jueves, 14 de mayo de 2015

Un país en almoneda


 ¡Queridos electores, ya falta menos para la gran cita! Por si alguno anda un poco despistado, me permito recordarle que hasta el veinticuatro de mayo los políticos estarán más pendientes de nosotros que nosotros de ellos. Ya ha comenzado la campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas y municipales, así que preparémonos para el mayor espectáculo del mundo. El circo que se avecina, con nuestros representantes haciendo juegos malabares de la más variada índole y alardeando de un repertorio de artimañas que ya hubieran querido para sí los pícaros del siglo de oro de las letras españolas, tiene por primordial y exclusivo objetivo sentar sus inquietas posaderas en asambleas legislativas y ayuntamientos. Nada les parecerá suficiente con tal de que el voto que depositemos en las urnas lleve impresa las siglas del partido por el que se presentan. Nos prometerán de todo, y en esa carrera por ofrecer las ocurrencias más inverosímiles y disparatadas, pugnarán denodadamente en una lucha sin cuartel que no conocerá descanso. Así que, no se extrañen en demasía si ven al presidente del gobierno -al que algún liberal despechado gusta referirse como Marianín- montado en bicicleta con un estilo entre lo grotesco y lo impresentable; o a Monago, emulando a su líder nacional, acompañado de sus feligreses dando pedaladas en un gimnasio y anunciando no sé qué medidas para que a los dueños de estos locales no se les haga tan cuesta arriba esto de la crisis; o a los señores Vara y Pedro Escobar besando por doquier a niños, ancianos y demás incautos viandantes que tengan el infortunio de cruzarse en sus caminos. Hasta el día de las elecciones seremos cortejados por estos extraños seres, a quienes no les importará perder la escasa dignidad que les quede para suplicarnos que confiemos ciegamente en ellos y les hagamos entrega de las riendas de nuestro futuro. Alguno de entre el pueblo llano habrá quien se atreva a levantar el dedo acusador y les reproche la mala costumbre que tienen de que sólo se acuerden de nosotros única y exclusivamente para estos menesteres. No teman, no les pondrán en ningún compromiso ni les van a sacar los colores, como sí ocurriría con una personal que se tuviera por normal: ellos se limitarán a esbozar una sonrisa bobalicona, paternalista incluso, y nos despacharán con una palmadita en la espalda al tiempo que nos jurarán que eso que les imputamos son menudencias del pasado que no se volverán a repetir, estando dispuestos a jugarse su honor en el envite. Y el caso es que el susodicho, con toda su cara dura y con ese hipócrita gesto, habrá calmado su conciencia hasta las siguientes elecciones aprovechándose de la flaca memoria de la que hacemos gala los administrados.

    Parece ser que, en esta nueva convocatoria, la cosa no pinta del todo bien para los partidos tradicionales. PP y PSOE han visto cómo de un tiempo a esta parte han aparecido formaciones minoritarias (UpyD, Podemos, Ciudadanos y Vox, fundamentalmente) que han levantado bandera contra los malos usos generados por un sistema que ha sido pervertido por quienes tienen la obligación de mantener un comportamiento intachable. Hay incluso algún que otro salvapatrias con coleta que utiliza torticeramente esas debilidades para deslegitimarlo de raíz, restando méritos al esfuerzo realizado en su día para dotar a nuestro país de un repertorio de derechos y libertades a la altura de las naciones más avanzadas de nuestro entorno. Es evidente que el natural descontento generado como consecuencia de la crisis económica implicará la disminución de los apoyos que recibirán los partidos de la casta, como los llama el tal Pablo Iglesias – el mismo que parece poseer la receta mágica para construir un mundo mejor- , pero dudo de que tengan la fuerza suficiente como para descabalgar de las poltronas a esos que llevan media vida chupando del bote, sin más oficio conocido que reírle las gracias a su líder de turno para no perder el puesto en las listas electorales. Por eso digo que está más que justificado que el cuerpo electoral se replantee sus opciones y base sus esperanzas de cambio y regeneración en esta nueva hornada de políticos jóvenes y preparados que pretenden dar una vuelta de tuerca a todo lo que representa la Constitución de 1978. Ahora bien, no debemos caer en la trampa de dejarnos alienar por los cantos de sirena de quienes pretenden socavar los cimientos de la democracia colocando cargas de profundidad en los pilares de un sistema más o menos imperfecto construido de forma modélica sobre las cenizas de una dictadura, aunque democracia al fin y al cabo. Lo que hay que hacer es unificar esfuerzos para corregir esas desviaciones y, sobre todo, trabajar para paliar los verdaderos problemas de los ciudadanos. Que los políticos se dejen de tantas alharacas, de tantas fotos de cara a la galería, de tanta falsedad y poses estudiadas al milímetro y se dediquen a resolver lo que de verdad preocupa a la gente. Mientras eso no suceda seguiremos desconfiando, con razones más que sobradas, de nuestra clase política, considerándola como un elemento perturbador en lugar de hacerse acreedora de uno de los papeles principales para afrontar con garantías de éxito el momento crucial que nos está tocando sufrir.

  Hay quienes vaticinan que el veinticuatro de mayo se sentarán las bases de  una nueva forma de hacer política, no solo por el hecho de que entren en escena protagonistas diferentes de los que lo venían haciendo hasta ahora, sino porque parece ser que el pueblo – a base de palos- ha dejado atrás esa proverbial inocencia que lo caracterizaba, perdonando los deslices y corruptelas de sus representantes, aceptando a pie juntillas las disculpas que de cuando en cuando hacían aquéllos cuando les pillaban con las manos en la masa, aunque lo hicieran más por temor  a represalias que por convicciones morales. Ahora ya no hay medias tintas que valgan y no se está dispuesto a pasar ni una más por alto, sobre todo cuando el paro está por las nubes y a la gente la desahucian de sus casas por no poder pagar la hipoteca. Hasta aquí hemos llegado. Ya no nos conformamos ni con buenas palabras ni con las mejores intenciones de quienes están llamados a regir nuestro destino: lo que cuenta es la consecución de los resultados propuestos, que nuestros impuestos reflejen un nivel de servicios acorde con lo que se supone que debería ser un país de primera línea en cuanto a conquistas sociales se refiere. Entramos en una nueva época en que la maquinaria política se tiene que cuidar muy mucho a la hora de, entre otras cosas, elaborar sus programas electorales, puesto que los ciudadanos vamos a exigir el cumplimiento íntegro de los mismos si es que quieren volver a contar con nuestro apoyo. De lo contrario, acudiremos como almas que persigue el diablo a esas otros alternativas partidistas, más que por creer en su ideario, por aglutinar en su entorno el voto de castigo a los partidos tradicionales. Esta es la última oportunidad del vigente sistema para purgar los errores y excesos del pasado.  Confiemos en que, tal y como ha sucedido hasta ahora, todo esto no se convierta en un tenderete en el que se ofrezcan carguillos y escaños al mejor postor. Por eso, juntemos los dedos y apelemos a la responsabilidad para que nuestros representantes estén a la altura de las circunstancias y no nos defrauden una vez más. Lo comprobaremos en algo menos de dos semanas.


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