martes, 13 de enero de 2015

Nacha en la memoria

   
La tarde acudía fiel y puntual a su cita, aunque esta vez con bastante menos frío que en días anteriores. Los rayos de sol empezaban a ceder terreno a un cielo raso y estrellado, sin rastro de nubes que entorpecieran el espectáculo de un anochecer pausado, perezoso. Las calles, vestidas por los destellos de luz de las farolas, se abrían al paso de los pocos transeúntes que a esas horas poblaban la Plaza Mayor y las calles adyacentes. La ocasión era especial, tanto como lo fue aquella otra de mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando -si la memoria no me juega una mala pasada, rememorando aquello que nunca pasó pero que bien pudo haber sucedido- Don Camilo José Cela nos honró con su presencia para asistir como testigo de excepción al cambio de ubicación de la biblioteca de Malpartida de Cáceres desde la Plazuela del Sol a su actual emplazamiento; biblioteca que, con toda justicia y reconocimiento, lleva el nombre de María Ignacia Castela Mogollón. Y es que esta ilustre malpartideña deleitó a dos generaciones de niños en la apasionante tarea de inculcarnos el placer por la lectura, despertando en nuestra imaginación el afán de revivir las aventuras de las que daban fe las novelas, cuentos y relatos que que caían en nuestras manos gracias al inapreciable consejo y sabiduría de nuestra querida y añorada “Nacha”. Que se lo pregunten si no, entre otros, a un tal Juan José Manzano, en cuya compañía solía acudir casi cada tarde para solicitar el préstamo de los cómics de Tintín, Lucky Luke, Ásterix y Obélix, o para devorar las historias de misterio de “Alfred Hictchcock y los tres investigadores”. En aquellas estanterías comenzó mi idilio con la lectura... y eso es algo que nunca se olvida.

   Pues bien, ayer por la tarde la biblioteca de Malpartida de Cáceres se vistió de gala para recibir a Lorenzo Silva, autor aclamado por el público y la crítica, con motivo de la reinauguración de las instalaciones después del lavado de cara que han supuesto las obras de reforma que se han venido efectuando durante varios meses. Ejerció de anfitriona Pilar Montero, actual encargada de la biblioteca y a cuya bendita osadía debemos la fortuna de que Lorenzo nos acompañara en la jornada de ayer. Allí estaban desde el alcalde, Alfredo Aguilera, hasta la Consejera de Educación y Cultura, Trinidad Nogales, pasando por Mercedes Guardado -viuda de Vostell-, el pintor Ángel Arias -cuyas obras otean el horizonte desde lo alto de unos remozados anaqueles-, así como familiares de “Nacha”. Como todo acto de este tipo que se precie, la función comenzó con los discursos de bienvenida. Una exultante Pilar, después de relatar la peripecia que supuso contactar con el ilustre invitado que nos visitaba, evocó con palabras preñadas de nostalgia los primeros años de andadura de la biblioteca. Le siguió Alfredo en el turno de la palabra, y en verdad que su discurso fue bastante emotivo, sobre todo cuando recordó la figura de Antonio Jiménez, anterior regidor de Malpartida, reconociéndole su decisiva aportación e impulso para que la biblioteca se convirtiera en la exitosa realidad que hoy es. También se aludió al papel principal que juega la cultura para tratar de evitar los fundamentalismos, en clara alusión a los terribles acontecimientos ocurridos en París durante estos días, dejando claro que las libertades de pensamiento y expresión son la mejor arma para derrotar a la barbarie terrorista -se le llame yihadista o con cualquier otro calificativo que queramos poner-, y que ese objetivo solo se consigue con el cultivo de la mente.

   
El momento álgido llegó cuando Lorenzo Silva se acercó al atril y se dirigió a los presentes para agradecerles que hubieran contado con él para ser partícipe de la noble tarea para la que había sido llamado. Y entre esos presentes andaba yo, contemplando con mis propios ojos, a escasos pasos de distancia, a uno de los escritores que más admiro. Hay quien dice que es mejor no conocer a tus ídolos porque la terca realidad puede tirar al traste con la imagen que nos formamos de las personas a las que, por un motivo u otro, veneramos. En mi caso no fue así. Tuve la suerte de ver y oír a alguien cercano, humilde, simpático... Todo lo contrario de lo que podría esperarse de un autor de éxito cuya sencillez en su quehacer cotidiano supera a su talento en lo literario, que ya es mucho decir. Esa es la grata impresión que a mí me dio, la cual se vio reforzada cuando accedió amablemente a firmar los ejemplares de sus novelas que llevábamos la mayoría de los que allí estábamos. Es de agradecer que haya escritores de su talla que aún no se hayan dejado contaminar por el veneno de la soberbia. Así que, a partir de ahora, cada vez que tenga una obra de Lorenzo Silva entre mis manos -especialmente las de la serie Bevilacqua y Chamorro, por aquello de que uno sigue manteniendo estrechos lazos con el Benemérito Cuerpo-, me acordaré inevitablemente de aquella tarde de invierno en la que un famoso escritor venido de la capital tuvo a bien hacer una parada en un pueblecito de provincias para dar solera a un acto en el que no se inauguraba una simple biblioteca, sino que implicaba algo mucho más trascendental, tanto como lo pueda significar una puerta abierta para que la cultura entre a raudales en las vidas de quienes son asiduos del saber que encierran estanterías repletas de libros con los que mitigar la ignorancia, el miedo y el desconocimiento, principales males de esta aldea global en la que se ha convertido la sociedad que nos contempla.