Retomo la actividad
después de algo más de un mes de holganza.
He dejado pasar tanto tiempo, aparte de por el hecho de haber estado
algunos días de vacaciones, porque quería evitar escribir bajo el
eco de las protestas y manifestaciones que, de un tiempo a esta
parte, inundan las calles y plazas de un país defraudado por una
casta política afanada en dilapidar las capacidades y
potencialidades de una sociedad cabreada por tanta subida de
impuestos y tanto recorte. No quería escribir en caliente para no
tener que arrepentirme de algunos exabruptos que, a buen seguro, se
me deslizarían en el discurrir del relato. Por eso, he preferido
escribir desembarazado de cualquier pasión del momento que pudiera
cegar la claridad de juicio que me merece la situación por la que
atravesamos.
Desde el 19 de junio,
fecha de mi último post, las cosas han cambiado para peor: nos han
subido el IVA, el agua, la luz, la gasolina, el gas, etc. No hay nada
que se haya librado del incremento impositivo, y si lo hay es porque
no se han acordado. Para más inri, en cuanto a los funcionarios se
refiere, nos eliminan la paga extra de Navidad y nos quitan tres días
de asuntos particulares. Y lo peor es que, según los encargados de
explicar estas medidas, todo ello se hace para reactivar la economía
con ánimo de potenciar el consumo. Yo no soy ningún experto en la
materia, pero me parece a mí que si los sueldos no aumentan y se
encarecen el resto de bienes y servicios, eso implica que disponemos
de mucha menor renta para destinar al consumo. Es algo así como la
cuenta de la lechera, pero a las claras. Por eso, no me extraña que
se nos esté quedando la misma cara de asombro que pusimos cuando
vimos a Uri Geller doblar cucharas por televisión: la razón nos
empujaba a no aceptar lo que nuestros incrédulos ojos veían con
total nitidez. Eso mismo es lo que está sucediendo ahora: asistimos
a un dramático número en el que no paran de desaparecer ante
nuestra vista una serie de derechos que ha costado muchos años
conquistar, derechos que están desapareciendo de un plumazo para
desesperación de los damnificados. Nos negamos empecinadamente a dar carta de naturaleza a una situación creada por delincuentes de
cuello blanco (banqueros y demás laya) y amparada por políticos ineptos.
Por muy tópico que
resulte, ya no nos quedan más agujeros para apretarnos el cinturón;
el gobierno debe darse cuenta que la solución no es la subida de
impuestos, sino que debería acometer drásticamente la vertiente de
la reducción de gasto público: en ese campo hay todavía mucho
donde podar. Y no me estoy refiriendo a recortes en servicios básicos
como sanidad y educación -que es lo que están haciendo-, sino en
partidas supérfluas de ámbito estrictamente político y no
administrativo. La gente no sale a la calle a manifestarse porque sí,
por afición, porque no tengan nada mejor que hacer, sino porque
está llegando a una situación límite en que ven peligrar su
bienestar familiar y laboral. La situación actual está poniendo en
cuarentena eso que denominados Estado social y democrático de
Derecho, con lo cual nadie debería sorprenderse por el clamor que
sale de las entrañas de una población hastiada de unos excesos que
nos han conducido a estos infiernos. Pero, al parecer, esto es algo
que no deben comprender ni Montoro ni De Guindos, puesto que estos
dos prebostes de la
macroeconomía no se cansan de decir que se sienten incomprendidos,
que no entienden el malestar de los administrados ante unas medidas
que sólo pretenden sacarnos del marasmo en el que nos encontramos. Y
te lo explican con toda su cara dura, con la jeta de no haber roto un
plato, con ese tonillo de superioridad, con ese acento de guasa del
que se dirige a un rebaño de borregos conocedor de que no le están
entendiendo ni “papa”, que a uno le entran ganas de tenerlos
delante para decirles dos o tres lindezas. A éstos que no paran de
pregonar que tenemos que hacer aún más sacrificios los ponía yo a
trabajar con un sueldo de mileurista para ver qué métodos utilizan
para llegar a fin de mes.
Estos señores no se
enteran de que se están cargando a la case media de este país, que
es la que sustenta en mayor o menor grado todo el sistema. Y no vale
la excusa de que están actuando así porque son recomendaciones
impuestas por Europa; eso sería como reconocer que no son dueños de
la situación, que se limitan -cual marionetas- a ejecutar los
movimientos iniciados por otros. Insisto en un concepto que ya he
repetido en varias ocasiones: somos muchos los desencantados con una
clase política que no ha sabido estar a la altura del pueblo que los
ha elegido. Es ahora cuando se deben poner de manifiesto las
cualidades de aquellos que han sido llamados a dirigir un país, pero
mucho me temo que la mayoría salga mal parado de esta prueba
decisiva. Por eso, no va muy desencaminado el aforismo según el
cual, en España, “el que vale, vale, y el que no... para
político”. Desde luego, no es muy normal que para desempeñar
cualquier cometido te exijan como mínimo el graduado escolar y para
ser ministro, diputado o presidente del gobierno baste la credencial
de haber pasado por el “cursus honorum” de los despachos de la
sede política de turno. Por todo ello: ¿merecemos
los políticos que tenemos, o tenemos los políticos que nos
merecemos? He ahí la cuestión.
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