Campa por Malpartida de Cáceres un muchacho espigado, de piel morena
adornada con algún que otro tatuaje, barba desaliñada de tres días -o más, que
en esto no pongo la mano en el fuego-, atuendo informal, andares desenvueltos,
rostro taciturno -sobre todo cuando por su mente sobrevuela la idea de una nueva
novela- y con una mirada cargada de verdad, auténtica, risueña la mayoría de
las veces, soñadora. Es fácil encontrárselo por cualquiera de sus calles con
un cigarrillo de liar entre la comisura de los labios, apurando apresuradas
caladas hasta casi quemarse las yemas de los dedos. Cualquiera que, sin
conocerlo, se cruzase con él podría pensar que es uno de tantos jóvenes que
llevan una vida aseadita, tirando a anodina, de esos que se levantan para ir a
trabajar, hacen un alto en el camino para comer y vuelven de nuevo al tajo
hasta que dan las ocho o las nueve de la noche, deseando llegar al hogar
familiar donde le esperan parienta y vástagos. Es decir, rutina vulgar y
corriente, sin sobresaltos, como la mayoría de la gente que nos rodea y con la
que coincidimos a diario. Pero qué va, todo lo contrario. Así que ese mismo
tipo volverá a toparse con él cualquier otro día de la semana mientras se
toma unas cañas en la plaza de la Nora, en Casa Suárez, en Los Puris o donde se
tercie -que para eso Malpartida alberga magníficas tascas en las que aliviar el
gaznate en buena compañía-, y reincidirá en la torpeza de extraer la misma
conclusión, y seguirá sin saber que el careto del que ocupa dos mesas más
allá de la suya, sorbiendo cerveza con igual o mayor maestría de la que demuestra
manejando la pluma, es el de alguien que acaba de culminar la proeza de
publicar su tercera novela; no tendrá ni idea de que tiene ante sí a un
escritor hecho y derecho, de una pieza, al que le adornan, entre otras
virtudes, el tesón por conseguir todo aquello que se propone, lo cual es de
admirar teniendo en cuenta que da rienda suelta a sus musas en los ratos libres
que le dejan su trabajo y el cuidado de los dos churumbeles habidos en su
relación con Laura, compañera fiel y depositaria de los desvelos de quien se
dedica al noble oficio de las letras. Y entonces será el momento de espetarle a
ese indocumentado que se deje de tanto cazar pokemons y se informe un poco más
sobre la actualidad cultural de su pueblo, pues a estas alturas es imperdonable que
Diego César Pedrera pase desapercibido entre sus vecinos.
Cada vez son menos los malpartideños que desconocen esta faceta de César,
aunque solo sea por el hecho de que el pasado viernes tuvo lugar, en el
acogedor bar De Cine, la presentación de Esos valientes extremeños, la
última de sus creaciones literarias. Y allí nos congregamos un puñado de
seguidores y admiradores, en reconocimiento a una encomiable labor de
investigación, documentación y redacción de las biografías de insignes
extremeños a los que la historia ha tratado de manera desigual: unos recordados
en buena dicha, como el ramillete de exploradores y conquistadores que cruzaron
el charco en busca de gloria, fama y fortuna (Hernán Cortés, Vasco Núñez de
Balboa, Francisco Pizarro, Hernando de Soto o Francisco de Orellana); y otros
desterrados incluso del imaginario popular, como ha sucedido con Feliciano
Cuesta, Francisco Fernández Golfín, los hermanos Morales, Martín Cerezo, José
Antonio Sarabia o Chico Cabrera. Todo ellos protagonizaron gestas
memorables, pero el paso de los años ha hecho que solo unos pocos engrosaran el
listado de quienes debían figurar en el frontispicio de los héroes nacionales.
Y ese, precisamente, ha sido uno de los objetivos perseguidos en esta novela,
el de vindicar y sacar a la luz las hazañas de un conjunto de paisanos
injustamente olvidados, amén de recrearse en las aventuras de aquellos otros
que el lector ya conoce de sobra -siquiera sea de oídas-, pero que nunca está
de más volver a evocar bajo el estilo fresco, didáctico y desenfadado de
nuestro autor, despojado de academicismos pero con el rigor que exige una
empresa de este calado. Como dijo César durante la presentación, si los
americanos tuvieran sólo a un par de estos valientes entre sus compatriotas, el
coñazo que darían – y ya lo dan bastante- sería insoportable. Nosotros, que sí
contamos con ellos, resulta que les pagamos con la moneda de la indiferencia y
los enterramos bajo el ingrato manto del ostracismo. Un pueblo no puede ignorar
a aquellos próceres que dieron lustre y realce a esta Extremadura nuestra, y es
por eso por lo que les animo a que se adentren en la lectura de estas páginas
que narran con pasión y maestría los avatares de unos hombres que hicieron
historia; páginas que deben mucho a las excelentes ilustraciones realizadas por Jesús García, genio y figura que también dará mucho que
hablar.
Gracias amigo por tu apoyo y sincera amistad.
ResponderEliminarDiego C. Pedrera
Qué menos, don César, que dedicar unas líneas en reconocimiento a ese talento natural que demuestras para la escritura.Tiene mucho mérito lo que haces. Un saludo.
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