domingo, 15 de diciembre de 2013

Intrahistoria de un funeral para la Historia

   
El funeral por Nelson Mandela ha tenido a más protagonistas que al propio finado, por lo menos si situamos el foco de atención en el palco de autoridades. A Madiba era imposible robarle protagonismo allá donde acudiera como invitado, y mucho menos iba a suceder eso en la ceremonia organizada para que el mundo se despidiera del padre de la Sudáfrica moderna. Pero ha habido algunos que, sin quererlo, han sido catapultados al primer plano de los medios de comunicación. Que se lo pregunten al matrimonio Obama o, más en concreto, a Barack, ese que llegó a la Casa Blanca con un eslogan – “yes, we can”- y una sonrisa cautivadoras, y que habrá tenido que dar más de una explicación a su esposa por el tonteo que se traía con la presidenta del Gobierno danés, una rubia muy aparente llamada Helle Thorning-Schmidt. Y es que, mientras el mundo lloraba a Mandela, ellos se lo pasaban en grande haciéndose fotos y poniendo poses cual picarones adolescentes. Hasta dónde no llegaría la cosa que la propia Michelle, después de una serie de infructuosas miradas asesinas, tuvo que sentarse entre los dos para que el asunto no pasara a mayores. Obama, arrepentido por lo sucedido, o consciente del chaparrón que le iba a caer, trató de arreglarlo cogiendo suavemente la mano de su mujer, besándola en procura de perdón. Sabía que había metido la mata y que esa noche nada ni nadie salvarían al hombre más poderoso del mundo de dormir en el sofá.

   Pero antes de ese momento estelar, la noticia estaba en que, por primera vez desde el bloqueo de Cuba a comienzos de los años sesenta, un presidente norteamericano estrechaba la mano de un Castro: de Raúl, el hermanísimo del camarada Fidel. Cruzaron unas palabras ante la atenta mirada de los que les rodeaban, que no terminaban de creérselo. No sabemos si hablaron en español, en inglés o en spanglish, lo que sí es seguro es que no se felicitarían las Navidades. Y es que cincuenta años de embargo no se olvidan de la noche a la mañana, y menos aún los múltiples intentos de los servicios secretos norteamericanos por quitarse de en medio al escurridizo Fidel. Después, como si hubieran hecho algo reprobable, los dos mandatarios se han justificado diciendo que una cosa no quita la otra, que la educación no está reñida con el odio acérrimo que se profesan. Una vez consumado el estrechón de manos, quizás Obama tomó conciencia de lo que acababa de hacer, del tirón de orejas que le darían sus conciudadanos por compadrear con el tirano que mantiene sumida a la perla de las Antillas en una dictadura que no parece tener fin. Y, puestos a especular, ese temor a ser reprendido por parte de sus electores podría haber sido el causante que le impidió gobernar su voluntad para evitar las inapropiadas carantoñas con la rubia de postín. Pero, sin duda perturbado por el abrazo del comunista, creo que no supo medir las consecuencias de sus actos, porque si para tratar de congraciarse con su pueblo ha optado por ponerse en evidencia ante su mujer, no sabe este buen hombre lo que ha hecho. Donde había un problema, ha creado otro.

  
Pero para papelón, el desempeñado por el intérprete de signos durante las exequias. Resulta que Thamsanqa Jantjie, que así se llama el mozo de treinta y cuatro años encargado de transmitir el mensaje de los líderes mundiales allí congregados a las personas sordomudas que veían el acontecimiento por televisión, estaba haciendo un paripé del copón. Sí, ciertamente el muchacho no paraba de mover las manos acá y allá, y parecía que dominaba la lengua de signos como los ángeles, pero los únicos ángeles que revoloteaban por allí eran los que se colaron en su cabeza. Ha reconocido el falso intérprete que sufrió un ataque psicótico y que su prioridad en aquellos momentos críticos consistió en recobrar la calma lo antes posible, sin que se notara que a él lo que le apetecía de verdad era hacer caso a las vocecitas que oía en su interior y que le animaban a realizar un favor a la humanidad, acuchillando en riguroso directo a Obama, a Castro, a Dilma Rousseff, al premier Cameron y a todo el que se le pusiera por delante. ¿Se lo imaginan? La escabechina pudo haber sido de órdago. Menos mal que, a lo que parece, el tal Thamsanqa se hizo con las riendas de su mollera y logró embridar sus ansias asesinas. Parece ser que este señor no tenía suficiente con sus quince minutos de fama que reclamaba Andy Warhol para todo hijo de vecino y decidió chupar cámara por su cuenta y riesgo. ¡Y qué exitazo, oigan! ¡No se habla de otra cosa! Las travesuras de Obama a su lado han quedado en un juego de niños. Aunque seguro que la Primera Dama no piensa lo mismo, que para ella la desenfadada actitud de su marido ante el cuerpo presente de uno de los hombres más importantes del siglo XX no tiene perdón de Dios, por mucho que la aparición estelar del amiguete Thamsanqa hayan restado importancia a los coqueteos del señor presidente de los Estados Unidos. Ni los hermanos Marx hubiran imaginado un guión tan genial.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Recuerdos de un colegial

   
Hoy vengo en plan nostálgico. No era mi intención. Me ha sucedido algo parecido a lo que le pasó al narrador de la monumental obra “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, cuando al probar un trozo de magdalena con el acompañamiento de unas cucharadas de té le vinieron a la memoria vivencias de su infancia con tal intensidad que parecía que las  estuviese reviviendo en ese mismo instante en que daba buena cuenta del bollo en cuestión. Y es que salía yo el otro día de casa cuando, a los pocos metros, vi venir de frente a una pareja entrada en años. Como de costumbre, iba distraído, atento exclusivamente en subirme la cremallera de la cazadora  como único remedio para luchar contra el frío siberiano que nos azota en las últimas jornadas. El caso es que, a medida que se acercaban y sus rostros iban recobrando nitidez, no tardé en reconocerlos. No había lugar a dudas. Eran ellos. Hacía años que no los veía. De repente mi memoria dio un salto en el tiempo de veinticinco años hacia atrás. Se dice pronto, sí. El flash-back duró solo un instante, lo suficiente como para esbozar una sonrisa de agradecimiento. Cuando llegué a su altura tuve la intención de llamarles la atención para saludarles, pero al final pudo más la vergüenza y desistí. Desde el mismo momento en que pasé de largo me lamenté de no haber intercambiado unas palabras con ellos: el miedo a que no se acordaran de mí cedió ante cualquier otra consideración. Pero a pesar de la fugacidad del momento, tuvimos tiempo de que nuestras miradas se entrecruzaran: la mía henchida de melancolía, rememorando tiempos de inocencia y despreocupaciones; la de ellos, vivaracha, alegre, jovial.
                                                                                   
   Don Paco y la señorita Flori. Sí. Ellos fueron el matrimonio de profesores que me encontré y que me dieron clases durante el segundo ciclo de la Educación General Básica (E.G.B) en el Colegio Público “Los Arcos” de Malpartida de Cáceres. Y claro, siempre es agradable revivir una época marcada por la felicidad. Don Paco nos impartía clases de Ciencias Naturales y la señorita Flori las de pretecnología. Mientras que aquél luchaba porque prestáramos atención a sus lecciones sobre el ciclo del agua, la fotosíntesis, las capas de La Tierra, el aparato digestivo y otras cuestiones varias, con Flori aprendíamos a hacer marionetas con tubos de papel higiénico, globos rellenos de arena, papel de periódico y pegamento Imedio. ¡Qué tiempos aquellos en los que las nuevas tecnologías no entraban en las aulas! Y atendíamos a las explicaciones guardando el respeto debido, sin rechistar. Porque en nuestra época el maestro era como un semidiós: se les respetaba tanto o más que a nuestros padres. Antes no cabía en cabeza humana que el niño llegara a casa lloriqueando porque el profesor le había reñido y hecho pasar un mal rato delante de los demás. Aquí el lema era que si te daban el toque en el colegio más valía que no se enterasen tus padres porque, de lo contrario, la bronca en casa estaba asegurada. ¿Igualito que ahora, verdad?, que no le falta tiempo al indignado padre de turno para plantarse en el despacho del director, exigiendo explicaciones por el hecho de que su niño tiene la moral tocada porque el profesor le ha cogido ojeriza.

   En  aquellas aulas, presididas por el crucifijo y el retrato del Rey, Don Fernando y Don Jesús se encargaban de transmitirnos sus conocimientos de lengua y literatura; Don Fermín se dedicaba a hacernos comprender cuestiones tan vitales para la humanidad como las ecuaciones y las fracciones; Don Jacinto había veces que perdía la paciencia al intentar descubrirnos el maravilloso mundo de las Ciencias Sociales; Agustín o Jose, en distintos cursos, nos hacían el test de Cooper un día sí y otro también (tengo para mí que a veces corríamos más de los 12 minutos previstos); Don Miguel Ángel hacía ímprobos esfuerzos para que el inglés se convirtiera en nuestra segunda lengua materna. Sé que me olvido de otros, pero estos son los que más huella dejaron en mi recuerdo. Y allí estábamos gentes como Pedro Barra, Vicente, José Manuel Morán, Perico Hisado, Pedro Miguel, Juanjo, Antonio Lancho, Nieves, María José, Diego “Perales”, Andrada, Pérez, Raúl y otros muchos. Nunca me olvidaré de la tarde –antes también teníamos clases por la tarde- en la que Don Jesús poco menos que cogió a Pérez por el cuello porque estaba entretenido haciendo filigranas en el cuaderno en vez de atender a sus explicaciones. Como tampoco se me olvidará el día en que Diego “Garrafuche” tuvo a bien tirarme de una de las peñas que adornan el patio del colegio, con la consecuencia de un codo fracturado y una bonita cicatriz de veintidós puntos para toda la vida. O del día en que Jorge Campos Canales, éste sin mala intención, tiró de la acera un tablón de obras que había junto a una de las aulas y que inesperadamente fue a parar al empeine de mi pie. O aquel otro en que, estando en pleno recreo, algo le sucedió a Antonio Quintana y vimos a su hermano Javi corriendo por todo el patio pegando unos gritos de espanto, suplicando que no hubiera pasado nada grave.

   En fin, que echa uno la vista atrás y se acumulan los recuerdos. Como aquella vez en que Don Fernando me preguntó por el significado de la expresión “venir como anillo al dedo” y yo, ni corto ni perezoso, con el aplomo que dan la ignorancia y la inconsciencia, resolví que aquello venía a significar algo así como que si vas por la calle,  te encuentras un anillo, te lo pruebas y te queda bien… ¡pues te lo quedas! ¡Qué paciencia hubieron de tener con nosotros aquellos profesores! Con algunos más que con otros, porque recuerdo a un compañero llamado Gervasio –no sé si estaba en mi misma clase- cuyas proezas corrían de boca en boca cuando salíamos al recreo. Eso sí, ni punto de comparación con lo que sucede hoy en día en la enseñanza. Porque nosotros podíamos ser …, no sé…, inquietos, pongamos por caso. Pero es que en la actualidad esa inquietud se ha transformado en una rebeldía rayana en lo delictivo. Y eso de llamar de “don” o “doña” al profesorado, ¡vamos, ni por asomo!  Pero bueno, que no es mi intención transitar por estos andurriales, que a este tema ya le dediqué en tiempos el correspondiente artículo.  Por eso, y como colofón a toda esta retahíla provocada por un encuentro fortuito,  la próxima vez que vuelva a cruzarme con alguno de mis antiguos profesores me he propuesto saludarlos, aunque corra el riesgo de que no se acuerden de mí. Contingencia, por cierto, que no me acecha con aquellos que aún siguen viviendo en Malpartida, como Don Fernando y Don Jacinto, con los que me paro cada vez que los veo y a quienes les sigo guardando el mismo respeto o más del que les tenía entonces.

   

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cinco artistas en busca de inspiración

¿Quieren saber de verdad lo que es sentir vergüenza ajena? No, no se preocupen, no les voy a poner un vídeo de Rubalcaba exigiendo explicaciones al Gobierno sobre las medidas adoptadas para capear la crisis. Nada más lejos por mi parte que practicar un ejercicio de masoquismo. La cosa es más prosaica. Y es que, por si no se han dado cuenta aún, estamos a tiro de piedra de entrar en unas fechas entrañables, en una época de cinismo en la que los medios de comunicación nos  bombardearán con todo tipo de anuncios para tratar de conmover nuestros más nobles sentimientos, a ver si así hacemos acto de contrición por lo mal que nos hemos portado durante todo el año y, de paso, limpiamos nuestras sucias conciencias con arrebatos de consumismo compulsivo. Y es que somos blandos de espíritu hasta para dejarnos convencer de que podemos expiar nuestros pecados convirtiéndonos en mejores personas durante dos semanas, regalando buenas intenciones y mejores deseos a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Eso sí, el resto del año no tendremos reparos morales en seguir comportándonos con esa falta de escrúpulos que hacen que pasemos junto al indigente al que vemos a diario sin tan siquiera dedicarle una mirada de compasión: para esas ocasiones reservamos otras fechas del calendario, no vaya a ser que no tengamos nada de lo que arrepentirnos durante el resto del año.

   Estamos en puertas de que nos metan por los ojos una batería de películas y demás productos de similar factura que ablanden nuestros corazones con un falso espíritu navideño. Uno de esos productos estrella es el anuncio de la Lotería de Navidad. Seríamos condescendientes si dijéramos que el de esta campaña produce bochorno, y como anda uno un poco malhumorado con esto de que ya vamos por el cuarto año en el que a los funcionarios nos congelan el salario, no es la indulgencia precisamente el sentimiento que más me caracteriza últimamente. Por lo tanto, espero que aquellos que se sientan molestos por estas líneas sepan perdonarme como buenos cristianos, pero no pienso ahorrar en calificativos a la hora de descalificar –perdón por la redundancia- el mayor bodrio que se ha asomado a nuestras pequeñas pantallas en mucho tiempo. Resulta un auténtico despropósito haber reunido en un mismo spot a gentes de la “talla” de Marta Sánchez y David Bustamante. La una, vieja gloria digna de tiempos mejores; el otro, tendría que estar dando gracias eternas por poder vivir de la música. En cuanto a Montserrat Caballé y a Raphael, en fin, vamos a tildarlo entre grotesco y extravagante: contemplar como espectadores el careto de espanto que pone la soprano catalana en alguna de los fotogramas, así como asistir al afinado torrente de voz del jienense es algo que  no está hecho para todos los estómagos. Por cierto, aquí hago un inciso: algún entendido en la materia tendrá que explicarme cómo es posible que este tipo, con sus ridículas poses y sus histriónicas muecas, ha logrado vender más de 50 millones de discos a lo largo de su prolífica carrera. ¿O es que somos una minoría los que nos hemos dado cuenta de que Jesulín a su lado no daría tanto la nota? Iker Jiménez, ya tienes tarea.

  
Y llegamos a la Niña Pastori. Aquí, si me lo permiten, me ahorro los adjetivos. Sencillamente, no sé qué pinta en todo esto. Tengo para mí que se ha colado de rondón, que los guionistas del engendro echaban en falta a otra estrella de relumbrón para cuadrar el elenco y acudieron a ella como podrían haber llamado a Leonardo Dantés, Toni Genil o Sonia Monroy. Supongo que es la que tenían más a mano; no hay que darle más vueltas. Lo mismo podría significar de los demás, pero es que no se me ocurre otra cosa que decir. Y es que este despropósito no tiene ni pies ni cabeza. Parece como si el ideólogo de la cosa, el perpetrador de todo este circo, se hubiera tomado un tripi para gastarle al personal una broma de mal gusto. Así que, señoras y señores, este es el anuncio con el que Loterías y Apuestas del Estado pretende conmovernos para que acudamos en tropel a Doña Manolita con un billete de veinte euros con el que tentar a la suerte. No sé si los españolitos de a pié tendrán pensado gastarse más o menos dinero que otros años, lo que sí tengo claro es que el anuncio de marras echaría para atrás a cualquiera que tuviera un mínimo de dignidad. Pero como somos así de filántropos, no faltarán quienes sigan cumpliendo con la tradición de comprar algún décimo, más aún si nos consta de buena tinta que el vecino, el compañero de trabajo o  la suegra llevan varias participaciones. Porque si es cierto que podríamos soportar que la diosa Fortuna no llame a nuestra puerta, lo que ya no veríamos con tan buenos ojos es que saliera en el telediario -con la parafernalia de cámaras de televisión y descorche de botellas de champán incluída- nuestra vecina del quinto gritando cual posesa al tiempo que muestra temblorosa el número premiado con el gordo. No habría psicólogo en el mundo que sanara ese entuerto. 

   Y me quejaba yo el año pasado de los de Campofrío. ¡Unos santos Fofito y compañía al lado de este grupete! Si esto es lo más granado de nuestro panorama musical, démosles una alegría a los hombres de negro de la troika comunitaria;  supliquemos todos juntos para que nos rescaten de esta pesadilla y nos traigan de vuelta al añorado calvo de toda la vida. ¡Hasta los Trotamúsicos habrían salido más airosos! Si pretendían irradiarnos las ñoñerías típicas de estas fechas, para eso que hubieran programado un "reality" en el que seguir las zozobras de Paquirrín buscando trabajo, o los esfuerzos de la Esteban por desengancharse de sus adicciones. Eso sí sería digno del espíritu navideño. A ver si el año que viene tenemos más suerte y nos ponen a Masiel, Juan Pardo, Víctor Manuel, Serrat o Karina. Sería un detalle por parte de Loterías y Apuestas del Estado: si Hacienda se va a llevar el 20%, pues que al menos lo hagan con gracia y alegría. Esperemos que el padre de la criatura, un tal Juan Pablo Berger -el mismo que ha dirigido esa pedazo de obra maestra llamada Blancanieves, con Maribel Verdú como protagonista- los tenga bien puestos y no se demore demasiado en salir a la palestra a pedirnos disculpas por mancillar  la imagen de la entrañable Navidad. A buen seguro que Luigi Pirandello no lo reclutaría ni como apuntador.

domingo, 27 de octubre de 2013

El banco de la discordia

 
 Permitidme que el artículo de hoy vaya dedicado a una familia compuesta por un padre, una madre y dos retoños. Él, que es a quien más conozco, es un tipo joven, currante, alegre, divertido, optimista, aporreador ocasional de guitarras, trovador apostado detrás de la barra de un bar desde la que obsequia con quilates de buen rollo a todo aquel que quiera pasarse por su fonda. Sus parroquianos, fieles e irreductibles a pesar de la crisis, le veneran, no tanto por las rondas de gañote con que de vez en cuando se encuentran para regocijo de los que a determinadas horas de la noche no tienen un euro que rascar, sino porque reconocen en él a alguien noble y honrado capaz de darlo todo por sus feligreses. Saben que haría cualquier cosa por mantener la paz y la armonía de la parroquia y eso es algo que crea un estrecho vínculo difícil de definir, a medio camino entre la lealtad y la devoción. Lo digo yo, que he sido una oveja más del rebaño pastoreado por este “páter” sin par. Me estoy refiriendo al Viru, adalid de una juventud malpartideña que se resiste a languidecer ante el panorama de apatía, abandono y dejadez que todo lo quiere devorar. Y es que el Viruta Café-Bar es de los pocos locales, si no el único, que lucha por regenerar un ambiente de decadencia a través de la organización de todo tipo de eventos con los que deleitar a una nutrida hueste de seguidores.

    Aquellos que se acerquen por primera vez a esta especie de cofradía -cuyo largo, estrecho y abovedado local hallamos situado entre las calles Puerta Villa y Cruz de Malpartida de Cáceres- deben tener la precaución de no cometer el error de la crítica superficial en la que incurrirían si se limitasen a calibrar la importancia de su cometido en función de las hechuras de su patrón. Y aquí, amigo Rubén, me vas a permitir ciertas licencias literarias en la descripción para quitarle hierro al asunto, que tampoco quiero que esto sea un drama en un solo acto. Por lo tanto, espero contar con tu indulgencia. Así que, como iba diciendo, para evitar caer en la tentación de la crítica fácil, tendrá que escudriñar el recién llegado más allá de la apariencia mostrada por una tupida barba, por una melena rebelde que ya comienza a escasear -los años y las rastas no pasan en balde- y por unos tatuajes que aderezan parte de su piel. No pondremos demasiados  reparos en refutar la opinión de los puristas que piensen que esa guisa no es, precisamente, la que mejor se correspondería con la de un Hermano Mayor que se precie, pero sí que insistiremos en que no se queden en el envoltorio, sino que eliminen esas capas de prejuicios para que lleguen a juzgar la verdadera naturaleza que se esconde tras esos adornos físicos y estéticos. Basta cruzar dos palabras con el Viru para apreciar la personalidad de un tipo auténtico, genuino, original. A la primera caña que te está tirando ya te ha ganado con su verborrea y su gracejo. Es un seductor nato. Pero aparte de esto, puedo confirmar, al igual que muchos otros, que es buena gente, que ya es mucho decir en los tiempos que corren.
  
Pues bien, nuestros feligreses han decidido emprender una cruzada para tratar de contrarrestar las consecuencias de las protestas de un vecino quejicoso, llorón y lastimero -porculero, diríamos por aquí-, que con su actitud intolerante ha puesto en pie de guerra a estas gentes de bien. Al parecer, el señor en cuestión anda removiendo Roma con Santiago para que la clientela no salga en procesión a la fachada del local que va a dar a la calle Cruz. Refiere el susodicho que el bullicio que allí se forma supera por mucho las normas que deben presidir las buenas costumbres de una sociedad bien avenida. El chivo expiatorio de todo este embrollo, la cabeza de turco sobre la que ha recaído el peso de la ley ha sido una inocente banqueta colocada extramuros, sobre la acera, para que los clientes hagan uso de la misma al tiempo que charlan animadamente entre bocanadas de humo y tragos de bebidas más o menos espiritosas. A lo que parece, los lamentos del delator llevaron a la Policía Local a adoptar la drástica medida de incautarse del banco de la discordia, con lo que la tasca ha quedado huérfana de uno de sus símbolos más apreciados. La respuesta de la parroquia no se ha hecho esperar, poniendo en marcha un grupo a través  de facebook como medida de protesta por todo lo que está ocurriendo. Por eso, amigo Viru, permíteme que contribuya a la oleada de apoyos que estás recibiendo con este granito de arena, con este artículo en reconocimiento a tu labor para que la juventud de Malpartida pueda congregarse en un local que hace las veces de club social, y también como agradecimiento a los momentos vividos bajo tu amparo, acodado en la barra del bar a la espera de recibir cual cáliz secular esa cervecita bien fría. Por eso, si me lo permites, yo también  quiero sentarme simbólicamente en ese banco.

martes, 22 de octubre de 2013

El último romántico

   
Al capitán de Infantería Don Francisco Javier Rina Simón, 
por ofrecerme la materia prima que sirve de sustento a este artículo.


Reconozco, tal y como reseñé en el artículo dedicado en su día al maestro Juan José Padilla, que no soy un gran aficionado a los toros: mis conocimientos en este campo son muy limitados, tan es así que no forma parte de mis planes cometer la torpeza de hablar demasiado de aquello que desconozco. A pesar de ello, en aquella oportunidad me decidí a darle rienda suelta a la pluma para dedicarle unas líneas a la gesta del jerezano después de su reaparición tras la grave cogida que sufrió en Zaragoza, en octubre de 2011. Quise, humildemente, contribuir al homenaje que se merecía por la valentía y el coraje demostrados más allá de la plaza, retomando los trastos de torear a pesar de la tragedia que a punto estuvo de costarle la vida. Pues bien, hoy retorno al albero para dar noticia de otra figura que ha captado mi atención por lo singular de su personalidad. Se preguntarán ustedes a qué se debe esta súbita querencia mía por las tablas. Si el artículo consagrado a Padilla estuvo presidido por el impacto que me causó la fortaleza de un hombre capaz de sobreponerse a las adversidades –convendrán conmigo que torear con un ojo de menos no es pecata minuta-, la parrafada de hoy trae causa de la lectura de la obra en que ando enfrascado estos días. Me estoy refiriendo a “Juan Belmonte, matador de toros”, escrita por el periodista Manuel Chaves Nogales en 1935 y en la que da cuenta de cómo un mozo desarrapado del barrio sevillano de Triana se convierte en la más grande figura del toreo, narrando sus inicios como torerito que se lanzaba desnudo al encuentro de novillos a los que sacarles dos o tres capotazos furtivos a la luz de la luna, hasta que se convierte en mito viviente cuyos seguidores llevan en volandas por el puente de Triana después de cada tarde de gloria en la Maestranza. Los entendidos no dudan en calificarla como una de las mejores biografías jamás escrita en lengua castellana, siendo este otro de los alicientes que excitan mi natural curiosidad por conocer lo que sobre el mundo de los toros tuvo que decir uno de los mejores periodistas de su tiempo.


   Pero el verdadero protagonista de este artículo no es ni Juan Belmonte ni Chaves Nogales, por mucho que sus cuantiosos méritos sean merecedores de ser traídos a este modesto rincón de la blogosfera, y a pesar de estar persuadido de no ser yo el mejor cronista para poner de manifiesto esa tarea. Sea como fuere, los aplausos del respetable van hoy dirigidos a Rodolfo Rodríguez “El Pana”. ¿Que quién es “El Pana”? Pues hasta ayer ni yo mismo lo sabía. De no ser por un amigo, que fue quien precisamente también me descubrió la obra de Chaves Nogales, Rodolfo Rodríguez seguiría siendo para mí un auténtico desconocido. Este amigo mío -militar vocacional al que dedico este post, de esos que viven la profesión con orgullo, como un acto de fe- tuvo la ocurrencia de descubrirme a uno de los personajes más curiosos con los que me haya topado. El Pana, oriundo de México, hijo de la miseria, del hambre y de las penalidades que a la postre terminan por cincelar un carácter profundo y peculiar, desprende cierta melancolía bohemia en su porte y en su verbo. Humilde, honesto, sentimental, extravagante, con un cierto punto de locura; místico y surrealista; panadero –de ahí su apodo- y sepulturero antes que torero; alcohólico y delincuente a quien las cornadas de la vida le han dejado más cicatrices que las de los morlacos; pasional y entregado, heterodoxo y romántico, soberbio y vanidoso... Un torero de pies a cabeza que luchó por el sueño de todo espada que se precie: morir en la plaza, como Manolete. No lo consiguió, aunque, como él mismo ha dicho, hizo todo lo posible por lograrlo, buscando a la mujer de negro con ahínco y nobleza. Cansado de ser un cuerdo mediocre, a El Pana le dio por ser un loco genial


Pues bien, este hombre, con sus virtudes y sus defectos, con sus luces y sus sombras, protagonizó el 7 de enero de 2007 uno de los acontecimientos que más se recuerdan en el mundo de la tauromaquia, no tanto por la gran faena que cuajó –que también- sino por el brindis que ofreció. El escenario, la Monumental de México DF; la ocasión, su retirada de los ruedos. Todo estaba preparado para que El Pana pusiera fin a su carrera en el mismo coso en el que había tomado la alternativa casi treinta años antes. Llegó a la cita vestido de rosa y plata, a lomos de una calesa. A las cuatro en punto de la tarde hizo el paseíllo como de costumbre: puro en la boca, capote sin liar y arrastrar de zapatillas por la arena. El tendido, salpicado por incondicionales seguidores -entre los que se encontraba el maestro de Galapagar José Tomás- y simples aficionados ávidos por ver en acción por última vez a aquel a quienes muchos tildaban de genio incomprendido, fue testigo de cómo un astado de nombre Rey Mago cambió por completo los designios previstos para el de Apizaco. La faena, con ser histórica, será recordada no tanto por los muletazos, trincheras, chicuelinas, molinetes, verónicas, revoleras, manoletinas y demás lances ejecutados con la pureza de los clásicos, sino por el brindis dedicado a unas protagonistas muy especiales. El Pana, consciente de que ese momento sería el epílogo a toda una carrera plagada de fracasos, decepciones, infortunios y frustaciones –también hubo éxitos, aunque menos- se encaminó hacia la barrera, y ante el micrófono ofrecido por el periodista que retransmitía el evento para la televisión mexicana, lejos de reprochar a los empresarios y compañeros de profesión que durante tantos años le hubieran dado la espalda por no saber entender su singular talento, dedicó el que iba a ser su último toro a las mujeres de mala vida que tanto le habían ayudado cuando la mayoría renegaban de su presencia. Esto fue lo que dijo: “Quiero brindar ese toro, mi último toro de mi vida de torero en esta plaza, a todas las daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando El Pana no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos base de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. Va por ustedes”.


   No me digan que no es para quitarse el sombrero. Y después de esto vino la apoteosis final, con una faena que desde ese mismo instante pasó a engrosar los anales de la tauromaquia toda, no solo de la mexicana. Y lo que iba a ser el punto y final se convirtió en un punto y seguido, pues aquel día, con 54 años a las espaldas, El Pana no se cortó la coleta sino que, por contra, obtuvo el mayor triunfo de su vida.  Ahora casi todos reconocen su grandeza, comparable a la de compatriotas como Azurra, Procura o Gaona. La gloria le llegó tarde pero, al menos, el ídolo puede disfrutar de los frutos otorgados por un pueblo que le admira.

martes, 15 de octubre de 2013

Los sindicatos, esos tiernos luchadores en favor de la clase obrera.


   

Cuando una sociedad entra en crisis -y no me refiero solo a la económica, sino sobre todo a la de los valores y los principios por los que debe regirse una democracia-, es en esos momentos de debilidad de espíritu cuando salen a relucir los defectos más perniciosos del sistema. Aquellos que durante largos años se sintieron protegidos por el cautivador manto del felipismo y el zapaterismo nunca pensaron que llegaría el momento en que sus artificios contables para despistar a los organismos públicos de los que percibían la subvenciones con las que financiaban todo tipo de actividades serían descubiertos , incluidas pantagruélicas comilonas en la feria de Sevilla. Y es que hay ciertos individuos que se creen por encima del bien y del mal, que piensan que siempre saldrán triunfantes ante cualquier tipo de prueba que se les presente, incluída la de postrarse ante el altar de la Justicia para rendir cuentas de sus actos. La torpeza de estos señores supera, que ya es decir, a su ambición. Aunque, eso sí, al final acaban caminando al encuentro de la toga y la puñetas con una sospechosa sonrisa en los labios que le hace a uno plantearse la siguiente disyuntiva: o son más estúpidos de lo que parecen o confían demasiado en que su influencia les salvará del trance de engrosar la población carcelaria de este país. En mi caso, me decanto más por la primera opción: la de considerar a ciertos sindicalistas como meros trileros con el suficiente nivel de inconsciencia como para emprender el paseíllo hasta el banquillo de los acusados con esos aires de jaque que, ya de por sí, no les deja en muy buena posición.



   Abundan las ocasiones en que los sindicatos, arropados por el reconocimiento otorgado por el artículo 7 de la Constitución, se creen extramuros del sistema judicial. Hay ciertos temas con los que no están dispuestos a lidiar, con los que se muestran inflexibles, diríamos incluso que intolerantes, más aún cuando se pone en entredicho el desdoro de su honradez. Pero su sutiliza va mucho más allá, pretendiendo –con éxito la mayoría de las veces, todo hay que decirlo- confundir a la opinión pública para dar una imagen de víctimas que no se corresponde con la realidad. Solo les falta por decir que son objeto de una caza de brujas al más puro estilo del macarthismo. Bastaría con enunciar la teoría de que quienes delinquen son las personas, y no las organizaciones, para echar por tierra una defensa tan endeble como esa. Así, cuando las investigaciones judiciales señalan a algunos dirigentes de UGT como implicados en la trama de los ERES falsos de Andalucía, no se está criminalizando a todo el colectivo, sino sólo a aquéllos respecto de los cuales la Justicia comienza a tener indicios de que podrían no haber obrado con arreglo a la ley. Los sindicatos tienen la mala costumbre, al igual que los partidos políticos, de personalizar como ataque a toda la organización actuaciones que van dirigidas exclusivamente a depurar responsabilidades personales de dirigentes que se creían más listos que los demás. No se cuestiona aquí que toda la UGT de Andalucía sean unos mangantes sino, simplemente, que algunos de sus integrantes han mangoneado más de la cuenta, poniendo de manifiesto que también ellos pueden sucumbir a la codicia del vil metal. Pretender aparentar lo contrario sería confundir los términos, labor a la que se dedica  una serie de alborotadores profesionales con el objetivo de que la contemplación ensimismada de los árboles impida ver el bosque al resto de la ciudanía. Es decir: enreda, que algo quedará. Esa es su misión y a fe que lo están consiguiendo. Los sindicatos, digámoslo alto y claro, no están ungidos por el dogma de la infalibilidad; eso está reservado para otras magistraturas superiores.

 
 La izquierda política y sindical - o sea, PSOE, IU, UGT y CC.OO- tiene la virtud de encandilar a sus afiliados para que acudan en tropel al toque de generala cada vez que sus líderes reclaman su presencia, y no digamos cuando de lo que se trata es de limpiar el honor supuestamente mancillado por los medios de comunicación y por la juez Alaya. En ese tipo de artimañas, insisto, son unos expertos. Y es que, por mucho que se empeñen, ni siquiera los sindicalistas son unos santos varones. No hay más que recordar – y vamos en este punto a usar la memoria histórica que tanto les gusta- su estrecha colaboración con la Dictadura de Primo de Rivera o, ya más cercano en el tiempo y mucho más prosaico, el escándalo de la cooperativa PSV. Estas gentes, como no podía ser menos, también cometen errores, y no precisamente menores, de ahí que necesitemos de la luz y taquígrafos que la juez Alaya está aplicando a las corruptelas internas de unos dirigentes sobre los que pesa la sombra de la sospecha. El acoso que la instructora de los ERES está padeciendo estos días empieza a parecerse demasiado a la cacería sufrida por Marino Barbero allá por la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, cuadno fue el encargado de instruir el asunto FILESA por financiación ilegal del PSOE. Pues para aquellos que alardean de demócratas y no pierden ocasión de colocarse detrás de una pancarta con el brazo izquierdo en alto, puño cerrado con crispación y entonación doliente de los versos de la Internacional, mancillando las legítimas reivindicaciones de la lucha obrera, recordarles que acudir a las puertas de los juzgados para insultar y amedrentar a la autoridad judicial no es el ejercicio de tolerancia más decente que digamos. Marino Barbero se vio obligado a dimitir como Magistrado del Tribunal Supremo por las terribles presiones y críticas que los miembros del gobierno de entonces y del partido que lo sustentaba realizaron a su labor de investigación. Esperemos que Alaya no corra la misma suerte.

   Para centrar el estado de la cuestión, habrá que empezar por desmitificar la importancia de los sindicatos. En relación con la población activa, sólo un 10,5% de los trabajadores españoles están afiliados a UGT o a CC.OO. Por lo tanto, la premisa básica en todo esto es que seamos conscientes de su limitada representatividad, cuantitativamente hablando. No seré yo el que diga que los sindicatos son prescindibles, pero sí es cierto que deberíamos otorgarles una significación relativa. Algunos, incluso, estarían a favor de que se redujera considerablemente su poder, tal y como sucedió en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. Lo suyo sería que encontráramos el término medio. Eso sí, lo que no es de recibo es que tengamos que asistir a espectáculos como los que tuvieron lugar hace cuatro días a las puertas del juzgado del que Alaya es titular, con esos camaradas gritando “libertad” para los que andan jugando con fuego. Los secretarios generales de las centrales sindicales implicadas, señores Méndez y Toxo, han tenido a bien en salir a la palestra para afear la conducta de sus simpatizantes, aunque aún quedan recalcitrantes que pretenden querellarse contra la juez por la detención ilegal de algunos de los implicados en la trama. Mientras eso sucede, sentémonos en el salón de casa a ver cómo los grupos mediáticos ideológicamente partidarios de la izquierda progresista dedican la mayor parte de su programación a destripar a un tal Bárcenas mientras pasan de puntillas por el mayor escándalo de corrupción de nuestro país.



jueves, 10 de octubre de 2013

Un bufón en el Congreso


   
Después de algo más de un mes sin prodigarme por estos lares, salgo del ostracismo cibernético para reseñar, una vez más, la figura del mayor humorista que campea por España, aunque es cierto que no pasea sus cualidades por el Club de la Comedia o por el Corral de la Pacheca, sino que ha escogido por escenario natural para deleitarnos con su arte el atril del Congreso de los Diputados. Su atuendo debería ser el de bufón pero, a lo que se ve, prefiere travestirse con los ropajes propios de un ministro de economía. Hablamos, por si no lo han averiguado todavía, del señor Montoro, ese cómico frustrado que aprovecha la mínima ocasión para alardear de su auténtica vocación. Pudiera parecer que le tengo cierta ojeriza al ministro de nuestros desvelos, puesto que no es la primera vez que le dedico una entrada en este blog, pero créanme si les digo que no es así. Es más, hago auténticos esfuerzos de contención para que este insigne catedrático de Hacienda Pública aparezca lo menos posible por aquí, pero cuando el absurdo rebasa los límites de la decencia, resulta obligado dedicarle unas palabritas a este charlatán que, con su típico aire de superioridad, no para en mientes a la hora de decir estupideces basándose en no sé qué estadísticas oficiales.

   Ayer, como todos los miércoles, hubo sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados. Yen ese imponente foro, ante personas tan serias –lo de honestos es otro cantar- como se presupone que son los representantes de la soberanía nacional, va el señor ministro y cuaja una de las mejores actuaciones que se le recuerdan. Sin inmutarse, sin que le afectase el miedo escénico en el que tenía lugar la representación, va el tío y suelta con el mayor de los desparpajos –y cito textualmente- que “los salarios en España no están bajando, están creciendo moderadamente”. ¡Con un par, Cristobalín, para que luego digan que en España no hay sentido del humor! Se podrán ustedes imaginar las carcajadas que tamaña declaración levantó entre la bancada de la oposición, aunque seguro que más de un colega de partido de Montoro no le cupo más remedio que reírse, si no a mandíbula batiente, sí al menos entre dientes. Y es que,  ni Quique Camoiras en sus mejores tiempos hubiera tenido tanto éxito. Miren que se han oído disparates en el Palacio de las Cortes desde que Isabel II lo inaugurara allá por 1850, pero este es de los que hacen época. Los que presenciaron el numerito del ministro podrán decir, pasados los años, que ellos estuvieron aquel día en el Congreso de los Diputados. 

 
Si no fuera por lo patético de la situación, más que salir a gorrazos Carrera de San Jerónimo arriba–que es lo que se merecería Cristóbal Montoro por tener la desfachatez de decir las cosas antes de pensarlas, o por no leerse antes de pronuciar los discursos que otros le escriben- ayer se perdió una ocasión pintiparada para que desde la presidencia de la Cámara, con el señor Posada a la cabeza, se ordenara detener la sesión de control para que, todos los diputados puestos en pie se abrazaran –fingiendo como acostumbran- y jalearan a don Cristóbal en reconocimiento a su ingente labor por arrancarnos una sonrisa en tiempos de crisis. Acostumbrados a montar otro tipo de espectáculos, a buen seguro que los españoles no les habríamos reprochado esa actitud. A Toni Cantó, que también suele hacer bastante el payaso, le ha salido un duro contrincante. Habrá quien afirme, no sin razón, que la competencia es buena, pero tratándose de aquellos que velan por los intereses del pueblo, más valdría que la patente de la necedad se distribuyera en forma de monopolio.

martes, 20 de agosto de 2013

¿La prensa que nos merecemos?

   
 Hace mucho tiempo que llevo dándole vueltas al hecho de si publicar o no lo que, finalmente, he decido plasmar en el post de esta tarde. Animado por las opiniones de mis grupos de amistades, fiel reflejo de las capas sociales de nuestra región (los hay con estudios superiores, medios, básicos, en paro, con trabajos de responsabilidad, curritos, funcionarios…), quiero recoger la opinión generalizada acerca del papel de la prensa escrita en nuestra Comunidad Autónoma, más en concreto de los diarios HOY y El Periódico Extremadura. Como digo, hace ya años que tenemos formada una idea al respecto, pero es ahora, durante el verano, cuando nuestras críticas se acentúan. Por eso, siendo consciente de que puedo generar polémica, quiero partir de la premisa de que me limito a manifestar las apreciaciones de mi entorno de amistades. Mi papel, en esta ocasión, es el de mensajero, aunque esté de acuerdo con el sentir de la mayoría. Por supuesto, y para disipar cualquier malentendido, dejo a salvo de esta crítica la encomiable labor realizada por la red de periódicos locales que, al amparo de estas dos históricas marcas, se han extendido por los principales municipios de nuestra región. Hechas las advertencias precedentes, continúo.
                                                       
   Al parecer, en Extremadura no hay más acontecimientos reseñables a nivel periodístico que si la perrera municipal de no sé qué pueblo se ha quedado sin luz,  que si la calle no sé cuál está de obras, que si el ayuntamiento X no arregla el bache de no sé qué carretera de circunvalación, que si tal personaje público tiene cierto parecido físico con no sé qué actor de renombre, que si las rebajas no van tan bien como en otras temporadas, que si la ola de calor está causando furor, que si rompen una vidriera al entrar a robar en un convento, que si finalmente el proyecto del Corte Inglés en Cáceres será una realidad, al igual que el tantas veces anunciado párking subterráneo en las proximidades de la Cruz de los Caídos, también en la capital cacereña. Estas son las flamantes noticias a las que la prensa dedica la mayor parte de su espacio para informar a sus lectores en estas fechas tan propensas a la pereza intelectual. A veces hay que escudriñar hasta debajo de las piedras para sacar a la luz una noticia que merezca tal calificativo, pero últimamente parece que los plumillas –o sus jefes, mejor dicho- no están muy por la labor de prestigiar una profesión que no pasa por su mejor momento. No exigimos desayunarnos cada día con la primicia informativa del año, pero de ahí a que nos tengamos que tragar sapos de ese calibre media un abismo. Supongo que los periodistas que soñaban con el ideal de convertirse en una especie de Lou Grant durante sus años de facultad no darán palmadas de alegría cada vez que sus jefes les mandan a cubrir temas que tendrían mejor acomodo en La Hoja del Lunes de la barriada correspondiente. Muchos de ellos han perdido ya la motivación y el mordiente necesarios para dedicarse a una labor con un alto desgaste personal y familiar, por no hacer mención a los ridículos salarios que perciben.

La prensa regional extremeña hace tiempo que viene practicando un pefil bajo –más bien plano-, ilustrando a toda página hechos que no interesan al común de los mortales, pasando de puntillas por acontecimientos que merecerían un mayor despliegue informativo. El tratamiento anodino e insulso que muestran de la realidad es un pecado para el que, a lo peor, no hay penitencia que los salve. Supongo que la culpa será de los editores y directores de turno. Es genérica la queja entre los lectores  de que tanto el HOY como El Periódico Extremadura se han convertido en una especie de gacetillas –el primero menos que el segundo, a decir de muchos de ellos- que no hacen honor a la calidad de otras cabeceras regionales de nuestro país. Cosa bien distinta es la categoría profesional de alguno de sus columnistas. Ahí nada que objetar; es más, la calidad de sus articulistas está muy por encima de las noticias tratadas a lo largo de páginas vacías de contenido e interés. Así que, si alguien va buscando una crítica mordaz –que no tiene que ser destructiva de por sí- contra la actuación de los poderes políticos, económicos o sindicales en Extremadura, que no pierda el tiempo y acuda a otras fuentes de información. Allí no las va a encontrar. Parece ser que cuenta más mantener la publicidad institucional de la Junta, ayuntamientos y diputaciones que el hecho de informar sin miedo, sin cortapisas, sin autocensuras que todo lo quieren tamizar.

Me gustaría que quedara clara la crítica de este post. No va en contra los periodistas, sino contra aquellos que están haciendo del periodismo una profesión de chichinabo al servicio única y exclusivamente de los intereses económicos. No corren buenos tiempos para casi nada, pero mucho menos para los medios de comunicación; más en concreto, para la prensa escrita. Muchas cabeceras históricas  han cedido a la crisis económica (hasta el archipremiado The Washington Post, el del caso Watergate, anda de saldo estos días), por eso me admira que tanto el HOY como El Extremadura se mantengan en pie, impasibles al desaliento por obra y gracia de un milagro digno de estudio. Lo que es seguro es que como sigan por esta senda de compadreo con el poderoso no tardarán en echar el cierre. Y sería una pena que nuestra Comunidad Autónoma careciera de un diario de referencia no sólo a nivel regional, sino también a escala nacional. No estamos pidiendo que se conviertan en una especie de Norte de Castilla, pero el hecho de no sentir vergüenza ante lo que se lee sería un paso más que interesante para reconciliarnos con nuestra prensa escrita. 

lunes, 19 de agosto de 2013

La dicha del ignorante


   

Hubo alguien que dijo que la felicidad reside en la ignorancia de la verdad. Y a fe que tenía razón. Ando estos días estivales dedicando la mayor parte de mi tiempo libre a la lectura, tumbado a la sombra de las abarrotadas y cloratadas piscinas municipales, rodeado de chiquillería que corretean como almas que lleva el diablo, disparándose con pistolas de agua proyectiles líquidos que, la mayoría de las veces, impactan en la cara de los que tratamos de relajarnos en medio de esos zipizapes morrocotudos ante la mirada impasible de sus progenitores y las menos compresivas de quienes sufrimos la mala educación de esos retoños. Y es que hay veces que a uno le entran ganas de emular a Hommer J. Simpson y coger por el cuello a alguno de esos díscolos rapaces para hacerles notar, ya que no lo hacen sus padres, que cuando te tiras dos horitas aguantando sus trastadas llega un punto en que puedes perder la compostura. Pero, en fin, todo sea porque estos niños de hoy en día sigan creciendo sin ningún tipo de cortapisas, no vaya a ser que se cojan alguna depresión.


   El caso es que hace dos semanas me topé con un libro con el sugerente título de
Alfredo Grimaldos
“La CIA en España” (Editorial Debate, 2006) del periodista Alfredo Grimaldos. Si soy sincero, hubiera deseado que no hubiera caído en mis manos porque así seguiría manteniendo la mirada de admiración que guardo por la actuación de nuestros políticos durante la Transición. Mucho me temo que ese velo se me ha caído de golpe y porrazo, de forma totalmente inesperada, que es lo peor que puede pasar en estos casos en que uno pone en los altares a ciertos personajes. ¿Y por qué digo esto? Pues porque demuestra que los servicios de inteligencia norteamericanos, con la connivencia de los políticos de la época, llevan metiendo el hocico en nuestros asuntos desde hace demasiado tiempo. La mano de la Agencia  lleva su sello en temas tan delicados como el asesinato de Carrero Blanco en diciembre de 1973, la Marcha Verde de Hassan II sobre el Sáhara español en noviembre de 1975, el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y el escándalo de la colza, entre otros. Sí, en lo del síndrome tóxico también anduvo implicado el Tío Sam.  Si quieren sorprenderse con las revelaciones del autor, les animo a que salgan raudos y veloces a su librería de confianza y pidan sin dilación un ejemplar en cuestión. Aún no he terminado de leerlo, pero a buen seguro que todavía guarda muchas sorpresas.

   Por si puede ser de vuestro interés, os dejo un audio del autor charlando sobre el tema en cuestión.
   

martes, 9 de julio de 2013

El sol sale por el oeste

 
 Quisiera aprovechar la entrada de hoy para dar las gracias a Ana Gragera y Antonio León por la amabilidad con la que me han atendido esta mañana en su programa de Canal Extremadura Radio, "El sol sale por el oeste". Han tenido el detalle de llevarme como invitado para que les hablase del libro que he publicado con la editorial Control P en el que recojo parte de los artículos de este blog. Ha sido un placer y un privilegio poder dirigirme a los oyentes para hacerles partícipes de esta aventura literaria que tantas satisfacciones me está dando. Desde el primer momento me he sentido lo suficientemente cómodo como para que no se me notasen en demasía los nervios: uno no es ducho en estas lides, y siendo el programa en directo, la cosa impone mucho más. Porque si se tratase de una grabación, siempre existe la posibilidad de cortar y continuar en el punto donde uno se ha trabado en la explicación; pero en directo, amigo mío, el asunto cambia. Por eso, vaya desde aquí mi agradecimiento a sus presentadores.

   La verdad que a medida que avanzaba la entrevista me iba encontrando más suelto, con más desparpajo, con confianza. Se me ha hecho hasta corta. Cuando me he querido dar cuenta, resulta que ya estábamos concluyendo. Y esa ha sido una de las mejores señales para percatarme de que había logrado salir airoso del envite. Las otras pautas que han hecho que pensara que el experimento ha resultado satisfactorio me las han aportado mi compañera de Consejería Juani Domínguez, que me ha acompañado hasta los estudios de la emisora, así como mis compañeros de trabajo. Por lo que se ve, la entrevista ha gustado y me han felicitado por ello. Yo la acabo de escuchar en el post que han colgado en la página web del programa y, la verdad, me siento bastante satisfecho. Por cierto, se me ha olvidado decir que lo del término "esperpento" que utilizo en el título del libro se debe, más que a Unamuno o a Baroja, a Valle-Inclán.

   Lo dicho, espero que Víctor Casco no se moleste mucho por los artículos que le dedico en el blog y por el comentario que hago de él durante el programa. A lo mejor algún día hasta me decido a saludarle en el tren. Juego con la ventaja de que no me conoce físicamente, a no ser que alguien le haya comentado que han hablado de él en la radio y haya tenido la curiosidad de visitar el blog. Y por último, este comentario no estaría completo si no hago mención a Diego César Pedrera, que está a punto de publicar su segunda novela -"Tocan a muerto"- y que estoy convencido de que será un auténtico bombazo. Gracias César por hacerme creer en mis posibilidades como escritor, y por convencerme para que estos artículos viesen la luz en formato papel. Pues nada, aquí os dejo el link de la entrevista. Empieza a partir del minuto 13:50. Gracias. 

lunes, 24 de junio de 2013

El cuaderno de Guillermo

A estas alturas de la película no creo que nadie se sorprenda si digo que Fernández Vara no forma parte de mis afectos predilectos, ni siquiera de los que no lo son tanto. Proviniendo de mí, esta afirmación no tendría la mayor importancia, pero cuando esta misma opinión se la he oído decir a multitud de amigos que comparten con el señor Vara las mismas siglas de partido, la cosa tiene un punto de picante. Ya se sabe que los principales adversarios de un político no se hallan en las filas de la oposición, sino en el escaño contiguo. Parece ser que algunos -más bien la mayoría, para ser justos- se valen de la política para lograr sus aspiraciones personales a costa de dejar por el camino un buen reguero de damnificados que un día apostaron por un caballo ganador pero que, una vez instalado en  el poder, el jinete de ese caballo muestra una repentina facilidad para olvidarse de quienes le ayudaron a ocupar el puesto del que disfruta sin -aparentemente- remordimientos. Lo reconozco: hay que valer para ser político, y el señor Vara da el perfil. Pero como lo cortés no quita lo valiente, tengo que reconocer que no entiendo qué hace alguien como él, un tipo capacitado e inteligente -no se es número uno de su promoción por casualidad- en ese mundo de artimañas traicioneras, egos insultantes y ambiciones desmedidas. Si uno decide estar en política debe respetar una serie de principios irrenunciables. En su caso, me temo que hace ya tiempo que no se guía por esas premisas.

 
 Fernández Vara siempre llevará sobre sus espaldas la losa de haber sido el sucesor de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, al que -dicho sea de paso- tampoco tengo precisamente en los altares, pero al que hay que reconocerle los méritos logrados durante su longeva etapa al frente de la Junta de Extremadura: al César lo que es del César. Ocupar el puesto de un auténtico animal político debe ser un cometido tan incómodo como frustrante, sobre todo cuando se carecen de las cualidades de su antecesor y el propio interesado no es tan necio como para no ser consciente de ello. No quiero decir con esto que al señor Vara le falten aptitudes para dedicarse a la tarea de la “res pública”, pues los hay que con mucha menor preparación han logrado cotas mayores, pero digamos que tampoco sobresale por ellas. El caso es que el señor Vara, en lo que a sus expectativas políticas se refiere, ha defraudado hasta al apuntador. Cuando se hizo cargo de las riendas de la Junta lo hizo sin saber a qué atenerse: dudaba entre seguir el camino marcado por Rodríguez Ibarra (bregador, guerrero, luchador, incómodo) o labrarse uno propio al margen de un sello inconfundible que había hecho época pero que, si se quería correr parejo con los nuevos tiempos y que no le marcasen con la vitola de añejo -no hay nada peor para un progresista- , era menester encontrar uno a su imagen y semejanza. Al principio, por aquello de no decepcionar a su benefactor, gobernó haciendo guiños a la vieja guardia. Pero pronto se dio cuenta de que ese no era su estilo, que ese modo de proceder suponía una especie de travestismo que no iba con él. A partir de ahí parece que se le subieron a la cabeza las formalidades del cargo -que a uno le llamen “Presidente” en lugar de por su nombre de pila, debe causar estragos en la percepción de la realidad, a menos que esté rodeado por un equipo que le haga ver que esos oropeles son estrictamente necesarios pero, a la vez, necesariamente pasajeros- y decidió ir por libre, sin tutelas ni “tutías” -aquí el guiño lo hago yo a Fraga, a la espera de que no le moleste al señor jefe de la oposición (sic) del Gobierno de Extremadura-. Así que tenemos que Guillermo quiso volar sin ataduras; y claro, el vuelo no es que se le hiciera corto, es que duró menos de lo que se tarda en leer cualquiera de los posts de su blog . Además, para mayor tormento suyo, sus nuevas hechuras le llevaron a enemistarse con aquel a quien se lo debía todo: en más de una ocasión a Ibarra no le dolieron prendas en desautorizarle en público, haciendo mella en una relación que a día de hoy no pasa por su mejor momento.

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 Con la carita de niño bueno que le otroga el haber estudiado en un colegio de jesuitas -¡hay que ver lo revoltosos que sulen salir aquellos que iban para monaguillos!-, quiso inaugurar una nueva y floreciente etapa de prosperidad para Extremadura, y no hizo más que reincidir en los defectos del peor Rodríguez Ibarra, sin poder atribuirse alguno de los éxitos con los que compararse con su admirado padre político. Y así, dejando a un lado el escándalo del caso FEVAL, llegamos al quid de la cuestión del que trae causa este artículo. Sale hoy publicado en el diario   Vozpopuli que el amigo Guillermo dilapidó casi 35 millones de euros en Canal Extremadura durante los años 2008 y 2009. Se ve que lo importante era vender ante la sociedad extremeña, a través de los domesticados medios de comunicación, la imagen de un gobierno pretendidamente eficaz que distaba mucho de corresponderse con la realidad. Para parchear ese pequeño escollo es para lo que servían, entre otras cosas, la lluvia de millones que cayeron sobre la Cexma. Por eso, don Guillermo, si me permite el consejo, no estaría de más que dedicara parte de su ajetreada agenda en dar explicaciones en el parlamento, en su blog o donde mejor le convenga sobre unos hechos que demandan respuestas contundentes. Su cuaderno de ruta cuenta con demasiados borrones como para que se los sigamos pasando por alto. Decían de usted que podría ser la solución de consenso al guirigay de candidatos que se postulaban para disputarle a Rubalcaba el asiento de Ferraz. Por eso, si de verdad forma parte de sus planes proyectar su figura sobre el escenario nacional, resulta del todo punto inexcusable que aclare cuestiones como las que nos ocupan. Eso sí, no espere a que escampe la tormenta; cuanto antes lo haga, mejor para tranquilizar su conciencia y, sobre todo, para atemperar el cabreo de los contribuyentes, que asistimos impávidos cómo el fruto de nuestro esfuerzo impositivo se utiliza en cuestiones sumamente discutibles, por no utilizar otros términos más gruesos.






domingo, 23 de junio de 2013

Comentarios desde la barrera en formato libro

   Me satisface poder anunciaros que, después de mucho pensarlo y gracias al apoyo de la gente que visita este blog, me he decidido a editar la mayoría de los artículos en edición papel. Lo he hecho a través de la modalidad de autoedición; es decir, que soy yo mismo el que me encargo de hacer llegar el libro a todos aquellos que estéis interesados en conseguirlo. De momento no se vende en librerías porque los libreros, como es natural, tienen sus condiciones hasta para que un ejemplar se exponga en el escaparate, aparte de llevarse una considerable comisión por cada venta. Por eso, y gracias al excelente trabajo de la editorial Control P, puede decirse que me he tirado al barro en esta aventura. El libro tiene un precio de venta al público de 10 €. Todos aquellos que estéis interesados sólo tenéis que mandarme un  un correo electrónico (kenswald74@gmail.com) y os contestaré con el número de cuenta donde podéis hacer el ingreso. Una vez comprobado el ingreso, os lo haré llegar por correo ordinario.

   Sé que últimamente tengo el blog un poco abandonado, pero este proyecto me ha llevado más tiempo del que esperaba. Entre correcciones, diseño de portada y demás aspectos -totalmente desconocidos para mí-,  he estado casi un mes para la puesta a punto de este proyecto ilusionante. A partir de ahora, prometo volver a retomar la escritura con más asiduidad que hasta ahora. Por mi parte, nada más. Gracias a todos aquellos que ya me habéis encargado un ejemplar.

martes, 12 de marzo de 2013

El dilema


   Las volutas de humo se reflejaban en los gruesos cristales de sus gafas, ascendiendo lentamente e inundando la amplia estancia bañada por la esplendorosa luz del día que penetraba por el ventanal del lado este, el que se asomaba a la avenida principal. De todo el edificio ése era, sin lugar a dudas, el mejor despacho. Despacho que Filomeno Antúnez, director del matutino “La Crónica” desde hacía más de 15 años, recostado sobre la silla de cuero negro, con los pies extendidos sobre una alargada mesa de caoba, las manos apoyadas en la nuca, el chaleco desabrochado y la corbata sin anudar, podía asegurar que se había ganado por méritos propios. El cenicero rebosante de colillas a medio consumir y su cara de preocupación denotaban que algo fuera de lo común rondaba por la cabeza de uno de los periodistas más prestigiosos de la ciudad. No se trataba de problemas relacionados con la tirada del periódico, ni de ninguna nueva demanda contra el editor o de la caída de ingresos por publicidad; él era perro viejo en el oficio y esas menudencias no le solían quitar el sueño. Tendría que tratarse de un asunto mucho más grave como para que Antúnez perdiera la sonrisa que solía lucir invariablemente debajo de su poblado mostacho. Eso era lo que se imaginaba Daniel Olivares, redactor de la sección de Nacional, al ver la cara de su jefe desde su propio despacho, no tan bien situado ni tan bien decorado como el del director. Se sentía culpable por haber creado esa situación, no en vano él era el padre de la noticia sobre la que Antúnez elucubraba y a la que ambos habían dedicado los últimos meses de su vida. Ahora ya tenía atados todos los cabos como para que se publicara, siempre que el director diera el visto bueno. Y no era fácil que eso sucediera puesto que el asunto iba a hacer correr ríos de tinta.

   El director consumió la última bocanada del pitillo. Esta vez lo apuró hasta la boquilla y dejó que se apagara en el mar de pavesas en que se había convertido el cenicero. En ese momento recordó que le había prometido a su mujer que dejaría de fumar, pero eran tantas las promesas incumplidas que una más tampoco importaría lo más mínimo. Su mujer no se lo tendría en cuenta. Al pasar al lado de la abarrotada estantería, no pudo evitar fijar su mirada en una fotografía en la que se le veía junto a Emilio Romero, el viejo director del diario Pueblo de quien tanto aprendió y a quien tanto le debía. Se preguntó qué actitud adoptaría su maestro ante la decisión a la que tenía que enfrentarse. Para Don Emilio el periodismo era como una especie de religión ante la que el profesional que se tuviera como tal debía confesarse al final de cada jornada, preguntándose si había obrado en función de lo que marcaban los cánones. Cuando se trataba de hacer aflorar la verdad, los sentimentalismos debían quedar en un segundo plano. Don Emilio podría tener muchos defectos, pero resultaba indudable que también dispuso de un olfato especial para oler la noticia allá donde se produjera, el mismo fino olfato heredado por su discípulo y que ahora se debatía entre vender su alma al diablo y seguir disfrutando del estatus de director, o ser fiel a sus ideales -aquéllos por los que se hizo periodista- e ir a muerte con su redactor hasta el final de aquélla historia que los dos habían jurado mantener en el más absoluto de los secretos hasta que las distintas fuentes confirmaran sus sospechas. Aquel momento crucial había llegado; sólo faltaba que Antúnez se decantara de uno u otro lado. Olivares era consciente de esa lucha interna por parte de su director, y temía que éste al final cediera ante las presiones. Sin embargo, no perdía la fe en aquél hombre y en su palabra dada.

   Sin apartar la mirada de la foto de su benefactor, su mente se trasladó a los tiempos de vino y rosas en los que las jornadas maratonianas de trabajo concluían a altas horas de la madrugada en el bar de la calle Postas, reunidos en animada tertulia con los compañeros de otros diarios de la competencia. Tiempos en los que seguir una historia durante semanas y ver publicado el resultado en primera plana, con tu nombre al pie de la noticia por la que te habías estado batiendo el cobre, suponía el mayor triunfo al que aspiraba un recién llegado como él. Tiempos en los que tenías que patear las calles en busca de algo decente que poder llevar a la rotativa, hablando con la policía, los delincuentes, jueces, abogados y demás personajes que poblaban el submundo de los sucesos. No había mejor escuela que la de conversar acodado en la barra de cualquier garito de mala muerte con el rufián de turno para hacerte acreedor de las confidencias de quienes manejaban el cotarro. Lo mismo ocurría con el no menos degradado mundillo de la política, la banca, las empresas de altos vuelos y la crónica negra: siempre había alguien dispuesto a contar lo que sabía a cambio de algún que otro favor sin importancia. Antúnez demostró ser un todoterreno como reportero, así como una innata habilidad para esquivar tanto las envidias más o menos soterradas como los halagos descaradamente interesados. Sus superiores así se lo reconocieron, asignándole con el paso de los años tareas de mayor responsabilidad, hasta llegar a la que ejercía en la actualidad y que sabía que tendría que abandonar en caso de que se decidiera por publicar lo que a todas luces suponía el mayor escándalo de los últimos años.

A aquellas horas de la mañana la redacción estaba prácticamente vacía. Desde su puesto, Olivares observaba cómo el rostro de su jefe se empapaba en sudor, volviéndose cada vez más pálido a medida que avanzaban los minutos. Estaba siendo un verano muy caluroso y a pesar de que las agujas del reloj aún no marcaban las once, se adivinaba que la canícula iba a seguir apretando con justicia. También era mala época para que a uno le despidieran del trabajo: un periodista en paro implicaba el pasar por una serie de penalidades que no todos estaban dispuestos a arrostrar, por muy buen currículum que uno se hubiera labrado. Olivares no le perdía de vista, lamentándose de que el futuro de ambos dependiera de algo tan incomprensible como que podían verse de patitias en la calle por su compromiso con la verdad. Lo cierto es que existían poderosas razones para que ciertas personalidades de la vida social y política hicieran votos para que determinadas cuestiones no salieran a la luz, más aún si tales circunstancias afectaban a la cúpula directiva del propio periódico. Ni Antúnez ni Olivares se imaginaban ejerciendo otra profesión que no fuera el periodismo; no sabían hacer otra cosa, y después de aquello nada volvería a ser igual para ellos. Los dos tenían mujer e hijos a los que mantener, hipotecas y facturas que pagar, y eran perfectamente conscientes de que esas horas iban a condicionar su porvenir más inmediato. Se habían conocido en una de las noches interminables de la calle Postas, entre tragos de whisky que alimentaban las esperanzas de unos y confirmaban las desilusiones de otros, cuando Antúnez ya era casi una eminencia y Olivares comenzaba a dar sus primeros coletazos como plumilla de a tanto la pieza. Hicieron buenas migas desde el primer momento y el director consiguió que lo admitiesen como personal fijo en la plantilla de “La Crónica”, motivo más que suficiente para que Olivares le estuviera eternamente agradecido.

   La puerta del despacho se abrió, pero el director -con el enésimo cigarrillo de la mañana entre los dedos- se quedó inmóvil, posando su mirada perdida a uno y otro lado de la redacción. Su aspecto delataba las noches de insomnio que aquella noticia le había ocasionado desde hacía días, cuando el jefe de Nacional le confirmó que, efectivamente, una quinta fuente había corroborado lo que ambos ya conocían. Olivares, con las mangas de la camisa dobladas hasta los codos, se incorporó del asiento pero tampoco se atrevió a dirigir sus pasos hacia ninguna dirección; simplemente permaneció de pie a la espera de lo que Antúnez tuviera que decir. La imagen de esos dos hombres en actitud expectante provocó cierta curiosidad entre el resto de compañeros, convidados de piedra de una escena en la que sólo sus protagonistas principales eran sabedores de su gravedad. Finalmente el director se decidió y avanzó con paso firme hasta donde le esperaba aquel joven periodista en quien había depositado toda su confianza. Frente a frente, con los ojos cargados de emoción, sobraron las palabras para que Olivares se percatara de que la decisión estaba tomada. Después de darse un apretón de manos, cada uno volvió a su puesto con la convicción de que habían hecho lo correcto. En ese momento la redacción comenzó a llenarse de los periodistas y colaboradores dispuestos a ocupar sus atestadas mesas con el anhelado propósito de cambiar el mundo a través de sus artículos, todos ellos ajenos a los momentos de tensión vividos entre aquellas paredes en las que se había decidido que primaría el derecho de los lectores a conocer la verdad fuera cuales fuesen los peligros que la acecharan. La verdad como virtud y no como utopía.