Hace ya bastante tiempo que me venía
rondando por la cabeza dedicarle un artículo a Pablo Iglesias pero, por unas
cosas o por otras, la inspiración no terminaba de iluminarme, mostrándose
reacia a brotar de mi pluma. El caso es que, con inspiración o sin ella –más
bien lo segundo-, al final me he decidido por aporrear el teclado del ordenador
a ver qué es lo que daba de sí mi desdichado caletre. No es que me preocupe
mucho el hecho de redactar un buen artículo, pues la simpleza y la
superficialidad del personaje tampoco lo requieren, pero por respeto a todos
aquellos que tienen a bien leer este blog voy a intentar poner lo mejor de mí
mismo para que salga algo decente de todo esto. Si al final el resultado es
cutre, espero que sepan perdonarme. No siempre tiene uno a las musas de su
parte y me temo que, en esta ocasión, no han acudido solícitas a mis cantos de
sirena. Supongo que se habrán reservado para mejor ocasión. No las culpo.
Lo primero
que me llamó la atención cuando supe de la existencia de Pablo Iglesias no
fueron ni su cara de niño despistado ni su cuidada y larga cabellera. No. Lo
que más me llamó la atención fue una venturosa coincidencia: que compartiese
nombre y apellido con el fundador del PSOE y la UGT. Ya sé que esto es una
estupidez, pero bueno, aquí lo dejo reflejado como curiosidad. Eso sí, es de
esperar que cuando “coleta morada” siente sus posaderas en el Congreso de los
Diputados no se dedique a verter las mismas amenazas de las que hacía gala su
tocayo allá por los albores del siglo pasado. Y es que –aunque me desvíe un
poco del tema- los socialistas suelen presumir sin reparo cada vez que cacarean
ese falso eslogan sobre los pretendidos cien años de honradez del PSOE. Sí, sí.
Cien años de honradez… y de amenazas. Y si no, que se lo pregunten a don
Antonio Maura, jefe del partido conservador en la oposición, cuando en un
debate en el Congreso celebrado el 7 de julio de 1910, el marxista Paglo
Iglesias se descolgó con estas declaraciones: “Tal ha sido la indignación
producida por la política del gobierno presidido por el Sr. Maura, que los elementos
proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría
suba al poder debemos llegar al atentado personal”. Dos semanas más tarde,
Maura recibió dos disparos, uno en un brazo y otro en un muslo, en la
estación de Barcelona, a la que llegaba en tren procedente de Madrid. Hacía
menos de un mes que el bueno de Pablo –el tipógrafo- había conseguido el acta
de diputado y ya estaba mancillando con su violencia verbal la sede de la
soberanía nacional. Por supuesto, no condenó el atentado contra Maura. Así se
las gastaban los socialistas de entonces.
Pido disculpas por este
pequeño paréntesis histórico, pero a veces hace falta explicar determinadas
circunstancias para poner a cada uno en su sitio. El caso es que, volviendo a
don Pablo –el politólogo y profesor universitario-, su partido ha hecho acto de
presencia en el panorama político patrio con la misma fuerza con la que
terminará por diluirse. Es cierto que en las elecciones al Parlamento Europeo
de mayo del año pasado consiguieron, para sorpresa de propios y extraños, la
nada despreciable cifra de 1.253.837 votos, gracias a los cuales obtuvieron
cinco escaños en Estrasburgo. A partir de entonces se han generado unas lógicas
expectativas típicas de todo aquello que irrumpe con la frescura de lo novedoso
y que, aprovechando las debilidades de un sistema político puestas de
manifiesto por esta interminable crisis económica, ataca sin piedad las
estructuras sobre las que se asienta nuestra democracia sin pararse a pensar en
el daño irreparable que ello puede provocar. Negar, como ha hecho, la ingente
labor desarrollada durante la Transición para dotarnos de una Constitución y de
un sistema de derechos y libertades comparable al más avanzado de los Estados
europeos revela la inconsciencia y la temeridad de quien se atreve a afirma tal
barbaridad. Tratar de echar por tierra y desprestigiar la obra de una de las
etapas más brillantes de nuestra historia es propio de un mentecato como el
señor Iglesias. En honor a la verdad, tampoco debería sorprendernos su osadía
dialéctica, pues poco o nada puede esperarse del hijo de un antiguo militante
de las FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), organización
terrorista surgida de una escisión del Partido Comunista que actuó durante el final
del franquismo y que cuenta en su haber con varios asesinatos. De las cinco
últimas sentencias de muerte dictadas por la dictadura, tres de ellas
correspondían a miembros de esta organización criminal.
No seré yo
quien le niegue méritos al Secretario General de PODEMOS, pero sus evidentes
aciertos se deben más a errores ajenos. Después de la consulta europea, con el
ego y la prepotencia propios de quienes se creen llamados a entrar en la
historia por la puerta grande, despreciando con auténtico desdén los logros
conseguidos a lo largo y ancho de todos estos años, se han dedicado a desplegar
con insultante chulería su plumaje de pavos reales para ver si así nos abducían
con sus pócimas milagrosas y sucumbíamos a su mensaje catastrofista. Evidentemente,
las cosas no van pero que nada bien: la pérdida de derechos sociales, el
lamentable estado de la educación, los casos de corrupción en el PP y una
sanidad manifiestamente mejorable, entre otras cuestiones, no es la mejor
tarjeta de presentación para evitar que estos advenedizos hagan de las suyas.
Yo soy el primero en reconocer que tienen todo el derecho del mundo en su
crítica despiadada y furibunda, pero eso no debería servirles de cuartada, de
caldo de cultivo, para que nos metan el miedo en el cuerpo y se postulen ellos
mismos como los salvadores ante la debacle que se nos vendría encima si no
votamos a su opción redentora. A esta situación han contribuido en gran medida
determinados medios de comunicación –Cuatro y La Sexta, fundamentalmente- que,
desde sus postulados de izquierda han prestado sus altavoces a chavistas de la
categoría de Iñigo Errejón o Juan Carlos Monedero. A todas horas los teníamos
en los programas de televisión sermoneándonos sobre aspectos como la maldad
intrínseca de la casta política, haciendo auténticos juegos malabares para
convencernos de que hay que reducir a cenizas el pasado más reciente para
reconstruir un nuevo edificio despojado de los vicios que afectan al actual. Y
precisamente aquello que contribuyó a catapultarles les ha pasado factura
por la sobreexposición mediática de sus líderes. El progresivo descenso de
votos en las elecciones andaluzas, autonómicas, municipales y catalanas
evidencian la pérdida de fuelle del efecto
PODEMOS en favor de
Ciudadanos, formación ésta liderada por Albert Rivera que, desde un punto de
vista igualmente crítico pero diametralmente opuesto al de Pablo Iglesias y sus
seguidores, está sabiendo atraerse a un amplio sector del electorado sin las
rupturas traumáticas ni las salidas de tono características de los podemitas.
Esta
semana, Mariano Rajoy ha desvelado que las elecciones generales se celebrarán
el 20 de diciembre. Mi oposición ideológica a PODEMOS no llega al extremo de
negar la evidencia de que en esta nueva cita con las urnas los de Pablo
Iglesias seguramente consigan un más que aceptable resultado electoral; quizá
no tan bueno como ellos desean, pero sí es cierto que se van a convertir en una
fuerza política con la suficiente representación parlamentaria como para que su
voz se tenga en cuenta a la hora de diseñar y priorizar una nueva política no
vista en nuestro país hasta ahora. Y eso tiene de positivo el hecho de que se
volverá a imponer el diálogo como herramienta para elaborar las directrices
básicas de esta nueva época. Debemos de una vez por todas superar los viejos
atavismos que han impedido al sistema político español evolucionar como lo han
hecho el de otros países, caminar por una senda de entendimiento que arrincone
para siempre el dañino y visceral antagonismo entre izquierdas y derechas,
entre progresistas y conservadores. En definitiva, hay que hacer todo lo
posible por relativizar los absolutismos, por mandar al baúl de los recuerdos
el lenguaje guerracivilista que algunos se niegan a abandonar. Vivimos un
momento histórico en el que la clase política no puede permitirse la ocasión de
malograr las oportunidades que surgirán a partir del 20 de diciembre. Tengo la convicción
de que la sociedad no les perdonaría que siguiesen empecinados en tirarse los
trastos a la cabeza en lugar de remar todos juntos en pos de un objetivo común:
mejorar las condiciones de vida de un pueblo que se siente, y con razón,
zaherido por una clase política que en la mayoría de las ocasiones se muestra
ajena, cuando no ausente, ante una realidad que clama con insistencia medidas
para paliar los males que la afligen. Dudo mucho que Pablo Iglesias sea la
solución a todos esos males, pero no es menos cierto que puede contribuir a
inaugurar una nueva era que centre sus intereses en las auténticas necesidades
ciudadanas. Esperemos que la realidad de los hechos le haga replantearse sus
posiciones populistas y radicales, porque ello irá no solo en favor de su
partido sino que redundaría en beneficio de todos. Y en todo esto, Pedro Sánchez también tendrá algo que decir. Porque si de lo que se trata
es de aplicar en España las políticas bolivarianas de Nicolás
Maduro en Venezuela, que no cuenten ni con mi voto ni con mi silencio. Bastante
tuvimos ya con sufrir siete años al iluminado de Zapatero como para que ahora intenten
imponernos una mala copia de Hugo Chávez. Aquí nadie está a la espera de ningún
mesías. Lo único que deseamos es seguir confiando, con todo el esfuerzo que
ello implica, en una clase política que ya bastante nos ha defraudado, pero que
no tenemos más remedio que seguir creyendo en ella porque, no nos engañemos, la
política es imprescindible para el funcionamiento del sistema. Eso sí, queremos
a políticos responsables, no a vendehúmos de pacotilla.
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