El otro día me desperté de madrugada, sobresaltado. Es algo que, por desgracia, me sucede a menudo. Quien sufra de insomnio y de amnea del sueño, sabe de lo que hablo. Después de un momento de aturdimiento, encendí la lámpara de la mesilla y comprobé que eran las seis y cuarto de la madrugada. Eso significaba que había dormido unas cinco horas: suficientes para lo que estoy acostumbrado. Faltaba todavía media hora para que sonara la alarma, y como sabía que ya no iba a poder conciliar el sueño, me puse a trastear con el móvil. No me acordaba de que la noche anterior se fallaba el premio Planeta, así que cuál no sería mi sorpresa cuando, al consultar las noticias, me enteré de que el agraciado había sido un señor que colabora en El Hormiguero de Pablo Motos y que lleva a gala, y no es para menos, ser el marido de la muy estupenda y muy bella Nuria Roca. Me estoy refiriendo, por supuesto, a un tal Juan del Val.
Según dicen Satur, compañera de trabajo en Jerez de los Caballeros, y Lupe, antigua compañera de mi periplo emeritense, Juan del Val es un tío aparente, con planta, guapetón, con ese aire desaliñado que llama tanto la atención del sexo opuesto. Pues eso, que el amigo Juan del Val ha sido el digno sucesor de Sonsoles Ónega en el cuadro de honor de un entorchado que, año tras año, pierde prestigio a borbotones. El día menos pensado, el Planeta se lo acabarán dando a cualquier youtuber de éxito, por eso creo que Jordi Wild está cada día más cerca de conseguirlo. El caso es que a Juan del Val le acaban de regalar un millón de euros por Vera, una historia de amor; obra presentada bajo el pseudónimo de Elvira Torres y que cuenta la historia de una mujer que rompe con su vida acomodada para dejarse llevar por la pasión con un joven de origen humilde. Como veis, todo muy original. Por lo visto, esta es la quinta novela de Juan del Val. No sé vosotros, pero yo desconocía por completo su trayectoria literaria, y eso que en el año 2019 dio la campanada con Candela, galardonada también con el premio Primavera de Novela y por la que se embolsó 100.000 euros. Es decir, que este escritor, al parecer, es una máquina de recolectar premios y de hacer dinero.
Que nadie me malinterprete. No tengo nada personal contra Juan del Val, a quien, por supuesto, ni conozco ni tengo la intención de leer. Vaya eso por delante. Ni siquiera lo sigo en el Hormiguero. No por él, todo hay que decirlo, sino porque no soporto a Pablo Motos, y eso que el otro día escuché al de Requena en una entrevista en el podcast de los chicos de Tengo un Plan, y reconozco que Pablo Motos es un tío hecho a sí mismo y que se sabe expresar y comunicar bastante bien. Y eso a mí me merece todo el respeto del mundo. Pero, insisto, no me gusta su forma de presentar. Llevándolo al terreno futbolístico, algo parecido me pasa con el Cholo Simeone, que cuando lo escucho hablar sosegado y sereno en las pocas entrevistas que concede, trato de convencerme de que es un tío cabal que merece la pena; pero después, cuando veo sus aspavientos en el banquillo, me desengaño y me digo a mí mismo que tiene bien ganada esa fama de marrullero. Pero volviendo a Juan del Val, seguramente que este hombre también sea un buen profesional en lo suyo, aunque desconozco a qué se dedica. Lo admiro, no por su pluma, sino por ser el consorte de Nuria Roca, aquella jovencita que irrumpió en nuestros corazones como presentadora del Waku Waku y que, a partir de ahí, gracias a la bendición todopoderosa de Chicho Ibáñez Serrador, se hizo un hueco en esa fábrica de usar y tirar que es la televisión. Y hasta hoy. Y eso, se mire por donde se mire, tiene mucho mérito. Como mérito tiene que Juan del Val, cobijado durante tantos años bajo la alargada sombra de la madre de sus hijos, haya salido por fin del ostracismo en modo de escritor laureado. Otra cosa es el prestigio. Para eso, a Juan del Val le queda todavía mucho camino por recorrer. Tiene en su contra que ya va con las alforjas llenas. Es innegable que le va a faltar ambición, la que da tener en la cuenta corriente cuatro misérrimos euros que no alcanzan ni para llegar a fin de mes. En ese sentido, el Planeta le ha hecho un flaco favor.
Pero, claro está, de esto Juan del Val no tiene la culpa. Aquí el único responsable es un jurado que ha considerado que la suya es la mejor, de entre las 10 novelas que llegaron a la fase final, del total de los 1.320 originales que se presentaron al certamen. Y, sí, seguramente a las manos del jurado haya ido a parar todo tipo de morralla infumable. Pero me extraña a mí que Juan Eslava Galán, que es uno de sus integrantes más selectos, haya votado a favor de una obra que, por lo que se va filtrando en redes sociales, parece sacada del caletre de un bachiller en ciernes más que de un aprendiz de Oscar Wilde. Me niego a pensar que Juan Eslava haya secundado la decisión de sus colegas. Las que seguro que tampoco lo han hecho han sido Carmen Posadas, que fue la encargada de desvelar el título de la obra triunfadora, y la periodista Esther Vaquero, que fue incapaz de reprimir su cara de circunstancias cuando de los labios de la señora Posadas brotó el consabido nombre del ganador.
El Planeta no es un premio. El premio Planeta es un negocio. Lícito, por su puesto que sí, pero negocio al fin y al cabo. Lo que me fastidia de toda esta parafernalia es que traten de engañarnos. Esto va de vendernos un producto con un envoltorio bonito y llamativo a partes iguales. Porque el premio Planeta es la forma que tiene un gigante editorial de meternos por los ojos el bestseller de las próximas navidades. Y para que esa inversión resulte rentable, el caballo ganador no puede ser cualquier mindundi que le roba horas al sueño y que, en plena vigilia, se deja la salud peleando con cada adjetivo, con cada puñetera coma. Ni tampoco puede serlo ese autor que lleva veinte años construyendo una obra coherente y en silencio. No. Esos no venden lo suficiente. A esos los dejan para las reseñas de los suplementos culturales. Para el negocio de verdad, para que la barricada de libros llame la atención de los clientes de cualquier centro comercial, se necesita un rostro famoso. Y ahí es donde entra nuestro hombre. Un tipo que sale por la tele y al que ven millones de espectadores cada vez que acude a Antena 3 Televisión a echarse unas risas con Pablo Motos y sus hormigas. Con lo cual, eso que se ahorra la editorial en marketing.
La buena gente que ve la tele pero que rara vez pisa una librería o una biblioteca estará dispuesta a gastarse veinte euritos… no en el libro de Juan del Val, sino en el libro que ha escrito el que sale en El Hormiguero. Es decir, que no compran una novela, sino un producto asociado a un rostro agraciado y familiar. Es lo mismo que quien compra la colonia de Antonio Banderas o las patatas fritas de Belén Esteban. Estamos hablando de un acto de consumo, no de cultura. Pero lo peor, con ser esto grave, no es eso. Lo peor es que veremos a críticos literarios y a paniaguados varios alabar la frescura de la novela, su ritmo trepidante y su conexión con el gran público. Aunque, bueno, esto último ya lo ha dicho el propio Juan del Val, que, quizás espoleado por un sentimiento de culpabilidad, ha reconocido que "hay que escribir para la gente corriente y no para una supuesta élite intelectual". Habrá que decirle a Juan del Val que hay gente que tenemos un paladar exquisito y que no estamos dispuestos a llevarnos a la boca cualquier mendrugo de pan.
Así que, a ver cómo rebates a esa legión de desconfiados que sospechamos que al bueno de Juan del Val le han concedido el premio, no por la calidad de su prosa, sino por la feliz coincidencia de que el Grupo Planeta es el accionista mayoritario de la Corporación Atresmedia, de la que forma parte Antena 3 Televisión, que es, a su vez, la cadena en la que, precisamente, se emite El Hormiguero, programa en el que Juan del Val es colaborador. Demasiadas casualidades como para no pensar que aquí ha habido gato encerrado. Aunque esto no supone ninguna novedad, esta vez ha sido muy descarado. Es como cuando reconocen con un premio Ondas a un periodista del Grupo Prisa, conglomerado mediático propietario de la cadena SER y de los diarios AS y El País. Siempre nos quedará la duda de si el premio se lo han dado por su valía profesional o por fastidiar a la competencia.
Pero, en fin, maledicencias aparte, espero que Juan del Val disfrute del cheque –a pesar de la mordida de Hacienda–, de las entrevistas y de la gira que la editorial le ha montado por toda España para firmar ejemplares. Yo, por mi parte, acudiré a mi librería de confianza para comprar el segundo volumen de las memorias de Pedro J. Ramírez. Del Val puede esperar. Estoy seguro de que sabrá perdonarme. Es más, aún a riesgo de ganarme su enemistad, seguramente compre el libro de la finalista, la gallega Ángela Banzas. ¿Podría darle una oportunidad al bueno de Juan? Sí, podría..., pero no va a ser el caso. Así de injusta es la vida; como injusto ha sido su premio. Porque, una de dos: o estamos ante el mayor descubrimiento literario de la década o, por el contrario y como de costumbre, nos han vuelto a dar gato por liebre.




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