Decir a estas alturas que
el gobierno de José Antonio Monago se sustenta gracias a los votos
de los tres diputados de Izquierda Unida es puro pleonasmo. Todo
gobierno en minoría se encuentra en situación de precario, puesto
que siempre está pendiente de que aquellos que lo apoyan puedan
retirarle su confianza en cualquier momento. Esto último es lo que
parece barruntarse a tenor de los movimientos internos producidos en
la formación liderada, hasta el momento, por Pedro Escobar. A muchos
de sus compañeros les disgusta sobremanera que se le haga el juego a
la derecha, confluyendo sus voluntades parlamentarias en más
ocasiones de las que la mayoría de sus votantes, simpatizantes y
militantes desearían. Eso, al menos, es lo que declaran desde el
sector crítico liderado por Margarita González Jubete, concejala
del ayuntamiento de Cáceres elegida por “aclamación popular”
como futura alternativa al actual coordinador de la coalición de
izquierdas; sistema de elección, por cierto, que no parece ser muy
democrático. Sí lo es el hecho de que la tan criticada política
abanderada por el estigmatizado Escobar es fruto de los acuerdos de
las asambleas de simpatizantes de Izquierda Unida, que dieron como
resultado que por nada del mundo deseaban que el PSOE volviera a
gobernar en Extremadura, facilitando el acceso de Monago al poder.
Aquélla decisión fue sorprendente e inexplicable para propios y
extraños, pero no se le puede achacar déficit de legitimidad:
gustara más o menos, y a pesar de las presiones de Cayo Lara y su
séquito, al final se impuso el sentido común de las bases.
Ha pasado algo más de
un año desde que el Partido Popular ganara las elecciones. Para
muchos es demasiado tiempo como para que la derecha siga disfrutando
de las mieles del éxito. Parece ser que el señor Fernández Vara,
resguardado del chaparrón en un incómodo escaño al que no se
terminar de acostumbrar, ha dicho basta. El estratega oliventino ha
sacado el bisturí para diseñar una maniobra que le devuelva a la
primera línea de la política extremeña, y qué mejor opción que
soliviantar los ánimos en el seno de la propia Izquierda Unida, ya
de por sí caldeados sin necesidad de injerencias ajena. Por lo visto, las
soluciones a los problemas de la región se deben detectar con mayor
clarividencia desde la oposición, pues no se explica de otro modo
que el apóstol socialista se pase el día predicando
a diestro y siniestro el catálogo de medidas con las que Extremadura
sufriría en menor medida la embestida de la crisis. Como San Pablo,
don Guillermo se ha caído del caballo y ha visto la luz, ese mismo
haz que no le acompañó durante su mandato y que tan beneficioso
habría sido para el conjunto de la ciudadanía. De todos modos, esta
conversión no parece muy creíble puesto que está guiada por el
interés y no por el afán de servicio público. Pero siempre hay
acólitos dispuestos a participar en la trama. Para rematar su jugada
se servirá, una vez más, de sus discípulos de Izquierda Unida, a
los que no para de sermonear con la finalidad de voltear la situación
y que las cosas vuelvan a su sitio original, es decir, a aquél que
nos ha conducido a ser la cola de España en cualquiera de los
indicadores económicos que analicemos.
Todo está dispuesto
para que, en el XII Congreso que celebrará IU en otoño de este año,
Pedro Escobar sea despedido sin aplausos y por la puerta de atrás.
Ni siquiera le agradecerán los servicios prestados. Y así, la que
se perfila como nueva coordinadora regional, González Jubete, se
prestará a servir de marioneta para desalojar del gobierno a Monago
en una moción de censura que los mentideros políticos fechan para
finales de año. Con lo cual se reeditará la situación producida
recientemente en Andalucía, donde José Antonio Griñán sigue al
frente del gobierno autonómico gracias a sus socios de Izquierda
Unida, consiguiendo Diego Balderas que su gente ocupe las consejerías
más importantes. Eso, a lo mejor, es lo que pretende la coalición
izquierdista en Extremadura: obtener cargos a cambio de prestar su
voto en esa hipotética sesión en la que se pondrá a prueba la
fortaleza del ejecutivo. Y es ahora cuando quiero acordarme de
aquellas palabras de Fernández Vara en las que, contrariado por el
resultado de las elecciones de mayo de 2011, y ante los primeros
rumores de una inminente moción de censura, sentó cátedra cuando
declaró con toda solemnidad -cabreado diría yo- que el PSOE no se
prestaría al juego de hacer caer a Monago, y mucho menos de la mano
de los traidores de Izquierda Unida. Pues nada, señor Vara,
demuestra usted pocos escrúpulos al desdecirse en tan corto espacio
de tiempo. Desconozco qué es lo que pretenderá mejorar con respecto
al tiempo que presidió la Junta de Extremadura, pero mucho me temo
que no lo hará mejor que entonces. Su grupo parlamentario tiene todo
el derecho a plantear una moción de censura, puesto que se trata de
un mecanismo legal para la exigencia de responsabilidades políticas.
Lo malo de todo esto es que huele demasiado a ambición personal y, como dijo
Oscar Wilde, la ambición es el último refugio del fracaso.
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