martes, 16 de octubre de 2012

¿Dónde vas Arturo Mas, dónde vas pobre de tí?


España atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia contemporánea. Por si no teníamos suficiente con la crisis económica, ahora resurge con inusitada fuerza el tema catalán. El presidente de la Comunidad Autonóma de Cataluña, el flemático Artur Mas, ha decidido salir del armario para quedar colgados en las correspondientes perchas el traje de moderado que ha usado hasta la fecha para trocarlo por el de furibundo independentista. Y lo ha hecho como se suelen hacer estas cosas cuando uno lleva tanto tiempo simulando lo que no se es: con una desesperación acompañada de un ímpetu que roza el delirio. Así, aprovechando que las aguas bajan turbias, su gobierno se ha lanzado a la deriva soberanista con la finalidad de parchear sus propios fracasos. Desconoce el bueno de Arturo que el pueblo no es tan dócil ni tan necio como se le presupone desde las atalayas del poder. Lo que estoy convencido es que se sabe al dedillo las encuestas de opinión en las que se refleja que sólo una minoría de catalanes desea un Estado independiente. Pero eso no es obstáculo para que este político menor haya echado a andar por un camino abocado al descalabro más absoluto.

Y todo este espectáculo no se orquesta para complacer los deseos de una mayoría social -ni esas son sus intenciones ni, como ya he dicho, existe tal mayoría-, sino que su objetivo fundamental se centra en obtener rédito político ante las próximas elecciones del 25 de noviembre. Con la excusa de la negativa de Rajoy para darle satisfacción por el pacto fiscal y aprovechando los ecos de la muchedumbre reunida el 11 de septiembre durante la celebración de la Diada, este mesías ha decidido ponerse el mundo por montera haciendo caso omiso a esa gran mayoría de ciudadanos que, sin dejar de sentirse catalanes, quieren seguir perteneciendo a un país llamado España. Y todo ello a pesar de la obsesión de algunos por borrar cualquier vestigio de centralismo: que se lo pregunten a los comerciantes, que no pueden rotular sus negocios en castellano si no quieren exponerse a fuertes multas económicas; o a los alumnos de un sistema educativo que margina la enseñanza en la lengua de Cervantes. Pero parece ser que el señor Mas y su gobierno no están por la labor de trabajar por el bienestar de todos los catalanes, sino simplemente por el de unos pocos dispuestos a seguir sus irracionales delirios de grandeza al estilo de un iluso Francesc Maciá o de un temerario Lluís Companys.

Artur Mas está dispuesto a echarle un pulso al Estado sin importarle el coste económico y político que de ello pueda derivarse. Se supone que sus asesores le habrán advertido que mientras no se reforme el artículo 2 de la Constitución Española, donde se habla de la “indisoluble unidad de la nación española”, y mientras la Ley Orgánica que regula las distintas modalidades de referéndum atribuya al Estado la competencia exclusiva para convocarlos, sus planes no son más que papel mojado, algo así como un Plan Ibarretxe desfasado. El señor Mas está interpretando el papel de víctima que tan buenos resultados le ha dado hasta ahora, presentando a Madrid como el poder opresor de una identidad propia que nadie les niega, pues está reconocida por la misma Constitución que pretenden conculcar. Jamás ninguna Comunidad Autónoma ha tenido el nivel de autogobierno del que goza Cataluña, ni siquiera su admirada Quebec cuenta con las competencias de las que sí dispone la Generalitat. Lo que el señor Mas se cuida mucho de contar es que una Cataluña independiente tendría que afrontar una deuda de 155.000 millones de euros, y eso no hay economía que lo soporte. Mientras tanto, al a espera de si decide internacionalizar el conflicto, no le duelen prendas en pedir al Estado 5.433 millones de euros del fondo de liquidez autonómico para atender sus obligaciones financieras. Es decir, que no quieren formar parte de España según para qué. Ni Josep Tarradellas ni Jordi Pujol se mostraron tan desleales como sí lo está siendo este insensato en unas circunstancias en las que toda la ayuda que se le pueda ofrecer al gobierno de Mariano Rajoy será poca para que desde Europa nos tomen en serio.

 El presidente Mas ya sabe en qué va a quedar todo esto, por eso sería de agradecer que pusiera en práctica el sentido común y la sensatez exigibles a todo representante público. Es falso que exista un conflicto catalán; ésa es la visión que quieren mostrar desde Convergència i Unió para favorecer sus espurios intereses. No todo vale con tal de ganar unas elecciones. Que se dejen de emprender aventuras que no conducen a ninguna parte, pues bastantes focos de tensión tiene abiertos la sociedad española en su conjunto como para venir a caldear el ambiente con uno más. En este sentido, echo en falta las declaraciones por parte de un político al que tengo por moderado y alejado de los extremismos característicos de aquellas latitudes: Durán y Lleida tiene que salir a la palestra y hacer valer su peso específico para rebajar las exigencias de sus compañeros de formación. De lo contrario, la postura radical por parte del gobierno catalán deberá ser respondida por el Estado central con todos los medios legales a su alcance. En este desafío no caben posturas timoratas. Quién sabe si todo esto no nos conducirá a que, por primera vez, veamos la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

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