martes, 8 de enero de 2013

Con el permiso de Vuestra Majestad


Televisión Española llevaba varios días promocionando la entrevista que el mítico periodista Jesús Hermida había mantenido con Don Juan Carlos con motivo del setenta y cinco aniversario del monarca. Se nos prometía que sería una cita histórica, pues era la primera vez que el Rey hablaba en ese formato para una televisión. Se suponía que media España se congregaría en torno al televisor para escuchar lo que Su Majestad tenía que contarle al pueblo español en un tono menos solemne que el usado en los discursos de Nochebuena, sin rehuir los temas más polémicos que sacuden a nuestra sociedad: descrédito de la clase política, deriva independentista de Cataluña, crisis económica, paro y el caso Urdangarín entre otros asuntos. Decía el director de los Servicios Informativos, Julio Somoano, en la presentación de la entrevista que la misma había sido perseguida durante más de una década y que su materialización constituía un hito que formaría parte de la Historia de España. Así es como se nos vendía el producto. La realidad, sin embargo, ha sido bien distinta. Y es que cuando las expectativas depositadas son tan altas se corre el riesgo de sufrir un fracaso estrepitoso. Este, por desgracia, ha sido el caso.

   La entrevista se grabó el 27 de diciembre y fue emitida en horario de prime time la noche del viernes 4 de enero, víspera del cumpleaños del Jefe del Estado. Y allí, en el Palacio de la Zarzuela, se encontraron la verborrea del periodista y la parquedad del monarca. Desde los primeros instantes se vio que Hermida, que ha sido cocinero antes que fraile y que tuvo el privilegio de retransmitir la llegada del hombre a la luna en aquella televisión en blanco y negro de un 21 de julio de 1969, se olvidó del noble oficio que ha ejercido tan brillantemente durante tantos años para, en algo más de veinte minutos, echar por tierra toda una trayectoria profesional para interpretar el papel menos decoroso de cortesano adulador. Ni Jaime Peñafiel en sus mejores tiempos le habría dedicado tantas loas y alabanzas como hizo don Jesús en la noche de autos. Desconozco si era estrictamente necesario, teniendo en cuenta la finalidad perseguida de buscar la cercanía de la Corona con el pueblo, que se dedicara tanta retahíla de “Vuestra Majestad” a cada preguntaba que se formulaba, dando la sensación como si el Rey viniera de otro planeta o perteneciera a otra época. El hecho es que tanto formalismo desvirtuó el experimento. Más que a las palabra del Rey, los espectadores estábamos más atentos a los gestos y la entonación de Hermida: sólo faltó que se hincara de rodillas, inclinara la cabeza con gesto enérgico y besara la mano de Don Juan Carlos. Algunos llegamos a pensar que lo haría, lo cual hubiera sido un momento apoteósico, idóneo por otra parte para sacar a la audiencia del letargo soporífero en que nos hallábamos ante un cuestionario plagado de interrogantes trasnochados y caducos. Eso sí que nos hubiera traído de vuelta de nuestro paseo lunar.

Se ha perdido una extraordinaria ocasión para escuchar por boca del Rey referirse a los temas que preocupan de verdad a los españoles, puesto que lo de recrearse en los méritos logrados durante treinta y siete años de reinado bien podría haberse dejado para un documental como Dios manda, que para eso los de Informe Semanal sí son unos fenómenos. Pero como uno no tiene ocasión todos los días de sentar al Monarca a su mesa para preguntarle sobre el presente y el futuro de nuestro país, tanto desde los Servicios Informativos de TVE como desde el gabinete de comunicación de Zarzuela han estado torpes a la hora de enfocar este decepcionante acontecimiento. No es que le neguemos al Rey la posibilidad de elogiar los valores que nos han llevado a culminar con éxito la transición de una dictadura a una democracia, ni mucho menos, lo que sucede es que se esperaba demasiado de este encuentro como para haberlo desaprovechado de esta manera tan absurda. Es como si David Frost, en las cuatro entrevistas que mantuvo con Richard Nixon, se hubiera limitado a dorarle la píldora recordándole los éxitos logrados durante su presidencia sin hacer mención al escándalo del Wategarte. Pues algo parecido es lo que ha ocurrido aquí, así que habrá que esperar otros doce o quince años para que se nos vuelva a plantear una nueva oportunidad. Por otra parte me deja perplejo que, teniendo en cuenta que la entrevista se grabó el 27 de diciembre y que no se emitió hasta pasados ocho días, nadie reparara en que el resultado de tantos esfuerzos periodísticos era algo insulso, anodino, insustancial, que no aportaba nada nuevo. No hay que ser un catedrático en Teoría de la Comunicación para darse cuenta que esto, más que lavado de cara para la Monarquía, iba a suponer un lastre más para la imagen de una institución que no pasa por sus mejores momentos. Y todo esto lo dice un monárquico convencido como yo, no sólo juancarlista, que contempla con estupor cómo el símbolo de la unidad y permanencia del Estado pierde popularidad a través de vías de agua abiertas por un malhadado yerno que ha puesto en jaque a siglos de tradición. Por eso, insisto en una idea que ya he planteado en otras ocasiones: si algún día llega la III República no será por méritos propios sino por errores ajenos.


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