Después de algo más de un mes sin prodigarme por estos lares, salgo del ostracismo cibernético para reseñar, una vez más, la figura del mayor humorista que campea por España, aunque es cierto que no pasea sus cualidades por el Club de la Comedia o por el Corral de la Pacheca, sino que ha escogido por escenario natural para deleitarnos con su arte el atril del Congreso de los Diputados. Su atuendo debería ser el de bufón pero, a lo que se ve, prefiere travestirse con los ropajes propios de un ministro de economía. Hablamos, por si no lo han averiguado todavía, del señor Montoro, ese cómico frustrado que aprovecha la mínima ocasión para alardear de su auténtica vocación. Pudiera parecer que le tengo cierta ojeriza al ministro de nuestros desvelos, puesto que no es la primera vez que le dedico una entrada en este blog, pero créanme si les digo que no es así. Es más, hago auténticos esfuerzos de contención para que este insigne catedrático de Hacienda Pública aparezca lo menos posible por aquí, pero cuando el absurdo rebasa los límites de la decencia, resulta obligado dedicarle unas palabritas a este charlatán que, con su típico aire de superioridad, no para en mientes a la hora de decir estupideces basándose en no sé qué estadísticas oficiales.

Si no fuera por lo patético de la situación, más que salir a gorrazos Carrera de San Jerónimo arriba–que es lo que se merecería Cristóbal Montoro por tener la desfachatez de decir las cosas antes de pensarlas, o por no leerse antes de pronuciar los discursos que otros le escriben- ayer se perdió una ocasión pintiparada para que desde la presidencia de la Cámara, con el señor Posada a la cabeza, se ordenara detener la sesión de control para que, todos los diputados puestos en pie se abrazaran –fingiendo como acostumbran- y jalearan a don Cristóbal en reconocimiento a su ingente labor por arrancarnos una sonrisa en tiempos de crisis. Acostumbrados a montar otro tipo de espectáculos, a buen seguro que los españoles no les habríamos reprochado esa actitud. A Toni Cantó, que también suele hacer bastante el payaso, le ha salido un duro contrincante. Habrá quien afirme, no sin razón, que la competencia es buena, pero tratándose de aquellos que velan por los intereses del pueblo, más valdría que la patente de la necedad se distribuyera en forma de monopolio.
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