Los gurús de la economía
patria, entre los que incluyo a los ministros Montoro y De Guindos,
llevaban tiempo haciendo una labor de zapa en el sentido de afirmar
que la situación económica española mejoraría una vez que se
celebrasen las elecciones griegas del pasado domingo. De este modo,
decían, los mercados aclararían sus dudas. Pues bien, aunque los
helenos han decidido seguir apostando por Europa, disipando las
brumas que arreciaban sobre su permanencia en el euro, resulta que la
situación no mejora: la prima de riesgo y el bono a diez años
españoles siguen escalando posiciones en el ránking del pánico,
situándose en niveles históricos. Esto, lo que demuestra, es que
Grecia no era el problema. El mayor obstáculo para salir de esta
túnel hay que buscarlo dentro de nuestras fronteras; tenemos que
dejar de poner excusas para justificar nuestros propios fracasos. Los
griegos no habrán hecho sus deberes, pero está claro que España
tampoco va por el buen camino. Jugarse nuestra credibilidad a la
carta griega denota un punto de negligencia
que no todos estarán dispuestos a pasar por alto.
Todo esto hace que uno
empiece a desengañarse y a convertirse en un descreído. Eso
de que un pesimista es un optimista bien informado se aplica a
rajatabla en estos momentos de crisis. Lo reconozco, estoy
perdiendo la fe en la clase dirigente de este país. Nunca antes nos
habíamos visto en un brete semejante que recomendase, por el bien de
todos, aunar esfuerzos y voluntades con el único objetivo de ir
todos juntos, sin banderías políticas, en pos de encontrar
soluciones a una situación de auténtica emergencia que amenaza con
soterrar el estado del bienestar que hemos disfrutado hasta ahora. En
este sentido, es cierto que el PSOE no está haciendo leña del árbol
caído y que las declaraciones de sus dirigentes, por regla general,
se caracterizan por la prudencia que cabría esperar por parte de
quienes nos ayudaron a meternos en este “embolao”. Ahora bien,
aparte de esto, es decir, de que la oposición no se ensañe con los
problemas del gobierno -condición imprescindible para salir airosos
del trance-, también se necesita que el propio Ejecutivo esté a la
altura de las circunstancias, por lo menos quienes ejercen
competencias en materia económica. Por desgracia, esto último no se
está cumpliendo del modo en que sería deseable. Si en estas
circunstancias el gobierno no camina bajo una misma voz que oriente
las decisiones a adoptar, mal vamos. Son ya demasiados los ejemplos
en que un ministro dice una cosa y al poco sale otro colega de
gabinete para desmentir o matizar; parece como si la situación les
desbordara y no supieran reaccionar ante las adversidades. Se les
nota totalmente despistados ante una coyuntura en la que la
ciudadanía reclama liderazgo y decisión, no bastando la proclama de naderías y vaciedades para calmar los miedos
fundados de una población desencantada.
Sólo hay una forma de
que los mercados recuperen su confianza en España: imprimir una
imagen de solidez institucional y seriedad en la toma de decisiones,
lo que equivale a decir que tenemos que emitir señales inequívocas
de que seguimos dispuestos a continuar con las reformas estructurales
-a nivel laboral, financiero y fiscal, entre otros sectores- que
sirvan para poner coto a los desmanes de tantos años de ficticia
opulencia y prosperidad. También ayudaría a clarificar el panorama
que se llamase a las cosas por su nombre, dejándonos de rodeos
absurdos que lo único que hacen es retratar a quienes se ofuscan en
hacer piruetas gramaticales. Igual que critiqué a Zapatero cuando se
escondía en el diccionario para negar la crisis con artilugios
sintácticos del tipo “desaceleración económica”, lo mismo cabe
decir de Rajoy y su “línea de financiación” a la banca con los
100.000 millones de euros del ala que nos han prestado y que, no lo
duden, llevan aparejadas una serie de condiciones que deberemos
cumplir sí o sí. Ya no se trata de que nos den duros a pesetas,
sino que no nos hagan comulgar con ruedas de molino. La filantropía
es una cualidad que no abunda en estos ámbitos como para que nos
dejen ese pastizal sin previamente garantizarze que devolveremos
hasta el último céntimo, intereses incluidos. Por eso, no puedo por
menos que mostrarme de acuerdo con Rosa Díez cuando instaba a
Mariano Rajoy a pronunciar sin miedo la palabra “res-ca-te”.
Porque, si esto no es un rescate... se le parece mucho.
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