martes, 30 de octubre de 2012

Adiós, Choni, hasta la vista.


   Reconozco que soy un auténtico inepto para recordar fechas, pero creo que llegué a Malpartida de Cáceres en el año 1985. No recuerdo muy bien el mes, pero tuvo que ser antes de comenzar el curso académico. Cada vez que trasladaban a mi padre de destino se procuraba que afectara lo menos posible al rendimiento escolar de sus tres hijos. Por eso, deduzco que sería a comienzos de verano de aquel año cuando la familia Méndez Palma comenzaba a escribir un nuevo capítulo de su historia. En lo que a mí respecta, ésa era la segunda vez que me mudaba de localidad y el interés por conocer otros lugares y hacer nuevos amigos se imponían a cualquier otro temor. Por aquel entonces tenía once años, edad propicia para pasar el tiempo despreocupado, atento únicamente a estudiar lo suficiente como para que no me quedara ninguna asignatura que recuperar en septiembre y no pasarme las vacaciones estivales entre libros. Eso sí, aparte de mis obligaciones como colegial, debía prestar especial cuidado en evitar hacer las trastadas típicas de los chicos de mi quinta. Esa era una de las servidumbres que tenía  el ser hijo de un guardia civil en un pueblo de algo menos de cuatro mil habitantes en el que todos se conocen y todo termina por saberse, tanto lo bueno como lo malo. No había peor sofoco para mis padres que las gentes murmurasen de nosotros como consecuencia de las travesuras que pudiéramos perpetrar los pequeños de la casa. Había que preservar a toda costa el buen nombre de quienes, de algún modo u otro, representaban a la autoridad. Aún así, como es natural, no faltaron un buen puñado de diabluras.

   El primer recuerdo que me viene a la mente de Malpartida es el de mi buen amigo Jorge Campos Canales, hijo también de la benemérita. Fue él quien me llevó a recorrer el pueblo en un ritual mágico en el que se presentaban ante mi inocente mirada las calles, plazas, parques y demás lugares que serían protagonistas de los siguientes cuatro años de mi vida. La primera parada, como no podía ser de otra forma, la efectuamos en la Casa Cuartel. Me impresionó su vetusta y recia fachada dividida en dos alas, una a cada lado de la puerta que daba acceso al interior. Me hizo gracia la disposición geométrica de sus estrechos y alargados ventanales: en la primera planta se distribuían en una hilera inclinada de menor a mayor tamaño cuanto más se alejaban del pórtico central, guardando una simetría perfecta entre las dos partes del edificio; mientras que en la planta principal los alféizares dibujaban formas triangulares con igual maestría en las proporciones. Por dentro, unas desgastadas escaleras con balaustrada de hierro dividían a toda la construcción en dos partes. Todos los pabellones estaban ocupados y en cada uno de ellos había dos o tres niños por pareja. El señor Zacarías, comandante de puesto a la sazón, y la señora Isabel se llevaban la palma con sus cuatro hijas: Maribel, Mariasun, Sonia y Lourdes. Los siguientes en descendencia, que igualaban a los anteriores en número, eran el señor Andrés y la señora Antonia con cuatro varones: Luis, Raúl, Rubén y Felipe. El resto andaban entre los dos y los tres hijos. Algunos de ellos, como Raúl, Miguel Ángel y mi hermano Eufronio, siguieron la estela de sus progenitores, haciéndose también ellos guardias civiles. Otros como Alberto, Carlos, Oscar, el propio Jorge y yo mismo hemos seguido caminos diferentes que nada tienen que ver con el Instituto Armado.

   En un primer momento me apenó no poder vivir en ese ambiente, y es que nunca antes se había conocido a tanta chiquillería correteando por aquellos pasillos. Nosotros procedíamos de otro pueblo de la provincia de Cáceres, Herrera de Alcántara, en el que los tres años que pasamos allí los habíamos vivido en el Cuartel. Para mí eso era lo normal, compartir la mayor parte del tiempo con los hijos de los demás guardias, pero la falta de pabellones libres en el de Malpartida hizo que mis padres tuvieran que alquilar un piso en la calle Almírez. Hace veinticuatro años el sueldo de un guardia civil no daba para muchas alegrías, por lo que destinar una parte considerable a pagar el alquiler supuso un sacrificio bastante importante para la economía familiar. Nosotros ocupábamos el último piso de un bloque de dos alturas. En el primero teníamos por vecinos a la señora Felicidad y al señor Vicente. Justo enfrente vivía la señora Isabel con sus hijos Segundi y Periqui. Lo que más me gustaba era asomarme al balcón y observar el discurrir de las gentes en sus tareas cotidianas. De esta época son mis primeras amistades: Francis, los hermanos Morán, Vicente...

   La siguiente parada de nuestro improvisado itinerario fue en el colegio público Los Arcos, colindante con el Cuartel y que debe su nombre a los restos que aún se conservan de la casa fuerte de los Rivera y Espadero. Antes ya habíamos visto parte del mismo cuando subimos las escalinatas de piedra antigua que estaban junto al cuartel y que conducían a un rellano desde cuyas alturas se veían las áreas de recreo del colegio. Ese terreno es el que en la actualidad ocupa el polideportivo municipal y que en aquellos años hacía las veces de punto de encuentro y esparcimiento de la muchachada. Me acuerdo que era por la tarde y entramos a comprobar si había alguien jugando al fútbol o al baloncesto. Fue allí donde Jorge me presentó a Demetrio -Deme para los amigos-. Mientras ellos dos hablaban, me costaba reprimir un gesto de extrañeza cada vez que en ese diálogo salía constantemente a relucir la expresión “la Viiiigen”, en lo que yo suponía una referencia devota de mis amigos. No pasaron más de cinco minutos para que me diera cuenta de que, devotos o no, aquella Virgen a la que amputaban la “r” y arrastraban la “i” con tanta pasión no era más que un latiguillo con el que reafirmar su asombro ante lo que el otro contaba. En eso consistió mi primer gran descubrimiento de la jerga autóctona. El segundo, según me confesó el propio Deme, fue que a partir de entonces se me conocería por mi primer apellido. Y así ha sido.

   Después de despedirnos de Deme salimos del colegio bajando por la avenida. Ya casi al final recalamos en una tienda de chucherías. El letrero nos anunciaba que estábamos a punto de entrar en la Confitería Los Arcos, estratégicamente situada en un cruce de caminos que podía desembocar -según la dirección que tomase el transeúnte- en la plaza, en la iglesia o en la biblioteca pública (entonces ubicada en la plazuela del Sol, en el edificio que hoy alberga un centro para la 3ª edad, y donde tan buenos momentos pasábamos en compañía de la inolvidable Nacha, su encargada). Lo primero que siempre recordaba del establecimiento era su largueza y estrechez, con mostradores situados a la izquierda y de frente. Al fondo, entre paredes de un blanco prístino abarrotadas de estantes, se recortaba la silueta de una señora más baja que alta y más gruesa que delgada. En cuanto a la edad, no sabría decir si hacía poco que superó la barrera de los cuarenta o, por el contrario, estaba cerca de cumplir los cincuenta. Era una mujer de contrastes. Su intenso pelo negro azabache, liso y corto, enmarcaba un rostro de tez pálida sólo alterado por el colorido artificial de unas mejillas sonrosadas y una llamativa sombra de ojos. Sus enormes gafas redondas terminaban por completar los rasgos más llamativos de su fisonomía. Pero lo que más centró mi atención no fue su aspecto físico, sino su timbre de voz entre rasgado y aterciopelado. Su marido, un señor calvo y con bigote, la ayudaba a regentar el negocio y se encargaba de que no faltasen los pasteles recién hechos. Aquella tienda era el paraíso de los pequeños y de quienes ya no lo éramos tanto. Aquella mujer ha visto crecer a dos generaciones de malpartideños con la misma discreción con la que se ha marchado. Y es que hace una semana que me he enterado de que Choni se ha jubilado. La noticia me ha producido un hondo vacío, como si en ese instante tomara conciencia de que parte de mi juventud también desaparecía irremisiblemente. Por eso, cada vez que pase por la Confitería Los Arcos esbozaré una sonrisa cómplice en recuerdo de un tiempo sembrado de nostalgia y en homenaje a una malpartideña que perdurará en nuestra memoria durante muchos años.

lunes, 29 de octubre de 2012

IU-Extremadura se hace el harakiri


   El díscolo Víctor Casco hace tiempo que le está haciendo la cama al confiado Pedro Escobar. El primero se alinea dentro de la corriente crítica liderada por Margarita González Jubete que, agrupados bajo la denominación “La Mayoría”, han impugnado la asamblea celebrada el pasado 14 de octubre en la que Escobar resultó reelegido coordinador regional de IU-Extremadura. Ahora, el Comité de Garantías ha decidido anular esa asamblea por defectos de forma relacionados con los plazos y la designación de delegados, ordenando su repetición. Al parecer algunos de los componentes de los órganos de dirección de la coalición no ocultan su descontento con la dirección que el bueno de Pedro le está imprimiendo al partido, en esa especie de cohabitación política con la derecha que tiene a más de uno de uñas. Al que más se le nota esa rabieta de niño incomprendido es a Víctor, guardián de las trasnochadas esencias comunistas al que no le entra en su arcaica cabeza que un partido "progresista" esté apoyando a un gobierno de derechas, de señoritos y caciques que durante tanto tiempo oprimieron a la clase proletaria. Ese es el discurso de los camaradas rebeldes para tratar de derribar al actual coordinador regional.

   No conozco a Víctor Casco a nivel personal, pero en cuanto a su vertiente política considero que es un judas al servicio de Cayo Lara y su guardia pretoriana. Si le quedara algo de dignidad, tendría que haberla empleado en meditar muy seriamente sobre su regreso al ruedo político después de que en las elecciones a la Asamblea de Extremadura de 2007, en las que encabezaba las listas por IU, obtuviera los peores resultados de la historia de la coalición. Su mérito fue terminar de un plumazo con la representación que, desde 1991 y de forma ininterrumpida hasta aquella fatidídica fecha, ostentaba su partido en la asamblea regional. Su paso dejó un panorama desolador, peor incluso que el de 1987, cuando tampoco consiguieron ningún escaño. El caso es que este rojo, ateo, republicano y blasfemo -así es como se define él mismo en su blog- no debió realizar ese sano ejercicio de reflexión y volvió por sus fueros en las elecciones de 2011. Escobar, entonces, no se daba cuenta de que metía al enemigo en casa.

   Pedro Escobar ha sido el encargado de devolver la ilusión y la esperanza a unos simpatizantes que, después de estar cuatro años lamiéndose las heridas, consiguieron con sus votos que tres de sus representantes volvieran a encontrar acomodo en el parlamento autonómico. Sin su labor, sorda pero efectiva, este milagro habría sido del todo imposible. ¡Qué frágil es la memoria y qué osada es la ambición! Cuando Escobar se afanaba en recomponer los restos de un partido desanimado, sin dirección y- lo que es peor- sin apoyo social, Casco y los que ahora se arremolinan en torno suyo no movían un dedo ante el temor de que salieran voces más autorizadas que les mandaran callar de muy malos modos. Entonces abundaban las razones para que los que habían conducido al partido a su casi desaparición se mantuvieran al margen de los que pretendían reflotarlo a base de insuflar nuevos ánimos a una militancia abatida, para que los que habían cosechado un fracaso de tal magnitud dejaran las manos libres a los que se proponían dar un nuevo giro a los principios que componen el ideario de la coalición: la letra podía seguir siendo la misma, lo que había que moldear era un nuevo espíritu a la hora de interpretar sus postulados. En esto ha consistido el éxito de Escobar y esto es lo que se quiere derribar enarbolando, por parte del sector crítico, la bandera de la pureza ideológica, esa misma enseña que los había mantenido en el ostracismo político durante cuatro años y cuyos frutos ahora pretenden arrebatar arteramente.

   Cayo Lara y sus peones regionales -Jubete, Casco y Sosa, entre los más destacados- tienen prisa por purgar a Pedro Escobar y los suyos. La primera batalla, la de bloquear la tramitación de los presupuestos generales de la Comunidad Autónoma, ya la han perdido. Pero esto es una guerra sin cuartel cuyo objetivo final es presentar una moción de censura al ejecutivo presidido por Monago. Se olvidan los revoltosos de esta nueva hora que Escobar se limitó a respetar y aplicar lo que, tras las elecciones de mayo del año pasado, decidieron sus bases ante la tesitura de apoyar al PSOE o abstenerse y facilitar de ese modo el gobierno del PP. Por el momento Escobar parece un tipo serio, sereno y comprometido con la gobernabilidad de una región que se merecía probar algo distinto a 28 años de socialismo, pero ya son demasiadas las presiones que soportan sus espaldas, tantas que no se le puede exigir que siga comportándose como un héroe. Si al final sus tesis resultan derrotadas, volverán a hacerse cargo de la coalición aquellos que ya tienen demostrada su condición de perdedores. Sería deseable que los votantes de Izquierda Unida no se dejaran deslumbrar por quienes adornan sus pecheras con medallas al fracaso, que siguieran otorgando su confianza a un hombre honesto que sólo busca mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos a través de la influencia que su partido pueda efectuar en la tarea de gobierno. Si no fuera así, mucho me temo que IU, para desgracia del panorama político extremeño, terminará por desaparecer ahogada en sus luchas intestinas para ver quién se lleva las migajas del pastel.


viernes, 26 de octubre de 2012

Los 20 € de Diego César Pedrera.


   Sin que sirva de precedente, he decidido tomarme un respiro y aparcar los posts sobre política para peor ocasión. No tengo ninguna duda de que el negro panorama económico que se cierne sobre nuestros futuros dará sobrados motivos para seguir desahogando mi ira contra los responsables de esta crisis inmisericorde, pero como no todos los días tiene uno ocasión de dedicar una reseña de un libro escrito por un amigo, deseo evadirme por un momento de la prima de riesgo, del bono a diez años, de la recapitalización financiera de los bancos y demás tormentos. Hoy quiero centrarme en una de mis grandes aficiones: la literatura, esa gran olvidada por la mayoría de la población española, cuyos índices de lectura debería ruborizar a más de un Consejero y a algún que otro Ministro de Educación y Cultura. La lectura es complemento obligatorio y necesario para la formación íntegra de una persona. Esa tarea no depende única y exclusivamente del sistema educativo, aunque sí debe motivarse por parte del profesorado para ver si, de una vez por todas, abandonamos el oprobio de viajar en ese furgón de cola. Se nota a la legua una persona que tiene por hábito dedicar su tiempo de ocio con un libro entre las manos de otra cuya máxima preocupación es pasar pantallas en cualquier juego de la Play Station. Todo es cuestión de prioridades. Con ello también evitaríamos que los sufridos e incomprendidos profesores se lleven las manos a la cabeza en más ocasiones de las necesarias al comprobar la pésima redacción de sus alumnos, tanto a nivel ortográfico como de sintaxis.

   Toda esta retahíla previa viene a cuento de un vecino mío, de nombre Diego César Pedrera, malpartideño de pro que ha tenido la valentía de dedicar dos años de su vida a preparar su primera novela, que lleva por título “Veinte euros”. La cosa tiene el mérito añadido, además de por atreverse con el reto nada desdeñable de publicar un libro, de haberlo escrito en los ratos libres que le dejaban el trabajo y sus reconfortantes obligaciones como padre de familia de dos retoños de corta edad. Si lo ideal para dedicarse a la pluma es hacerlo en absoluta soledad, a César no le ha quedado más remedio que restarle horas al sueño y buscar el cobijo de las madrugadas para atraer a las musas con las que dar rienda suelta a su creatividad. Estoy convencido de que el camino no ha sido fácil, que no habrán escaseado los momentos en que las frustraciones se apoderaron de la ilusión por ver culminado el trabajo bien hecho; que el pánico al folio en blanco que atormenta a todo escritor, y más si es novel, habrá ganado terreno muchas veces a la esperanza. En estos casos la voluntad inquebrantable por sobreponerse a todos estos obstáculos es fundamental para el éxito de la empresa. Y a fe que lo ha conseguido.

   Lo que más destacaría de esta primera obra de César, que espero que no sea la última, es una narración plagada de metáforas e imágenes impactantes que hacen que el lector vaya recreando en su mente el relato, sin dificultad, dando fluidez a una lectura viva y trepidante por los submundos de la droga. Se trata de una historia de sueños rotos protagonizada por dos rufianes de poca monta dedicados al menudeo. El hilo conductor de sus andanzas será un siniestro billete de 20 € que va pasando de mano en mano, entrelazando con gran ingenio las vidas de aquellos que, en algún momento, son portadores del mismo. Desde el capo todopoderoso de la ciudad que se hace acompañar por un grupo de esbirros indeseables, pasando por un constructor sin escrúpulos o un inspector de policía atormentado por su pasado, van apareciendo en escena una serie de personajes que dan cuerpo y alma a una historia sin concesiones al idealismo, centrada en mostrarnos las miserias ocultas de una ciudad aparentemente tranquila donde, en el fondo, la desesperanza lo inunda todo. Por cierto, hay una rubia mala malísima que hará las delicias de más de uno.

   Amigo César, he leído tu obra con la avidez propia del que está deseando terminar un capítulo para comenzar el siguiente sin solución de continuidad, intrigado por el devenir de los acontecimientos que angustian a los personajes. Confieso que, como me sucede con muchos de los libros de autores más o menos consagrados, no ha habido un solo momento en el que me hayas aburrido con pasajes insulsos que le hacen a uno identificar los momentos de flaqueza del autor en el proceso de creación al  incluir diez o quince páginas que nada aportan a la comprensión de la historia. Esa es una virtud que me gustaría destacar en ti. El oficio de escritor consiste en leer mucho, escribir algo y, sobre todo, saber desechar parte de lo manuscrito. Cuando se aprende a tirar a la papelera, en un ejercicio previo de autocensura no exento de dolor, aquello que no ha sido bendecido por la inspiración, habrá ganado mucho el autor en su carrera para mantenerse en este competitivo negocio, pero más gana el lector ahorrándole la lectura de párrafos anodinos que debieron ser destinados a la hoguera de las vanidades. Creo que has tenido el acierto de saber realizar esa criba sin la cual nos perderíamos en farragosos fragmentos cuyo impulso natural es el de dar carpetazo y comenzar el siguiente libro que espera, apilado en una estantería, a que unas bondadosas manos le concedan la oportunidad de abrir una ventana a la imaginación. Por todo ello, mi más sincera enhorabuena por haber sido capaz de afrontar esta titánica labor con buenas dosis de calidad. Que en menos de un mes haya salido la segunda edición indica que mucha gente piensa lo mismo que yo. Te deseo constancia y voluntad en esta nueva etapa de tu vida.

martes, 16 de octubre de 2012

¿Dónde vas Arturo Mas, dónde vas pobre de tí?


España atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia contemporánea. Por si no teníamos suficiente con la crisis económica, ahora resurge con inusitada fuerza el tema catalán. El presidente de la Comunidad Autonóma de Cataluña, el flemático Artur Mas, ha decidido salir del armario para quedar colgados en las correspondientes perchas el traje de moderado que ha usado hasta la fecha para trocarlo por el de furibundo independentista. Y lo ha hecho como se suelen hacer estas cosas cuando uno lleva tanto tiempo simulando lo que no se es: con una desesperación acompañada de un ímpetu que roza el delirio. Así, aprovechando que las aguas bajan turbias, su gobierno se ha lanzado a la deriva soberanista con la finalidad de parchear sus propios fracasos. Desconoce el bueno de Arturo que el pueblo no es tan dócil ni tan necio como se le presupone desde las atalayas del poder. Lo que estoy convencido es que se sabe al dedillo las encuestas de opinión en las que se refleja que sólo una minoría de catalanes desea un Estado independiente. Pero eso no es obstáculo para que este político menor haya echado a andar por un camino abocado al descalabro más absoluto.

Y todo este espectáculo no se orquesta para complacer los deseos de una mayoría social -ni esas son sus intenciones ni, como ya he dicho, existe tal mayoría-, sino que su objetivo fundamental se centra en obtener rédito político ante las próximas elecciones del 25 de noviembre. Con la excusa de la negativa de Rajoy para darle satisfacción por el pacto fiscal y aprovechando los ecos de la muchedumbre reunida el 11 de septiembre durante la celebración de la Diada, este mesías ha decidido ponerse el mundo por montera haciendo caso omiso a esa gran mayoría de ciudadanos que, sin dejar de sentirse catalanes, quieren seguir perteneciendo a un país llamado España. Y todo ello a pesar de la obsesión de algunos por borrar cualquier vestigio de centralismo: que se lo pregunten a los comerciantes, que no pueden rotular sus negocios en castellano si no quieren exponerse a fuertes multas económicas; o a los alumnos de un sistema educativo que margina la enseñanza en la lengua de Cervantes. Pero parece ser que el señor Mas y su gobierno no están por la labor de trabajar por el bienestar de todos los catalanes, sino simplemente por el de unos pocos dispuestos a seguir sus irracionales delirios de grandeza al estilo de un iluso Francesc Maciá o de un temerario Lluís Companys.

Artur Mas está dispuesto a echarle un pulso al Estado sin importarle el coste económico y político que de ello pueda derivarse. Se supone que sus asesores le habrán advertido que mientras no se reforme el artículo 2 de la Constitución Española, donde se habla de la “indisoluble unidad de la nación española”, y mientras la Ley Orgánica que regula las distintas modalidades de referéndum atribuya al Estado la competencia exclusiva para convocarlos, sus planes no son más que papel mojado, algo así como un Plan Ibarretxe desfasado. El señor Mas está interpretando el papel de víctima que tan buenos resultados le ha dado hasta ahora, presentando a Madrid como el poder opresor de una identidad propia que nadie les niega, pues está reconocida por la misma Constitución que pretenden conculcar. Jamás ninguna Comunidad Autónoma ha tenido el nivel de autogobierno del que goza Cataluña, ni siquiera su admirada Quebec cuenta con las competencias de las que sí dispone la Generalitat. Lo que el señor Mas se cuida mucho de contar es que una Cataluña independiente tendría que afrontar una deuda de 155.000 millones de euros, y eso no hay economía que lo soporte. Mientras tanto, al a espera de si decide internacionalizar el conflicto, no le duelen prendas en pedir al Estado 5.433 millones de euros del fondo de liquidez autonómico para atender sus obligaciones financieras. Es decir, que no quieren formar parte de España según para qué. Ni Josep Tarradellas ni Jordi Pujol se mostraron tan desleales como sí lo está siendo este insensato en unas circunstancias en las que toda la ayuda que se le pueda ofrecer al gobierno de Mariano Rajoy será poca para que desde Europa nos tomen en serio.

 El presidente Mas ya sabe en qué va a quedar todo esto, por eso sería de agradecer que pusiera en práctica el sentido común y la sensatez exigibles a todo representante público. Es falso que exista un conflicto catalán; ésa es la visión que quieren mostrar desde Convergència i Unió para favorecer sus espurios intereses. No todo vale con tal de ganar unas elecciones. Que se dejen de emprender aventuras que no conducen a ninguna parte, pues bastantes focos de tensión tiene abiertos la sociedad española en su conjunto como para venir a caldear el ambiente con uno más. En este sentido, echo en falta las declaraciones por parte de un político al que tengo por moderado y alejado de los extremismos característicos de aquellas latitudes: Durán y Lleida tiene que salir a la palestra y hacer valer su peso específico para rebajar las exigencias de sus compañeros de formación. De lo contrario, la postura radical por parte del gobierno catalán deberá ser respondida por el Estado central con todos los medios legales a su alcance. En este desafío no caben posturas timoratas. Quién sabe si todo esto no nos conducirá a que, por primera vez, veamos la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

martes, 2 de octubre de 2012

Las razones de Esperanza.


   Aunque con algo de retraso sobre el hecho noticioso, no me resisto a escribir unas palabras en relación con el sorpresivo abandono de la política activa por parte de Esperanza Fuencisla Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Murillo, Grande de España y Dama Comandante del Imperio Británico. Ahí es nada. Así, el 17 de septiembre, para asombro de propios y extraños, la presidenta de la Comunidad de Madrid convocó una rueda de prensa en la que anunció que dimitía de todos sus cargos electivos, incluida la presidencia autonómica y su escaño de diputada en la asamblea legislativa. Que después de treinta años en la política era tiempo de dedicarse a los suyos: marido, hijos, nietos y demás parentela. Cuentan que los profesionales de los medios de comunicación allí presentes no daban crédito ante lo que estaban presenciando, mirándose de soslayo los unos a los otros para cerciorarse de que no eran los únicos que se estaban quedando atónitos por las declaraciones de “La Lideresa”. Sólo unos elegidos de su gabinete conocían de antemano la decisión que Aguirre soltó a modo de bomba informativa y, cosa rara en los mentideros políticos, el secreto se mantuvo a salvo hasta el día en cuestión. Algunas, como la precoz Lucía Fígar, Consejera de Educación, Deportes y Juventud, no pudo contener las lágrimas en un llanto que más bien pudo haberse dejado de puertas para adentro. Otros, como su fiel escudero Ignacio González, se frotaba las manos ante la proximidad de cumplir su sueño de tantos años, lo cual no le resta un ápice de credibilidad a sus gimoteos durante la sesión de investidura como nuevo presidente de Madrid.

   La cascada de rumores, como era de esperar, ha sido de las que hacen época. España, a pesar de todo, sigue siendo un patio de cotillas que no pierde oportunidad de elaborar las teorías más chabacanas ante cualquier acontecimiento de relumbrón. Y es que muy pocos se explican cómo alguien que está en la cresta de la ola, que cuenta mayoritariamente con el apoyo de los ciudadanos -llevaba desde el 2003 como Presidenta de la Comunidad de Madrid con mayoría absoluta-, decide abandonarlo todo con la simple explicación de los consabidos motivos familiares y de salud, por muy legítimos y comprensibles que estos pudieran ser. Más bien parece que Aguirre se ha cansado de navegar a contracorriente en un partido que se ha ido apartando de los principios liberales que ella se ha encargado de abanderar a pesar de las críticas. De sobra es conocida su enemistad con el actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, por mucho que ambos, públicamente, trataran de ocultar lo que resultaba evidente hasta para un ciego: los forzados besos y abrazos que se han prodigado en público en múltiples ocasiones chocaban más que si las carantoñas protocolarias se hubieran dejado para mejor ocasión. Mariano Rajoy trató de mediar sin éxito en esta disputa entre dos pesos pesados. Más de un tirón de orejas se llevaron a cuenta de sus discordias para hacerles entender que las opiniones heterodoxas debían quedar fuera del alcance del dardo envenenado de la oposición con el fin de salvaguardar al partido de un desgaste innecesario. Visto el discurrir de los acontecimientos, es de suponer que el ministro melómano contaba con más simpatías por parte de Rajoy que la castiza Aguirre. Lo cual no era mucho aventurar desde que ésta, tras el fracaso del PP en las elecciones generales del 9 de marzo de 2008 y ante el XVI Congreso de su partido, jugó con la posibilidad de presentar una candidatura alternativa a la de Rajoy como presidente del partido: su órdado no gustó nada en el sector oficial de Génova 13 y Rajoy, entre otras cosas, suele tener muy buena memoria como para olvidar ese tipo de deslealtades.

   Para completar este panorama de complejas relaciones en la cúspide del poder popular, hay que sumar otra china en el zapato de Esperanza: Mª Dolores de Cospedal, la férrea Secretaria General del PP que ha hecho buena la labor de fontanería de Álvarez Cascos al frente de la nave genovita: ver para creer. En este punto era previsible un choque de caracteres sin precedentes entre dos mujeres acostumbradas al bastón de mando. Por eso, el problema no tardaría en aparecer en cuanto surgiera la mínima diferencia de criterios entre las dos baronesas autonómicas. Y esa chispa ha saltado con ocasión del caso Bolinaga: una -Aguirre- lamenta no entender que la Justicia haya otorgado al etarra la libertad ante el cáncer incurable que padece, la otra -Cospedal- no ha dicho una palabra más alta que otra ante el hecho de que se ponga de patitas en la calle al carcelero de Ortega Lara. Por todo ello, Esperanza habrá pensado que, después de lo que lleva vivido en política (Concejala del Ayuntamiento de Madrid, Ministra de Educación y Cultura, primera mujer en presidir el Senado, Presidenta de la Comunidad de Madrid) llega un momento en que no todo se puede soportar, en que una se cansa hasta de tragar sapos con tal de seguir saliendo en la foto. Una vez colmada su parcela de vanidad, y como desde que defenestraron a María San Gil como presidenta del PP en el País Vasco se juramentó para no pasar por alto ni una indecencia más, pues ha decidido que hasta aquí hemos llegado, que se va sin que nadie se lo haya pedido – o sí- y que ahí se queda Mariano Rajoy con su proyecto de una España mejor bajo la atenta mirada de su guardia pretoriana. Que una ya tiene bastante con haber salido ilesa de un accidente de helicóptero (por cierto, junto a Mariano Rajoy) y sobrevivido a una oleada de ataques terroristas en la ciudad de Bombay.

   Esas experiencias vitales sí constituyen razones de peso como para replantearse su papel en la política. Ahora bien, que sean las únicas cuestiones que hayan influido en su decisión sólo ella lo sabe. Tendría que publicar un segundo volumen de sus memorias para que algún día sepamos con certeza la verdad en todo este asunto. De momento todo son especulaciones, excepto el hecho de que el Partido Popular ha dejado escapar a uno de sus miembros más carismáticos. Los resultados los comprobaremos en las siguientes elecciones autonómicas, aunque dudo mucho de que Ignacio González arrastre la misma masa de votantes que su predecesora. Esas mismas dudas, al parecer, también planean sobre el equipo de Rajoy. Su posible duelo con Tomás Gómez será de segunda fila, puesto que tampoco goza el líder socialista con el aplauso mayoritario de los madrileños, ni siquiera por los militantes de su propio partido. Eso, precisamente, es lo mejor que le puede pasar al PP: que la oposición presente un candidato electoral con menos encanto popular del que cuenta el que, hasta hace escasos días, era el abnegado heredero del sillón de Aguirre en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol.