Me entero por la prensa
regional que el pasado 26 de octubre, durante el debate en la
Asamblea de Extremadura sobre la enmienda a la totalidad presentada
por el PSOE al proyecto de presupuestos de la Junta, se mentó en
vano a la madre del presidente de la Cámara, Fernando Manzano. El
socialista Antonio Gómez Yuste, después de ser apercibido, no tuvo otra ocurrencia que mostrar su
desacuerdo sacando a relucir su vasto repertorio dialéctico,
bisbiseando lindezas del tipo “me cago en tu puta madre, hijo
puta”. He ahí los lúcidos argumentos esgrimidos por la oposición
en referencia a quien encarna al Poder Legislativo en nuestra Comunidad Autónoma. Y eso lo dice el que fuera
portavoz de la Comisión de Educación durante la anterior
legislatura (¡hay que joderse!, con perdón) y el que tuvo el honor
de presidir el pleno constituyente de la VIII legislatura de la
Asamblea de Extremadura. Si me permites, Antonio, a la espera de que
no te moleste este tuteo que me sale de forma espontánea, creo que
tu actitud no ha sido nada progresista: responder con la ofensa
personal ante una simple llamada de atención le retratan a uno,
cuando menos, de poco tolerante.
Además de mal hablado, este sutil diputado nos
ha salido un poco mentirosillo. En un primer momento, como al niño
que se coge in fraganti en una de sus travesuras, negó las
acusaciones alegando que la esmerada educación que le habían dado
sus padres le impediría proferir semejante sarta de improperios,
siendo él el primer sorprendido si se comprobase que ha dicho lo que
perjura que no ha manifestado. Así, y una vez comprobadas la
veracidad de sus blasfemias gracias
al circuito de televisión de la Asamblea, me atrevo a recomendarle
al señor Gómez Yuste que, para no exponerse a ser pillado
nuevamente en bragas, ponga en práctica el desacostumbrado esfuerzo de contar
hasta tres antes de deleitarnos con su proverbial verbo, no vaya a
ser que se vuelva a ver en una tesitura parecida y tenga que
desmentir lo que todos han oído que decía, menos él. No le
exigimos que, como orador, esté a la altura de un Cánovas del
Castillo, de un Azaña o, ni mucho menos, de un Castelar; únicamente
demandamos que en la sede de la soberanía popular se predique con el
ejemplo y sus componentes hagan gala del decoro y de un
comportamiento cívico exigibles desde el presidente hasta el último
de los ujieres. Lo suyo ha sido una salida de pata de banco tan burda
y tan soez que no alcanza siquiera la categoría de anécdota
parlamentaria, género periodístico encumbrado a los altares por el
genial Luis Carandell que, de continuar con vida, lo desecharía con
desdén en una supuesta ampliación de su obra “Se abre la sesión”.
¿Y qué hay de la auténtica agraviada en todo
esto? Me refiero a la madre del Presidente de la Asamblea, a la
señora Paca. ¿Qué habrá pensado esta buena mujer después de escuchar tamaña ordinariez por boca de uno de los representantes del pueblo
extremeño? Pues supongo que algo parecido, aunque el contexto sea
diferente, de aquello que dijo en su día el Conde de Romanones
cuando, presentada su candidatura como académico de la lengua, su
secretario le informó de que ninguno de los miembros de la Real
Academia lo había votado para formar parte de la Docta Casa a pesar
de que todos le habían prometido que sí lo harían: “¡Qué
tropa, joder, qué tropa!” Las reflexiones de la señora Paca
tampoco andarán muy lejos del afamado “¡Manda huevos” de
Federico Trillo. La triste conclusión de este episodio menor se basa
en la evidencia de que hay diputados a los que les queda grande la
responsabilidad encomendada por el pueblo, pues careciendo de la
capacidad para representarse a ellos mismos no pueden aspirar a
representar con dignidad a toda una región. Por decencia personal y
por decoro institucional, sería menester solicitar del señor Yuste
que dimitiera de todos sus cargos, así no olvidará que la
corrección y la cortesía no están reñidos con el encono
partidista.
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