Ha
pasado demasiado tiempo. Lo sé, soy consciente de que he dejado los contenidos
de este blog digamos que –déjenme buscar el eufemismo adecuado- huérfanos de
autor. Por eso, y en primer lugar, pido disculpas a los seguidores de esta
bitácora, que alguno hay, por haber hecho mutis por el foro casi sin avisar. La
verdad es que podría poner la bonita pero poco plausible excusa de que el
estudio de las oposiciones –la Junta de Extremadura, por fin, ha tenido a bien
publicar el último día del año pasado las convocatorias para los distintos
Cuerpos de Funcionarios- me ha tenido tan ocupado como para no dedicar ni una
desdichada línea desde hace algo más de tres meses, o que el hartazgo de las
tropelías de la desgraciada clase política que padecemos me han tocado tanto la
moral que ni siquiera me he entregado a las musas para plasmar por escrito la
retahíla de improperios que a buen seguro se merecen. Si algo aprendí en la
mili –aparte de la disciplina y no pensar más allá del “sí, mi sargento”- es
que no hay nada peor que buscar excusas, así que yo no lo haré. Entono
el mea culpa y hagamos como que aquí no ha pasado nada. Esto
último, por cierto, lo he aprendido de los políticos. Tampoco es cuestión de
que dimita del cargo de administrador del blog; si no lo hacen aquéllos por
robar, pues tampoco lo voy a hacer yo por dejar de escribir durante una
temporadita. Pues eso, digamos que me he tomado un tiempo sabático para
poner en orden las ideas y pelillos a la mar.
El caso es que he vuelto a la
palestra para darles cuenta de mi reciente viaje a Villafranca del Panadés –lo
escribo en castellano, a la espera de que el señor Mas no se moleste por usar
la lengua oficial del Estado español, Estado al que sigue perteneciendo
Cataluña como una Comunidad Autónoma más-, capital del Alto Panadés famosa por
sus vinos y sus cavas. Como uno tiene pánico a volar, decidí que lo mejor sería
hacer todo el trayecto en tren: entre viaje y transbordos, me planté en la
estación de Barcelona Sants en unas siete horas. De ahí cogí el cercanías hasta
Villafranca, añadiendo una horita más a la travesía. Por cierto, lo del AVE es
un invento de los que hacen época: eso de ir a 300 kilómetros por hora sin que
el cacharro en cuestión se moviera ni una mijita es digno de elogio. Y, por
cierto también, a ver si el ministro o el consejero competente hacen un
esfuerzo para que el viaje de Cáceres a Madrid no se convierta en una auténtica
odisea de más de tres horas y media en unos vagones que no digo yo que
recuerden a los de la época del marqués de Salamanca, pero casi casi. Hay que
tener mucha fuerza de voluntad para meterse ese palizón de viaje o, lo que le
sucede a un servidor, ser un auténtico cobarde como para embarcar a bordo de un
avión. Pero la ocasión lo merecía y allá que me fui con mi maleta y mi mochila.
No había pisado suelo barcelonés desde hacía por lo menos diez años. Me
intrigaba comprobar de primera mano los cambios que pudieran haberse producido
en aquellas latitudes, ver hasta dónde se extiende la mano de Mas y sus
adláteres. Por recelar, temía que, tal y como están ahora las cosas de
sensibles, hasta le hubieran cambiado el nombre a la Plaza de España, una de
las más emblemáticas de la Ciudad Condal. Por fortuna, allí sigue bajo esa
misma denominación.
Y oigan, nada
más llegar a Villafranca lo primero que me llamó la atención fue la multitud de
banderas esteladas colgadas en los balcones de los bloques de viviendas, así
como sábanas con el lema de “Cataluña Libre”, pero escrito en catalán, claro.
Algunos lo harán por convicción y otros supongo que por obligación, por
aquello de que no les señalen con el dedo y los tachen de españolistas. No
había calle por la que transitara sin que ondeara al viento la susodicha
banderita o lema en cuestión. El caso es que si hubiera tantos independentistas
como esteladas, el señor Mas y sus acólitos de ERC tendrían asegurados el “sí”
en el referéndum que se proponen llevar a cabo para finales de este año.
Aunque, puestos a meter el dedo en la llaga, no haría falta esa consulta para
otorgarles el plácet de Estado independiente: preguntes a quien preguntes fuera
de Cataluña, la mayoría de la población está de acuerdo en que se marchen y se
busquen la vida fuera de las instituciones de la Unión Europea; eso sí, que
luego, cuando se vean en la absoluta indigencia, no vuelvan pidiendo árnica. Si se quieren marchar, que sea con todas las consecuencias. Ya verán qué sucede
cuando comprueben a los pocos meses que no hay ni un real para pagar ni nóminas
ni pensiones. Pero claro, eso ahora no conviene decirlo para ocultar el manto
de fracasos de un gobierno que vive en la más absoluta de las quimeras.
La sensación que me llevo de
la semana que estuve por aquellas tierras es que la propia población se ha creído
la sarta de falacias y falsedades aventadas por Ciu y ERC: el lavado de cerebro
está siendo descomunal y, al parecer, bastante efectivo. Recuerdo una soleada
mañana sabatina, al ir paseando por la Rambla de Villafranca, que había montado
un tenderete en los que repartían pasquines a favor de la independencia. Me
dejé caer por allí con la intención de que me dieran uno de ellos. El tipo que
me lo facilitó me dijo en catalán algo así como “tenga, por si acaso le sirve
para formarse su criterio acerca de la independencia”. Yo le entendí lo
fundamental como para no tener reparos en contestarle con mi acento extremeño
“que por mí no se preocupara, que si de mí dependiera yo tenía muy clara cuál era mi opción”. Su mirada torcida me hizo ver que, aunque en castellano teñido de
castúo, él también me había entendido sin necesidad de esforzarse demasiado. Y es que allí el catalán
lo invade todo, no solo el hablar de las gentes y los rótulos de los comercios,
es que hasta en las iglesias se dice misa en catalán. ¿Que cómo lo sé? Pues
porque fui a varios oficios religiosos: en el primero de ellos el párroco tuvo
a bien alternar entre el español y el catalán, pero es que el segundo, el
miércoles de ceniza, fue única y exclusivamente en catalán… y cualquiera se
levantaba de allí con el resto de feligreses atentos a cualquiera que
abandonara la bancada. Me quedé por educación, pero que conste que no me enteré
del mensaje de Cristo; algo intuía, sobre todo cuando se rezó el Padre Nuestro.
Aún así, a pesar de que no entendía ni "papa", seguro que el Señor
también me bendijo y me ungió con su infinita misericordia. La verdad es que, como diría Enrique Iglesias, eso sí que fue una
experiencia religiosa.
En conclusión, que vengo de Cataluña más
preocupado de lo que llegué. Que aquellas gentes crean de verdad que son un
país libre sometido por el Estado español es algo que hay que “agradecer” a la
labor de zapa de los políticos desnortados que rigen sus destinos. Se está
creando un caldo de cultivo que traerá conflictividad social si Rajoy y su
ejecutivo no ponen en práctica las medidas articuladas por la propia
Constitución española. Se trata de no transgredir la ley, y menos aún la Norma
Fundamental, así que ya va siendo hora de que el presidente del gobierno de
todos los españoles diga alto y claro que lo del referéndum catalán es
imposible porque, simple y llanamente, es ilegal. Y que si el amigo Mas está
dispuesto a incumplir la Constitución, tendrá que saber que no le va a salir
gratis. Por cierto, que tampoco me olvido del Pep Guardiola y sus soflamas en
favor de la independencia: Pep, amiguete, quién te ha visto y quién te ve. ¡Con
lo bien que te quedaba el uniforme de la selección española y ahora nos
entereamos que te lo enfundaste por la pela! ¡Lo que tuviste que haber sufrido
llevando los colores de un Estado opresor! Pues nada, cuando se cansen de ti en
Alemania te vuelves para Cataluña y entrenas al Barça en la liga que
corresponda. Lo de menos, por supuesto, será el dinero.
La pena de todo esto es el odio que se alimenta de lo catalán a lo español y de lo español a lo catalán... O quizá sea eso lo que quieran los políticos de allí. Y es penoso por que al fin y al cabo si hay una comunidad que se ha nutrido de gentes de otras comunidades autónomas (Extremadura, Andalucía, etc) esa es Catalonia, Catalunya o Cataluña... Aquí y en Pekín!
ResponderEliminarP.D.
A mi parecer es la mayor cortina de humo, mejor mediatizada e incrustada en las venas de los ciudadanos que han hecho en mucho tiempo. Esperemos que se den cuenta que la última intención es tapar las vergüenzas de la corrupción, del paro, y del cierre de aquella fábricas de las que tanto presumen, pero para eso no necesitan cortina de humo, si no un telón (de humo, de acero o de hotmigón armado, como el rostro que se gastan...).
Creo que la estrategia pasa más por hacernos querer que por tomar medidas que crearían mártires. Mas está ganando la batalla de la calle, el victimismo, la mentira y el odio a lo español parece que han calado hondo en una parte no poco importante de la sociedad catalana.
ResponderEliminarDesde el resto del Estado hay que tomar medidas para conseguir el aprecio y vencer el desprecio y odio que han sembrado. España tiene que querer lo catalán en toda su extensión, incluida su lengua, que nunca hay que ver como algo ajeno, ya que forma parte de la riqueza de nuestro país. No debe extrañarnos que una misa se diga en catalán en el penedés, como no ha de extrañarnos que se diga en gallego en Muxia (por decir algo). Eso de utilizar la lengua como arma arrojadiza se lo dejamos a ellos, que son expertos. No caigamos en sus mismos errores. No hagamos de España algo uniforme porque no lo es. Intentándolo, cargamos de argumentos a los que sólo valoran la diferencia, llegando a sentirse mejores que el resto.
Un abrazo.