lunes, 22 de septiembre de 2014

Pedro el Guapo

Lo primero que habría que reseñar de Pedro Sánchez es que es un tipo con mucha suerte y que habla tres idiomas. Que un futuro presidente del gobierno pueda mantener una conversación en inglés, francés o italiano con cualquier otro mandatario no es moco de pavo. Por lo menos, no haremos el ridículo en las megacumbres que se montan los de la Unión Europea. Es decir, que vaya un poquito más allá del típico “Hallo, I'm Peter Sánchez. How are you?, y tenga los arrestos suficientes como para soltarle a bocajarro al comisario de turno que “oye, fulanito, que esto de las subvenciones a la agricultura... que si estáis de coña, vamos, que nos estáis dando calderilla”. Pero dicho en inglés, claro, que es la lengua universal en la que se entiende todo “quisqui”. Aunque todo esto sea adelantarme a los acontecimientos: habrá que ver si el bueno de Pedro le arrebata la silla monclovita al apocado de Mariano. De momento está recortando distancias, aunque solo sea por el impulso que te otorga el convertirte en la novedad del momento, sobre todo en política, donde estamos cansados de ver las mismas caras de siempre, esas que nos están llevando a la ruina.


   Pedro “el Guapo”, como le llaman con retintín tanto sus adversarios políticos como algún conmilitón envidioso de su propio partido, lleva diez años en política. Empezó de rebote como concejal en el ayuntamiento de Madrid, después de la renuncia de dos de sus compañeros tras las elecciones muncipales de 2003, y de carambola también llegó al Congreso de los Diputados en 2009, cuando Pedro Solbes dejó el hemiciclo para ser nombrado Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la Unión Europea . No me negarán que este Sánchez no tiene a la diosa fortuna de su parte. Para terminar de corroborarlo les diré, y así despejo cualquier género de dudas que aún puedan albergar al respecto, que en las elecciones generales de 2011 no conservó su escaño porque iba en el undécimo puesto en las listas del PSOE por Madrid, y los socialistas solo consiguieron diez diputados... pero, efectivamente, gracias a la renuncia de su compañera Cristina Narbona volvió a ocupar asiento en la Cámara Baja. Está claro que a este hombre lo custodia un ángel de la guarda muy activo o con muchas influencias.


   Algunos dirán que... ¡menudo cambio generacional el encabezado por un tipo que lleva en primera línea de la política diez años! No les quito la razón, pero a eso que respondan sus partidarios. No obstante, hay que decir en su favor que, al menos, - y que se sepa- no es amigo de lo ajeno ni se ha dedicado a colocar a amiguetes y parientes en puestos de la Administración o en empresas públicas. Eso sí, tampoco es del todo inocente del enquistamiento del sistema político: haber colaborado codo con codo con Pepiño Blanco implica un estigma demasiado profundo como para pagar ese desliz de juventud el resto de sus días, pero hay que reconocerle su habilidad para saber sobreponerse sin magulladuras a esa mancha en su expediente. De todos modos, ya se encargó algún compañero de partido -léase Edu Madina- de afearle otras actitudes, como cuando el bilbaíno soltó durante el proceso de primarias para elegir al Secretario General del PSOE que Pedro Sánchez formó parte de la Asamblea de Caja Madrid durante el mandato de Miguel Blesa. Este Madina es un sibilino zorro de la vieja guardia – a pesar de su bisoñez- que no se lo piensa dos veces a la hora de hacer uso de sus malas artes con tal de conseguir sus objetivos, que eso de sustituir a Rubalcaba bien vale una jugarreta de dudoso gusto. Así que, si me dan a elegir entre Sánchez o Madina, no tengo dudas en postularme a favor del primero.


El caso es que no tenía pensado escribir nada sobre Pedro Sánchez, pero después de su llamada al programa Sálvame, de su paso por El Hormiguero y de su entrevista con Risto Mejide me he visto en la obligación de rectificar mis planes. Este Pedro, a primera vista, parece una persona de lo más normal: educado, humilde, sencillo, buen estudiante, deportista... Si es que no parece ni que sea político. Dice Julio Anguita de él que es “un producto de márketing que dice vulgaridades”. Supongo que las vulgaridades a las que se refiere el califa rojo las habrá oído en la gira que ha llevado al flamante Secretario General del PSOE por la parrilla televisiva en los últimos días. Hasta Jorge Javier Vázquez ha sido depositario de los desvelos de Sánchez: su llamada al Sálvame para confesarle a la reinona de las tardes que estaba totalmente en contra del maltrato animal, a cuenta del Toro de la Vega de Tordesillas, incendió las redes sociales. Bien pudieron haber hablado del famoso tratado que en esa localidad vallisoletana se firmó, allá por 1494, entre España y Portugal para repartirse la conquista y colonización del Nuevo Mundo. Pero no. Toda la preocupación de don Pedro fue echar más leña al fuego sobre una tradición centenaria en la que los lugareños se emplean en lancear desde sus monturas a un morlaco hasta que le dan muerte. No contento con eso, al día siguiente se dio un paseo por el programa de las hormigas y echarse unas canastas con Pablo Motos, recordando sus años de jugador de baloncesto en el Estudiantes. Finalmente, como última parada en este periplo televisivo, ayer recaló en un sofá para charlar con el prepotente Risto Mejide. Eso sí, mereció la pena contemplar cómo el otrora malvado jurado de Operación Triunfo ponía contra las cuerdas a Pedro “el Guapo”. Vaya por delante mi reconocimiento a Risto, porque la entrevista fue de manual, de esas que uno espera que hagan los periodistas de salón cuando tienen delante al líder de la oposición o a cualquier otro mandamás de postín.


   En esas visitas a los platós de la caja tonta hemos conocido más facetas de Pedro Sánchez que en las anodinas y sesudas entrevistas que les suelen hacer los plumillas al uso. En el programa de Risto, por ejemplo, reconoció que era ateo, que se arrepentía y pedía perdón –sí, perdón, han oído bien: un político pidiendo perdón- por los indultos a políticos y banqueros que su partido hizo en el pasado; criticó a Felipe González por la defensa que el ex presidente del Gobierno ha hecho estos días de Jordi Pujol, con la que le está cayendo al Molt Honorable después de averiguarse que ha estado treinta años llenando sus bolsillos y los de toda su prole. Se pintó el tal Sánchez como un españolito normal, de esos del montón, desvelando incluso que durante una época engrosó las listas del paro. Preguntado sobre si se iría de cañas con Rajoy, no dudó en contestar con un “no” rotundo, la misma rotundidad que le faltó para motivar por qué la consulta que pretenden perpetrar en Cataluña es inconstitucional. Ahí se le empezaron a notar sus lagunas en el combate dialéctico, precisamente en los puntos donde se supone que debe ser más resolutivo. Risto lo puso contra las cuerdas y casi lo noquea. Al final se apiadó de él. Otro gallo hubiera cantado si la pieza a batir hubiera sido Rajoy, Wert o cualquier otro ministro del Gobierno. Doy por seguro que no habrían salido vivos del envite. Pero, ya digo, nada que reprochar a Risto. Ayer estuvo a la altura del gran Jordi Ébole, que en estos menesteres no tiene competencia.

En fin, y no me enrrollo más. Que tenemos a un nuevo líder de la oposición con ganas de hacer política. Por el bien de este desdichado país llamado España, sería de bien nacidos desearle suerte en la tarea que se ha propuesto llevar a cabo, así como exigirle que sus proyectos no se queden en agua de borrajas, producto de un populismo que ya muchos le critican. Un PSOE fuerte, sin disidencias internas que entorpezcan su acción de control sobre el Ejecutivo, es más beneficioso que un partido a la deriva tal y como ha sucedido en los últimos tiempos. Eso propiciará también que el Partido Popular no se duerma en los laureles de una mayoría absoluta obtenida en gran medida por la incompetencia del peor presidente de la democracia, un tal José Luis Rodríguez Zapatero. Esperemos que Pedro Sánchez, como algunos vaticinan, no se convierta en Pedro “el Breve”. Al menos, aventaja al PP en un aspecto fundamental: ellos ya han iniciado su cambio generacional en los puestos de responsabilidad. En el PP, en cambio, el peso del partido sigue recayendo en personas que llevan desde la etapa de la Transición haciendo virguerías para no apearse del circo de la política.




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