jueves, 7 de mayo de 2015

El hijo del pescador



 
    Y el maestro se nos fue, sin hacer ruido, rodeado de sus seres queridos, escuchando cómo una de sus chicas le recitaba en su lecho de muerte versos de Juan Ramón Jiménez y le ponía canciones de los Beatles. Este lunes, 4 de mayo, ha muerto Jesús Hermida, icono del periodismo español que, gracias a un estilo propio, inconfundible y -pese a todo- inimitable, se convirtió en referente de la profesión y en centro de admiración para una legión de seguidores a los que nunca dejaba indiferentes. Tocó todos los palos -prensa, radio y televisión-, pero fue este último medio el que lo encumbró a los altares del estrellato. Fue el encargado de retransmitirnos, desde la recién inaugurada corresponsalía de Televisión Española en Nueva York, el hito de la llegada del hombre a la luna, el desastre de la guerra de Vietnam o el escándalo del Watergate, acontecimientos históricos que le harían inolvidable en el imaginario popular. De imponente figura y singular y rebelde flequillo, su no menos característica voz se ha apagado a los setenta y siete años de edad. Muy pocos han contado con el cariño de la audiencia, siendo uno de los escasos privilegiados a los que el público consideraba como uno de lo suyos gracias a su cercanía y credibilidad.


    Cuando Ana Blanco anunció, casi al final del Telediario, que había muerto el hijo del pescador, resultó inevitable que se me vinieran a la mente su verbo preciso, pausado y profundo en busca del mayor número de sinónimos posibles que reflejaran la realidad que con tanto empeño se esforzaba en dibujarnos; sus escorzos físicos, más propios de un equilibrista que de un presentador de televisión, con la cabeza para un lado, las piernas para otro, los brazos para el contrario... y el flequillo a su aire, sin por ello perder la armonía del conjunto; su andar parsimonioso por los platós, cabeceando con las manos metidas en los bolsillos; su mirada escrutadora – a veces fulminante- dedicada a unos invitados siempre agradecidos ante la galante cortesía del entrevistador. Historia viva de la televisión hasta hace unos días, nadie mejor que él supo dar fe con pasión de unos acontecimientos que él mismo contribuyó a engrandecer con su propio sello de hacer periodismo. Si hubiera nacido en Estados Unidos, los americanos -que para esto de alabar méritos ajenos tienen menos complejos que los europeos- lo situarían a la altura del mismísimo Walter Cronkite. Aún así, sin que sirva de precedente, creo que su figura sí recibió en vida el reconocimiento merecido. Y es que ante la evidencia de su talento no quedaba más remedio que rendirse, a pesar de que ese talento se pusiera en duda con motivo de la entrevista al Rey Juan Carlos por su setenta y cinco cumpleaños. Dicen quienes lo conocieron que le dolieron las críticas y que se retiró disgustado con una profesión que no le perdonó ese tropiezo. Sea como fuere, Don Jesús, siempre nos quedará la luna.

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