Este sábado
catorce de abril se conmemoraba el 81 aniversario de la proclamación de
la Segunda
República española. Ese mismo día, para que luego digan que no existen
las casualidades, los medios de comunicación bullían como hacía mucho tiempo
que no se recordaba ante la noticia de que Don Juan Carlos había sufrido una
caída en Botswana mientras cazaba elefantes. ¡Ah!, ¿pero es que el rey estaba
en África? A lo que se ve, sí. Lo desconocía, incluso, el Gobierno, en un acto
de descoordinación impropia de las circunstancias. Ahora ya se entiende por qué
el monarca no había acudido a visitar a su nieto a la clínica Quirón de Madrid
desde que ingresó tras el accidente que sufrió al autolesionarse en un pie con
un arma de fuego. ¿Y la reina? Pues hasta esta mañana estaba en Grecia; se ha
pasado media horita por el hospital para la visita de rigor. ¡Cuántos estarán
echando de menos la mano izquierda de Don Sabino Fernández Campo!
Ni todas las
actividades antimonárquicas de los últimos años han logrado un efecto tan
demoledor para la imagen de la Corona como la instantánea del rey posando
con el mastodóntico cadáver del paquidermo; ni siquiera los escándalos
protagonizados por Urdangarín han ocasionado semejante estropicio. Con la que
está cayendo en España, con una crisis económica galopante a la que no se le
atisba un final inmediato, con la prima de riesgo por las nubes, con una tasa
de paro escandalosa, con rumores constantes de rescate y con la peronista
Cristina Fernández de Kirchner apunto de nacionalizar la filial de Repsol en
Argentina, Su Majestad no ha tenido mejor ocurrencia que irse a pegar unos
tiros a África. Lo ha hecho de tapadillo, sin avisar a nadie. Su mala pata lo
ha delatado, desvelando que todos conociéramos dónde estaba pasando el tiempo
mientras el país deambula por una delicada espiral de decadencia. Que tiene
derecho al ocio y al esparcimiento, sí; pero que debe escoger la oportunidad del momento en que
puede disfrutar de sus hobbies, también. De nada sirven las explicaciones de
que el safari en cuestión haya sido pagado por un grupo de empresarios, sin coste alguno para el erario público. El daño es ya irreparable. ¡Qué
buena materia prima habría hallado Castelar para dar contenido a su celebérrmio
artículo “El Rasgo”!
Si la Tercera República
hace su aparición no será por la fuerza de sus ideas, sino por la debilidad de la Corona. España , a
pesar de todo, es monárquica, no sólo “juancarlista”. Algunos pregonan que ha
llegado el momento de que el rey abdique en el Príncipe de Asturias, ahora que
todavía quedan monárquicos, especie que, a este paso, corre el riesgo de ser
declarada en extinción. Aunque el rey disfrutara de buena salud, que no es el
caso, sus setenta y cuatro años aconsejan que vaya dejando sitio al heredero para
que empuñe el cetro, ciña la corona y se aposente en el trono de sus antepasados.
Hoy más que nunca tienen aplicación las palabras pronunciadas por el Almirante
Aznar, último Jefe de Gobierno de Alfonso XIII cuando, a la salida del Palacio
de Oriente, tras las elecciones municipales del 12 abril de 1931 y a preguntas
de los periodistas de cuál era la situación después del apogeo de las
izquierdas, el militar se limitó a responder: “España se ha acostado monárquica
y se ha levantado republicana”. La conducta poco edificante de aquel a quien la
Constitución española califica como símbolo de la unidad y permanencia del
Estado puede dar al traste con siglos de tradición monárquica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario