martes, 30 de agosto de 2016

La modernidad


    A pocos se les escapa que vivimos en una nueva era. Internet ha supuesto una revolución que lo ha cambiado todo: ya nada volverá a ser lo mismo. Las nuevas tecnologías inundan hasta el último recoveco de nuestras vidas, hasta el punto de que quien no sepa utilizar medianamente bien un móvil, una tablet o un ordenador personal pasará a engrosar el listado de ese nuevo género llamado analfabetos digitales en el que andamos inmersos la mayoría de los de mi generación. La realidad que hemos disfrutado aquellos que ya contamos con una cierta edad - la cuarentena no es moco de pavo- en nada se parece a la que venimos experimentando desde, como mínimo, hace diez años: los hábitos sociales actuales nada tienen que ver con los de las décadas de los 80 ó los 90. En ese sentido, habitamos en planetas distintos. Antes, cuando yo me moceaba, nos pasábamos todo el santo día en la calle jugando a las canicas, al escondite, a las chapas y demás invenciones lúdicas. Ahora, eso de la realidad virtual le ha ganado la partida y con creces a la otra realidad, a la de verdad: a la realidad a secas. Antes, el que tenía una bicicleta, una peonza, el magia borrás, los juegos reunidos geyper, los clips de playmobil, el scalextrix, el cinExin o el monopoly era el puto amo de las pandillas; lo adorábamos como si fuese el elegido de los dioses para mostrarnos el camino del éxito; luchábamos en buena lid por hacerle la pelota y caerle lo suficientemente bien como para que nos invitara una tarde a su casa y poder disfrutar como enanos ante la sola visión de cualquiera de esos juguetes. Ahora, el que no disponga de la PSP, la Play Station 4, la Xbox, la Wii, y la Nintendo DS es un don nadie. Pero, ojo al dato, con el agravante de que el que no cuente con todas y cada una de esas consolas no es digno de respeto. No basta con atesorar uno o dos de esos aparatejos, es que hay que tenerlos todos para que le tomen a uno en serio. Lo cual confirma mi tesis de que los padres de hoy en día están idiotizando a sus hijos en una desenfrenada carrera de fondo en la que los únicos perjudicados -además de la maltrecha economía familiar- son precisamente sus propios retoños, consintiendo alevosamente los caprichos de esos pequeños dictadores en la creencia de que les hacen un favor, y no se dan cuenta de que con esa actitud indolente están criando a auténticos monstruos caracterizados por el egoísmo puro y duro. Si años atrás el modo de fanfarronear socialmente era que los papás se compraran un piso o un coche de la leche -que, dicho sea de paso, pagaban a duras penas; los había que pasaban hambre con tal de mantener el apartamento en la playa y el Audi en la puerta de casa-, ahora todo ese aparentar ante los demás se ha volcado en los hijos: que no se diga que mi niño no tiene los mismos juguetes que el hijo del vecino. Y así andamos. 

  
    Esta mutación de costumbres, visible sobre todo a raíz del cambio de milenio, se ha producido a todos los niveles, como por ejemplo en el terreno de las amistades y en el del ligoteo. Qué decir de redes sociales como Facebook o de archiconocidas aplicaciones como Badoo, Lovoo o Tinder. Si hace veinte años nos cuentan que vamos a tener un ejército de amigos digitales, o que íbamos a buscar pareja -o lo que se tercie- a través de un ordenador o de un móvil, habríamos llamado sin demora al galeno del pueblo para que a ese visionario lo facturasen directamente al manicomio más cercano. Y ya ven ustedes a lo que hemos llegado: nos hemos quedado bastante cortos en las predicciones. Hay gente -pobrecillos- que presume de sus doscientos, trescientos, cuatrocientos amigos en Facebook, fingiendo ser los tíos más felices del mundo por contar con tamaña legión de seguidores a pesar de que su existencia se rige por la más absoluta vacuidad. Hay incluso quienes han sustituido a sus amigos de toda la vida -los de verdad, esos que pueden contarse con los dedos de una mano- por estos otros de cartón piedra. Y ahí están, dichosos y contentos por publicar a cada instante -como si al resto del mundo le importara un adarme- las fotos de sus andanzas por media geografía española con tí@s que hasta hace tres días eran auténticos desconocidos y que ahora resulta que son amiguitos del alma. Y los hay también que no dan un solo paso sin antes colgarlo en su muro. Yo he visto crecer a criaturas desde que su madre estaba embarazada hasta que han hecho la primera comunión... Palabrita del Niño Jesús. Insisto. Nos hemos vuelto locos. Estamos desnortados. Este mundo falso y artificial nacido al amparo del incorrecto uso que le hemos dado a las nuevas tecnologías está poniendo de manifiesto la idiocia de la raza humana. Hemos perdido la autenticidad. Ahora parece que la peña está en Babia, deambulando con los móviles entre las manos, sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor; absortos con el wasap, el messenger, twitter y demás artificios que anulan el intelecto y nos hacen esclavos de una serie de necesidades totalmente prescindibles. Nos han hecho creer en unos patrones postizos que no se corresponden con lo que sería propio de una sociedad avanzada tecnológicamente. Así que, respondamos todos juntos y al unísono, sin miedo a equivocarnos, ante la pregunta de qué sea la modernidad: ¡postureo!, eso es la modernidad. Del progreso, que es algo más serio y muy distinto, hablaremos otro día.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ese valiente malpartideño


 
 Campa por Malpartida de Cáceres un muchacho espigado, de piel morena adornada con algún que otro tatuaje, barba desaliñada de tres días -o más, que en esto no pongo la mano en el fuego-, atuendo informal, andares desenvueltos, rostro taciturno -sobre todo cuando por su mente sobrevuela la idea de una nueva novela- y con una mirada cargada de verdad, auténtica, risueña la mayoría de las veces, soñadora. Es fácil encontrárselo por cualquiera de sus calles con un cigarrillo de liar entre la comisura de los labios, apurando apresuradas caladas hasta casi quemarse las yemas de los dedos. Cualquiera que, sin conocerlo, se cruzase con él podría pensar que es uno de tantos jóvenes que llevan una vida aseadita, tirando a anodina, de esos que se levantan para ir a trabajar, hacen un alto en el camino para comer y vuelven de nuevo al tajo hasta que dan las ocho o las nueve de la noche, deseando llegar al hogar familiar donde le esperan parienta y vástagos. Es decir, rutina vulgar y corriente, sin sobresaltos, como la mayoría de la gente que nos rodea y con la que coincidimos a diario. Pero qué va, todo lo contrario. Así que ese mismo tipo volverá a toparse con él cualquier otro día de la semana mientras se toma unas cañas en la plaza de la Nora, en Casa Suárez, en Los Puris o donde se tercie -que para eso Malpartida alberga magníficas tascas en las que aliviar el gaznate en buena compañía-, y reincidirá en la torpeza de extraer la misma conclusión, y seguirá sin saber que el careto del que ocupa dos mesas más allá de la suya, sorbiendo cerveza con igual o mayor maestría de la que demuestra manejando la pluma, es el de alguien que acaba de culminar la proeza de publicar su tercera novela; no tendrá ni idea de que tiene ante sí a un escritor hecho y derecho, de una pieza, al que le adornan, entre otras virtudes, el tesón por conseguir todo aquello que se propone, lo cual es de admirar teniendo en cuenta que da rienda suelta a sus musas en los ratos libres que le dejan su trabajo y el cuidado de los dos churumbeles habidos en su relación con Laura, compañera fiel y depositaria de los desvelos de quien se dedica al noble oficio de las letras. Y entonces será el momento de espetarle a ese indocumentado que se deje de tanto cazar pokemons y se informe un poco más sobre la actualidad cultural de su pueblo, pues a estas alturas es imperdonable que Diego César Pedrera pase desapercibido entre sus vecinos.


   Cada vez son menos los malpartideños que desconocen esta faceta de César, aunque solo sea por el hecho de que el pasado viernes tuvo lugar, en el acogedor bar De Cine, la presentación de Esos valientes extremeños, la última de sus creaciones literarias. Y allí nos congregamos un puñado de seguidores y admiradores, en reconocimiento a una encomiable labor de investigación, documentación y redacción de las biografías de insignes extremeños a los que la historia ha tratado de manera desigual: unos recordados en buena dicha, como el ramillete de exploradores y conquistadores que cruzaron el charco en busca de gloria, fama y fortuna (Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro, Hernando de Soto o Francisco de Orellana); y otros desterrados incluso del imaginario popular, como ha sucedido con Feliciano Cuesta, Francisco Fernández Golfín, los hermanos Morales, Martín Cerezo, José Antonio Sarabia o Chico Cabrera. Todo ellos protagonizaron gestas memorables, pero el paso de los años ha hecho que solo unos pocos engrosaran el listado de quienes debían figurar en el frontispicio de los héroes nacionales. Y ese, precisamente, ha sido uno de los objetivos perseguidos en esta novela, el de vindicar y sacar a la luz las hazañas de un conjunto de paisanos injustamente olvidados, amén de recrearse en las aventuras de aquellos otros que el lector ya conoce de sobra -siquiera sea de oídas-, pero que nunca está de más volver a evocar bajo el estilo fresco, didáctico y desenfadado de nuestro autor, despojado de academicismos pero con el rigor que exige una empresa de este calado. Como dijo César durante la presentación, si los americanos tuvieran sólo a un par de estos valientes entre sus compatriotas, el coñazo que darían – y ya lo dan bastante- sería insoportable. Nosotros, que sí contamos con ellos, resulta que les pagamos con la moneda de la indiferencia y los enterramos bajo el ingrato manto del ostracismo. Un pueblo no puede ignorar a aquellos próceres que dieron lustre y realce a esta Extremadura nuestra, y es por eso por lo que les animo a que se adentren en la lectura de estas páginas que narran con pasión y maestría los avatares de unos hombres que hicieron historia; páginas que deben mucho a las excelentes ilustraciones realizadas por Jesús García, genio y figura que también dará mucho que hablar. 

viernes, 5 de agosto de 2016

El líder anacrónico

Tengo mis dudas de si no me habré excedido en el uso del sustantivo que lleva el título de esta entrada, puesto que la cualidad de líder a duras penas puede predicarse de un ser tan insignificante y mediocre como Pedro Sánchez. No obstante, en este caso prefiero pecar de benevolencia que de mordacidad, aunque reconozco que hay más un poquito de lo segundo que de lo primero. En cuanto a lo del adjetivo, lo doy por bien empleado, aunque ahí sí que hubiera podido ser más incisivo. Pero, en fin, a lo que vamos. Es evidente que este señor no puede ser presidente del Gobierno. Algunos lo tenemos claro; otros, dedicados con esmero a colgar carteles de buenos y malos, parece ser que no tanto. En primer lugar, porque los españoles le han demostrado que no confían en él, perdiendo votos a cascoporro tras cada consulta electoral. Y en segundo lugar, porque sería indecente que un tipo como ése ocupara tan alta magistratura recurriendo con malas artes a un lenguaje guerracivilista con el objetivo de dividir categóricamente a la sociedad en un bloque de izquierdas y otro de derechas, en donde, faltaría más, la izquierda estaría compuesta por gentes honradas, justas y bondadosas y, por el contrario, las derechas serían lo peor de lo peor, gentes con rabo y tridente desprovistas de humanidad que luchan denodadamente por cargarse el estado del bienestar. La insensatez es una falta que no se debe pasar por alto a quien puede tener en sus manos el destino de un país, y mucho menos cuando esos términos -beligerantes, simplistas y maniqueos- denotan un desprecio inaceptable a los once millones de votantes que obtuvieron el Partido Popular y Ciudadanos en las últimas elecciones. Sus ansias de poder, cortedad de miras, revanchismo y su sectarismo inveterado le convierten en un verdadero peligro, en un bulto sospechoso que nos decanta más hacia la lástima que hacia el rencor. Que alguien le insinúe a este individuo que lo de las dos Españas hace ya tiempo que lo tenemos superado y que, por mucho que persevere en el intento de resucitar a los dos bandos, esa vieja herida cicatrizada a base de tanto dolor no se volverá a reabrir.

 Pedro Sánchez es un kamikaze de la política. De lo que ya no estoy tan seguro es de que esté dispuesto a asumir las consecuencias que eso conlleva: el loco que se juega la vida propia y ajenas en alguna acción temeraria sabe precisamente eso, que le va la vida en ello. En el caso de nuestro loco particular, dudo mucho de que quiera inmolarse en su proceder suicida, puesto que los hechos nos demuestran que pretende salir airoso de los peligros que él mismo ocasiona. Por muchas derrotas electorales que jalonen su hoja de servicios, está visto que no se da por aludido. Ahí donde le ven, con su buen porte, su -aparentemente- buena educación y su falsa modestia, este hombre va de derrota en derrota hasta el desastre final. Pedro Sánchez está ciego de poder y hará todo lo posible por conseguirlo, tal y como está demostrando desde la convocatoria de las elecciones del pasado 20 de diciembre, algo en lo que reincide desde el el 26 de junio con la contumacia y la desesperación que imprimen la mala conciencia. Y quienes contribuyen a alimentar sus estúpidas ensoñaciones son tan cómplices como él del embrollo institucional en el que nos encontramos, por mucho que le digan por lo bajini que deponga su actitud de enrocamiento si luego en público dan alas a sus infundadas ambiciones. Es propio de todo lunático tenerse en más alta valía de lo que sus méritos atestiguan; de aquellos que le rodean depende que le bajen del pedestal y le planten los pies en el suelo. Aquel que antepone los intereses partidistas a los estatales, aquel que menosprecia a los representantes de un ideario político distinto al suyo, aquel que ve como enemigos a quienes no son sus votantes, ésa persona no está ni preparada ni capacitada para ser nombrado presidente del gobierno. El otro día, durante una rueda de prensa vergonzante e impropia de un demócrata, solo le faltó mencionar explícitamente a la CEDA de Gil Robles (Confederación Española de Derechas Autónomas), al Frente Popular, a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) para retrotraernos a un tiempo de tinieblas en el que se ha instalado el líder del PSOE.