No sé si habréis sido uno, dos o tres los sinvergüenzas que habéis perpetrado esta tragedia. Vayan para cada uno de vosotros estas palabras rebosantes de indignación, estupor, impotencia, cabreo... Espero poder mantener un tono correcto a lo largo de esta carta, aunque tampoco voy a perder mucho tiempo en acudir a la RAE para buscar el término más adecuado: si se me escapa algún que otro hideputa bien empleado estará,
con la convicción de que me quedo corto en el calificativo.
Intentaré no perder las formas, no por respeto hacia vuestras
execrables personas, sino para evitar desacreditarme sobre el fondo
de la cuestión. Eso sí, no me arrepentiré en caso de no
conseguirlo, aunque tampoco me sentiré orgulloso por ello. Y si a
mis sobrinos menores de edad les diese por leer esto y no se
encuentran más que palabras malsonantes, ya me encargaré yo de
quitarle hierro al asunto haciéndoles entender que no es que su tío
sea un malhablado, sino que hay gentuza por ahí suelta que merece
ser tratada peor que alimañas.
En mala hora se
pusieron vuestros padres a la tarea de engendraros, pues todos
habríamos salido ganando si en lugar de retozar sobre la cama se
hubieran dedicado a ver los documentales de la dos. La Sierra de
Gata, sin duda, lo hubiera agradecido. Por tanto, sois unos malnacidos, unos auténticos
criminales merecedores de
que recaiga sobre vosotros la mayor de las condenas: la de soltaros
en las plazas de Acebo, de Hoyos o de Perales del Puerto para que sus
paisanos os lapidaran y patearan hasta que echaseis la bilis por la
boca. Eso es lo que nos gustaría a la mayoría. Pero no, se da la
casualidad de que nosotros somos gente civilizada y esperaremos a que
os den caza para que sea la Justicia la que os ponga a buen recaudo.
Pero, por si acaso, y si en algo estimáis vuestra integridad física,
una vez que sepamos quiénes sois los desalmados que habéis consumado
este hecho deleznable, yo
que vosotros no me dejaría ver por esos lares en mucho tiempo, que
ya se sabe que la ira no es amiga de la razón. A buen seguro que si
alguno de los vecinos que han visto cómo el fuego arrasaba sus
viviendas, calcinaba sus tierras o abrasaba su ganado les diese por
descerrojaros una pedrada en sálvese
la parte, no íbamos a ser nosotros los que censurásemos su
comportamiento. No sé si aplaudiríamos o no, pero tampoco nos iba a
crear un dilema moral ver cómo brotaba sangre de unas cabezas
que lo único que han demostrado es codicia por vaya usted a saber
qué bastardos intereses económicos. O a lo peor resulta que estáis
locos de atar y vuestros huesos se libran de ir a parar a la cárcel
por eso del transtorno mental transitorio... Sea como fuere, nada ni nadie os librará del castigo que merecéis: la Justicia puede ser ciega, pero la cólera no. De eso no os quepa
duda. En el anonimato
vivíais y ahí tendríais que haber seguido. Ahora solo queda
esperar que conozcáis las profundidades
de las mazmorras a donde tendríais que ser conducidos para que
paguéis con creces todo el mal que habéis provocado. No os ha importado poner en peligro vidas y haciendas ajenas, con lo
cual no esperéis misericordia puesto que vosotros habéis demostrado
carecer de esa virtud.
________
Leo en la prensa que,
a estas horas, el incendio ya ha sido controlado y se va a permitir
regresar a sus hogares a todos los evacuados. Por desgracia, cuando
suceden este tipo de catástrofes es cuando más se pone de
manifiesto la solidaridad humana. El caso es que debemos sentirnos
orgullosos de la reacción desinteresada de todos aquellos que han
participado en las labores de extinción del infierno desatado durante estos días en una de las zonas de mayor valor natural de la
provincia de Cáceres. ¿Y qué decir de todos esos voluntarios,
bomberos, retenes del INFOEX, miembros de la UME, etc, etc? Ellos sí
que son auténticos héroes y no los supermanes, batmans y spidermans
del carajo con que nos bombardea la industria cinematográfica.
Hombres y mujeres abnegados a los que habría que dedicarles el
nombre de las calles y erigir monumentos en las plazas de nuestros
pueblos para que no se nos olvidase su titánica labor. Ese es el espejo en el que debería reflejase la sociedad.
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