martes, 13 de octubre de 2015

A vueltas con el tonto de Willy

   En este país llamado España tiene que andarse uno con mucho ojo con aquello de decir que se siente orgulloso de su patria, que se siente orgulloso de ser español, no vaya a ser que lo tachen de facha, fascista, franquista y no sé cuántas lindezas más. Lo que sucede en nuestro país creo que no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo. Uno no puede ir por la calle tranquilamente llevando una camiseta, o una pulsera, con la banderita de España, puesto que el incauto que cometa esa locura corre el riesgo de no salir indemne del paseo. Esta es una tendencia que está de moda desde hace mucho tiempo, pero que está recobrando vigor desde que los podemitas y sus adláteres han irrumpido en el panorama político, con la repercusión que les dan tanto los medios de comunicación que les son afines como las redes sociales que tan hábilmente saben manejar.

   Ayer, 12 de octubre, se celebró el día de la Fiesta Nacional, denominación así recogida por la Ley 18/1987, de 7 de octubre, firmada por un tal Felipe González Márquez, socialista que se sepa. Y claro, como era de esperar,  a algunos parece que les han salido ronchas en la piel por aquello de que son alérgicos a todo lo que haga referencia a la nación española. Desde las últimas elecciones municipales y autonómicas –antes también, pero ahora es cuando más visibles se han hecho- pululan por el espectro político unos personajes que se creen con el derecho a repartir patentes de corso sobre aquello que es correcto y lo que no lo es, sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es democrático o no, sobre lo que es pecaminoso o virtuoso, y lo hacen con tal desprecio y falta de respeto hacia aquellos que no comulgan con su espectro ideológico, que uno se sorprende de que a estos charlatanes les hagan el menor caso. Pero parece que sí, que tienen sus seguidores, incluso hasta votantes que los han catapultado a algunas alcaldías de postín. Y ahí tenemos predicando desde sus respectivas atalayas a Ada Colau y a un tal Kichi, éste desde Cádiz, sermoneando al personal que los quiere oír con un sinfín de estupideces sobre el día de la fiesta nacional. Y, cómo no, también han hecho su aparición una serie de convidados de piedra como Willy Toledo y Carlos Bardem. Sí, han leído bien: Carlos, no Javier. Esta vez ha sido el otro hijo de doña Pilar el que ha tenido a bien ilustrarnos con sus inquietudes intelectuales.

   La verdad es que esta vez el tonto de Willy se ha pasado dos pueblos. Si bien Colau y Kichi –habrá que preguntarle de dónde procede ese cursi apelativo- se han limitado a señalar que el día de la Hispanidad España no debería celebrar nada en especial, puesto que lo que se cometió a partir de un 12 de octubre de 1492 fue, según estos ilustres prebostes, un genocidio en nombre de Dios, el memo de Willy ha ido un poco más allá de esa crítica para desbarrar de tal forma que uno no deja de sorprenderse de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Se podrá o no estar de acuerdo con los alcaldes de Barcelona y Cádiz –ciertamente los españoles no fuimos unos santos allende los mares durante la época de la conquista y colononización de América-; incluso, si no fuera porque de sus declaraciones se deduce hostilidad y negación a todo aquello que represente España, hasta cierto punto se les podría dar la razón, con todas las matizaciones y reservas que ustedes quieran.  Pero el caso del retrasado de Willy es que huele a podrido, no sólo por el hecho de que hayamos asistido, vía twitter, a una auténtica diarrea mental. Atentos. Esto es lo que este pobre hombre ha dicho, y cito –con perdón- textualmente: “ Me  cago en el 12 de octubre; me cago en la fiesta nacional (yo me quedo en la cama igual, pues la música militar nunca me supo levantar); me cago en la monarquía y sus monarcas; me cago en el descubrimiento; me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos; me cago en la conquista genocida de América; me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea. Nada que celebrar. Mucho que defecar”. No sé cómo lo habrá hecho, porque para mí que esa inmundicia verbal suma más de 140 caracteres. Pero bueno, a lo que vamos. Aquí tenemos resumida la inquina del majadero de Willy hacia su país. Estarán conmigo en que, aparte de simpatías políticas, este hombre está para que lo encierren. ¡Qué le habrá hecho España al tarado de Willy para que la tenga en tan baja estima! Por cierto, no sé si sabrá el mentecato de Willy que la Virgen en la que se ha cagado es, casualmente, patrona de la Guardia Civil. Se lo digo para que a partir de ahora vaya con más cuidado y respete con exquisito celo las normas de circulación cada vez que se ponga al volante de su coche. Que un guardia civil puede ser muy profesional, pero eso no le quita para que si se topa con este individuo le revise hasta los limpiaparabrisas para ver si le puede cascar una buena multitua como Dios manda. Aunque, ahora que caigo, creo recordar que escuché decir una vez al imbécil de Willy que no tenía coche.
  
En fin. Que parece ser que hay algunos que no se sienten a gusto en esta España nuestra, que despotrican alegremente contra las tradiciones e instituciones del Estado, que desearían que España fuera otra cosa distinta de lo que es: algo parecido a Venezuela, a una república bananera, a una federación de repúblicas bananeras… o vaya usted a saber qué. Estos nuevos mesías como Colau, el Kichi, Carmena, Pablo Iglesias y compañía – al necio de Willy ya ni siquiera lo menciono en este apartado; no merece la pena- quisieran vivir en un país distinto porque éste no termina de agradarles, y para remediar eso están dispuestos a realizar una serie de cambios estructurales para que a España no la reconozca ni la madre que la parió. Por desgracia, lo único que nos une – y ya casi ni eso- es el fútbol, con las excepciones de los pitos a Piqué cada vez que  juega con la selección española, y de los silbidos al himno nacional cada vez que al Barça y al Bilbao les da por disputar la final de la Copa del Rey. Eso sí, para cuando falle el fútbol, ahí tenemos siempre dispuesta a la selección de baloncesto capitaneada por un catalán, que tantos o más éxitos nos ha dado. El caso, y concluyendo, es que vivimos en un país al que algunos se empeñan en poner como chupa de dómine, con o sin justificación; un país democrático como el nuestro al que algún que otro iluminado considera poco menos que una dictadura por el solo hecho de que la mayoría no comparta sus descerebradas ideas; un país avanzado al que algunos tachan de anticuado porque en nuestra bandera ondea una corona y, dónde va a parar, habiendo buenas y sabias repúblicas... que se aparten las viejas y desastrosas monarquías. Pues bien, a todos aquellos que no se sienten representados por el país en el que viven, que no sigan sufriendo, puesto que nadie los obliga a permanecer en él: que cojan sus maletas rumbo a esos otros paraísos a los que adoran y comprueben lo que durarían en libertad si se atrevieran a soltar allí lo mismo que dicen aquí. Esa es la diferencia –entre otras muchas, claro está- entre democracias como la española y dictaduras como la cubana o la venezolana: que mientras en las primeras puedes expresar sin temor a represalias tu descontento con el régimen político, en las segundas pones en riesgo tu vida y tu libertad si llevas la contraria a la política gubernamental. Me parece bien que haya quienes critiquen el sistema español, que luchen en buena lid por darle la vuelta al calcetín y transformar a España en otra cosa distinta. Faltaría más. Están en su derecho, pero que no nos pongan como referencia modelos bastante menos desarrollados que el nuestro como si fuera el maná a todos los males. Que no nos traten de engañar con experimentos que solo nos conducirían al abismo. Pero, por encima de todo, que respeten a una inmensa mayoría que nos sentimos orgullosos de ser españoles y de vivir en un estado monárquico representado en la persona de Su Majestad don Felipe VI. Si quieren cambiar el statu quo, que lo hagan desde las urnas. Mientras eso sucede, sólo les pido que respeten a la multitud que no pensamos como ellos. Que si me apetece, aunque no es mi caso, pueda caminar por las calles de Cáceres  enfundado en una camiseta con la bandera de España sin miedo a que me señalen con el dedo y me llamen de todo menos bonito. 

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