jueves, 17 de marzo de 2016

La renovación pendiente


  No hay nada menos democrático que la organización y el funcionamiento internos de un partido político, por mucho que la Constitución española consagre todo lo contrario. Vamos, que se respiraba más aires de libertad en los consejos de ministros de Franco que en las reuniones de los comités electorales de los partidos, cuya única finalidad es comprar fidelidades colocando amiguetes, lametraserillos y abrazafarolas en unas listas que son la vergüenza de nuestro sistema político. Por eso, nunca verán ustedes a ninguno de ellos levantar jamás la voz en contra de sus amos, por mucho que estén cayendo chuzos de punta; de lo contrario, se les acabaría la sopa boba y el chusco de pan que se llevan al gaznate. Y es que algunos están dispuestos a inmolarse antes que llevarle la contraria al jefe todopoderoso: es así como se pagan los favores. Estos seudoprofesionales de la política, con una tendencia a la genuflexión digna de estudio, saben que eso de tener criterio propio conllevaría su ostracismo más absoluto, directitos al rincón de pensar, lo cual se traduce en que no pillarían cacho en el reparto de prebendas que el mandamás de turno se reserva conceder a sus lacayos más devotos, a esos que están dispuestos a tragar carros y carretas con tal de conservar nómina, influencia, despacho y coche oficial. A esta fauna hipócrita y sin escrúpulos les aterra sobremanera salir de ese mundo ficticio en el que trepan y en el que se creen seres superiores en función de las palmaditas recibidas en la espalda y de los apretones de manos que les profesan sus acólitos; así de simples son estos sujetos. Como en todo, hay sus excepciones, que siempre es injusto generalizar, y que bien conocen las consecuencias de ir por libre. Así que, el que espere voces críticas en el Partido Popular por la cascada de escándalos de corrupción que están apareciendo, más le vale que tome asiento y se ponga cómodo: es más probable que Pablo Iglesias deje de aburrirnos con sus citas constantes sobre El Príncipe de Maquiavelo a que alguien le insinúe a Mariano que está muy feo todo lo que está pasando y que sería menester tomar medidas contundentes. Con lo cual, unos y otros, por activa o por pasiva, se convierten en cómplices del espectáculo lamentable al que estamos asistiendo de degradación de la clase política. Oigan, que hemos alcanzado el punto de no retorno en el que algún juez de instrucción ya ha calificado al PP como “banda criminal”. Así que, ya está bien de mirar para otro lado y de callarse como putas ante el hedor insoportable que desprende la basura acumulada en algunos ayuntamientos y Comunidades Autónomas.

   Todo esto que precede acontece tanto en el PP de Rajoy como en el PSOE de Pedro Sánchez, y
supongo que no será muy descabellado pensar que también en Ciudadanos y en Podemos. Y pasa, por supuesto, a todos los niveles territoriales. Y es aquí a donde quería llegar: al PP de José Antonio Monago, al que le cabe el honor de haber presido la Comunidad Autónoma de Extremadura desde el 2011 hasta el 2015. Aquel 22 de mayo de hace casi cinco años representa una fecha histórica tanto para el Partido Popular como para nuestra región, pues hasta entonces estas tierras sólo habían conocido gobiernos socialistas. Por lo tanto, lo primero que hay que reconocer es que Monago, bajo la atenta mirada del emperador Augusto, obró el milagro de tomar posesión como presidente de la Junta de Extremadura en el monumental marco del edificio que alberga al Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Al césar lo que es del césar. Aunque bien es cierto que a la consecución de ese objetivo inalcanzable a primera vista contribuyeron en buena medida las desatinadas políticas del que por aquel entonces ocupaba el Palacio de la Moncloa: un tal Rodríguez Zapatero, no sé si se acuerdan. El bueno de ZP hizo por Monago tanto o más que los propios votantes del Partido Popular. El caso es que ni los más optimistas se lo creían, menos aún cuando la estabilidad de aquel gobierno dependía de Izquierda Unida, que optó -para mayor cabreo de los atónitos dirigentes del PSOE- por la abstención y dejar que gobernara la lista más votada. Y a partir de entonces se dio el pistoletazo de salida a una nueva época ilusionante por lo novedoso del envite. Los extremeños, por fin, íbamos a comprobar si con un partido de centro-derecha en el poder la vida seguiría su curso sin mayor contratiempo o, por contra, se precipitarían sobre nuestras cabezas los peores augurios voceados a los cuatro vientos por agoreros inventores de interesadas falacias. Y pasaron las semanas, los meses y los años y todo seguía en su sitio: los jubilados cobraban las pensiones y los funcionarios sus nóminas; los colegios, las farmacias y los centros de salud continuaban abiertos; se seguían adjudicando contratos públicos y convocando subvenciones, etc, etc. Es decir, la normalidad más absoluta. El infierno que algunos presagiaban pasó de largo.


 Pero claro, verse de repente en el ejercicio del poder implica que hay que gobernar, y no todos cuentan con las dotes necesarias para asumir tamaña responsabilidad, ni saben rodearse del equipo idóneo para tratar de ocultar las propias carencias, aunque en algunos casos era misión imposible que pasaran desapercibidas, porque el que es un inepto lo es por mucho empeño que ponga en disimularlo. La mayoría de estos individuos, en su supina temeridad e inconsciencia, piensan que el hecho de que lo nombren a uno consejero, secretario general, director general o jefe de servicio es poco menos que una bicoca, pues su única meta consiste en que vaya pasando el tiempo lo más lento posible hasta que alguien se percate de que son unos perfectos inútiles. Por lo tanto, aptitudes y capacidades aparte, se hacía imprescindible un cambio de chip para afrontar las nuevas responsabilidades con la seriedad propia que demandaban los acontecimientos, dejando a un lado el argumentario desplegado durante tantos años de ingrata oposición. Y renovar esa actitud, quieran o no, cuesta. En ese tránsito hubo consejeros y demás personal de confianza que se vieron sobrepasados con holgura por las exigencias requeridas ante el cambio de escenario. Lo mínimo que se puede exigir en este tipo de trances es voluntad, pero ni siquiera ese ingrediente es suficiente cuando se trata de dirigir las riendas de una Comunidad Autónoma, con lo cual quedaron al descubierto las debilidades que se vislumbraban durante los años de oposición. Y lo que al principio era todo amor y cariño, desembocó en las primeras disidencias, con los correspondientes ceses y dimisiones. No faltaron crisis de gobierno y consejeros que abandonaran el barco; algunos se fueron, sí, pero no a su casa, sino para ser recolocados en órganos de postín, pues parece ser que eso de volver a dar clases en la universidad es un trago demasiado amargo. Con lo cual, Monago se fue dando cuenta de que una cosa era estar en la oposición y otra muy distinta situarse al frente de un ejecutivo al que todos criticaban y exigían cuentas. Hasta sus propios consejeros libraban batallas internas a menor escala por acumular parcelas de poder. En esto despuntó por encima de todos la vicepresidenta Cristina Teniente, que no ha hecho otra cosa en su vida que granjearse enemigos a ambos lados del espectro político -sobre todo dentro de su propio partido-, que es, por otra parte, lo que suele suceder a quien antepone su desmesurada ambición personal a cualquier otra consideración. Esta señora, a la que no se le conoce oficio ni beneficio más allá de los cargos que ha ocupado desde su más tierna juventud, es poseedora de un ego que ríanse ustedes del de Penélope Cruz. Y es que una cara bonita no debería dar derecho, por sí sola,  para que a una le hagan entrega de las llaves de determinados despachos oficiales. 

   Uno de los puntos de inflexión en todo este periplo lo constituye el nombramiento de Iván Redondo -septiembre de 2012- como director del gabinete de la presidencia con rango de consejero, a razón de algo más de 4000 eurazos al mes. Este muchacho, artífice de la victoria de Monago en las elecciones autonómicas de 2011 y fundador de una de las consultorías más exitosas de nuestro país, se convirtió en la sombra del líder del Partido Popular, levantando las correspondientes ampollas en aquellos que veían peligrar su influencia. La factoría del señor Redondo, con una soberbia impropia de sus escasísimos méritos, y sabedor de que era el ojito derecho de su jefe, no paraba de proponer ocurrencias con las que Monago y su gobierno hacían el ridículo más espantoso. Les sugiero que acudan a la hemeroteca si quieren echarse unas risas. Pero no contento con eso, se puso en manos de este jovenzuelo -tal y como ocurrió en 2011- la estrategia de la estrepitosa campaña electoral del año pasado que, a la postre, terminaría por devolver a Monago y los suyos a la bancada de la oposición. El desastre se veía venir por todos... excepto por los propios implicados en el sainete, más preocupados en otros asuntos. Y así les fue. El “barón rojo”, o el “verso suelto”, como es conocido el ex presidente entre sus compañeros, metió la pata hasta el corbejón, pero imbuido de su propia grandiosidad, no se dio cuenta de la calamidad hasta que ya fue demasiado tarde. Y tenemos aquí a un hombre al que hay que agradecer los servicios prestados pero que, a su vez, cegado por los oropoles del poder, ha dilapidado el legado que miles de votantes depositaron en él. Porque una cosa es clara: tendrán que volver a pasar otros veintitantos años para que en Extremadura vuelva a haber un gobierno del Partido Popular. Y todo se lo debemos a un José Antonio Monago que ha defraudado, cuando no traicionado, a gran parte de su electorado.

 
De ahí que este sea el momento más oportuno para traer a colación el título de este artículo. Es cierto que el de Quintana de la Serena ha encumbrado a su partido a cotas nunca antes soñadas, pero a un precio demasiado alto que tendría que pasar factura a los principales promotores de esta debacle. Se impone la necesidad de un cambio de caras en el Partido Popular de Extremadura, empezando por la de su presidente, el cual no puede seguir al frente de una formación a la que ha dejado herida de muerte para una buena temporada. El PP no puede seguir siendo cautivo de unos dirigentes admirados de contemplarse el ombligo por lo bien que lo hicieron en su día, con una ausencia de autocrítica que espantaría a aquel que se tenga por decente. Por supuesto que no todos tienen el mismo grado de responsabilidad y que algunos siguen siendo válidos para conformar el equipo que haya de tomar el relevo, pero la mayoría de ellos sobran. Y al igual que a nivel nacional resalta la figura de Pablo Casado como futuro sustituto de un más que acabado Mariano Rajoy, Extremadura también cuenta con personalidades comprometidas que tienen que dar un paso al frente con el coraje suficiente para esquivar los dardos envenenados de que a buen seguro serán objeto, sin miedo a que les tachen de desleales. Nadie es imprescindible, y menos en política. Por eso, el tiempo transcurrido hasta que comiencen a fijarse posiciones será tiempo perdido en esta tarea de necesaria renovación para sacar al partido del marasmo en el que se encuentra. Hay por ahí un alcalde de un municipio cercano, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente  pero al que no quiero comprometer expresamente, que reúne los requisitos suficientes para emprender este cometido. Seguro que no soy el primero ni el único que lo anima para que salga a la palestra, a ver si así los concejales que se están batiendo el cobre por unas siglas -las mismas de las que renegó Monago en la última campaña- vuelven a ilusionarse y dejan de resignarse y de sentir vergüenza por los dirigentes que tienen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario