miércoles, 22 de octubre de 2025

De la caja tonta al anaquel.

 

  El otro día me desperté de madrugada, sobresaltado. Es algo que, por desgracia, me sucede a menudo. Quien sufra de insomnio y de amnea del sueño, sabe de lo que hablo. Después de un momento de aturdimiento, encendí la lámpara de la mesilla y comprobé que eran las seis y cuarto de la madrugada. Eso significaba que había dormido unas cinco horas: suficientes para lo que estoy acostumbrado. Faltaba todavía media hora para que sonara la alarma, y como sabía que ya no iba a poder conciliar el sueño, me puse a trastear con el móvil. No me acordaba de que la noche anterior se fallaba el premio Planeta, así que cuál no sería mi sorpresa cuando, al consultar las noticias, me enteré de que el agraciado había sido un señor que colabora en El Hormiguero de Pablo Motos y que lleva a gala, y no es para menos, ser el marido de la muy estupenda y muy bella Nuria Roca. Me estoy refiriendo, por supuesto, a un tal Juan del Val.



   Según dicen Satur, compañera de trabajo en Jerez de los Caballeros, y Lupe, antigua compañera de mi periplo emeritense, Juan del Val es un tío aparente, con planta, guapetón, con ese aire desaliñado que llama tanto la atención del sexo opuesto. Pues eso, que el amigo Juan del Val ha sido el digno sucesor de Sonsoles Ónega en el cuadro de honor de un entorchado que, año tras año, pierde prestigio a borbotones. El día menos pensado, el Planeta se lo acabarán dando a cualquier youtuber de éxito, por eso creo que Jordi Wild está cada día más cerca de conseguirlo. El caso es que a Juan del Val le acaban de regalar un millón de euros por Vera, una historia de amor; obra presentada bajo el pseudónimo de Elvira Torres y que cuenta la historia de una mujer que rompe con su vida acomodada para dejarse llevar por la pasión con un joven de origen humilde. Como veis, todo muy original. Por lo visto, esta es la quinta novela de Juan del Val. No sé vosotros, pero yo desconocía por completo su trayectoria literaria, y eso que en el año 2019 dio la campanada con Candela, galardonada también con el premio Primavera de Novela y por la que se embolsó 100.000 euros. Es decir, que este escritor, al parecer, es una máquina de recolectar premios y de hacer dinero.



   Que nadie me malinterprete. No tengo nada personal contra Juan del Val, a quien, por supuesto, ni conozco ni tengo la intención de leer. Vaya eso por delante. Ni siquiera lo sigo en el Hormiguero. No por él, todo hay que decirlo, sino porque no soporto a Pablo Motos, y eso que el otro día escuché al de Requena en una entrevista en el podcast de los chicos de Tengo un Plan, y reconozco que Pablo Motos es un tío hecho a sí mismo y que se sabe expresar y comunicar bastante bien. Y eso a mí me merece todo el respeto del mundo. Pero, insisto, no me gusta su forma de presentar. Llevándolo al terreno futbolístico, algo parecido me pasa con el Cholo Simeone, que cuando lo escucho hablar sosegado y sereno en las pocas entrevistas que concede, trato de convencerme de que es un tío cabal que merece la pena; pero después, cuando veo sus aspavientos en el banquillo, me desengaño y me digo a mí mismo que tiene bien ganada esa fama de marrullero. Pero volviendo a Juan del Val, seguramente que este hombre también sea un buen profesional en lo suyo, aunque desconozco a qué se dedica. Lo admiro, no por su pluma, sino por ser el consorte de Nuria Roca, aquella jovencita que irrumpió en nuestros corazones como presentadora del Waku Waku y que, a partir de ahí, gracias a la bendición todopoderosa de Chicho Ibáñez Serrador, se hizo un hueco en esa fábrica de usar y tirar que es la televisión. Y hasta hoy. Y eso, se mire por donde se mire, tiene mucho mérito. Como mérito tiene que Juan del Val, cobijado durante tantos años bajo la alargada sombra de la madre de sus hijos, haya salido por fin del ostracismo en modo de escritor laureado. Otra cosa es el prestigio. Para eso, a Juan del Val le queda todavía mucho camino por recorrer. Tiene en su contra que ya va con las alforjas llenas. Es innegable que le va a faltar ambición, la que da tener en la cuenta corriente cuatro misérrimos euros que no alcanzan ni para llegar a fin de mes. En ese sentido, el Planeta le ha hecho un flaco favor. 


   Pero, claro está, de esto Juan del Val no tiene la culpa. Aquí el único responsable es un jurado que ha considerado que la suya es la mejor, de entre las 10 novelas que llegaron a la fase final, del total de los 1.320 originales que se presentaron al certamen. Y, sí, seguramente a las manos del jurado haya ido a parar todo tipo de morralla infumable. Pero me extraña a mí que Juan Eslava Galán, que es uno de sus integrantes más selectos, haya votado a favor de una obra que, por lo que se va filtrando en redes sociales, parece sacada del caletre de un bachiller en ciernes más que de un aprendiz de Oscar Wilde. Me niego a pensar que Juan Eslava haya secundado la decisión de sus colegas. Las que seguro que tampoco lo han hecho han sido Carmen Posadas, que fue la encargada de desvelar el título de la obra triunfadora, y la periodista Esther Vaquero, que fue incapaz de reprimir su cara de circunstancias cuando de los labios de la señora Posadas brotó el consabido nombre del ganador.



   El Planeta no es un premio. El premio Planeta es un negocio. Lícito, por su puesto que sí, pero negocio al fin y al cabo. Lo que me fastidia de toda esta parafernalia es que traten de engañarnos. Esto va de vendernos un producto con un envoltorio bonito y llamativo a partes iguales. Porque el premio Planeta es la forma que tiene un gigante editorial de meternos por los ojos el bestseller de las próximas navidades. Y para que esa inversión resulte rentable, el caballo ganador no puede ser cualquier mindundi que le roba horas al sueño y que, en plena vigilia, se deja la salud peleando con cada adjetivo, con cada puñetera coma. Ni tampoco puede serlo ese autor que lleva veinte años construyendo una obra coherente y en silencio. No. Esos no venden lo suficiente. A esos los dejan para las reseñas de los suplementos culturales. Para el negocio de verdad, para que la barricada de libros llame la atención de los clientes de cualquier centro comercial, se necesita un rostro famoso. Y ahí es donde entra nuestro hombre. Un tipo que sale por la tele y al que ven millones de espectadores cada vez que acude a Antena 3 Televisión a echarse unas risas con Pablo Motos y sus hormigas. Con lo cual, eso que se ahorra la editorial en marketing.


   La buena gente que ve la tele pero que rara vez pisa una librería o una biblioteca estará dispuesta a gastarse veinte euritos… no en el libro de Juan del Val, sino en el libro que ha escrito el que sale en El Hormiguero. Es decir, que no compran una novela, sino un producto asociado a un rostro agraciado y familiar. Es lo mismo que quien compra la colonia de Antonio Banderas o las patatas fritas de Belén Esteban. Estamos hablando de un acto de consumo, no de cultura. Pero lo peor, con ser esto grave, no es eso. Lo peor es que veremos a críticos literarios y a paniaguados varios alabar la frescura de la novela, su ritmo trepidante y su conexión con el gran público. Aunque, bueno, esto último ya lo ha dicho el propio Juan del Val, que, quizás espoleado por un sentimiento de culpabilidad, ha reconocido que "hay que escribir para la gente corriente y no para una supuesta élite intelectual". Habrá que decirle a Juan del Val que hay gente que tenemos un paladar exquisito y que no estamos dispuestos a llevarnos a la boca cualquier mendrugo de pan.



  Así que, a ver cómo rebates a esa legión de desconfiados que sospechamos que al bueno de Juan del Val le han concedido el premio, no por la calidad de su prosa, sino por la feliz coincidencia de que el Grupo Planeta es el accionista mayoritario de la Corporación Atresmedia, de la que forma parte Antena 3 Televisión, que es, a su vez, la cadena en la que, precisamente, se emite El Hormiguero, programa en el que Juan del Val es colaborador. Demasiadas casualidades como para no pensar que aquí ha habido gato encerrado. Aunque esto no supone ninguna novedad, esta vez ha sido muy descarado. Es como cuando reconocen con un premio Ondas a un periodista del Grupo Prisa, conglomerado mediático propietario de la cadena SER y de los diarios AS y El País. Siempre nos quedará la duda de si el premio se lo han dado por su valía profesional o por fastidiar a la competencia.


   Pero, en fin, maledicencias aparte, espero que Juan del Val disfrute del cheque –a pesar de la mordida de Hacienda–, de las entrevistas y de la gira que la editorial le ha montado por toda España para firmar ejemplares. Yo, por mi parte, acudiré a mi librería de confianza para comprar el segundo volumen de las memorias de Pedro J. Ramírez. Del Val puede esperar. Estoy seguro de que sabrá perdonarme. Es más, aún a riesgo de ganarme su enemistad, seguramente compre el libro de la finalista, la gallega Ángela Banzas. ¿Podría darle una oportunidad al bueno de Juan? Sí, podría..., pero no va a ser el caso. Así de injusta es la vida; como injusto ha sido su premio. Porque, una de dos: o estamos ante el mayor descubrimiento literario de la década o, por el contrario y como de costumbre, nos han vuelto a dar gato por liebre.


sábado, 4 de octubre de 2025

Crónica de una demolición total.

El otro día leía en El Periódico Extremadura una noticia según la cual el Tribunal Constitucional rechazaba, por unanimidad, el recurso de amparo interpuesto por la Junta de Extremadura contra el derribo total de Isla de Valdecañas, poniendo fin así, si la justicia europea no lo remedia, a un culebrón que dura ya cerca de 20 años. Como sabéis, el complejo turístico, de salud, paisajístico y de servicios Marina isla de Valdecañas —que así se llama— está situado en la cuenca del río Tajo, en la comarca de Navalmoral de La Mata, entre los municipios de El Gordo y de Berrocalejo. En ese proyecto se contemplaba la construcción de dos hoteles, de 565 viviendas, de un campo de golf, de instalaciones deportivas variadas y de una base náutica, entre otros elementos. Admitiendo que este es un tema bastante farragoso, complicado de digerir por aquellos que sean legos en la materia, aún así, voy a tratar de poner algo de luz entre tanta maraña legislativa, administrativa y jurisprudencial, lo cual ya os anticipo que no va a resultar nada fácil. No sé si lo conseguiré, pero por mi parte que no quede, a ver si soy capaz de explicarme en condiciones para que sepáis de qué va esta polémica que tanto ruido está levantando en los medios de comunicación y que va a dejar un reguero interminable de damnificados.


El embalse de Valdecañas es un espacio natural protegido, declarado en abril de 2003 Zona de Especial Protección para las Aves (lo que se conoce como zona ZEPA) y que, además, está incluido, desde julio del año 2006, en la Red Natura 2000 de la Unión Europea como Lugar de Importancia Comunitaria (LIC). Pues bien, a pesar de este reguero de declaraciones medioambientales, al Consejo de Gobierno de la Junta de Extremadura, presidido entonces por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, no se le ocurrió otra cosa mejor que aprobar, mediante el Decreto 55/2007, de 17 de abril, el Proyecto de Interés Regional (PIR) Isla de Valdecañas, para lo cual tuvo que recalificar los terrenos de la isla de suelo no urbanizable protegido a suelo urbanizable. Y es a partir de este preciso momento cuando la situación se complica, y de qué manera.


   Las asociaciones ecologistas, como era de prever, no se quedaron de brazos cruzados. Adenex Ecologistas en Acción interpusieron sendos recursos contenciosos-administrativos impugnando ante el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura (TSJEx) la declaración definitiva de Valdecañas como proyecto de interés regional. Y como ya sabemos que en este país la Justicia es ciega y coja, no sería hasta el 9 de marzo de 2011 cuando el TSJEx dictó dos sentencias, una por cada recurso interpuesto, en las que, efectivamente, declaraba la nulidad del Decreto 55/2007, obligando a la reposición de los terrenos de Valdecañas a su estado natural. Pero no sería hasta enero de 2014 cuando el Tribunal Supremo ratificó esas sentencias del TSJEx. La cosa pintaba mal. Pero, por lo visto, el gobierno autonómico tampoco estaba dispuesto a dar la batalla por perdida.   Si el TSJEx, como digo, el 9 de marzo del 2011, sentenció que el Decreto de marras era nulo, la Junta de Extremadura tomó buena nota de ello y, tan solo veinte días después, el 29 de marzo, la Asamblea de Extremadura aprobaba una modificación de la Ley del Suelo para acomodarla a los intereses de los promotores del complejo turístico. Y esto, queridos oyentes, es lo que en Derecho se llama fraude de ley. ¿Que los tribunales dicen que no se puede construir en un terreno determinado porque está protegido? Pues nada, modifico la ley a mi gusto para saltarme esa prohibición, y tan campante, oye. Sin embargo, esta maniobra torticera sería impugnada por el propio TSJEx, planteando una cuestión de inconstitucionalidad. Cuestión sobre la que el Tribunal Constitucional dictó sentencia en noviembre de 2019, declarando, como no podía ser de otra manera, inconstitucional y nula esa modificación a la carta de la Ley del Suelo.


   Y cuando parecía que todo estaba ya despejado para que la maquinaria pesada hiciera de las suyas, el TSJEx se descolgó, el 30 de junio de  2020, con un auto en el que reconocía la imposibilidad material parcial de ejecutar las sentencias que ordenaban la demolición total de Valdecañas, acordando que solo tenía que derruirse lo que estuviera en fase de estructura o no terminado. Pero este auto, a su vez, sería revocado en casación por el Tribunal Supremo dos años después, en febrero de 2022. Al TSJEx no le quedó más remedio que envainársela y dictar otro auto en el que, ahora sí, obligaba a la Junta de Extremadura a aprobar un plan de demolición en un plazo máximo de 8 meses. 


   Estimado lector, como decía al principio, soy consciente de que todo esto es un galimatías jurídico, pero os pido que tengáis un poquito más de paciencia, sólo un poquito más, porque estamos a punto de terminar con esta fase de triquiñuelas legales y de recursos por doquier… Y así, nos plantamos en junio de 2023, cuando el Tribunal Constitucional suspendió cautelarmente la ejecución de la sentencia del Supremo que ordenaba la demolición del complejo. ¿Y por qué se acordó esta suspensión cautelar? Pues, simplemente, y sin que ello supusiera prejuzgar el fondo del asunto, para estudiar el recurso de amparo presentado por la Junta de Extremadura un año antes y evitar que la posible demolición de las edificaciones construidas pudiera causar perjuicios de imposible o de muy difícil reparación en el supuesto de que el recurso prosperara. Y a ese clavo ardiendo se agarraron los promotores del proyecto y los propietarios de las viviendas, quienes, mal aconsejados por sus asesores, se lanzaron a festejar lo que, desde su punto de vista, suponía una victoria definitiva. Craso error, puesto que ilusión ha tardado dos años en desvanecerse. La semana pasada el Tribunal Constitucional ha rechazado, por unanimidad, el mencionado recurso, lo cual significa que hay que derribar todo lo construido en Valdecañas.   


¿Y ahora qué, os preguntaréis? Pues ahora supongo que los tribunales se llenarán de demandas exigiendo las correspondientes indemnizaciones por los daños y perjuicios ocasionados a terceros de buena fe. Es decir, que la batalla judicial continúa, puesto que doy por hecho que la Junta de Extremadura no va a reconocer, de oficio, su propia responsabilidad patrimonial. Aunque también es posible que los damnificados se planteen acudir a la justicia europea para tratar de evitar lo que, a todas luces, parece inevitable. Y de esta manera, mientras Europa se pronuncia, ahí seguirá isla de Valdecañas viviendo en la más absoluta de las incertidumbres. 


   ¿Qué conclusiones podemos extraer de todo esto? Básicamente, dos. La primera, que la Junta de Extremadura no debió aprobar el proyecto de interés regional, por las bravas y haciendo uso de una ingeniería legislativa que rayaba en el fraude de ley. Y la segunda, que por mucho que nos duela, la ley es dura, pero es la ley. Estas son las reglas del juego. Así que, un complejo que promocionaron apellidos ilustres de la jet set como Beltrán Gómez-Acebo (primo del rey Felipe VI) o Jaime López-Ibor Alcocer; que publicitaron a bombo y platillo famosillos de la época como el ex jugador de baloncesto Fran Murcia (casado con la actriz Lara Dibildos); y en el que adquirieron propiedades profesionales de éxito como José María Aznar júnior, el cantante venezolano Carlos Baute o el jugador del Atlético de Madrid Koke Resurrección; ese resort de lujo, como digo, está a punto de sufrir las consecuencias de la Justicia, dejando en la estacada a muchos propietarios y empresarios de la zona que vieron una oportunidad para invertir y que no podían imaginarse que aquello les iba a costar un calvario de disgustos.