia abatida, para que los que habían cosechado un fracaso de tal magnitud dejaran las manos libres a los que se proponían dar un nuevo giro a los principios que componen el ideario de la coalición: la letra podía seguir siendo la misma, lo que había que moldear era un nuevo espíritu a la hora de interpretar sus postulados. En esto ha consistido el éxito de Escobar y esto es lo que se quiere derribar enarbolando, por parte del sector crítico, la bandera de la pureza ideológica, esa misma enseña que los había mantenido en el ostracismo político durante cuatro años y cuyos frutos ahora pretenden arrebatar arteramente.

   Cayo Lara y sus peones regionales -Jubete, Casco y Sosa, entre los más destacados- tienen prisa por purgar a Pedro Escobar y los suyos. La primera batalla, la de bloquear la tramitación de los presupuestos generales de la Comunidad Autónoma, ya la han perdido. Pero esto es una guerra sin cuartel cuyo objetivo final es presentar una moción de censura al ejecutivo presidido por Monago. Se olvidan los revoltosos de esta nueva hora que Escobar se limitó a respetar y aplicar lo que, tras las elecciones de mayo del año pasado, decidieron sus bases ante la tesitura de apoyar al PSOE o abstenerse y facilitar de ese modo el gobierno del PP. Por el momento Escobar parece un tipo serio, sereno y comprometido con la gobernabilidad de una región que se merecía probar algo distinto a 28 años de socialismo, pero ya son demasiadas las presiones que soportan sus espaldas, tantas que no se le puede exigir que siga comportándose como un héroe. Si al final sus tesis resultan derrotadas, volverán a hacerse cargo de la coalición aquellos que ya tienen demostrada su condición de perdedores. Sería deseable que los votantes de Izquierda Unida no se dejaran deslumbrar por quienes adornan sus pecheras con medallas al fracaso, que siguieran otorgando su confianza a un hombre honesto que sólo busca mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos a través de la influencia que su partido pueda efectuar en la tarea de gobierno. Si no fuera así, mucho me temo que IU, para desgracia del panorama político extremeño, terminará por desaparecer ahogada en sus luchas intestinas para ver quién se lleva las migajas del pastel.


viernes, 26 de octubre de 2012

Los 20 € de Diego César Pedrera.


   Sin que sirva de precedente, he decidido tomarme un respiro y aparcar los posts sobre política para peor ocasión. No tengo ninguna duda de que el negro panorama económico que se cierne sobre nuestros futuros dará sobrados motivos para seguir desahogando mi ira contra los responsables de esta crisis inmisericorde, pero como no todos los días tiene uno ocasión de dedicar una reseña de un libro escrito por un amigo, deseo evadirme por un momento de la prima de riesgo, del bono a diez años, de la recapitalización financiera de los bancos y demás tormentos. Hoy quiero centrarme en una de mis grandes aficiones: la literatura, esa gran olvidada por la mayoría de la población española, cuyos índices de lectura debería ruborizar a más de un Consejero y a algún que otro Ministro de Educación y Cultura. La lectura es complemento obligatorio y necesario para la formación íntegra de una persona. Esa tarea no depende única y exclusivamente del sistema educativo, aunque sí debe motivarse por parte del profesorado para ver si, de una vez por todas, abandonamos el oprobio de viajar en ese furgón de cola. Se nota a la legua una persona que tiene por hábito dedicar su tiempo de ocio con un libro entre las manos de otra cuya máxima preocupación es pasar pantallas en cualquier juego de la Play Station. Todo es cuestión de prioridades. Con ello también evitaríamos que los sufridos e incomprendidos profesores se lleven las manos a la cabeza en más ocasiones de las necesarias al comprobar la pésima redacción de sus alumnos, tanto a nivel ortográfico como de sintaxis.

   Toda esta retahíla previa viene a cuento de un vecino mío, de nombre Diego César Pedrera, malpartideño de pro que ha tenido la valentía de dedicar dos años de su vida a preparar su primera novela, que lleva por título “Veinte euros”. La cosa tiene el mérito añadido, además de por atreverse con el reto nada desdeñable de publicar un libro, de haberlo escrito en los ratos libres que le dejaban el trabajo y sus reconfortantes obligaciones como padre de familia de dos retoños de corta edad. Si lo ideal para dedicarse a la pluma es hacerlo en absoluta soledad, a César no le ha quedado más remedio que restarle horas al sueño y buscar el cobijo de las madrugadas para atraer a las musas con las que dar rienda suelta a su creatividad. Estoy convencido de que el camino no ha sido fácil, que no habrán escaseado los momentos en que las frustraciones se apoderaron de la ilusión por ver culminado el trabajo bien hecho; que el pánico al folio en blanco que atormenta a todo escritor, y más si es novel, habrá ganado terreno muchas veces a la esperanza. En estos casos la voluntad inquebrantable por sobreponerse a todos estos obstáculos es fundamental para el éxito de la empresa. Y a fe que lo ha conseguido.

   Lo que más destacaría de esta primera obra de César, que espero que no sea la última, es una narración plagada de metáforas e imágenes impactantes que hacen que el lector vaya recreando en su mente el relato, sin dificultad, dando fluidez a una lectura viva y trepidante por los submundos de la droga. Se trata de una historia de sueños rotos protagonizada por dos rufianes de poca monta dedicados al menudeo. El hilo conductor de sus andanzas será un siniestro billete de 20 € que va pasando de mano en mano, entrelazando con gran ingenio las vidas de aquellos que, en algún momento, son portadores del mismo. Desde el capo todopoderoso de la ciudad que se hace acompañar por un grupo de esbirros indeseables, pasando por un constructor sin escrúpulos o un inspector de policía atormentado por su pasado, van apareciendo en escena una serie de personajes que dan cuerpo y alma a una historia sin concesiones al idealismo, centrada en mostrarnos las miserias ocultas de una ciudad aparentemente tranquila donde, en el fondo, la desesperanza lo inunda todo. Por cierto, hay una rubia mala malísima que hará las delicias de más de uno.

   Amigo César, he leído tu obra con la avidez propia del que está deseando terminar un capítulo para comenzar el siguiente sin solución de continuidad, intrigado por el devenir de los acontecimientos que angustian a los personajes. Confieso que, como me sucede con muchos de los libros de autores más o menos consagrados, no ha habido un solo momento en el que me hayas aburrido con pasajes insulsos que le hacen a uno identificar los momentos de flaqueza del autor en el proceso de creación al  incluir diez o quince páginas que nada aportan a la comprensión de la historia. Esa es una virtud que me gustaría destacar en ti. El oficio de escritor consiste en leer mucho, escribir algo y, sobre todo, saber desechar parte de lo manuscrito. Cuando se aprende a tirar a la papelera, en un ejercicio previo de autocensura no exento de dolor, aquello que no ha sido bendecido por la inspiración, habrá ganado mucho el autor en su carrera para mantenerse en este competitivo negocio, pero más gana el lector ahorrándole la lectura de párrafos anodinos que debieron ser destinados a la hoguera de las vanidades. Creo que has tenido el acierto de saber realizar esa criba sin la cual nos perderíamos en farragosos fragmentos cuyo impulso natural es el de dar carpetazo y comenzar el siguiente libro que espera, apilado en una estantería, a que unas bondadosas manos le concedan la oportunidad de abrir una ventana a la imaginación. Por todo ello, mi más sincera enhorabuena por haber sido capaz de afrontar esta titánica labor con buenas dosis de calidad. Que en menos de un mes haya salido la segunda edición indica que mucha gente piensa lo mismo que yo. Te deseo constancia y voluntad en esta nueva etapa de tu vida.

martes, 16 de octubre de 2012

¿Dónde vas Arturo Mas, dónde vas pobre de tí?


España atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia contemporánea. Por si no teníamos suficiente con la crisis económica, ahora resurge con inusitada fuerza el tema catalán. El presidente de la Comunidad Autonóma de Cataluña, el flemático Artur Mas, ha decidido salir del armario para quedar colgados en las correspondientes perchas el traje de moderado que ha usado hasta la fecha para trocarlo por el de furibundo independentista. Y lo ha hecho como se suelen hacer estas cosas cuando uno lleva tanto tiempo simulando lo que no se es: con una desesperación acompañada de un ímpetu que roza el delirio. Así, aprovechando que las aguas bajan turbias, su gobierno se ha lanzado a la deriva soberanista con la finalidad de parchear sus propios fracasos. Desconoce el bueno de Arturo que el pueblo no es tan dócil ni tan necio como se le presupone desde las atalayas del poder. Lo que estoy convencido es que se sabe al dedillo las encuestas de opinión en las que se refleja que sólo una minoría de catalanes desea un Estado independiente. Pero eso no es obstáculo para que este político menor haya echado a andar por un camino abocado al descalabro más absoluto.

Y todo este espectáculo no se orquesta para complacer los deseos de una mayoría social -ni esas son sus intenciones ni, como ya he dicho, existe tal mayoría-, sino que su objetivo fundamental se centra en obtener rédito político ante las próximas elecciones del 25 de noviembre. Con la excusa de la negativa de Rajoy para darle satisfacción por el pacto fiscal y aprovechando los ecos de la muchedumbre reunida el 11 de septiembre durante la celebración de la Diada, este mesías ha decidido ponerse el mundo por montera haciendo caso omiso a esa gran mayoría de ciudadanos que, sin dejar de sentirse catalanes, quieren seguir perteneciendo a un país llamado España. Y todo ello a pesar de la obsesión de algunos por borrar cualquier vestigio de centralismo: que se lo pregunten a los comerciantes, que no pueden rotular sus negocios en castellano si no quieren exponerse a fuertes multas económicas; o a los alumnos de un sistema educativo que margina la enseñanza en la lengua de Cervantes. Pero parece ser que el señor Mas y su gobierno no están por la labor de trabajar por el bienestar de todos los catalanes, sino simplemente por el de unos pocos dispuestos a seguir sus irracionales delirios de grandeza al estilo de un iluso Francesc Maciá o de un temerario Lluís Companys.

Artur Mas está dispuesto a echarle un pulso al Estado sin importarle el coste económico y político que de ello pueda derivarse. Se supone que sus asesores le habrán advertido que mientras no se reforme el artículo 2 de la Constitución Española, donde se habla de la “indisoluble unidad de la nación española”, y mientras la Ley Orgánica que regula las distintas modalidades de referéndum atribuya al Estado la competencia exclusiva para convocarlos, sus planes no son más que papel mojado, algo así como un Plan Ibarretxe desfasado. El señor Mas está interpretando el papel de víctima que tan buenos resultados le ha dado hasta ahora, presentando a Madrid como el poder opresor de una identidad propia que nadie les niega, pues está reconocida por la misma Constitución que pretenden conculcar. Jamás ninguna Comunidad Autónoma ha tenido el nivel de autogobierno del que goza Cataluña, ni siquiera su admirada Quebec cuenta con las competencias de las que sí dispone la Generalitat. Lo que el señor Mas se cuida mucho de contar es que una Cataluña independiente tendría que afrontar una deuda de 155.000 millones de euros, y eso no hay economía que lo soporte. Mientras tanto, al a espera de si decide internacionalizar el conflicto, no le duelen prendas en pedir al Estado 5.433 millones de euros del fondo de liquidez autonómico para atender sus obligaciones financieras. Es decir, que no quieren formar parte de España según para qué. Ni Josep Tarradellas ni Jordi Pujol se mostraron tan desleales como sí lo está siendo este insensato en unas circunstancias en las que toda la ayuda que se le pueda ofrecer al gobierno de Mariano Rajoy será poca para que desde Europa nos tomen en serio.

 El presidente Mas ya sabe en qué va a quedar todo esto, por eso sería de agradecer que pusiera en práctica el sentido común y la sensatez exigibles a todo representante público. Es falso que exista un conflicto catalán; ésa es la visión que quieren mostrar desde Convergència i Unió para favorecer sus espurios intereses. No todo vale con tal de ganar unas elecciones. Que se dejen de emprender aventuras que no conducen a ninguna parte, pues bastantes focos de tensión tiene abiertos la sociedad española en su conjunto como para venir a caldear el ambiente con uno más. En este sentido, echo en falta las declaraciones por parte de un político al que tengo por moderado y alejado de los extremismos característicos de aquellas latitudes: Durán y Lleida tiene que salir a la palestra y hacer valer su peso específico para rebajar las exigencias de sus compañeros de formación. De lo contrario, la postura radical por parte del gobierno catalán deberá ser respondida por el Estado central con todos los medios legales a su alcance. En este desafío no caben posturas timoratas. Quién sabe si todo esto no nos conducirá a que, por primera vez, veamos la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

martes, 2 de octubre de 2012

Las razones de Esperanza.


   Aunque con algo de retraso sobre el hecho noticioso, no me resisto a escribir unas palabras en relación con el sorpresivo abandono de la política activa por parte de Esperanza Fuencisla Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Murillo, Grande de España y Dama Comandante del Imperio Británico. Ahí es nada. Así, el 17 de septiembre, para asombro de propios y extraños, la presidenta de la Comunidad de Madrid convocó una rueda de prensa en la que anunció que dimitía de todos sus cargos electivos, incluida la presidencia autonómica y su escaño de diputada en la asamblea legislativa. Que después de treinta años en la política era tiempo de dedicarse a los suyos: marido, hijos, nietos y demás parentela. Cuentan que los profesionales de los medios de comunicación allí presentes no daban crédito ante lo que estaban presenciando, mirándose de soslayo los unos a los otros para cerciorarse de que no eran los únicos que se estaban quedando atónitos por las declaraciones de “La Lideresa”. Sólo unos elegidos de su gabinete conocían de antemano la decisión que Aguirre soltó a modo de bomba informativa y, cosa rara en los mentideros políticos, el secreto se mantuvo a salvo hasta el día en cuestión. Algunas, como la precoz Lucía Fígar, Consejera de Educación, Deportes y Juventud, no pudo contener las lágrimas en un llanto que más bien pudo haberse dejado de puertas para adentro. Otros, como su fiel escudero Ignacio González, se frotaba las manos ante la proximidad de cumplir su sueño de tantos años, lo cual no le resta un ápice de credibilidad a sus gimoteos durante la sesión de investidura como nuevo presidente de Madrid.

   La cascada de rumores, como era de esperar, ha sido de las que hacen época. España, a pesar de todo, sigue siendo un patio de cotillas que no pierde oportunidad de elaborar las teorías más chabacanas ante cualquier acontecimiento de relumbrón. Y es que muy pocos se explican cómo alguien que está en la cresta de la ola, que cuenta mayoritariamente con el apoyo de los ciudadanos -llevaba desde el 2003 como Presidenta de la Comunidad de Madrid con mayoría absoluta-, decide abandonarlo todo con la simple explicación de los consabidos motivos familiares y de salud, por muy legítimos y comprensibles que estos pudieran ser. Más bien parece que Aguirre se ha cansado de navegar a contracorriente en un partido que se ha ido apartando de los principios liberales que ella se ha encargado de abanderar a pesar de las críticas. De sobra es conocida su enemistad con el actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, por mucho que ambos, públicamente, trataran de ocultar lo que resultaba evidente hasta para un ciego: los forzados besos y abrazos que se han prodigado en público en múltiples ocasiones chocaban más que si las carantoñas protocolarias se hubieran dejado para mejor ocasión. Mariano Rajoy trató de mediar sin éxito en esta disputa entre dos pesos pesados. Más de un tirón de orejas se llevaron a cuenta de sus discordias para hacerles entender que las opiniones heterodoxas debían quedar fuera del alcance del dardo envenenado de la oposición con el fin de salvaguardar al partido de un desgaste innecesario. Visto el discurrir de los acontecimientos, es de suponer que el ministro melómano contaba con más simpatías por parte de Rajoy que la castiza Aguirre. Lo cual no era mucho aventurar desde que ésta, tras el fracaso del PP en las elecciones generales del 9 de marzo de 2008 y ante el XVI Congreso de su partido, jugó con la posibilidad de presentar una candidatura alternativa a la de Rajoy como presidente del partido: su órdado no gustó nada en el sector oficial de Génova 13 y Rajoy, entre otras cosas, suele tener muy buena memoria como para olvidar ese tipo de deslealtades.

   Para completar este panorama de complejas relaciones en la cúspide del poder popular, hay que sumar otra china en el zapato de Esperanza: Mª Dolores de Cospedal, la férrea Secretaria General del PP que ha hecho buena la labor de fontanería de Álvarez Cascos al frente de la nave genovita: ver para creer. En este punto era previsible un choque de caracteres sin precedentes entre dos mujeres acostumbradas al bastón de mando. Por eso, el problema no tardaría en aparecer en cuanto surgiera la mínima diferencia de criterios entre las dos baronesas autonómicas. Y esa chispa ha saltado con ocasión del caso Bolinaga: una -Aguirre- lamenta no entender que la Justicia haya otorgado al etarra la libertad ante el cáncer incurable que padece, la otra -Cospedal- no ha dicho una palabra más alta que otra ante el hecho de que se ponga de patitas en la calle al carcelero de Ortega Lara. Por todo ello, Esperanza habrá pensado que, después de lo que lleva vivido en política (Concejala del Ayuntamiento de Madrid, Ministra de Educación y Cultura, primera mujer en presidir el Senado, Presidenta de la Comunidad de Madrid) llega un momento en que no todo se puede soportar, en que una se cansa hasta de tragar sapos con tal de seguir saliendo en la foto. Una vez colmada su parcela de vanidad, y como desde que defenestraron a María San Gil como presidenta del PP en el País Vasco se juramentó para no pasar por alto ni una indecencia más, pues ha decidido que hasta aquí hemos llegado, que se va sin que nadie se lo haya pedido – o sí- y que ahí se queda Mariano Rajoy con su proyecto de una España mejor bajo la atenta mirada de su guardia pretoriana. Que una ya tiene bastante con haber salido ilesa de un accidente de helicóptero (por cierto, junto a Mariano Rajoy) y sobrevivido a una oleada de ataques terroristas en la ciudad de Bombay.

   Esas experiencias vitales sí constituyen razones de peso como para replantearse su papel en la política. Ahora bien, que sean las únicas cuestiones que hayan influido en su decisión sólo ella lo sabe. Tendría que publicar un segundo volumen de sus memorias para que algún día sepamos con certeza la verdad en todo este asunto. De momento todo son especulaciones, excepto el hecho de que el Partido Popular ha dejado escapar a uno de sus miembros más carismáticos. Los resultados los comprobaremos en las siguientes elecciones autonómicas, aunque dudo mucho de que Ignacio González arrastre la misma masa de votantes que su predecesora. Esas mismas dudas, al parecer, también planean sobre el equipo de Rajoy. Su posible duelo con Tomás Gómez será de segunda fila, puesto que tampoco goza el líder socialista con el aplauso mayoritario de los madrileños, ni siquiera por los militantes de su propio partido. Eso, precisamente, es lo mejor que le puede pasar al PP: que la oposición presente un candidato electoral con menos encanto popular del que cuenta el que, hasta hace escasos días, era el abnegado heredero del sillón de Aguirre en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol.