Lo
primero que habría que reseñar de Pedro Sánchez es que es un tipo
con mucha suerte y que habla tres idiomas. Que un futuro presidente
del gobierno pueda mantener una conversación en inglés, francés o
italiano con cualquier otro mandatario no es moco de pavo. Por lo
menos, no haremos el ridículo en las megacumbres que se montan los
de la Unión Europea. Es decir, que vaya un poquito más allá del
típico “Hallo,
I'm Peter Sánchez. How are you?”,
y tenga los arrestos suficientes como para soltarle a bocajarro al
comisario de turno que “oye, fulanito, que esto de las subvenciones
a la agricultura... que si estáis de coña, vamos, que nos estáis
dando calderilla”. Pero dicho en inglés, claro, que es la lengua
universal en la que se entiende todo “quisqui”. Aunque todo esto
sea adelantarme a los acontecimientos: habrá que ver si el bueno de
Pedro le arrebata la silla monclovita al apocado de Mariano. De
momento está recortando distancias, aunque solo sea por el impulso
que te otorga el convertirte en la novedad del momento, sobre todo en
política, donde estamos cansados de ver las mismas caras de siempre,
esas que nos están llevando a la ruina.
Pedro
“el Guapo”, como le llaman con retintín tanto sus adversarios
políticos como algún conmilitón envidioso de su propio partido,
lleva diez años en política. Empezó de rebote como concejal en el
ayuntamiento de Madrid, después de la renuncia de dos de sus
compañeros tras las elecciones muncipales de 2003, y de carambola
también llegó al Congreso de los Diputados en 2009, cuando Pedro
Solbes dejó el hemiciclo para ser nombrado Comisario de Asuntos
Económicos y Monetarios de la Unión Europea . No me negarán que
este Sánchez no tiene a la diosa fortuna de su parte. Para terminar
de corroborarlo les diré, y así despejo cualquier género de dudas
que aún puedan albergar al respecto, que en las elecciones generales
de 2011 no conservó su escaño porque iba en el undécimo
puesto en las listas del PSOE por Madrid, y los socialistas solo
consiguieron diez diputados... pero, efectivamente, gracias a la
renuncia de su compañera Cristina Narbona volvió a ocupar asiento
en la Cámara Baja. Está claro que a este hombre lo custodia un
ángel de la guarda muy activo o con muchas influencias.

Algunos dirán que... ¡menudo cambio generacional el encabezado por un tipo que lleva en primera línea de la política diez años! No les quito la razón, pero a eso que respondan sus partidarios. No obstante, hay que decir en su favor que, al menos, - y que se sepa- no es amigo de lo ajeno ni se ha dedicado a colocar a amiguetes y parientes en puestos de la Administración o en empresas públicas. Eso sí, tampoco es del todo inocente del enquistamiento del sistema político: haber colaborado codo con codo con Pepiño Blanco implica un estigma demasiado profundo como para pagar ese desliz de juventud el resto de sus días, pero hay que reconocerle su habilidad para saber sobreponerse sin magulladuras a esa mancha en su expediente. De todos modos, ya se encargó algún compañero de partido -léase Edu Madina- de afearle otras actitudes, como cuando el bilbaíno soltó durante el proceso de primarias para elegir al Secretario General del PSOE que Pedro Sánchez formó parte de la Asamblea de Caja Madrid durante el mandato de Miguel Blesa. Este Madina es un sibilino zorro de la vieja guardia – a pesar de su bisoñez- que no se lo piensa dos veces a la hora de hacer uso de sus malas artes con tal de conseguir sus objetivos, que eso de sustituir a Rubalcaba bien vale una jugarreta de dudoso gusto. Así que, si me dan a elegir entre Sánchez o Madina, no tengo dudas en postularme a favor del primero.
El
caso es que no tenía pensado escribir nada sobre Pedro Sánchez,
pero después de su llamada al programa Sálvame, de su paso por El
Hormiguero y de su entrevista con Risto Mejide me he visto en la
obligación de rectificar mis planes. Este Pedro, a primera vista,
parece una persona de lo más normal: educado, humilde, sencillo,
buen estudiante, deportista... Si es que no parece ni que sea
político. Dice Julio Anguita de él que es “un producto de
márketing que dice vulgaridades”. Supongo que las vulgaridades a
las que se refiere el califa rojo las habrá oído en la gira que ha
llevado al flamante Secretario General del PSOE por la parrilla
televisiva en los últimos días. Hasta Jorge Javier Vázquez ha sido
depositario de los desvelos de Sánchez: su llamada al Sálvame para
confesarle a la reinona de las tardes que estaba totalmente en contra
del maltrato animal, a cuenta del Toro de la Vega de Tordesillas,
incendió las redes sociales. Bien pudieron haber hablado del famoso tratado que en
esa localidad vallisoletana se firmó, allá por 1494, entre España
y Portugal para repartirse la conquista y colonización del Nuevo
Mundo. Pero no. Toda la preocupación de don Pedro fue echar más
leña al fuego sobre una tradición centenaria en la que los
lugareños se emplean en lancear desde sus monturas a un morlaco
hasta que le dan muerte. No contento con eso, al día siguiente se
dio un paseo por el programa de las hormigas y echarse unas canastas
con Pablo Motos, recordando sus años de jugador de baloncesto en el
Estudiantes. Finalmente, como última parada en este periplo
televisivo, ayer recaló en un sofá para charlar con el prepotente
Risto Mejide. Eso sí, mereció la pena contemplar cómo el otrora
malvado jurado de Operación Triunfo ponía contra las cuerdas a
Pedro “el Guapo”. Vaya por delante mi reconocimiento a Risto,
porque la entrevista fue de manual, de esas que uno espera que hagan
los periodistas de salón cuando tienen delante al líder de la
oposición o a cualquier otro mandamás de postín.
En esas visitas a los platós de la caja tonta hemos conocido más
facetas de Pedro Sánchez que en las anodinas y sesudas entrevistas
que les suelen hacer los plumillas al uso. En el programa de Risto,
por ejemplo, reconoció que era ateo, que se arrepentía y pedía
perdón –sí, perdón, han oído bien: un político pidiendo
perdón- por los indultos a políticos y banqueros que su partido
hizo en el pasado; criticó a Felipe González por la defensa que el
ex presidente del Gobierno ha hecho estos días de Jordi Pujol, con
la que le está cayendo al Molt Honorable después de averiguarse que
ha estado treinta años llenando sus bolsillos y los de toda su
prole. Se pintó el tal Sánchez como un españolito normal, de esos
del montón, desvelando incluso que durante una época engrosó las
listas del paro. Preguntado sobre si se iría de cañas con Rajoy, no
dudó en contestar con un “no” rotundo, la misma rotundidad que
le faltó para motivar por qué la consulta que pretenden perpetrar
en Cataluña es inconstitucional. Ahí se le empezaron a notar sus
lagunas en el combate dialéctico, precisamente en los puntos donde
se supone que debe ser más resolutivo. Risto lo puso contra las
cuerdas y casi lo noquea. Al final se apiadó de él. Otro gallo
hubiera cantado si la pieza a batir hubiera sido Rajoy, Wert o
cualquier otro ministro del Gobierno. Doy por seguro que no habrían
salido vivos del envite. Pero, ya digo, nada que reprochar a Risto.
Ayer estuvo a la altura del gran Jordi Ébole, que en estos
menesteres no tiene competencia.
En
fin, y no me enrrollo más. Que tenemos a un nuevo líder de la
oposición con ganas de hacer política. Por el bien de este
desdichado país llamado España, sería de bien nacidos desearle
suerte en la tarea que se ha propuesto llevar a cabo, así como
exigirle que sus proyectos no se queden en agua de borrajas, producto
de un populismo que ya muchos le critican. Un PSOE fuerte, sin
disidencias internas que entorpezcan su acción de control sobre el
Ejecutivo, es más beneficioso que un partido a la deriva tal y como
ha sucedido en los últimos tiempos. Eso propiciará también que el
Partido Popular no se duerma en los laureles de una mayoría absoluta
obtenida en gran medida por la incompetencia del peor presidente de
la democracia, un tal José Luis Rodríguez Zapatero. Esperemos que
Pedro Sánchez, como algunos vaticinan, no se convierta en Pedro “el
Breve”. Al menos, aventaja al PP en un aspecto fundamental: ellos
ya han iniciado su cambio generacional en los puestos de
responsabilidad. En el PP, en cambio, el peso del partido sigue
recayendo en personas que llevan desde la etapa de la Transición
haciendo virguerías para no apearse del circo de la política.