A
la vista de los resultados electorales arrojados por las urnas en la
jornada del pasado domingo, dos cosas quedan meridianamente claras:
que el PSOE ha logrado sus mejores datos desde las autonómicas de
2007, también con Fernández Vara como candidato, en las que se alzó
con la mayoría absoluta con treinta y ocho escaños; y, por otro
lado, que con Monago se ha involucionado nada menos que veintiocho
años, cuando en las autonómicas de 1991 el Partido Popular
(entonces la Alianza Popular liderada por don Adolfo Díaz Ambrona)
consiguió diecinueve representantes en la Asamblea de Extremadura.
Desde que Monago fuera elegido presidente del Partido Popular en noviembre de 2008, y después de su inesperada y mal
gestionada victoria de mayo de 2011, con algo más de trescientos mil
votos y un total de treintaidós diputados, su trayectoria y su
gestión han ido claramente en declive. Hablando siempre en clave
autonómica, en los comicios de 2015 alcanzó veintiocho escaños,
con una pérdida electoral de cerca de setentaiún mil votos con
respecto a la consulta anterior. Fracaso estrepitoso que se ha
confirmado anteayer, con unos escuálidos veinte diputados y algo más
de ciento sesenta y ocho mil votos. Es decir, que desde los fastos
del 2011, cada vez que se abren las urnas el señor Monago multiplica
por dos la pérdida de escaños. Lo cual no es impedimento para que
el interfecto se haya descolgado con unas cándidas declaraciones en
las que ha tenido a bien manifestar que la cosa no está tan mal;
que, a pesar de la debacle, se han obtenido mejores resultados que en
las recientes elecciones generales y que, por eso mismo, de momento
ni se le pasa por la cabeza el dimitir. Vamos, que hay partido para
muchos años, ha concluido. No deja uno de sorprenderse ante el arte
del funambulismo desplegado por expertos en ponerse de perfil y
hacer como que la feria no va con ellos con tal de esquivar las
responsabilidades a las que están sujetos. ¿Se estará tan a gusto
en la oposición como cabe suponer? ¿Eso de ganarse unos buenos
cuartos a costa del erario púbico será tan apetitoso como nos
imaginamos el común de los mortales? Parece ser que sí.
Alguien
debería susurrarle al oído al señor Monago que no mezcle las peras
con las manzanas. Que no haga trampas, que no se vota igual en unas
generales que en unas autonómicas, del mismo modo que los ciudadanos
se fijan más en las cualidades personales de los candidatos a las
municipales que en las siglas del partido por el que se presentan. No
ha lugar a la extrapolación de los sufragios en este campo. Lo
contrario es una engañifa típica de ineptos. Desde el 2011 para acá
el Partido Popular se ha dejado por el camino alrededor de ciento
veintidós mil votos. Ha pasado de treintaidós diputados a veinte.
Con lo cual, echen ustedes las cuentas de lo que sucedería en las
próximas elecciones de continuar esta tendencia y de mantenerse el
candidato Monago como caudillo de las alicaídas huestes populares. Y
digo yo que aunque uno no quiera irse motu
proprio, ¿no habrá
nadie en ese partido que le enseñe la puerta de salida al señor
Monago? Es tan fácil como agradecerle los servicios prestados y
punto. Él, al menos, sí tiene un puesto de trabajo al que regresar;
cosa que no puede predicarse del ejército de caminantes blancos que
pululan por la vida política con la congoja de saberse absolutamente
prescindibles fuera de un hemiciclo que les viene grande y para el
que no están cualificados. Ha llegado la hora ineludible de la
renovación y cuanto antes se pongan manos a la obra menos dolorosa
será la travesía del desierto. Hay gente dentro de ese partido
perfectamente válida para dar un paso adelante y no arredrarse ante
las previsibles dificultades. Lo que hace falta son ganas y coraje
para afrontar el reto.
Se impone la incuestionable dictadura de los números, por mucho que el señor Monago se empeñe
en retorcer el lenguaje con tal de salir airoso de este brete. La cruda
realidad es tozuda y no se puede pretender tergiversarla
impunemente. El fracaso del Partido Popular no admite enjuagues de
ningún tipo. El verso suelto ha llegado a su fin. Carece de ritmo.
No lo resucitaría ni el más brioso de los sonetos de Quevedo ni la
más selecta de las comedias de Lope. Señor Monago, por el bien de
su partido, márchese. Ya que no ha demostrado su señorío en la
derrota, hágalo con ese desprendido gesto del adiós que murmuran a
sus espaldas muchos de sus correligionarios pero que, merced a los
favores debidos, no se atreven a verbalizar en su presencia. Usted no
puede encabezar la regeneración de un partido al que, es cierto, llevó en volandas
hasta sus mayores cotas de popularidad, pero al que también está
arrastrando hacia el más profundo de los infiernos. Despréndase de su ropaje de estadista, sea
humilde y dimita. Usted, que le ha regalado la mayoría abosluta a
un PSOE que todavía no terminar de creérselo, no posee la
legimitidad moral necesaria para capitanear el proyecto del
centroderecha extremeño. Usted, que tuvo durante cuatro años el
honor de presidir la Junta de Extremadura y que, después de una
nefasta gestión de gobierno -no le perdonaremos que haya alimentado
a un monstruo llamado Iván Redondo- ha dejado al partido hecho unos
zorros, usted, insisto, no merece continuar ni un segundo más al
frente del partido. Abandone su trono y deje expedito el camino para
que vengan otros a embridar el desaguisado creado por su desmedida
ambición de poder. Siga el ejemplo del rey emérito y retírese de la vida pública.
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