martes, 27 de febrero de 2018

Ja sóc aquí (nuevamente).




Hasta el menos avezado de los observadores se habrá dado cuenta de que el abajo firmante lleva algo así como cerca de medio año sin publicar un solo post. Y miren que la realidad de los hechos, de seis meses para acá, ha proporcionado el material suficiente como para surtir de contenido a todo blog que se precie de comentar los avatares, políticos o no, de nuestra decadente sociedad. En vano voy a detallar los motivos que han originado tan dilatado periodo de barbecho intelectual: ni vienen al caso ni, a buen seguro, el lector estará interesado en ellos. Digamos, simplemente, que problemas técnicos me han privado de mantener abierta, siquiera a medias, esta ventana para dar cuenta de mis anhelos, inquietudes y preocupaciones. Lo cual no significa que haya estado de espaldas a la realidad, sino, más bien, todo lo contrario. Dicho lo cual, una vez expuestas estas endebles explicaciones a modo de excusas, paso a tomar prestadas aquellas emotivas palabras del Molt Honorable Josep Tarradellas, pronunciadas el 23 de octubre de 1977 desde el balcón del Palacio de la Generalitat, a su regreso a Cataluña después de treinta y ocho años de obligado exilio, para exclamar aquello de: estimados lectores, ¡ya estoy aquí! Me he permitido la licencia de añadir la coletilla que figura entre paréntesis para remarcar que, a pesar de esta prolongada ausencia, nunca me fui del todo.



     Quizás, lo más llamativo en el panorama de la actualidad informativa en todo este tiempo haya sido, cómo no, todo lo concerniente al problema catalán. Pero no se apuren, no voy a incidir más en el asunto: bastante penitencia soportamos ya como para que encima rompa mi silencio haciendo desfilar por estas líneas a los jordis, puigdemones, annagabrieles, junqueras y demás laya independentista. Para tal menester ya contamos con un abigarrado ejército de plumillas, contertulios y periodistas que se encargan de poner a prueba tanto nuestra agotada paciencia como nuestra sufrida inteligencia. Es por eso que, dado que mi análisis no va a aportar un ápice de originalidad a lo ya pontificado por voces más autorizadas que la mía, les voy a evitar a ustedes el sufrimiento de perder el tiempo en conocer mi opinión al respecto - por otro lado, ya manifestada en varias entradas de este blog, como habrán tenido ocasión de comprobar mis más fieles seguidores-, al tiempo que me ahorro el esfuerzo de estrujarme la sesera para tratar de explicar lo inexplicable. Dejemos, pues, que sean los profesionales de la tribu periodística quienes nos sigan flagelando con las andanzas de tan ilustres prófugos y presidiarios, según los casos. Porque aquí la suerte ha ido por barrios en función del nivel de compromiso y valentía: mientras unos gozan del retiro dorado en paraísos como Ginebra o Waterloo, preparando sus estrategias judiciales con la inestimable asistencia de abogados etarras; otros, en cambio, purgan sus penas en Alcalá Meco y Soto del Real en medio de las estrecheces propias de quienes se hallan en el trance de estar privados de libertad. Tampoco falta en este guiso una pizca de irreverencia y mala educación, representada por las colaus y los torrents de turno, protagonizando desplantes reales fuera de contexto.



    Ni al mismísimo don Ramón María del Valle-Inclán se le habría ocurrido un esperpento de tal calibre, como tampoco el gran Arniches dio a la escena una comedia en la que se pusieran tan de manifiesto las miserias humanas. En cambio, el bueno de Forges, con su habitual perspicacia, sí que supo plasmar en sus viñetas la escandalosa crisis ética e ideológica de un sistema político en plena decadencia, en el que la incompetencia de sus líderes resulta tan evidente como bochornosa. Faltan hombres de Estado que sepan enfrentarse a la situación con inteligencia y sentido común, algo de lo que carecen la mayoría de los chiquilicuatres que pululan por los cenáculos políticos. Los mismos que con su indolencia han propiciado este guirigay, a base de engordar al monstruo mientras hacían la vista gorda ante las señales de alarma que se venían detectando, son los que ahora pretenden dar solución a una cuestión enquistada por su propia negligencia. Todos los gobiernos, desde la UCD de Adolfo Suárez hasta el actual de Mariano Rajoy, son cómplices de esta grave crisis institucional. Cuando Felipe González y José María Aznar aceptaban sin reparos los apoyos del nacionalismo catalán y vasco para constituir gobiernos estables a cambio de sonrojantes concesiones económicas y competenciales, eran plenamente conscientes de las previsibles consecuencias que esto tendría a largo plazo. Poco les importó que esos pactos envenenados allanaran su camino hacia la Moncloa: primero había que atender a los intereses de partido; después, si quedaba tiempo, a los de país. Como colofón a todo este proceso de despropósitos, nos encontramos ahora en un laberinto al que nos va a costar encontrar una salida airosa.
   

    Cambiando de tercio, aunque sea de este modo un tanto abrupto, me gustaría también reseñar la ausencia de novedades en cuanto a un tema doméstico de la actualidad extremeña: ni rastro de lo que se supone que va a ser el AVE Badajoz-Madrid. El pasado mes de noviembre, impulsados por la plataforma ciudadana Milana Bonita, un buen puñado de paisanos nos dimos cita en el centro capitalino para protestar por lo que a todas luces supone un escándalo y una injusticia. Los políticos de uno y otro color del arco parlamentario regional, con su habitual desvergüenza e innata caradura, también se sumaron a la fiesta, metiendo sus sucias pezuñas en una polémica de la que ellos son los máximos responsables. Hemos tenido que esperar a que el lamentable estado de las conexiones ferroviarias fuera noticia de primera plana a nivel nacional, para que Fernández Vara y Monago se hayan subido al tren del oportunismo con las aviesas intenciones de arañar un puñado de votos. Lo que hasta hace escasamente unos meses constituía desidia e indiferencia por su parte, resulta que ahora pasa a ocupar un lugar preferente en sus agendas. Su torpeza es equiparable a su ruindad: ahí los tenemos a pie de calle, voceando en primera línea de la pancarta, indignados ante un escándalo al que han prestado oídos sordos hasta que la cosa ha ido convirtiéndose en un clamor popular al que ya no podían dar largas.Y ellos tan frescos, como de costumbre, mientras que el común de los mortales tenemos que seguir sufriendo las consecuencias de una red ferroviaria más propia de finales del siglo XIX que de principios del XXI. 

   Y con estas dos breves pinceladas pongo punto y seguido a un post que tendrá su continuidad en artículos venideros. Porque ni la crisis de Cataluña está lejos de concluir, ni se ha dicho aún la última palabra con respecto a las peripecias sobre la planificación, licitación y construcción del AVE en Extremadura. Y aquí estaré yo para dar mi opinión; como la daré sobre la polémica de esa monstruosidad de mina de litio a cielo abierto que quieren impulsar en la ciudad de Cáceres..., a menos de tres kilómetros del casco urbano. Ver para creer, ¿verdad? Pues eso.