sábado, 21 de noviembre de 2015

Entre todos lo mataron

 En España somos expertos en enterrar a los muertos, sean éstos reales o figurados. Si alguien guarda el íntimo y escabroso deseo de que los demás hablen bien de uno mismo, no hay mejor cosa que morirse. Aunque también puede pasar todo lo contrario: si quisiéramos comprobar cuán cínica es la gente, no tenemos más que pasarnos por nuestro propio entierro para asistir en primera línea a la desvergüenza más mezquina, y confirmaremos -si alguna duda nos cupo alguna vez- cómo se tornan en crítica feroz lo que en vida eran salva de aplausos. Mano de santo, oigan. Por eso, gran acierto supone identificar a amigos y enemigos con la finalidad de evitarnos sobresaltos inesperados. Uno que lo tuvo muy claro fue el general Narváez.  Se cuenta la anécdota de que cuando el general liberal pasó a mejor vida, un 23 de abril de 1868 - Cervantes y Shakespeare no fueron las únicas personalidades en fallecer en tan señalada efemérides-, a su entierro acudieron sobre todo sus contrincantes políticos, pero no para  regalarle los oídos, sino para asegurarse de que estaba muerto y bien muerto. Aunque también cuenta la leyenda que en su lecho de muerte “El Espadón de Loja”, ante la pregunta formulada por su confesor de si perdonaba a sus enemigos, respondió Narváez que no podía hacerlo… porque los había matado a todos. Así se las gastaba uno de los niños bonitos del reinado de Isabel II. Y supongo que algo parecido sucedería ante la capilla ardiente del general Franco, al que traigo a colación ahora que estas fechas le han devuelto a la actualidad: que la mayoría de los que fueron a visitarla lo hicieron para no perder detalle de que el dictador, efectivamente,  no iba a volver a levantar la cabeza, que bastante lata había dado durante casi cuarenta años. Por lo tanto, no todos los que se dan cita en un velatorio lo hacen para rendir honores al finado, sino más bien para dedicarle sus últimas invectivas, pues ya no corren peligro de que el otro se revuelva contra ellos.

    
 En cuanto a la segunda categoría, la de los muertos figurados, la historia también nos ha ilustrado con un buen puñado de ejemplos. La mayoría de las víctimas eran Constituciones decimonónicas -hasta cinco llegaron a regir en el siglo del romanticismo, y alguna que otra más que se quedó en mero proyecto-, que si brotaban jubilosas como remedio a las injusticias del tormentoso mapa político de la época, después eran enterradas por sus detractores con iguales dosis de saña con que sus partidarios las trajeron a este mundo. Así de imprudentes llevamos siendo en este país desde tiempos inmemoriales. Y todos estos ambages históricos vienen a cuento del pleno celebrado hace dos días en la Asamblea de Extremadura para tratar de averiguar el estado vital en el que se halla el Consejo Consultivo. Parece ser que este órgano al servicio del gobierno regional no cuenta con las simpatías de la mayoría, estorbando a unos y a otros. Creado en el 2001 durante el mandato de Rodríguez Ibarra, se elevó a categoría estatutaria en 2011, con José Antonio Monago en la presidencia del ejecutivo. Doctores tiene la iglesia, y lo que se nos presentaba como una institución esencial para remarcar la identidad propia de nuestra Comunidad Autónoma, ahora  resulta que es una apestada a la que le ha llegado la hora. Y se da la paradoja de que quienes más se esfuerzan en quitarla de en medio son los mismos que contribuyeron a su natalicio, en un acto atroz que en nada desmerece a la imagen de Saturno devorando a su hijo.


   Anteayer fuimos testigos de un drama sin precedentes en nuestra cámara legislativa. Todos los grupos políticos, a excepción de Podemos, consideraron que el paciente lleva moribundo, sin esperanzas de recuperación, el tiempo suficiente como para que se le aplique sin demora la inyección letal que lo finiquite. Podemos, sin embargo, insiste en suministrar un tratamiento de choque para reanimar al enfermo, negándose a firmar el certificado de defunción que PSOE, PP y Ciudadanos reclaman sin pudor. Los que están por la labor de darle matarile al Consejo Consultivo sólo discrepan en las formas en que haya de celebrarse el sepelio: por todo lo alto, con honores y agradeciendo los servicios prestados, como propone el PP (es decir, modificando para ello el propio Estatuto de Autonomía); o bien, deprisa y corriendo, algo aseado y decente, pero nada más, que es el planteamiento que mantienen PSOE y Ciudadanos. Los de Álvaro Jaén, como digo, no ven tan claro que tengan a un finado de cuerpo presente y se resisten a asistir a los fastos, lo cual es objeto de crítica por parte de Valentín García –portavoz del PSOE-, que les reprocha que sean tan ignorantes como para no percibir el hedor que desprende el difunto. Por su parte, al grupo parlamentario de Ciudadanos, con María Victoria Domínguez a la cabeza, solo le preocupa que se haga un entierro como Dios manda, que eso de quedarse a medias en estos menesteres no está bien visto. Y, tristemente, esta ha sido la historia de una institución con fecha de caducidad, que entre todos la mataron y ella sola se murió. Los que han decidido su sentencia de muerte esgrimen el argumento de ser un órgano demasiado politizado, juicio a mi entender que decae por su propia fragilidad: si nos ponemos puritanos, habría entonces que suprimir los tribunales Constitucional y Supremo, el Consejo General del Poder Judicial, etc, etc, pues en este país, salvo al Rey y poco más, los políticos extienden sus tentáculos a todo lo que se menea.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El tren que no llega


 Para nuestra desgracia, Extremadura sigue despuntando más por sus carencias que por sus virtudes. Mientras que algunas regiones de nuestro país hace ya bastantes lustros que se subieron al carro de eso que tan ampulosamente llamamos "modernidad", Extremadura sigue apareciendo, mal que nos pese, como la hermanita pobre del tinglado que se montó durante la Transición con el tema de las Comunidades Autónomas. Y aunque la Constitución deja muy claro que todos gozamos de los mismos derechos con independencia del territorio en el que residamos, todo eso estaría muy bien si no fuera porque se trata de una falacia. Evidentemente -faltaría más-, de un tiempo a esta parte hemos avanzado en mejoras sociales, sanitarias, educativas, económicas, culturales, etc, pero no lo suficiente si nos comparamos con otras latitudes de nuestro país, no digamos ya si lo hacemos con un entorno europeo: fuera de nuestras fronteras persiste la imagen de una España repleta de vagos y vividores quienes compadecer a base de ayudas y subvenciones para sacarnos -sin mucha convicción, que todo hay decirlo- del pozo del atraso en el que nos hallamos. Sucede esto a todos los niveles y, en concreto, también en lo tocante al transporte ferroviario, que es a donde quiero ir a parar después de tantos rodeos. En este punto, Extremadura viaja en un vagón de cola, mientras que otros lo hacen con todo lujo de comodidades en el furgón de cabeza. Que podríamos estar peor, pues sí; pero que tenemos derecho a exigir una red digna de comunicaciones ferroviarias, pues también. La que sufrimos en la actualidad, por lo menos en nuestra región, da auténtica grima y es impresentable en un país como el nuestro, que se vanagloria de ser la octava potencia económica del mundo. Dudo que ningún país africano se halle, en este sentido, en situación más penosa que la nuestra. Que seamos una de las comunidades más desfavorecidas no significa por ello que nos traten como ciudadanos de tercera.  

   El caso es que los que sufrimos a diario, por motivos laborales, la odisea que supone coger el tren, sabemos de lo que hablamos. Los políticos andan enfrascados en la estéril polémica de si el AVE tiene que pasar por aquí o por allá, de si debe disponer de una parada en el centro o en las afueras de las ciudades que visite, olvidando por completo que mientras llegue la alta velocidad habrá que atender como se merece al tren convencional. Se están preocupando de un problema futuro, al que no dudo que haya que prestarle atención, pero sin que ello suponga dejar desatendidas las necesidades presentes, que son muchas y las que más nos preocupan. No es de recibo que para un trayecto de algo menos de ochenta kilómetros, el tren de media distancia que transcurre entre Cáceres y Mérida invierta una hora de reloj, sin mencionar las cerca de cuatro horas de verdadero suplicio que hay que soportar si a alguno le da por ir a Madrid desde la capital cacereña. Tengo para mí que ni siquiera a mediados del siglo XIX, cuando la industria del ferrocarril andaba todavía en pañales, se invertía tanto tiempo en realizar recorridos similares. Pero aun siendo eso grave, no debería pillarnos por sorpresa a tenor de las antiguallas que siguen circulando por la geografía extremeña. El problema de verdad, al menos el que más nos enfurece a los usuarios, es el de la puntualidad o, por mejor decir, el de la congénita impuntualidad que pone a prueba nuestra bendita paciencia: tendrían que ver los lagrimones que surcan las mejillas de los funcionarios que acudimos a diario a Mérida cada vez que comprobamos en los paneles de información de la estación que no habrá retraso en la salida de los trenes, que partiremos a las 15:09 en lugar de, como es habitual, a eso de las 15:30. Poco le falta para que demos saltos de alegría en los andenes, abrazándonos cual colegiales que despiden el curso escolar, y menos aún para que lo celebremos con una botellita de cava de Almendralejo, pero por aquello de mantener las apariencias y que no nos tachen de quejicosos, nos quedamos quietos, mirándonos con cara de decir “amiguete, hoy comeremos antes de que se nos eche encima la hora de cenar”, felicitándonos como si nos hubiera tocado la lotería de Navidad.  A estos extremos hemos llegado. Lo siguiente será arrodillarnos ante el revisor y besarle la mano cuando se disponga a comprobar nuestro billete. Tiempo al tiempo.
   
Hay quienes suspiran, con toda legitimidad, porque el AVE surque cuanto antes los llanos de Extremadura para poder plantarnos en un tris en Madrid, Sevilla, Valencia o Barcelona. Pero, puesto que en este asunto –como en otros muchos- nos situamos a la cola de España, más vale que vayamos paso a paso, y antes de exigir un tren de alta velocidad, lo que sería menester es que se modernizara la flota de los de media distancia que recorren nuestro territorio con más pena que gloria. En estos momentos son otras las prioridades, teniendo en cuenta, además, que los usuarios de uno u otro tipo de tren no serán los mismos: no todos podremos pagar, de continuo, el precio de un billete del AVE. Ignoro si la competencia es del Ministerio de Fomento o de la correspondiente Consejería de la Junta de Extremadura; lo que sí sé es que están tardando en solucionar un asunto que a muchos nos facilitaría el día a día. Ahora que se avecinan elecciones generales, estaremos atentos a las sempiternas e hilarantes promesas de los políticos: esos señores que nos toman por tontos de remate entre campaña y campaña electoral y que, llegado el momento de depositar el voto en la urna, pasan a tratarnos como a señoritos de postín a los que hay que agasajar a base de cantos de sirena con tal de conquistar a cualquier precio la poltrona del poder. Y para ello no dudarán ni un ápice en aprovecharse de nuestra indolencia y buena fe - las mismas que hacen que les votemos una y otra vez a pesar de las puñaladas traperas que nos asestan durante sus mandatos-, además de poner en práctica sus propias artimañas basadas fundamentalmente en una falta de escrúpulos cercana a la ignominia. Pues eso, que me apuesto con todos ustedes que no habrá candidato a la Moncloa que se precie que no nos prometa que la alta velocidad llegará a Extremadura más pronto que tarde, sin saber que, en realidad, el tren que esperamos los extremeños es otro bien distinto.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El regreso de un aventurero

Y regresó. Sí, señores, vaya que si regresó. Y lo hizo para demostrarse a sí mismo que los sueños pueden cumplirse cuando uno se lo propone firmemente. Ha vuelto con el pellejo intacto y la mochila atestada de recuerdos imborrables que permanecerán para siempre grabados en su memoria. No todos los días sale uno a hacer las américas y regresa al cabo de los meses convertido en una persona distinta de la que partió, allá por el mes de febrero, a lomos de su inseparable “Ivoty” y con la única compañía de su no menos querido “Rufino”, ese muñeco de peluche que habrá sido depositario de multitud de confidencias en jornadas interminables en las que la ilusión, pero también el cansancio, invadían el espíritu de nuestro aventurero. Estoy convencido de que las enseñanzas de este viaje habrán sido de mayor calado y profundidad que las que haya podido recibir en cualquier aula de cualquier escuela, instituto o facultad universitaria, al igual que lo estoy de lo afortunado y privilegiado que debe sentirse Fabi por llevar a buen término lo que otros muchos posponemos a la menor oportunidad con cualquier vana excusa con tal de seguir acomodados en nuestra lánguida rutina diaria. Ese es el primer gesto de valentía que hay reconocerle: no acobardarse ante la dificultad del proyecto, no adelantarse a los miedos e inconvenientes que, evidentemente, iban a presentarse en el camino. Porque eso es, precisamente, lo que hacemos la mayoría: acojonarnos antes de tiempo, pensar en todo lo malo que nos puede suceder, siendo incapaces de focalizar nuestros esfuerzos en mantener una actitud positiva, optimista ante el desafío planteado. Y esa, también, es la primera lectura que tenemos que extraer de la gesta de Fabi: que debemos de confiar en nosotros mismos a la hora de enfrentarnos a los retos que nos propongamos, ser conscientes de que habrá obstáculos que afrontar pero no por ello debemos abandonar nuestros propósitos, menos aún si resulta que lo que perseguimos es un sueño que cumplir, por muy utópico que pueda parecernos. Como él mismo suele decir, los límites los ponemos nosotros y, en este sentido, hay algunos que somos auténticos expertos en cortarnos las alas de la ilusión por temores que, en realidad y la mayoría de las veces, son infundados.



 Si no me falla la memoria, creo que he hablado con Fabi en dos ocasiones desde que volvió de su “Ruta por América”. Cuando me narraba sus peripecias, emocionado, con la humildad y la modestia que le son propias -eso de cruzar fronteras no tiene que ser nada fácil, por mucho que él quiera restarle importancia-, yo pensaba en lo afortunado que me sentía por oír en primera persona las andanzas que le han tenido entretenido durante todos estos meses. Observando cómo le brillaban los ojos a medida que avanzaba en el relato, uno puede hacerse a la idea de que eso de pasar a la acción y volver de una pieza para poder contarlo tiene que ser, sencillamente, una auténtica pasada. Por eso, al mismo tiempo que lo escuchaba con atención, me recriminaba mi cobardía por carecer del arrojo necesario para dar rienda suelta a mis propias ilusiones. Pero, de igual modo, teniéndolo a él delante, relatándome con entusiasmo lo agradecido que se sentía por la ayuda desinteresada que le habían prestado gentes para él desconocidas que han terminado por convertirse en protagonistas inesperados, me decía a mí mismo que tenía ante mí el vivo ejemplo al que emular. Amigo Fabi, no sé si te haces cargo de la enormidad y la grandeza de lo que has conseguido y de la influencia que con tu viaje puedas tener en tu círculo de amigos, conocidos y familiares. Si tú te inspiraste en la película Into the Wilde para poner en marcha tu sueño, alcanzar tu “autobús mágico” particular y seguir los pasos de Alexander Supertramp hasta la inhóspita Alaska, no dejes de pensar que algunos de los que aún tenemos una cita pendiente con nuestros proyectos de futuro habremos de reconocer –si algún día llegamos a conquistarlos- que tú fuiste uno de nuestros catalizadores para emprenderlos y dejar atrás los miedos que nos encadenan. Es por eso que te animo más que nunca para que te pongas sin mayor demora a la tarea de escribir un libro en el que recojas el caudal de experiencias acumuladas. Soy consciente de que con esto se te presenta un nuevo reto, quizás más complicado de lograr que el éxito de la propia aventura que deberás consignar en papel, pero no por eso debes cejar en el empeño de dejar constancia de la que, hasta el momento, ha sido la epopeya de tu vida. Que te sirvan de estímulo y motivación las entrevistas y reportajes que te están haciendo los medios de comunicación desde que llegaste. Así que, haznos un favor y ponte manos a la obra. Ese será tu nuevo desafío, pero piensa que tienes una gran ventaja: solo tienes que escribir sobre algo que ya has vivido, sobre un objetivo cumplido al que tienes que darle mayor repercusión con la ingrata pero reconfortante tarea de recogerlo en una serie de cuartillas que te depararán más satisfacciones que quebraderos de cabeza. Por mi parte, recibe un saludo y gracias por recordarme que tengo cuentas pendientes con mi destino. Enhorabuena, no solo por el objetivo cumplido, sino, sobre todo, por haber tenido la gallardía de dar el primer paso para conseguirlo, que no es otro que la firme determinación de creer en lo que haces.