viernes, 8 de abril de 2016

Tragsatec, la odisea de nunca acabar


   Les sugiero que aquellos que tengan el detalle de acometer la lectura de la entrada de hoy, que vayan cogiendo aire para despejar la mente porque la cosa tiene miga: lo de tirios y troyanos al lado de las penalidades que están viviendo los trabajadores de Tragsa y de su filial Tragsatec es un juego de niños. Así que, a ver si soy capaz de explicarme en condiciones para que se entienda el fondo del asunto. Tanto Tragsa como Tragsatec son dos empresas públicas englobadas en la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), grupo al que pertenecen, para que se hagan una idea, la tabacalera CETARSA, la naviera NAVANTIA, el servicio postal de CORREOS o el Ente Público Radio Televisión Española (RTVE). En el caso que nos ocupa, la actividad principal de Tragsa viene constituida por las encomiendas de gestión encargadas tanto por el Estado como por las Comunidades Autónomas en el ámbito -entre otros- de la sanidad animal y la transformación agraria y de medio ambiente. Concretamente, en cuanto a Extremadura se refiere, destaca su labor de saneamiento ganadero: control de la lengua azul, así como lo relacionado con la tuberculosis y la brucelosis bovina, la brucelosis ovina y caprina, la perineumonía contagiosa bovina y la leucosis bovina enzootica. Por ese motivo, la Junta de Extremadura destina unas partidas presupuestarias nada desdeñables, rondando como media unos doce millones de euros anuales.


   En septiembre de 2013, tanto Tragsa como Tragsatec, como si se tratara de dos empresas distintas, plantearon un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) por el que preveían despedir a nivel nacional a unos 1400 empleados, cien de ellos en Extremadura. Por la empresa se alegaba como justificación para adoptar esta drástica medida el hecho de que desde 2009 se venían produciendo pérdidas económicas, así como razones organizativas y productivas que hacían necesario un reajuste en profundidad. Después de que no se llegara a un acuerdo durante el proceso de negociación con los representantes de los trabajadores, el ERE de Tragsa fue impugnado ante la Audiencia Nacional, quedando el de Tragsatec a expensas de lo que decidiera el órgano judicial. Pero mientras tanto, en Extremadura ya se habían ejecutado los despidos de 59 trabajadores, pendiente la espada de Damocles sobre las cabezas de los otros 40 previstos. El caso es que la Audiencia Nacional, en marzo de 2014, resuelve el conflicto laboral declarando nulo el procedimiento de despido colectivo en una resolución de ciento cuatro páginas que tumba, uno por uno, los motivos aducidos por la sociedad matriz. Es más, considera que Tragsa y Tragsatec son un mismo ente, puesto que comparten medios materiales y personales, con lo que la nulidad de un ERE implica automáticamente el del otro. Lo que en principio suponía un motivo de ilusión para los trabajadores, no ha sido más que el inicio de un periplo tortuoso plagado de sinsabores. La empresa, como era de esperar, no se iba a quedar de brazos cruzados, por lo que los sindicatos y la dirección firmaron un acuerdo para que el ERE pendiente de Tragsatec no se llevara a efecto hasta que el Tribunal Supremo resolviera el recurso de casación interpuesto por la matriz contra la sentencia dictada por la Audiencia Nacional; recurso que, dicho sea de paso, se presentó el último día del plazo, que también son ganas de forzar las cosas y encabronar al personal.


   Mientras el Alto Tribunal se tomaba su tiempo para decidir, Tragsatec, en un gesto de buena voluntad, acepta tanto readmitir a los 59 trabajadores que ya habían sido despedidos entre febrero y marzo de 2014, así como paralizar los despidos previstos para aquellos 40 trabajadores que hasta el momento se habían librado de engrosar las listas del paro. La fecha de reincorporación sería la del 28 de mayo de 2014; lo que no se sabía era que, efectivamente, iban a volver a ser readmitidos… pero de una forma muy peculiar, puesto que no se les daría carga de trabajo: es decir, volvían a la empresa, sí, se les pagaba una nómina,vale, pero no tenían que acudir a sus puestos de trabajo. Con lo cual, pudiera parecer que estos señores – entre veterinarios, auxiliares administrativos y pecuarios, así como ingenieros agrónomos- habían conseguido cumplir el sueño de todo currito: cobrar por no hace nada; contradicción que pusieron de manifiesto los propios interesados, criticando una solución que no cuadraba mucho con el hecho de que la empresa estuviera pasando por acuciantes necesidades económicas. Así que, muy a su pesar, los trabajadores no tendrían más remedio que repantigarse en el sofá de sus casas mientras se tragaban bodrios televisivos como el programa de Ana Rosa: el no sentirse valorados, sin poder realizar sus trabajos de campo, era la peor condena que sobre ellos podía recaer. Y en esa situación rocambolesca se hallaban estos benditos – que tampoco era cuestión de negarse a que te den unos cuartos cuando hay que seguir pagando hipoteca, facturas y el colegio de los niños- cuando hete aquí que, el 15 de octubre de 2015, el Tribunal Supremo se descuelga con una sentencia incendiaria, anulando por unanimidad la dictada por la Audiencia Nacional y declarando conforme a la ley el ERE planteado por Tragsa. Ver para creer. La sentencia recurrida y tan profusamente elaborada – recuerden que ocupaba 104 folios- se había convertido, nunca mejor dicho, en papel mojado. El Supremo, donde se supone que campea la crème de la créme de la judicatura española, dejó a todos ojipláticos. Con lo cual, vuelta la burra al trigo, a la zozobra de pensar que te van a poner de patitas en la calle, a la angustia de saber si podrás llegar a final de mes, a la indignación que te provoca el que hayas dedicado diez o quince años de tu vida a una empresa a la que no le tiembla el puso -diríamos incluso que lo hace hasta con regocijo- a la hora de mandarte una carta con el finiquito en cuestión. Para que luego nieguen que no somos más que meros números al capricho de lo que decidan cuatro listillos de turno, bocas agradecidas dispuestas a bailar el agua y adular a los de arriba hasta límites insospechados con tal de salvar ellos el culo a costa de pisotear a quien se les ponga por delante. Y es que abundan aquellos cuyo estado natural es propicio a la genuflexión, aquellos que estiman en bien poco su dignidad, vendiéndola al mejor postor por un cochino puesto de trabajo para su parienta, hijos, cuñados y demás deudos.

   Los empleados de Tragasatec se han movilizado en una plataforma de afectados, puesta en marcha desde que se produjeron los primeros despidos, con la que pretenden revertir la situación actual de indefensión en su lucha por sus legítimos y pisoteados intereses. Si a uno que entienda un poco de leyes, como el que suscribe este artículo, le cuesta comprender el cambio de postura experimentado entre uno y otro tribunal, no les quiero ni contar lo que pensarán de la Justicia aquellos a quienes un día se les da la razón en una resolución vasta y concienzuda donde las haya para arrebatársela, al cabo de los meses, por el dream team de sus togadas señorías, en un escorzo jurídico que dista mucho de la necesaria seguridad jurídica que debe imperar en todo Estado de Derecho. Estamos de acuerdo en que, salvo el Papa -y ya veremos- nadie es infalible, pero de ahí a que la Audiencia Nacional y el Supremo hayan fallado diametralmente lo opuesto sobre el mismo supuesto de hecho..., pues da que pensar. Ya nada se podrá hacer a título individual, puesto que los juicios particulares que se ventilen en los correspondientes juzgados de lo social no podrán ir en contra de lo resuelto por el Supremo. Ahora solo queda que las administraciones públicas, que son los principales clientes tanto de Tragsa como de Tragsatec , se comprometan a hacer todo lo posible por buscar una salida negociada que perjudique lo menos posible a los trabajadores, aunque ya se sabe que dejar algo en manos de políticos no es remedio para casi nada: al final ninguno se atreve a coger el toro por los cuernos. De ahí el papel fundamental que tienen que jugar los medios de comunicación, sirviendo de altavoz a un colectivo necesitado de cuanto más apoyo mejor. Y eso, modestamente, es lo que busco en el día de hoy: no me lo tuve que pensar dos veces cuando uno de los representantes de la plataforma de afectados en Extremadura, mi amigo Carlos Cordero, me pidió el favor de hacerme eco de sus peticiones en este blog, y muy mal amigo sería yo si no prestara mi voz al hijo del señor Cipriano y de la señora Luci, inolvidables para mí en aquella Malpartida de Cáceres donde una muchachada inquieta y dichosa crecimos entre los muros de un cuartel de la guardia civil cuyos venturosos ecos resuenan todavía en mi mi memoria. Suerte a todos. No deis nada por perdido hasta que no os quede el más mínimo aliento para sostener las razones de vuestras demandas; y aún así, aunque uno piense que ya no puede más, siempre surge del lugar más inesperado la fuerza necesaria para continuar. Es posible que el éxito no esté garantizado, pero siempre hay que mantener el espíritu de lucha. Por todo ello, os animo a que no cejéis en el empeño de ver reconocidas vuestras pretensiones laborales. Que no digan de vosotros que, al menos, no lo intentasteis.



lunes, 4 de abril de 2016

Una reivindicación de justicia

   Cuentan las crónicas que en la fría y lluviosa mañana del 7 de octubre de 1959 tuvo lugar en Malpartida de Cáceres la inauguración oficial de su colegio público. A aquella solemne ceremonia asistieron, además de las autoridades locales -encabezadas por el alcalde, don Ladislado Díaz-, ni más ni menos que el ministro de Educación, don Jesús Rubio y García Mina, acompañado por el gobernador civil, don Licinio de la Fuente, cuyo inusual nombre sirvió de pretexto para bautizar a las nuevas instalaciones: no eran tiempos aquellos como para negarle ese honor al Jefe Provincial del Movimiento en Cáceres. Por cierto, qué mejor ocasión que ésta para dar noticia de su fallecimiento, acaecido en febrero del año pasado. El caso es que han pasado la friolera de 57 años... y allí sigue el colegio en cuestión, donde lo único que ha cambiado desde entonces ha sido su denominación, pasando a llamarse “CEIP Los Arcos” a partir de la década los ochenta, siendo ya alcalde el recordado Antonio Jiménez. No hay que realizar un ejercicio supremo de imaginación para suponer que un centro que data de tan lejana época haya sido objeto del previsible deterioro ocasionado por el paso del tiempo y que, como consecuencia de eso mismo, se haya podido construir uno nuevo. Aciertan ustedes en cuanto a lo de las carencias y desperfectos que asolan al colegio de marras y que no cesan de ser parcheados; no así en cuanto a la suposición de que a Malpartida le cabe la dicha de contar entre los límites de su término municipal con un moderno recinto en el que educar a nuestras generaciones futuras. Y este, precisamente, es el asunto que colea últimamente.

   La reivindicación de un nuevo colegio público es algo que viene de antiguo, pero ha sido en los últimos diez años cuando esta necesidad imperiosa ha resultado más patente y se han redoblado los esfuerzos por conseguir el éxito de esta iniciativa. Las deficiencias de todo tipo -principalmente las de seguridad, accesibilidad, energética, fontanería, electricidad, disgregación de edificios y escasez de espacios comunes- han obrado el milagro de que, al menos a nivel local, tanto el PP como el PSOE mantuvieran una postura común ante la administración autonómica para remar juntos en la misma dirección, aprobándose incluso por el pleno del ayuntamiento la cesión de un terreno de 12.000 metros cuadrados para facilitar la tarea. La cosa pintaba bien cuando la Junta de Extremadura incluyó esta actuación dentro del Plan de Infraestructuras Educativas 2007/2013 a cargo de los fondos FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional) y, posteriormente, en el Plan Operativo 2014/2020. Los malpartideños mantenían la ilusión de que este proyecto largamente anhelado se llevara finalmente a cabo. Sin embargo, con el cambio de gobierno regional operado en mayo de 2015, las esperanzas se han desvanecido de golpe y porrazo, puesto que el ejecutivo de Fernández Vara no tiene previsto incluir a Malpartida de Cáceres en el nuevo plan de infraestructuras educativas. La estocada final se ha producido con el rechazo de la enmienda parcial presentada por el Partido Popular en la Asamblea de Extremadura a los Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma, que preveía una partida de 680.000 euros para iniciar las obras durante este año. 

   No se puede caer en el error de politizar un tema de tanta trascendencia social. Hay que tratar de buscar soluciones para que la Junta de Extremadura se replantee su decisión y no se muestre tan inflexible en sus posiciones. Y aquí juegan un papel preponderante, aparte de la leal e imprescindible colaboración entre los grupos políticos municipales, los colectivos representados por la AMPA y los propios docentes: se trata de una cuestión de justicia que requiere el compromiso y la unidad de todos. Y es en este sentido en el que deben encaminarse las iniciativas que partan desde la Plataforma recientemente constituida. Es necesario que los malpartideños se impliquen en este propósito tal y como han hecho para que Los Barruecos obtuvieran el galardón de Mejor Rincón de España 2015, poniendo de manifiesto que con ilusión, esfuerzo y conciencia colectiva se pueden lograr metas aparentemente inalcanzables. Por lo tanto, como antiguo alumno del CEIP “Los Arcos”, desde aquí animo a instituciones locales, ciudadanía y colectivos para que se conjuren ante una empresa que nadie ha dicho que sea fácil, pero que precisamente por su dificultad se saborearán con mayor deleite los frutos del triunfo final; que sus pancartas no dejen de ondear hasta que sus legítimas exigencias se tornen en realidad. Los miles de alumnos que hemos pasado por sus aulas y que hemos correteado por sus patios de recreo nos felicitaremos cuando veamos  a “Los Arcos” en una ubicación más acorde con lo que demanda una inmensa mayoría.