Dos
horas antes de lo previsto para el pistoletazo de salida, el panorama se complicó sobremanera. No
había previsión de lluvia, pero el bochorno que flotaba en el
ambiente y un firmamento plagado de nubarrones, con acompañamiento
de rayos y truenos, desmentían a todas las aplicaciones y páginas
webs que había consultado. Desde mi atalaya de un noveno piso asistía
a la visión de un manto de agua que comenzó a caer sin compasión.
Raquel, alias la Runner, me comunicó vía whtasapp que, en esas
condiciones, seguramente suspenderían la carrera. Así las cosas,
temía que mi debut quedase postergado para una mejor ocasión. No es
que tuviera unas ganas locas de correr, pero llevaba toda la semana
esperando a que llegara el día para mi bautismo de fuego en una
prueba de atletismo, espoleado por José Medina -más conocido como el
Tocayo-, mirobrigense de pro al que le debo el haberme involucrado en
este embolado. A pesar del contratiempo meteorológico, decidimos
seguir adelante con nuestros planes y los tres acudimos puntuales a
nuestra cita de las 21:15 horas para dirigirnos en coche hacia la
Plaza Mayor, salida y meta del evento. Cuatro gotas de agua no iban a
dar al traste con nuestro propósito de quemar calorías.
El
Tocayo vino acompañado de su mujer, que hizo las veces de chófer.
La dulzura de Amalia rivaliza con su gentileza y amabilidad. Parece
mentira que sea de Mérida. No se aprecia en ella ningún rasgo de
sonca, así que supongo que los años vividos fuera de la capital
extremeña habrán amortiguado esa tacha. Aparcamos a unos
diez minutos del centro. Llovía a cántaros; una lluvia fina y
copiosa que calaba hasta los tuétanos. Los pocos transeúntes que
nos cruzamos nos miraban extrañados, preguntándose dónde diablos
irían aquellos chalados en calzonas, mallas y zapatillas.
Cuando llegamos a la plaza subimos las escalinatas del ayuntamiento y
nos cobijamos bajo su atrio porticado. Mientras calentábamos
observamos cómo el grueso de los participantes se arremolinaban en
los soportales, a la espera de si la organización, finalmente,
suspendería o no la prueba. Las torres de Bujaco y de los Púlpitos,
testigos privilegiados, asistían expectantes, oteando con
curiosidad toda aquella marabunta. El Tocayo se resistía a que, una
vez allí, tuviéramos que volvernos de vacío. Raquel, entre
estiramientos y rotaciones de articulaciones varias, también se
mostraba dispuesta a tomar la salida por muchos chuzos de punta que
cayeran. Por lo que a mí respecta, para no ser menos y a pesar de mi
lamentable condición física, hacía visible mi ilusión por correr;
ilusión que, como tendrá ocasión de comprobar el lector si
continúa leyendo estas líneas, se tornó al poco tiempo en
pesadilla.

El
caso es que iba yo entregado a mis pensamientos más peregrinos,
pendiente de coordinar la respiración con el trote cochinero que
llevaba, cuando de repente, entre resoplidos y bufidos, me percaté
de la presencia de una cara que me era sumamente familiar. Qué casualidad que de entre todos los competidores tuviera justo a mi
lado en ese momento al segundo expresidente que ha parido la Junta de
Extremadura, escoltado por uno de sus más fieles escuderos, un tal
Juan Parejo al que, al parecer, le chiflan estas cosas de las maratones,
medias maratones y demás acontecimientos. Así que, ni corto ni
perezoso, para hacer un poco más llevadero el trance por el que
estaba atravesando, decidí saludarlo y estrechar la mano de quien
había sido mi jefe supremo entre 2011 y 2015. Monago, un poco
extrañado y ajeno a la circunstancia de que yo hubiera formado parte
de su fiel infantería, correspondió a mi atrevimiento esbozando
una media sonrisa y musitando algo así como que él también se
alegraba de conocerme, pero que quizás aquella no era la mejor
coyuntura para entablar relaciones. En esto he de darle la razón al
señor expresidente de la Junta de Extremadura, sobre todo porque, al
igual que yo, muchos de los fulanos que pululaban por allí imitaron
mi gesto, y supongo que Monago bastante tendría con mantenerse en
pie como para andar atendiendo las salutaciones de todo aquel que
le reconocía en aquellas lides. Pero que quede aquí el detalle de
que un servidor estuvo hombro con hombro con el señor Monago, ambos
dos a calzón quitado y dándolo todo.
José y Raquel no paraban de animarme. Por mucho que yo les conminara
insistentemente a que siguieran adelante sin mí -con el oculto
propósito, la verdad sea dicha, de hacer mutis por el foro en cuanto
los viera doblar el primer recodo-, no había manera de quitármelos
de encima. El Tocayo se empeñaba una y otra vez en que él se había
comprometido a correr la prueba al ritmo que yo marcara y que así
iba a ser hasta que cruzáramos la línea de meta. ¡Ojalá se
hubiera apiadado de mí y hubiera hecho caso de mis plegarias! ¡Si
él supiera que estaba deseando tirar la toalla para poner fin a
tanto padecimiento! Raquel, por su parte, me aconsejaba que respirara
por la boca y que, ya de paso, me callara un poquito para guardar
fuerzas, pues, al parecer, en mi delirio no paraba de soltar
insensateces del tipo: si llego a saber yo esto...; por qué no
hacemos trampas, como Pedro Sánchez con su doctorado si, total, no
se va a enterar nadie; esto ya está pasando de castaño oscuro,
tocayo, que llevas veinte minutos anunciándome que estamos a punto
de terminar; ¿otra cuestecita más…?; anda, mira qué bien, ahora
hay que subir por unas escaleras... “Jose, ¿vas bien?”, me
preguntaba la Runner, sabedora por mi excesiva sudoración y mi
rostro desencajado que no podía ni con los cordones. Pero ni por
esas, oigan. Por muy calladito que me estuviera -siguiendo a pies juntillas las recomendaciones recibidas-, no había suficiente aire en los alrededores como para
que mis pulmones y mis piernas respondieran al unísono. Me duele
admitirlo, pero tengo para mí que hasta Falete se habría comportado
con más desenvoltura y dignidad.

P.D.:
No me esperéis para la carrera de la mujer.