jueves, 29 de octubre de 2015

Huele a podrido en Cataluña

 

Hace ya diez años que un Pasqual Maragall en horas bajas, quien fuera presidente de la Generalitat por obra y gracia de un infumable tripartido gestado en el Pacto del Tinell, cogió el micrófono en el Parlament para espetarle a Artur Mas y los suyos aquello del problema del 3%. Nunca antes un problema ha dado tanto de qué hablar. Un silencio atronador se apoderó durante unos instantes en los que sus señorías se miraban, estupefactos, los unos a los otros sin terminar de creerse que aquello estuviese sucediendo. El espectáculo fue dantesco, por cuanto nunca antes se hizo gala de un cinismo de tal calibre. Los que asistieron a tan histórica y reveladora sesión no sabían si echarse a llorar o, muy por el contrario, hacer cola ante el escaño de Maragall para confesarle “machote, olé tus cojones. Gracias por inmolarte y salvar el chiringuito para el resto de los que estamos por aquí con más vergüenza que dignidad. Te doy mi enhorabuena... y mi pésame. Eres un valiente, Pascualín. Te pido perdón por ser un cobarde miserable, pero tengo que comer y seguir pagando la hipoteca y los estudios de mis vástagos, que bien sabes tú lo que chupan los bancos y la prole. Pues nada, que nos vemos por los pasillos”. A continuación, Artur Mas, con toda la cara dura de cemento armado que le caracteriza, le replicó con voz pausada y amenazante -al estilo de los Soprano- que había perdido los papeles y que, por el bien de Cataluña, le instaba a retirar esas injustas palabras que tanto daño le harían al futuro país por el que ambos luchaban con tanto sacrificio personal. Y, efectivamente, el señor Maragall las retiró como si tal cosa, creyendo que con ese paso atrás se salvaban los muebles como si nada hubiera pasado, al estilo Men in black, que un poquito de amnesia colectiva viene bien de vez en cuando. Aquí paz y después gloria.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Maragall levantó la liebre sobre la corrupción instalada en la cúpula de CiU desde que el Molt Honorable sentara sus posaderas en la Generalitat entre 1980 y 2003. Las alfombras oficiales tapaban tanta podredumbre institucional que llegó el momento en que un osado Maragall entendió como inevitable -no se sabe bien por qué- hacer público lo que todos sabían y también todos ocultaban con un pacto de silencio que a todos favorecía, de ahí que haya más culpables de los que de momento han salido a la palestra, entre ellos un tal Duran i Lleida que pretende salirse de rositas. Después de eso es cuando se han aireado los turbios y presuntamente delictivos negocios de los Pujol, en el que por unos motivos o por otros están imputados desde Jordi sénior hasta el benjamín de sus hijos, pasando por su señora esposa, la señora Ferrusola. ¿Y cuál creen ustedes que ha sido la defensa esgrimida por el clan y sus fieles servidores? Faltaría más: pues que todo es un ataque a Cataluña y a sus dirigentes por parte de un Estado opresor como el español que subyuga la voluntad de la mayoría del pueblo catalán. Y a partir de ahí se ha acelerado el proceso de deriva independentista pilotado por Mas y sus secuaces, envolviéndose en la bandera del nacionalismo para tapar las vergüenzas de una maquinaria en la que andan implicados un buen puñado de prebostes que buscan su impunidad con la ansiada y a la vez imposible declaración del Estat Catalá. Por mucho que se convoquen seudo referéndums y elecciones plebiscitarias sólo imaginadas por personajillos ebrios de un absurdo heroísmo, llegados a este punto de locura por parte de quienes se atribuyen la representación de una inexistente mayoría soberanista, es necesario que el Estado central se muestre inflexible y aplique con rigor los resortes legales que la Constitución pone a su disposición; es decir, llevar al terreno de la práctica el tantas veces mentado artículo 155 o, lo que es lo mismo, darles un toque de atención para que se avengan a razones a quienes andan embarcados en esta desquiciada aventura. No queda otra que ponerse serios con quienes llevan demasiado tiempo mofándose de España y de sus instituciones. Si por matar a un lagarto en peligro de extinción te puede caer la del pulpo, espero que al chulo de Mas y compañía se les aplique el código penal donde dice aquello de incitación a la sedición. Verán ustedes cómo entonces los que nos reímos somos nosotros. Huele a podrido en Cataluña y algunos lo quieren ocultar con un manto de independentismo ausente de la conciencia de la mayoría del pueblo catalán. Que se investiguen hasta las últimas consecuencias las fechorías de los Pujol, y que caiga todo el peso de la ley sobre quienes mantienen un pulso con aires secesionistas entre una Comunidad Autónoma y el Estado español, único existente entre el estrecho de Gibraltar y los Pirineos.

martes, 13 de octubre de 2015

A vueltas con el tonto de Willy

   En este país llamado España tiene que andarse uno con mucho ojo con aquello de decir que se siente orgulloso de su patria, que se siente orgulloso de ser español, no vaya a ser que lo tachen de facha, fascista, franquista y no sé cuántas lindezas más. Lo que sucede en nuestro país creo que no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo. Uno no puede ir por la calle tranquilamente llevando una camiseta, o una pulsera, con la banderita de España, puesto que el incauto que cometa esa locura corre el riesgo de no salir indemne del paseo. Esta es una tendencia que está de moda desde hace mucho tiempo, pero que está recobrando vigor desde que los podemitas y sus adláteres han irrumpido en el panorama político, con la repercusión que les dan tanto los medios de comunicación que les son afines como las redes sociales que tan hábilmente saben manejar.

   Ayer, 12 de octubre, se celebró el día de la Fiesta Nacional, denominación así recogida por la Ley 18/1987, de 7 de octubre, firmada por un tal Felipe González Márquez, socialista que se sepa. Y claro, como era de esperar,  a algunos parece que les han salido ronchas en la piel por aquello de que son alérgicos a todo lo que haga referencia a la nación española. Desde las últimas elecciones municipales y autonómicas –antes también, pero ahora es cuando más visibles se han hecho- pululan por el espectro político unos personajes que se creen con el derecho a repartir patentes de corso sobre aquello que es correcto y lo que no lo es, sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es democrático o no, sobre lo que es pecaminoso o virtuoso, y lo hacen con tal desprecio y falta de respeto hacia aquellos que no comulgan con su espectro ideológico, que uno se sorprende de que a estos charlatanes les hagan el menor caso. Pero parece que sí, que tienen sus seguidores, incluso hasta votantes que los han catapultado a algunas alcaldías de postín. Y ahí tenemos predicando desde sus respectivas atalayas a Ada Colau y a un tal Kichi, éste desde Cádiz, sermoneando al personal que los quiere oír con un sinfín de estupideces sobre el día de la fiesta nacional. Y, cómo no, también han hecho su aparición una serie de convidados de piedra como Willy Toledo y Carlos Bardem. Sí, han leído bien: Carlos, no Javier. Esta vez ha sido el otro hijo de doña Pilar el que ha tenido a bien ilustrarnos con sus inquietudes intelectuales.

   La verdad es que esta vez el tonto de Willy se ha pasado dos pueblos. Si bien Colau y Kichi –habrá que preguntarle de dónde procede ese cursi apelativo- se han limitado a señalar que el día de la Hispanidad España no debería celebrar nada en especial, puesto que lo que se cometió a partir de un 12 de octubre de 1492 fue, según estos ilustres prebostes, un genocidio en nombre de Dios, el memo de Willy ha ido un poco más allá de esa crítica para desbarrar de tal forma que uno no deja de sorprenderse de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Se podrá o no estar de acuerdo con los alcaldes de Barcelona y Cádiz –ciertamente los españoles no fuimos unos santos allende los mares durante la época de la conquista y colononización de América-; incluso, si no fuera porque de sus declaraciones se deduce hostilidad y negación a todo aquello que represente España, hasta cierto punto se les podría dar la razón, con todas las matizaciones y reservas que ustedes quieran.  Pero el caso del retrasado de Willy es que huele a podrido, no sólo por el hecho de que hayamos asistido, vía twitter, a una auténtica diarrea mental. Atentos. Esto es lo que este pobre hombre ha dicho, y cito –con perdón- textualmente: “ Me  cago en el 12 de octubre; me cago en la fiesta nacional (yo me quedo en la cama igual, pues la música militar nunca me supo levantar); me cago en la monarquía y sus monarcas; me cago en el descubrimiento; me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos; me cago en la conquista genocida de América; me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea. Nada que celebrar. Mucho que defecar”. No sé cómo lo habrá hecho, porque para mí que esa inmundicia verbal suma más de 140 caracteres. Pero bueno, a lo que vamos. Aquí tenemos resumida la inquina del majadero de Willy hacia su país. Estarán conmigo en que, aparte de simpatías políticas, este hombre está para que lo encierren. ¡Qué le habrá hecho España al tarado de Willy para que la tenga en tan baja estima! Por cierto, no sé si sabrá el mentecato de Willy que la Virgen en la que se ha cagado es, casualmente, patrona de la Guardia Civil. Se lo digo para que a partir de ahora vaya con más cuidado y respete con exquisito celo las normas de circulación cada vez que se ponga al volante de su coche. Que un guardia civil puede ser muy profesional, pero eso no le quita para que si se topa con este individuo le revise hasta los limpiaparabrisas para ver si le puede cascar una buena multitua como Dios manda. Aunque, ahora que caigo, creo recordar que escuché decir una vez al imbécil de Willy que no tenía coche.
  
En fin. Que parece ser que hay algunos que no se sienten a gusto en esta España nuestra, que despotrican alegremente contra las tradiciones e instituciones del Estado, que desearían que España fuera otra cosa distinta de lo que es: algo parecido a Venezuela, a una república bananera, a una federación de repúblicas bananeras… o vaya usted a saber qué. Estos nuevos mesías como Colau, el Kichi, Carmena, Pablo Iglesias y compañía – al necio de Willy ya ni siquiera lo menciono en este apartado; no merece la pena- quisieran vivir en un país distinto porque éste no termina de agradarles, y para remediar eso están dispuestos a realizar una serie de cambios estructurales para que a España no la reconozca ni la madre que la parió. Por desgracia, lo único que nos une – y ya casi ni eso- es el fútbol, con las excepciones de los pitos a Piqué cada vez que  juega con la selección española, y de los silbidos al himno nacional cada vez que al Barça y al Bilbao les da por disputar la final de la Copa del Rey. Eso sí, para cuando falle el fútbol, ahí tenemos siempre dispuesta a la selección de baloncesto capitaneada por un catalán, que tantos o más éxitos nos ha dado. El caso, y concluyendo, es que vivimos en un país al que algunos se empeñan en poner como chupa de dómine, con o sin justificación; un país democrático como el nuestro al que algún que otro iluminado considera poco menos que una dictadura por el solo hecho de que la mayoría no comparta sus descerebradas ideas; un país avanzado al que algunos tachan de anticuado porque en nuestra bandera ondea una corona y, dónde va a parar, habiendo buenas y sabias repúblicas... que se aparten las viejas y desastrosas monarquías. Pues bien, a todos aquellos que no se sienten representados por el país en el que viven, que no sigan sufriendo, puesto que nadie los obliga a permanecer en él: que cojan sus maletas rumbo a esos otros paraísos a los que adoran y comprueben lo que durarían en libertad si se atrevieran a soltar allí lo mismo que dicen aquí. Esa es la diferencia –entre otras muchas, claro está- entre democracias como la española y dictaduras como la cubana o la venezolana: que mientras en las primeras puedes expresar sin temor a represalias tu descontento con el régimen político, en las segundas pones en riesgo tu vida y tu libertad si llevas la contraria a la política gubernamental. Me parece bien que haya quienes critiquen el sistema español, que luchen en buena lid por darle la vuelta al calcetín y transformar a España en otra cosa distinta. Faltaría más. Están en su derecho, pero que no nos pongan como referencia modelos bastante menos desarrollados que el nuestro como si fuera el maná a todos los males. Que no nos traten de engañar con experimentos que solo nos conducirían al abismo. Pero, por encima de todo, que respeten a una inmensa mayoría que nos sentimos orgullosos de ser españoles y de vivir en un estado monárquico representado en la persona de Su Majestad don Felipe VI. Si quieren cambiar el statu quo, que lo hagan desde las urnas. Mientras eso sucede, sólo les pido que respeten a la multitud que no pensamos como ellos. Que si me apetece, aunque no es mi caso, pueda caminar por las calles de Cáceres  enfundado en una camiseta con la bandera de España sin miedo a que me señalen con el dedo y me llamen de todo menos bonito. 

martes, 6 de octubre de 2015

En defensa de Madrigalejo

 
 Al sureste de la provincia de Cáceres, limítrofe casi con la de Badajoz, se sitúa en el mapa una pequeña localidad de algo menos de dos mil habitantes que se ha levantado en armas contra el imperdonable olvido perpetrado por la serie de Televisión Española “Carlos, Rey Emperador”. Me estoy refiriendo a Madrigalejo, en cuyo término municipal tuvo lugar un suceso histórico de primer orden: allí fue, durante la madrugada del 23 de enero de 1516, donde halló la muerte Fernando II de Aragón y V de Castilla, más conocido como Fernando el Católico. Procedente de Plasencia, iba camino del Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe para asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara, cuando su séquito decidió hacer parada y fonda en la llamada Casa de Santa María ante el empeoramiento general del estado de salud del monarca. Enfermo de gota y con el corazón debilitado a causa de su avanzada edad (63 años), tampoco contribuyeron a su restablecimiento físico los brebajes de hiervas afrodisíacas que cuentan las crónicas que tomaba para conseguir quedar encinta a su segunda esposa, Germana de Foix, treinta y cinco años más joven que él.


   Pues bien, tras los muros de aquel caserón, viendo Fernando próxima la hora en que debía rendir cuentas al Todopoderoso, tomó la trascendental decisión de redactar, un día antes de su muerte, un último testamento cuyas estipulaciones constituyen las bases de lo que hoy conocemos como España. Así, nombró heredera universal a su hija Juana La Loca, unificando por primera vez bajo una misma corona todos los territorios de la Península Ibérica, aunque como consecuencia de su precaria salud mental sería su hijo Carlos I de España y V de Alemania –nieto de Fernando- quien reinaría de facto. Por lo tanto, examinados estos antecedentes, huelga subrayar la importancia de la efeméride y del papel que la Historia reservaba por méritos propios a Madrigalejo, pero que el paso de los siglos se ha empeñado en borrar injustamente de sus anales. Y al igual que la premiada serie “Isabel” –predecesora inmediata de esta otra que comento y también emitida con gran éxito de crítica y audiencia en Televisión Española- sacó del ostracismo turístico enclaves cruciales durante los avatares de la monarquía de los Reyes Católicos, se espera que “Carlos, Rey Emperador” haga lo propio con aquellos otros emplazamientos que jugaron un papel destacado durante el reinado de Carlos V. Pero, por lo visto, los guionistas estarían distraídos con cuestiones de mayor calado intelectual, saltándose a la torera cualquier referencia sobre el asunto en cuestión durante el primer capítulo de la serie, en el que, a modo de introducción, se hace un recorrido previo por los acontecimientos en el que nada se dice ni de Fernando ni del testamento firmado en aquel trance y lugar.


   La indignación, por no utilizar palabras más gruesas que convendrían más al caso, no ha tardado en recorrer cada rincón de cada calle de Madrigalejo. Su alcalde, Sergio Rey, así como la presidenta de la Asociación Cultural “Fernando el Católico. V Centenario”, Guadalupe Rodríguez, han sido los primeros en enarbolar el estandarte del malestar que entre sus convecinos ha provocado este ominoso silencio por parte de la televisión pública. Parece ser que el alboroto ha tenido su repercusión incluso entre los medios de comunicación a nivel nacional, aunque hay que reconocer a El Periódico Extremadura la paternidad de la primicia. Tanto la Cadena SER, como Onda Cero, así como un excelente artículo publicado por David Vigario en el diario El Mundo, se han hecho eco de una noticia que trata de paliar la afrenta cometida por la serie de marras. Cómo no habrá sentado de mal, que hasta el senador del Partido Popular, Diego Sánchez Duque, ha anunciado la presentación ante la Cámara Alta de una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado con el fin de que el V Centenario del fallecimiento de Fernando el Católico sea declarado acontecimiento de excepcional interés público. Quizás la polémica desatada ayude a reparar el daño causado, puesto que estoy convencido de a partir de ahora Madrigalejo tendrá mayor repercusión mediática que si, de hecho, hubieran aparecido referencias expresas en la serie. No hay mal que por bien no venga.

domingo, 4 de octubre de 2015

El mesías

  
   Hace ya bastante tiempo que me venía rondando por la cabeza dedicarle un artículo a Pablo Iglesias pero, por unas cosas o por otras, la inspiración no terminaba de iluminarme, mostrándose reacia a brotar de mi pluma. El caso es que, con inspiración o sin ella –más bien lo segundo-, al final me he decidido por aporrear el teclado del ordenador a ver qué es lo que daba de sí mi desdichado caletre. No es que me preocupe mucho el hecho de redactar un buen artículo, pues la simpleza y la superficialidad del personaje tampoco lo requieren, pero por respeto a todos aquellos que tienen a bien leer este blog voy a intentar poner lo mejor de mí mismo para que salga algo decente de todo esto. Si al final el resultado es cutre, espero que sepan perdonarme. No siempre tiene uno a las musas de su parte y me temo que, en esta ocasión, no han acudido solícitas a mis cantos de sirena. Supongo que se habrán reservado para mejor ocasión. No las culpo.

   Lo primero que me llamó la atención cuando supe de la existencia de Pablo Iglesias no fueron ni su cara de niño despistado ni su cuidada y larga cabellera. No. Lo que más me llamó la atención fue una venturosa coincidencia: que compartiese nombre y apellido con el fundador del PSOE y la UGT. Ya sé que esto es una estupidez, pero bueno, aquí lo dejo reflejado como curiosidad. Eso sí, es de esperar que cuando “coleta morada” siente sus posaderas en el Congreso de los Diputados no se dedique a verter las mismas amenazas de las que hacía gala su tocayo allá por los albores del siglo pasado. Y es que –aunque me desvíe un poco del tema- los socialistas suelen presumir sin reparo cada vez que cacarean ese falso eslogan sobre los pretendidos cien años de honradez del PSOE. Sí, sí. Cien años de honradez… y de amenazas. Y si no, que se lo pregunten a don Antonio Maura, jefe del partido conservador en la oposición, cuando en un debate en el Congreso celebrado el 7 de julio de 1910, el marxista Paglo Iglesias se descolgó con estas declaraciones: “Tal ha sido la indignación producida por la política del gobierno presidido por el Sr. Maura, que los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”. Dos semanas más tarde, Maura  recibió dos disparos, uno en un brazo y otro en un muslo, en la estación de Barcelona, a la que llegaba en tren procedente de Madrid. Hacía menos de un mes que el bueno de Pablo –el tipógrafo- había conseguido el acta de diputado y ya estaba mancillando con su violencia verbal la sede de la soberanía nacional. Por supuesto, no condenó el atentado contra Maura. Así se las gastaban los socialistas de entonces.
  
   Pido disculpas por este pequeño paréntesis histórico, pero a veces hace falta explicar determinadas circunstancias para poner a cada uno en su sitio. El caso es que, volviendo a don Pablo –el politólogo y profesor universitario-, su partido ha hecho acto de presencia en el panorama político patrio con la misma fuerza con la que terminará por diluirse. Es cierto que en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo del año pasado consiguieron, para sorpresa de propios y extraños, la nada despreciable cifra de 1.253.837 votos, gracias a los cuales obtuvieron cinco escaños en Estrasburgo. A partir de entonces se han generado unas lógicas expectativas típicas de todo aquello que irrumpe con la frescura de lo novedoso y que, aprovechando las debilidades de un sistema político puestas de manifiesto por esta interminable crisis económica, ataca sin piedad las estructuras sobre las que se asienta nuestra democracia sin pararse a pensar en el daño irreparable que ello puede provocar. Negar, como ha hecho, la ingente labor desarrollada durante la Transición para dotarnos de una Constitución y de un sistema de derechos y libertades comparable al más avanzado de los Estados europeos revela la inconsciencia y la temeridad de quien se atreve a afirma tal barbaridad. Tratar de echar por tierra y desprestigiar la obra de una de las etapas más brillantes de nuestra historia es propio de un mentecato como el señor Iglesias. En honor a la verdad, tampoco debería sorprendernos su osadía dialéctica, pues poco o nada puede esperarse del hijo de un antiguo militante de las FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), organización terrorista surgida de una escisión del Partido Comunista que actuó durante el final del franquismo y que cuenta en su haber con varios asesinatos. De las cinco últimas sentencias de muerte dictadas por la dictadura, tres de ellas correspondían a miembros de esta organización criminal.

   No seré yo quien le niegue méritos al Secretario General de PODEMOS, pero sus evidentes aciertos se deben más a errores ajenos. Después de la consulta europea, con el ego y la prepotencia propios de quienes se creen llamados a entrar en la historia por la puerta grande, despreciando con auténtico desdén los logros conseguidos a lo largo y ancho de todos estos años, se han dedicado a desplegar con insultante chulería su plumaje de pavos reales para ver si así nos abducían con sus pócimas milagrosas y sucumbíamos a su mensaje catastrofista. Evidentemente, las cosas no van pero que nada bien: la pérdida de derechos sociales, el lamentable estado de la educación, los casos de corrupción en el PP y una sanidad manifiestamente mejorable, entre otras cuestiones, no es la mejor tarjeta de presentación para evitar que estos advenedizos hagan de las suyas. Yo soy el primero en reconocer que tienen todo el derecho del mundo en su crítica despiadada y furibunda, pero eso no debería servirles de cuartada, de caldo de cultivo, para que nos metan el miedo en el cuerpo y se postulen ellos mismos como los salvadores ante la debacle que se nos vendría encima si no votamos a su opción redentora. A esta situación han contribuido en gran medida determinados medios de comunicación –Cuatro y La Sexta, fundamentalmente- que, desde sus postulados de izquierda han prestado sus altavoces a chavistas de la categoría de Iñigo Errejón o Juan Carlos Monedero. A todas horas los teníamos en los programas de televisión sermoneándonos sobre aspectos como la maldad intrínseca de la casta política, haciendo auténticos juegos malabares para convencernos de que hay que reducir a cenizas el pasado más reciente para reconstruir un nuevo edificio despojado de los vicios que afectan al actual. Y precisamente aquello que contribuyó a catapultarles les ha pasado  factura por la sobreexposición mediática de sus líderes. El progresivo descenso de votos en las elecciones andaluzas, autonómicas, municipales y catalanas evidencian la pérdida de fuelle del efecto PODEMOS en favor de Ciudadanos, formación ésta liderada por Albert Rivera que, desde un punto de vista igualmente crítico pero diametralmente opuesto al de Pablo Iglesias y sus seguidores, está sabiendo atraerse a un amplio sector del electorado sin las rupturas traumáticas ni las salidas de tono características de los podemitas.

  Esta semana, Mariano Rajoy ha desvelado que las elecciones generales se celebrarán el 20 de diciembre. Mi oposición ideológica a PODEMOS no llega al extremo de negar la evidencia de que en esta nueva cita con las urnas los de Pablo Iglesias seguramente consigan un más que aceptable resultado electoral; quizá no tan bueno como ellos desean, pero sí es cierto que se van a convertir en una fuerza política con la suficiente representación parlamentaria como para que su voz se tenga en cuenta a la hora de diseñar y priorizar una nueva política no vista en nuestro país hasta ahora. Y eso tiene de positivo el hecho de que se volverá a imponer el diálogo como herramienta para elaborar las directrices básicas de esta nueva época. Debemos de una vez por todas superar los viejos atavismos que han impedido al sistema político español evolucionar como lo han hecho el de otros países, caminar por una senda de entendimiento que arrincone para siempre el dañino y visceral antagonismo entre izquierdas y derechas, entre progresistas y conservadores. En definitiva, hay que hacer todo lo posible por relativizar los absolutismos, por mandar al baúl de los recuerdos el lenguaje guerracivilista que algunos se niegan a abandonar. Vivimos un momento histórico en el que la clase política no puede permitirse la ocasión de malograr las oportunidades que surgirán a partir del 20 de diciembre. Tengo la convicción de que la sociedad no les perdonaría que siguiesen empecinados en tirarse los trastos a la cabeza en lugar de remar todos juntos en pos de un objetivo común: mejorar las condiciones de vida de un pueblo que se siente, y con razón, zaherido por una clase política que en la mayoría de las ocasiones se muestra ajena, cuando no ausente, ante una realidad que clama con insistencia medidas para paliar los males que la afligen. Dudo mucho que Pablo Iglesias sea la solución a todos esos males, pero no es menos cierto que puede contribuir a inaugurar una nueva era que centre sus intereses en las auténticas necesidades ciudadanas. Esperemos que la realidad de los hechos le haga replantearse sus posiciones populistas y radicales, porque ello irá no solo en favor de su partido sino que redundaría en beneficio de todos. Y en todo esto, Pedro Sánchez también tendrá algo que decir. Porque si de lo que se trata es de aplicar en España las políticas bolivarianas de Nicolás Maduro en Venezuela, que no cuenten ni con mi voto ni con mi silencio. Bastante tuvimos ya con sufrir siete años al iluminado de Zapatero como para que ahora intenten imponernos una mala copia de Hugo Chávez. Aquí nadie está a la espera de ningún mesías. Lo único que deseamos es seguir confiando, con todo el esfuerzo que ello implica, en una clase política que ya bastante nos ha defraudado, pero que no tenemos más remedio que seguir creyendo en ella porque, no nos engañemos, la política es imprescindible para el funcionamiento del sistema. Eso sí, queremos a políticos responsables, no a vendehúmos de pacotilla.