A estas alturas de la
película no creo que nadie se sorprenda si digo que Fernández Vara
no forma parte de mis afectos predilectos, ni siquiera de los que no
lo son tanto. Proviniendo de mí, esta afirmación no tendría la mayor
importancia, pero cuando esta misma opinión se la he oído decir a
multitud de amigos que comparten con el señor Vara las mismas siglas
de partido, la cosa tiene un punto de picante. Ya se sabe que los
principales adversarios de un político no se hallan en las filas de
la oposición, sino en el escaño contiguo. Parece ser
que algunos -más bien la mayoría, para ser justos- se valen de la
política para lograr sus aspiraciones personales a costa de dejar
por el camino un buen reguero de damnificados que un día apostaron por un
caballo ganador pero que, una vez instalado en el poder, el jinete de ese caballo muestra una repentina facilidad para olvidarse de quienes le ayudaron
a ocupar el puesto del que disfruta sin -aparentemente- remordimientos. Lo reconozco: hay que valer para ser político, y el señor Vara da el perfil. Pero como lo cortés no quita lo valiente, tengo que reconocer que no entiendo qué hace alguien como él, un tipo capacitado e inteligente -no se es número uno de su promoción por casualidad- en ese mundo de artimañas traicioneras, egos insultantes y ambiciones desmedidas. Si uno decide estar en política debe respetar una serie de principios irrenunciables. En su caso, me temo que hace ya tiempo que no se guía por esas premisas.
Fernández Vara
siempre llevará sobre sus espaldas la losa de haber sido el sucesor de
Juan Carlos Rodríguez Ibarra, al que -dicho sea de paso- tampoco
tengo precisamente en los altares, pero al que hay que reconocerle
los méritos logrados durante su longeva etapa al frente de la Junta
de Extremadura: al César lo que es del César. Ocupar el puesto de
un auténtico animal político debe ser un cometido tan incómodo como frustrante, sobre todo cuando se carecen de las cualidades de su
antecesor y el propio interesado no es tan necio como para no ser consciente de ello. No quiero decir con esto que al señor
Vara le falten aptitudes para dedicarse a la tarea de la “res
pública”, pues los hay que con mucha menor preparación han
logrado cotas mayores, pero digamos que tampoco sobresale por ellas. El caso es que el señor Vara, en lo que a sus expectativas
políticas se refiere, ha defraudado hasta al apuntador. Cuando se
hizo cargo de las riendas de la Junta lo hizo sin saber a
qué atenerse: dudaba entre seguir el camino marcado por Rodríguez
Ibarra (bregador, guerrero, luchador, incómodo) o labrarse uno propio al margen de un sello inconfundible que había
hecho época pero que, si se quería correr parejo con los nuevos tiempos y que no le marcasen con la vitola de añejo -no hay nada peor para un progresista- , era menester encontrar uno a su imagen y semejanza. Al principio, por aquello de no decepcionar a su benefactor,
gobernó haciendo guiños a la vieja guardia. Pero pronto se dio
cuenta de que ese no era su estilo, que ese modo de proceder suponía
una especie de travestismo que no iba con él. A partir de ahí
parece que se le subieron a la cabeza las formalidades del cargo -que a
uno le llamen “Presidente” en lugar de por su nombre de pila,
debe causar estragos en la percepción de la realidad, a menos que
esté rodeado por un equipo que le haga ver que esos oropeles son
estrictamente necesarios pero, a la vez, necesariamente pasajeros- y
decidió ir por libre, sin tutelas ni “tutías” -aquí el guiño
lo hago yo a Fraga, a la espera de que no le moleste al señor jefe
de la oposición (sic) del Gobierno de Extremadura-. Así que tenemos
que Guillermo quiso volar sin ataduras; y claro, el vuelo no es que
se le hiciera corto, es que duró menos de lo que se tarda en leer cualquiera de los posts de su blog . Además, para mayor tormento suyo, sus nuevas hechuras le llevaron a enemistarse con aquel a quien se lo debía todo: en más de una ocasión a Ibarra no le dolieron prendas en desautorizarle en público, haciendo mella en una relación que a día de hoy no pasa por su mejor momento.
.
Con la carita de niño bueno que le otroga el haber estudiado en un colegio de jesuitas -¡hay que ver lo revoltosos que sulen salir aquellos que iban para monaguillos!-, quiso inaugurar una
nueva y floreciente etapa de prosperidad para Extremadura, y no hizo más
que reincidir en los defectos del peor Rodríguez Ibarra, sin poder atribuirse alguno de los éxitos con los que compararse con su admirado padre político. Y así, dejando a un lado
el escándalo del caso FEVAL, llegamos al quid de la cuestión del que trae causa este artículo. Sale hoy publicado en el diario Vozpopuli que el amigo Guillermo dilapidó casi 35 millones de euros en Canal Extremadura durante los años 2008 y 2009. Se ve que lo importante era vender ante la sociedad extremeña, a través de los domesticados medios de comunicación, la imagen de un gobierno pretendidamente eficaz que distaba mucho de corresponderse con la realidad. Para parchear ese pequeño escollo es para lo que servían, entre otras cosas, la lluvia de millones que cayeron sobre la Cexma. Por eso, don Guillermo, si me permite el consejo, no estaría de más que dedicara parte de su ajetreada agenda en dar explicaciones en el parlamento, en su blog o donde mejor le convenga sobre unos hechos que demandan respuestas contundentes. Su cuaderno de ruta cuenta con demasiados borrones como para que se los sigamos pasando por alto. Decían de usted que podría ser la solución de consenso al guirigay de candidatos que se postulaban para disputarle a Rubalcaba el asiento de Ferraz. Por eso, si de verdad forma parte de sus planes proyectar su figura sobre el escenario nacional, resulta del todo punto inexcusable que aclare cuestiones como las que nos ocupan. Eso sí, no espere a que escampe la tormenta; cuanto antes lo haga, mejor para tranquilizar su conciencia y, sobre todo, para atemperar el cabreo de los contribuyentes, que asistimos impávidos cómo el fruto de nuestro esfuerzo impositivo se utiliza en cuestiones sumamente discutibles, por no utilizar otros términos más gruesos.
Para mi, este hombre se quedó en "agua de borrajas". Lo que pudo ser y no fue....
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