No se me ocurre algo más
parecido a un segundo entrenador de fútbol que un felpudo: sólo te
acuerdas de él cuando lo pisoteas. Lo que sucede es que hay felpudos
de mejor o peor calidad, al igual que entrenadores de mayor o menor
dignidad. Karanka, sin ninguna duda, se encuentra en este segundo
pelotón, en aquel que no les importa que los humillen un día tras
otro con tal de seguir cobrando un holgado sueldo -a todas luces
inmerecido- y aparecer continuamente en los medios de comunicación
como correa de distribución de su amo. Se ha convertido en pura
marioneta de un tipo que, de no ser por el ego enfermizo que
posee sería, además del mejor entrenador del mundo, una excelente
persona. Pero estas dos características son incompatibles si
hablamos de Mourinho. Que es un entrenador como la copa de un pino
creo que nadie lo pone en duda -ahí está su palmarés para
atestiguarlo-; ahora bien, si para convertirte en un crack es condición indispensable hacer alardes de soberbia,
altanería, arrogancia, vanidad o fanfarronería, ustedes me
perdonarán pero yo por ese aro no paso. Y si para ser el segundo de
abordo de este individuo estás dispuesto a hincarte de rodillas y
obedecer sus dictados a ciegas, entonces es que desconoces el
significado de las palabras dignidad y orgullo. Da un poco de pena y
de vergüenza ajena verte en las ruedas de prensa en las que te
sueltan como sobrero defendiendo lo indefendible. Tal y como se
relata en los versos del Cantar de Mio Cid, bien se te puede aplicar
aquello de “¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!”
Todo el tiempo que
Karanka caliente banquillo junto a Mourinho le pasará una factura
que no estoy seguro de que pueda pagar. El desprestigio en el que ha
incurrido es de tal magnitud en la escala de la vileza moral que nada
ni nadie podrá reponerlo a su estado original. Sus ruines palabras
tras la retirada de Guardiola como entrenador del F.C. Barcelona (“La
liga española ha existido sin Guardiola y seguirá existiendo sin
él”) constituyen el autorretrato perfecto de alguien mezquino e
infame. Aitor podías haber mostrado un poco más de respeto por un
compañero que, aunque pertenezca al club rival de toda la vida, sólo
por lo que ha conseguido como entrenador merece la consideración que
toda la profesión le reconoce; todos menos tú, claro. El día que
consigas igualar los títulos que acumula el de Sampedor podrás
referirte a él con ese desdén tan típico de los que padecen
complejo de inferioridad, pero de momento y como mínimo le debes
pleitesía. Pues bien, a este personaje se le concedió hace dos
días la Insignia de Oro por parte del Comité Alavés de
Entrenadores. Se ve que por tierras vitorianas andan escasos de
entrenadores de reconocido prestigio, porque no me puedo explicar qué
méritos reúne Karanka para ser merecedor de tal distinción. Si
hace falta habría estado dispuesto a falsificar la partida de
nacimiento de don Vicente del Bosque -¡este sí que es un señor,
marqués y todo, oigan!- con tal de que el galardón
recayera en manos más dignas, siempre que acto seguido hubiera
recobrado de nuevo el gentilicio salmantino, que no es mi intención
enfadar a tan ilustre ciudad castellana. O ya puestos, sin necesidad
de perpetrar ninguna falsedad, que se hubiera declarado desierto ante
la falta de candidatos ilustres. En fin, cualquier cosa antes
de que se lo otorgaran al amigo Aitor. Por eso, a ver si con un poco
de suerte la mesnada lusa abandona la casa merengue al final de
temporada y te marchas con ellos. Cuando eso ocurra ya nadie se
acordará de ti, ni para bien ni para mal. Esa será tu condena:
habrás pasado por la historia del Real Madrid totalmente
desapercibido. Y es que un segundón sin personalidad no merece más
que la indiferencia.
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