El pardillo político
es una especie a la que creíamos en peligro de extinción, pues
había transcurrido demasiado tiempo sin que alguno saliera de las
madrigueras en las que se refugian a buen recaudo. Pertenecen al
género conocido como ingenuo, confiado, primo, panoli o, saltándonos
los rodeos sin abandonar la sutileza, tonto de capirote. Hacía años
que no teníamos noticias de su existencia de una forma tan patente
como la que se nos ha manifestado en estos últimos días. Y es que
por lo común el político suele ser de por sí desconfiado, con un
fino olfato que le hace alejarse de situaciones comprometedoras al
más mínimo síntoma de peligro, tarea ésta en la que le secundan a
la perfección la cuadrilla de protegidos, protectores y aduladores
que le acompañan por su discurrir
rutinario. A esta cohorte de tiralevitas no le conviene que
su patrón se vea envuelto en negocios turbios por el simple hecho de
que su fracaso supondría la caída en desgracia de todo el grupo.
Pero siempre hay un individuo que rompe las reglas que caracterizan a
la especie y que desprecian con su comportamiento imprudente los
desvelos de sus leales. En este caso el pardillo de turno ha sido
Santiago Cervera, hasta hace tres días diputado del Partido Popular
y, que se sepa por el momento, honrado servidor de los asuntos
públicos.
Les cuento. Don
Santiago Cervera, pamplonés de 47 años y licenciado en medicina por
la Universidad de Navarra -lo de la titulación académica lo apunto
para dejar constancia de que hasta el más listo de la clase puede
cometer las torpezas más inexcusables- fue alertado por un e-mail
anónimo de un comunicante que aseguraba disponer de información
sensible para destapar ciertos escándalos relacionados con Caja
Navarra, presidida por José Antonio Asiáin, y que si quería
disponer de la misma tendría que acudir a un punto concreto de la
muralla de su ciudad natal donde hallaría un sobre dispuesto en una
de sus aberturas. Al mismo tiempo, Asiáin recibió otro anónimo en
el que le solicitaban 25.000 euros si quería evitar que salieran a
la luz pública determinadas informaciones comprometedoras
relacionadas con su despacho de abogados, debiendo depositar un sobre
con esa cantidad en una de las rendijas de la muralla de marras. El
del PP, en un primer momento, contestó al correo electrónico como
lo haría cualquier mortal con dos dedos de frente y con un mínimo
de sentido común, máxime además si uno goza de la condición de
diputado nacional paseándose como si tal cosa por tierras vascas o
navarras: con desconfianza, puesto que ETA continúa presente por
mucha tregua que se quiera. Así, esgrimió argumentos sobre su
seguridad personal para no seguir las instrucciones que le
conducirían a la consecución de tan preciado tesoro. El segundo, el
presidente de la Caja, no se anduvo con remilgos y puso los hechos en
conocimiento de la Guardia Civil. Mientras tanto, el primero -el
galeno- se lo pensó mejor y al final le pudo más la curiosidad que
su propia seguridad, presentándose en el lugar indicado para recoger
el sobre de la discordia. Para entonces la Guardia Civil ya tenía
montado el correspondiente dispositivo para pillar al insensato con
las manos en la masa. Y así fue cómo el señor diputado, inocente y
necio como él solo, embozado hasta los ojos para evitar ser
reconocido, fue detenido allí mismo por el Benemérito Cuerpo y
posteriormente puesto en libertad con cargos. ¡Menuda trama para la
siguiente novela de Lorenzo Silva, con sus agentes Bevilacqua y
Chamorro siguiendo la pista del banquero, del anónimo y del pobre
Cervera! ¡Dadme una buena ración de chusca realidad que la ficción
siempre podrá esperar!
Cervera, que según
dicen los entendidos tenía una prometedora carrera política, ha ido
predicando por los medios de comunicación, con cara de atolondrado y pose de incrédulo, que él ha sido una víctima más en todo este sainete, que siente
haber picado el anzuelo y puesto en compromiso su credibilidad y la
seriedad del partido bajo cuyas siglas se sienta en el Congreso de
los Diputados. Al parecer, ni Mª Dolores de Cospedal ni otros
significados dirigentes populares le han mostrado el afecto esperado,
y entre lo que podríamos denominar cese-dimisión lo cierto es que
Cervera ha renunciado a su acta de diputado para que este caso sea
ventilado por la justicia ordinaria, y no por el Tribunal Supremo
como correspondería de haberse mantenido en el cargo. Este gesto le
honra, aunque desconocemos si ha sido idea suya o sugerencia de la
cúpula del PP. Sea como fuere, aquél que prometía
con llegar a las más altas cotas en el belicoso mundo de la política ha visto
truncada su progresión por un extraño comportamiento que los
tribunales se encargarán de juzgar. Si al final el asunto queda en
nada, ya no habrá forma humana de poder recuperar la reputación que nunca
debió perder a causa de un desatino impropio de alguien con su
experiencia y formación. La tentación de convertirse en Sherlock Holmes por un día pudo más que la integridad inherente a un representante de la soberanía nacional,
abocando al señor Cervera a protagonizar uno de los ridículos más
espantosos que yo recuerde. Si todo queda en eso, bien empleado le
estará. Si hubiera algo delictuoso... que recaiga sobre sus hombros el
peso de la ley.
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