martes, 19 de junio de 2012

De la tragedia griega al drama hispánico.


   Los gurús de la economía patria, entre los que incluyo a los ministros Montoro y De Guindos, llevaban tiempo haciendo una labor de zapa en el sentido de afirmar que la situación económica española mejoraría una vez que se celebrasen las elecciones griegas del pasado domingo. De este modo, decían, los mercados aclararían sus dudas. Pues bien, aunque los helenos han decidido seguir apostando por Europa, disipando las brumas que arreciaban sobre su permanencia en el euro, resulta que la situación no mejora: la prima de riesgo y el bono a diez años españoles siguen escalando posiciones en el ránking del pánico, situándose en niveles históricos. Esto, lo que demuestra, es que Grecia no era el problema. El mayor obstáculo para salir de esta túnel hay que buscarlo dentro de nuestras fronteras; tenemos que dejar de poner excusas para justificar nuestros propios fracasos. Los griegos no habrán hecho sus deberes, pero está claro que España tampoco va por el buen camino. Jugarse nuestra credibilidad a la carta griega denota un punto de negligencia que no todos estarán dispuestos a pasar por alto.
 
   Todo esto hace que uno empiece a desengañarse y a convertirse en un descreído. Eso de que un pesimista es un optimista bien informado se aplica a rajatabla en estos momentos de crisis. Lo reconozco, estoy perdiendo la fe en la clase dirigente de este país. Nunca antes nos habíamos visto en un brete semejante que recomendase, por el bien de todos, aunar esfuerzos y voluntades con el único objetivo de ir todos juntos, sin banderías políticas, en pos de encontrar soluciones a una situación de auténtica emergencia que amenaza con soterrar el estado del bienestar que hemos disfrutado hasta ahora. En este sentido, es cierto que el PSOE no está haciendo leña del árbol caído y que las declaraciones de sus dirigentes, por regla general, se caracterizan por la prudencia que cabría esperar por parte de quienes nos ayudaron a meternos en este “embolao”. Ahora bien, aparte de esto, es decir, de que la oposición no se ensañe con los problemas del gobierno -condición imprescindible para salir airosos del trance-, también se necesita que el propio Ejecutivo esté a la altura de las circunstancias, por lo menos quienes ejercen competencias en materia económica. Por desgracia, esto último no se está cumpliendo del modo en que sería deseable. Si en estas circunstancias el gobierno no camina bajo una misma voz que oriente las decisiones a adoptar, mal vamos. Son ya demasiados los ejemplos en que un ministro dice una cosa y al poco sale otro colega de gabinete para desmentir o matizar; parece como si la situación les desbordara y no supieran reaccionar ante las adversidades. Se les nota totalmente despistados ante una coyuntura en la que la ciudadanía reclama liderazgo y decisión,  no bastando la proclama de naderías y vaciedades para calmar los miedos fundados de una población desencantada.

   Sólo hay una forma de que los mercados recuperen su confianza en España: imprimir una imagen de solidez institucional y seriedad en la toma de decisiones, lo que equivale a decir que tenemos que emitir señales inequívocas de que seguimos dispuestos a continuar con las reformas estructurales -a nivel laboral, financiero y fiscal, entre otros sectores- que sirvan para poner coto a los desmanes de tantos años de ficticia opulencia y prosperidad. También ayudaría a clarificar el panorama que se llamase a las cosas por su nombre, dejándonos de rodeos absurdos que lo único que hacen es retratar a quienes se ofuscan en hacer piruetas gramaticales. Igual que critiqué a Zapatero cuando se escondía en el diccionario para negar la crisis con artilugios sintácticos del tipo “desaceleración económica”, lo mismo cabe decir de Rajoy y su “línea de financiación” a la banca con los 100.000 millones de euros del ala que nos han prestado y que, no lo duden, llevan aparejadas una serie de condiciones que deberemos cumplir sí o sí. Ya no se trata de que nos den duros a pesetas, sino que no nos hagan comulgar con ruedas de molino. La filantropía es una cualidad que no abunda en estos ámbitos como para que nos dejen ese pastizal sin previamente garantizarze que devolveremos hasta el último céntimo, intereses incluidos. Por eso, no puedo por menos que mostrarme de acuerdo con Rosa Díez cuando instaba a Mariano Rajoy a pronunciar sin miedo la palabra “res-ca-te”. Porque, si esto no es un rescate... se le parece mucho.

jueves, 14 de junio de 2012

Rumores de una moción de censura.


   Decir a estas alturas que el gobierno de José Antonio Monago se sustenta gracias a los votos de los tres diputados de Izquierda Unida es puro pleonasmo. Todo gobierno en minoría se encuentra en situación de precario, puesto que siempre está pendiente de que aquellos que lo apoyan puedan retirarle su confianza en cualquier momento. Esto último es lo que parece barruntarse a tenor de los movimientos internos producidos en la formación liderada, hasta el momento, por Pedro Escobar. A muchos de sus compañeros les disgusta sobremanera que se le haga el juego a la derecha, confluyendo sus voluntades parlamentarias en más ocasiones de las que la mayoría de sus votantes, simpatizantes y militantes desearían. Eso, al menos, es lo que declaran desde el sector crítico liderado por Margarita González Jubete, concejala del ayuntamiento de Cáceres elegida por “aclamación popular” como futura alternativa al actual coordinador de la coalición de izquierdas; sistema de elección, por cierto, que no parece ser muy democrático. Sí lo es el hecho de que la tan criticada política abanderada por el estigmatizado Escobar es fruto de los acuerdos de las asambleas de simpatizantes de Izquierda Unida, que dieron como resultado que por nada del mundo deseaban que el PSOE volviera a gobernar en Extremadura, facilitando el acceso de Monago al poder. Aquélla decisión fue sorprendente e inexplicable para propios y extraños, pero no se le puede achacar déficit de legitimidad: gustara más o menos, y a pesar de las presiones de Cayo Lara y su séquito, al final se impuso el sentido común de las bases.

   Ha pasado algo más de un año desde que el Partido Popular ganara las elecciones. Para muchos es demasiado tiempo como para que la derecha siga disfrutando de las mieles del éxito. Parece ser que el señor Fernández Vara, resguardado del chaparrón en un incómodo escaño al que no se terminar de acostumbrar, ha dicho basta. El estratega oliventino ha sacado el bisturí para diseñar una maniobra que le devuelva a la primera línea de la política extremeña, y qué mejor opción que soliviantar los ánimos en el seno de la propia Izquierda Unida, ya de por sí caldeados sin necesidad de injerencias ajena. Por lo visto, las soluciones a los problemas de la región se deben detectar con mayor clarividencia desde la oposición, pues no se explica de otro modo que el apóstol socialista se pase el día predicando a diestro y siniestro el catálogo de medidas con las que Extremadura sufriría en menor medida la embestida de la crisis. Como San Pablo, don Guillermo se ha caído del caballo y ha visto la luz, ese mismo haz que no le acompañó durante su mandato y que tan beneficioso habría sido para el conjunto de la ciudadanía. De todos modos, esta conversión no parece muy creíble puesto que está guiada por el interés y no por el afán de servicio público. Pero siempre hay acólitos dispuestos a participar en la trama. Para rematar su jugada se servirá, una vez más, de sus discípulos de Izquierda Unida, a los que no para de sermonear con la finalidad de voltear la situación y que las cosas vuelvan a su sitio original, es decir, a aquél que nos ha conducido a ser la cola de España en cualquiera de los indicadores económicos que analicemos.

   Todo está dispuesto para que, en el XII Congreso que celebrará IU en otoño de este año, Pedro Escobar sea despedido sin aplausos y por la puerta de atrás. Ni siquiera le agradecerán los servicios prestados. Y así, la que se perfila como nueva coordinadora regional, González Jubete, se prestará a servir de marioneta para desalojar del gobierno a Monago en una moción de censura que los mentideros políticos fechan para finales de año. Con lo cual se reeditará la situación producida recientemente en Andalucía, donde José Antonio Griñán sigue al frente del gobierno autonómico gracias a sus socios de Izquierda Unida, consiguiendo Diego Balderas que su gente ocupe las consejerías más importantes. Eso, a lo mejor, es lo que pretende la coalición izquierdista en Extremadura: obtener cargos a cambio de prestar su voto en esa hipotética sesión en la que se pondrá a prueba la fortaleza del ejecutivo. Y es ahora cuando quiero acordarme de aquellas palabras de Fernández Vara en las que, contrariado por el resultado de las elecciones de mayo de 2011, y ante los primeros rumores de una inminente moción de censura, sentó cátedra cuando declaró con toda solemnidad -cabreado diría yo- que el PSOE no se prestaría al juego de hacer caer a Monago, y mucho menos de la mano de los traidores de Izquierda Unida. Pues nada, señor Vara, demuestra usted pocos escrúpulos al desdecirse en tan corto espacio de tiempo. Desconozco qué es lo que pretenderá mejorar con respecto al tiempo que presidió la Junta de Extremadura, pero mucho me temo que no lo hará mejor que entonces. Su grupo parlamentario tiene todo el derecho a plantear una moción de censura, puesto que se trata de un mecanismo legal para la exigencia de responsabilidades políticas. Lo malo de todo esto es que huele demasiado a ambición personal y, como dijo Oscar Wilde, la ambición es el último refugio del fracaso. 

viernes, 8 de junio de 2012

Disquisiciones atribuladas de un funcionario cabreado.


   Hay ocasiones en las que uno se formula preguntas a las que le da miedo responder. Eso es lo que lleva sucediéndome desde hace algún tiempo con respecto al hecho de por qué un día decidí prepararme unas oposiciones para conseguir un puesto de trabajo fijo, en busca de esa estabilidad laboral que todo hijo de vecino ansía; en qué hora me propuse llevar la vida de un ermitaño hasta lograr ese objetivo, dedicándole más horas al estudio que a mis amigos y familiares, rivalizando con compañeros excelentemente preparados y no bastando con aprobar los exámenes sino siendo necesario sacar la nota más alta posible para culminar con éxito esa escalada al Everest que conlleva afrontar el temario de unas oposiciones. Lo cierto es que debo de ser algo más torpe que la media porque llevo en ese intento la friolera de siete años, con mayor o menor intensidad, y hasta la fecha sólo he conseguido ser interino: lo de la plaza fija, de momento y con los tiempos que corren, ni está ni se la espera. Pero bueno, al menos estoy disfrutando de los frutos del esfuerzo invertido, aunque no sea con la tranquilidad de haber alcanzado la meta final. Ya se sabe que esto es una carrera de fondo en la que triunfa no el que más corre sino el que ofrece mayor resistencia. En esas ando, aunque el resuello ya empieza a faltarme.

    Uno de los pecados capitales de nuestra sociedad es la envidia, y ese defecto se pone de manifiesto cuando sale a relucir el tema de los funcionarios y, a decir de muchos, de sus “privilegios”. La gente sólo ve en nosotros que trabajamos de lunes a viernes, que tenemos las tardes y los fines de semana libres, que cobramos a final de mes un buen sueldo, que disfrutamos de unas buenas vacaciones y días de asuntos particulares, nuestros veinte minutos para el cafetito, nos podemos poner malitos cada vez que queramos sin que pase absolutamente nada, sin correr el riesgo de que nos echen a la calle. Esas son las ventajas que el común de los mortales nos reconocen y , al mismo tiempo, critican porque algunos han abusado de sus derechos hasta convertirlos en espurias prebendas. De ahí que nos nieguen la mayor y no nos concedan siquiera el derecho de queja. Poco menos que tenemos que pedir disculpas por haber hipotecado parte de nuestra vida en el intento de obtener una plaza fija. Pero claro, la gente no es consciente de el camino recorrido, sino que sólo fija su mirada en aquéllos que coronan con éxito la travesía del desierto del opositor, desdeñando que son muchos los que se quedan a medio camino sin que les sea recompensado el sacrificio realizado. Tenemos tanta o peor mala prensa que los políticos, que ya es decir.

    A despojarnos de la etiqueta de vagos y maleantes que nos ha endosado la mayoría de la sociedad tampoco ayudaron mucho las declaraciones del Secretario de Estado de Administraciones Públicas, que allá por el mes de abril le dio por decir que, en momentos de crisis, los funcionarios no iban a ser menos y se les iba a terminar lo del cafelito y el periódico: ¡leña al mono o más madera!, como ustedes quieran. Es intolerable que este señor, al que algún famoso periodista deportivo no dudaría en calificar como “bulto sospechoso”, haya pretendido situar al funcionario como cabeza de turco, como muñeco de trapo al que el resto de los trabajadores pueden golpear sin piedad para descargar sus tensiones. Si este señor, que en teoría debe conocer de primera mano la problemática del colectivo de los empleados públicos, se descuelga con manifestaciones de esa laya, no me extraña que el ciudadano de a pié aplauda a rabiar y jalee aquellas medidas tendentes a recortar los derechos de los funcionarios. Si el que tenía que ser nuestro mayor defensor se convierte en nuestro verdugo, habremos de convenir que estamos bien jodidos, con perdón. Muchos nos ven como un problema y ese es un sambenito que nos va a costar mucho quitarnos de encima.

    Resulta desalentador que sólo se acuerden de nosotros cuando toca ajustarse el cinturón. Cuando vivíamos en pleno boom económico y a los funcionarios nos congelaban el suelo o subía, como mucho, lo mismo que el IPC, el resto de trabajadores veían aumentar sus nóminas varias décimas por encima del indicador de precios. Cuando -con todos mis respetos- un albañil, un soldador, un fontanero, un escayolista, un comercial, etc, etc, se llevaban a la buchaca un buen puñado de miles de euros y tenían aparcados a las puertas de sus casas el audi o el BMW correspondientes, los funcionarios seguíamos ganando bastante menos que ellos y teníamos que conformarnos con un Málaga o un Volkswagen de hace doce años. Mientras el viento soplaba a favor, a los funcionarios no nos mentaban ni por casualidad; eso sí, cuando a ese mismo viento le ha dado por cambiar de dirección de tal forma que ahora nos lo encontramos de cara, aquéllos que vivían amparados por una burbuja inmobiliaria han salido raudos y veloces con su dedo acusador para que también nosotros acudamos al rescate. Mientras que ellos no quisieron compartir las mieles en tiempos afortunados, ahora nos señalan como apestados si nos negamos a contribuir con más sacrificios a la recuperación económica, con la agravante de que nos consideran causantes de una situación de la que ellos mismos se beneficiaron con los destellos del ladrillo.

    Por otra parte, no hay que olvidar que funcionarios no sólo somos los que estamos en una oficina sentados delante de un ordenador, sino que los médicos, profesores, bomberos, policías, militares, jueces y así hasta un largo etcétera de trabajadores forman parte de ese conglomerado al que llamamos Administración. Por eso, no habría que vitorear con tanta ligereza las medidas de ajuste que los gobiernos, tanto central como autonómicos, están adoptando para cumplir con el requisito de déficit exigido por Europa, puesto que ello conllevará que ciertos servicios públicos dejen de prestarse con la misma eficacia que hasta ahora. No quiero ir de mártir, pero tampoco es cuestión de poner la otra mejilla cada vez que recibimos un mandoble por parte de la incomprensión generalizada de la población. Además, el que crea que es oro todo lo que reluce en la “res pública” está muy equivocado. No digo yo que en la empresa privada estén expuestos a mayores arbitrariedades, pero nosotros tampoco nos libramos de este tipo de comportamientos. Así, por poner un ejemplo, a tu Jefe de Servicio se le puede encender una neurona que tenía atrofiada y un buen día soltarte que, después de estar siete años ejerciendo determinadas funciones, tu puesto es totalmente prescindible y mandarte a otra unidad sin ningún tipo de complejos, porque sí, porque a él le da la gana y, si no estás de acuerdo, te aplica la coletilla esa de “por necesidades del servicio” y santas pascuas. Quiero decir que no son sólo beneficios, sino que en todos los sitios cuecen habas. De todos modos, a aquéllos que tanto nos critican, les animo a que se embarquen en la aventura de prepararse unas oposiciones para que vivan en primera persona las preocupaciones e inquietudes de esta carrera de fondo y, si luego tienen la fortuna de superar el proceso selectivo, juzguen desde dentro los vicios que achacan a la maquinaria administrativa, a ver si se corresponden con lo que pensaban cuando no formaban parte de la misma.