¡Queridos electores, ya falta menos para la gran
cita! Por si alguno anda un poco despistado, me permito recordarle
que hasta el veinticuatro de mayo los políticos estarán más pendientes de nosotros que nosotros de ellos. Ya ha comenzado la campaña electoral de cara a
las elecciones autonómicas y municipales, así que preparémonos
para el mayor espectáculo del mundo. El circo que se avecina, con
nuestros representantes haciendo juegos malabares de la más variada índole y
alardeando de un repertorio de artimañas que ya hubieran querido
para sí los pícaros del siglo de oro de las letras españolas,
tiene por primordial y exclusivo objetivo sentar sus inquietas
posaderas en asambleas legislativas y ayuntamientos. Nada les
parecerá suficiente con tal de que el voto que depositemos en las
urnas lleve impresa las siglas del partido por el que se presentan.
Nos prometerán de todo, y en esa carrera por ofrecer las ocurrencias más inverosímiles y disparatadas, pugnarán
denodadamente en una lucha sin cuartel que no conocerá descanso.
Así que, no se extrañen en demasía si ven al presidente del
gobierno -al que algún liberal despechado gusta referirse como Marianín-
montado en bicicleta con un estilo entre lo grotesco y lo
impresentable; o a Monago, emulando a su líder nacional, acompañado
de sus feligreses dando pedaladas en un gimnasio y anunciando no sé
qué medidas para que a los dueños de estos locales no se les haga
tan cuesta arriba esto de la crisis; o a los señores Vara y Pedro
Escobar besando por doquier a niños, ancianos y demás incautos
viandantes que tengan el infortunio de cruzarse en sus caminos.
Hasta el día de las elecciones seremos cortejados por estos extraños
seres, a quienes no les importará perder la escasa dignidad que les quede para suplicarnos que confiemos ciegamente en ellos y les hagamos entrega de las riendas de nuestro futuro.
Alguno de entre el pueblo llano habrá quien se atreva a levantar el
dedo acusador y les reproche la mala costumbre que tienen de que sólo
se acuerden de nosotros única y exclusivamente para estos
menesteres. No teman, no les pondrán en ningún compromiso ni les
van a sacar los colores, como sí ocurriría con una personal que se
tuviera por normal: ellos se limitarán a esbozar una sonrisa
bobalicona, paternalista incluso, y nos despacharán con una
palmadita en la espalda al tiempo que nos jurarán que eso que
les imputamos son menudencias del pasado que no se volverán a
repetir, estando dispuestos a jugarse su honor en el envite. Y el
caso es que el susodicho, con toda su cara dura y con ese hipócrita
gesto, habrá calmado su conciencia hasta las siguientes elecciones
aprovechándose de la flaca memoria de la que hacemos gala los
administrados.
Parece ser que, en esta nueva convocatoria, la
cosa no pinta del todo bien para los partidos tradicionales. PP y
PSOE han visto cómo de un tiempo a esta parte han aparecido
formaciones minoritarias (UpyD, Podemos, Ciudadanos y Vox,
fundamentalmente) que han levantado bandera contra los malos usos
generados por un sistema
que ha sido pervertido por quienes tienen la obligación de mantener
un comportamiento intachable. Hay incluso algún que otro
salvapatrias con coleta que utiliza torticeramente esas debilidades
para deslegitimarlo de raíz, restando méritos al esfuerzo realizado
en su día para dotar a nuestro país de un repertorio de derechos y
libertades a la altura de las naciones más avanzadas de nuestro
entorno. Es evidente que el natural descontento generado como consecuencia de
la crisis económica implicará la disminución de los apoyos que
recibirán los partidos de la casta, como los llama el tal Pablo
Iglesias – el mismo que parece poseer la receta mágica para
construir un mundo mejor- , pero dudo de que tengan la fuerza
suficiente como para descabalgar de las poltronas a esos que llevan
media vida chupando del bote, sin más oficio conocido que reírle las gracias a su líder de turno para no perder el puesto en las
listas electorales. Por eso digo que está más que justificado que
el cuerpo electoral se replantee sus opciones y base sus
esperanzas de cambio y regeneración en esta nueva hornada de políticos jóvenes y
preparados que pretenden dar una vuelta de tuerca a todo lo que
representa la Constitución de 1978. Ahora bien, no debemos caer en
la trampa de dejarnos alienar por los cantos de sirena de quienes
pretenden socavar los cimientos de la democracia colocando cargas de
profundidad en los pilares de un sistema
más o menos imperfecto construido de forma modélica sobre las
cenizas de una dictadura, aunque democracia al fin y al cabo. Lo que
hay que hacer es unificar esfuerzos para corregir esas
desviaciones y, sobre todo, trabajar para paliar los verdaderos
problemas de los ciudadanos. Que los políticos se dejen de tantas
alharacas, de tantas fotos de cara a la galería, de tanta falsedad y
poses estudiadas al milímetro y se dediquen a resolver lo que de
verdad preocupa a la gente. Mientras eso no suceda seguiremos
desconfiando, con razones más que sobradas, de nuestra clase
política, considerándola como un elemento perturbador en lugar de
hacerse acreedora de uno de los papeles principales para afrontar con
garantías de éxito el momento crucial que nos está tocando sufrir.
Hay quienes vaticinan que el veinticuatro de mayo
se sentarán las bases de una nueva forma de hacer
política, no solo por el hecho de que entren en escena
protagonistas diferentes de los que lo venían haciendo hasta ahora,
sino porque parece ser que el pueblo – a base de palos- ha dejado
atrás esa proverbial inocencia que lo caracterizaba, perdonando los
deslices y corruptelas de sus representantes, aceptando a pie
juntillas las disculpas que de cuando en cuando hacían aquéllos cuando les pillaban con las manos en la masa, aunque lo hicieran más por
temor a represalias que por convicciones morales. Ahora ya no hay medias tintas que valgan y
no se está dispuesto a pasar ni una más por alto, sobre todo
cuando el paro está por las nubes y a la gente la desahucian de sus
casas por no poder pagar la hipoteca. Hasta aquí hemos llegado. Ya
no nos conformamos ni con buenas palabras ni con las mejores
intenciones de quienes están llamados a regir nuestro destino: lo
que cuenta es la consecución de los resultados propuestos, que
nuestros impuestos reflejen un nivel de servicios acorde con lo que
se supone que debería ser un país de primera línea en cuanto a
conquistas sociales se refiere. Entramos en una nueva época en que
la maquinaria política se tiene que cuidar muy mucho a la hora de,
entre otras cosas, elaborar sus programas electorales, puesto que
los ciudadanos vamos a exigir el cumplimiento íntegro de los mismos
si es que quieren volver a contar con nuestro apoyo. De lo contrario,
acudiremos como almas que persigue el diablo a esas otros
alternativas partidistas, más que por creer en su ideario, por
aglutinar en su entorno el voto de castigo a los
partidos tradicionales. Esta es la última oportunidad del vigente
sistema para purgar los errores y excesos del pasado.
Confiemos en que, tal y como ha sucedido hasta ahora, todo esto no se convierta en un
tenderete en el que se ofrezcan carguillos y escaños al mejor
postor. Por eso, juntemos los dedos y apelemos a la responsabilidad
para que nuestros representantes estén a la altura de las
circunstancias y no nos defrauden una vez más. Lo comprobaremos
en algo menos de dos semanas.
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