No hay nada menos democrático que la organización y el funcionamiento internos de un partido político, por mucho que la Constitución española consagre todo lo contrario. Vamos, que se respiraba más aires de libertad en los consejos de ministros de Franco que en las reuniones de los comités electorales de los partidos, cuya única finalidad es comprar fidelidades colocando amiguetes, lametraserillos y
abrazafarolas en unas listas que son la vergüenza de nuestro
sistema político. Por eso, nunca verán ustedes a ninguno de ellos
levantar jamás la voz en contra de sus amos, por mucho que estén
cayendo chuzos de punta; de lo contrario, se les acabaría la sopa
boba y el chusco de pan que se llevan al gaznate.
Y es que algunos están dispuestos a inmolarse antes que llevarle la
contraria al jefe todopoderoso: es así como se pagan los favores. Estos seudoprofesionales de la
política, con una tendencia a la genuflexión digna de estudio,
saben que eso de tener criterio propio conllevaría su ostracismo más
absoluto, directitos al rincón de pensar, lo cual se traduce en que
no pillarían cacho en el reparto de prebendas que el mandamás de
turno se reserva conceder a sus lacayos más devotos, a esos que
están dispuestos a tragar carros y carretas con tal de conservar nómina, influencia, despacho y coche oficial. A esta fauna hipócrita y sin
escrúpulos les aterra sobremanera salir de ese mundo ficticio en el
que trepan y en el que se creen seres superiores en función de las palmaditas
recibidas en la espalda y de los apretones de manos que les profesan sus
acólitos; así de simples son estos sujetos. Como en todo, hay sus excepciones, que siempre es injusto generalizar, y que bien conocen las consecuencias de ir por libre. Así que, el que espere
voces críticas en el Partido Popular por la cascada de escándalos de
corrupción que están apareciendo, más le vale que tome asiento y se
ponga cómodo: es más probable que Pablo Iglesias deje de aburrirnos con sus citas constantes sobre El Príncipe de Maquiavelo a que alguien le
insinúe a Mariano que está muy feo todo lo que está pasando y que
sería menester tomar medidas contundentes. Con lo cual, unos y
otros, por activa o por pasiva, se convierten en cómplices del
espectáculo lamentable al que estamos asistiendo de degradación de
la clase política. Oigan, que hemos alcanzado el punto de no retorno
en el que algún juez de instrucción ya ha calificado al PP como
“banda criminal”. Así
que, ya está bien de mirar para otro lado y de callarse como putas
ante el hedor insoportable que desprende la basura acumulada en
algunos ayuntamientos y Comunidades Autónomas.
supongo que no será muy descabellado pensar que también en
Ciudadanos y en Podemos. Y pasa, por supuesto, a todos los niveles
territoriales. Y es aquí a donde quería llegar: al PP de José
Antonio Monago, al que le cabe el honor de haber presido la Comunidad
Autónoma de Extremadura desde el 2011 hasta el 2015. Aquel 22 de
mayo de hace casi cinco años representa una fecha histórica tanto
para el Partido Popular como para nuestra región, pues hasta
entonces estas tierras sólo habían conocido gobiernos socialistas. Por
lo tanto, lo primero que hay que reconocer es que Monago, bajo la
atenta mirada del emperador Augusto, obró el milagro de tomar posesión como presidente de la Junta de Extremadura en el monumental
marco del edificio que alberga al Museo Nacional de Arte Romano de
Mérida. Al césar lo que es del césar. Aunque bien es cierto que a
la consecución de ese objetivo inalcanzable a primera vista contribuyeron en buena medida las desatinadas políticas del que por
aquel entonces ocupaba el Palacio de la Moncloa: un tal Rodríguez
Zapatero, no sé si se acuerdan. El bueno de ZP hizo por Monago tanto
o más que los propios votantes del Partido Popular. El caso es que
ni los más optimistas se lo creían, menos aún cuando la
estabilidad de aquel gobierno dependía de Izquierda Unida, que optó
-para mayor cabreo de los atónitos dirigentes del PSOE- por la
abstención y dejar que gobernara la lista más votada. Y a partir de
entonces se dio el pistoletazo de salida a una nueva época ilusionante por lo novedoso del
envite. Los extremeños, por fin, íbamos a comprobar si con un
partido de centro-derecha en el poder la vida seguiría su curso sin
mayor contratiempo o, por contra, se precipitarían sobre nuestras
cabezas los peores augurios voceados a los cuatro vientos por
agoreros inventores de interesadas falacias. Y pasaron las semanas,
los meses y los años y todo seguía en su sitio: los jubilados
cobraban las pensiones y los funcionarios sus nóminas; los colegios,
las farmacias y los centros de salud continuaban abiertos; se
seguían adjudicando contratos públicos y convocando subvenciones,
etc, etc. Es decir, la normalidad más absoluta. El infierno que
algunos presagiaban pasó de largo.
Pero claro, verse de
repente en el ejercicio del poder implica que hay que gobernar, y no
todos cuentan con las dotes necesarias para asumir tamaña
responsabilidad, ni saben rodearse del equipo idóneo para tratar de
ocultar las propias carencias,
aunque en algunos casos era misión imposible que pasaran
desapercibidas, porque el que es un inepto lo es por mucho empeño
que ponga en disimularlo. La mayoría de estos individuos, en su supina temeridad e inconsciencia, piensan que el hecho de que lo nombren a uno consejero, secretario general, director general o jefe de servicio es poco menos que una bicoca, pues su única meta
consiste en que vaya
pasando el tiempo lo más lento posible hasta que alguien se
percate de que son unos perfectos inútiles. Por lo tanto,
aptitudes y capacidades aparte, se hacía imprescindible un cambio de
chip para afrontar las
nuevas responsabilidades con la seriedad propia que demandaban los acontecimientos, dejando
a un lado el argumentario desplegado durante tantos años de ingrata
oposición. Y renovar esa actitud, quieran o no, cuesta. En ese
tránsito hubo consejeros y demás personal de confianza que se
vieron sobrepasados con holgura por las exigencias requeridas ante el
cambio de escenario. Lo mínimo que se puede exigir en este tipo de
trances es voluntad, pero ni siquiera ese ingrediente es suficiente
cuando se trata de dirigir las riendas de una Comunidad Autónoma,
con lo cual quedaron al descubierto las debilidades
que se vislumbraban durante los años de oposición. Y lo que al
principio era todo amor y cariño, desembocó en las primeras disidencias, con los correspondientes ceses y
dimisiones. No faltaron crisis de gobierno y consejeros que abandonaran el barco; algunos se fueron, sí, pero no a su casa, sino para ser recolocados en órganos de postín, pues parece ser que eso de volver a dar clases en la universidad es un trago demasiado amargo. Con lo cual, Monago se fue dando cuenta de que una
cosa era estar en la oposición y otra muy distinta situarse
al frente de un ejecutivo al que todos criticaban y exigían cuentas. Hasta sus propios consejeros libraban batallas internas a menor escala por acumular parcelas de poder.
En esto despuntó por encima de todos la vicepresidenta Cristina
Teniente, que no ha hecho otra cosa en su vida que granjearse
enemigos a ambos lados del espectro político -sobre todo dentro de
su propio partido-, que es, por otra parte, lo que suele suceder a
quien antepone su desmesurada ambición personal a cualquier otra
consideración. Esta señora, a la que no se le conoce oficio ni
beneficio más allá de los cargos que ha ocupado desde su más
tierna juventud, es poseedora de un ego que ríanse ustedes del de Penélope Cruz. Y es que una cara bonita no debería dar derecho, por sí sola, para que a una le hagan entrega de las llaves de determinados despachos oficiales.
Uno de los puntos de
inflexión en todo este periplo lo constituye el nombramiento de Iván
Redondo -septiembre de 2012- como director del gabinete de la
presidencia con rango de consejero, a razón de algo más de 4000
eurazos al mes. Este muchacho, artífice de la victoria de Monago en las elecciones autonómicas de 2011 y fundador de una de las consultorías más exitosas de
nuestro país, se convirtió en la
sombra del líder del Partido Popular, levantando las
correspondientes ampollas en aquellos que veían peligrar su
influencia. La factoría del señor Redondo, con una soberbia
impropia de sus escasísimos méritos, y sabedor de que era el ojito
derecho de su jefe, no paraba de proponer ocurrencias con las que
Monago y su gobierno hacían el ridículo más espantoso. Les sugiero
que acudan a la hemeroteca si quieren echarse unas risas. Pero no
contento con eso, se puso en manos de este jovenzuelo -tal y como
ocurrió en 2011- la estrategia de la estrepitosa campaña electoral del año pasado que, a la
postre, terminaría por devolver a Monago y los suyos a la bancada de
la oposición. El desastre se veía venir por todos...
excepto por los propios implicados en el sainete, más preocupados en otros asuntos. Y así les fue. El
“barón rojo”, o el “verso suelto”, como es conocido el ex presidente entre sus compañeros, metió la pata hasta el corbejón, pero
imbuido de su propia grandiosidad, no se dio cuenta de la calamidad
hasta que ya fue demasiado tarde. Y tenemos aquí a un hombre al que
hay que agradecer los servicios prestados pero que, a su vez, cegado por los oropoles del poder, ha
dilapidado el legado que miles de votantes depositaron en él. Porque una cosa es
clara: tendrán que volver a pasar otros veintitantos años para que
en Extremadura vuelva a haber un gobierno del Partido Popular. Y todo se lo
debemos a un José Antonio Monago que ha defraudado, cuando no
traicionado, a gran parte de su electorado.
De ahí que este sea el momento más oportuno para traer a colación el título de este artículo. Es cierto que el de Quintana de la Serena ha encumbrado a su partido a cotas nunca antes soñadas, pero a un precio demasiado alto que tendría que pasar factura a los principales promotores de esta debacle. Se impone la necesidad de un cambio de caras en el Partido Popular de Extremadura, empezando por la de su presidente, el cual no puede seguir al frente de una formación a la que ha dejado herida de muerte para una buena temporada. El PP no puede seguir siendo cautivo de unos dirigentes admirados de contemplarse el ombligo por lo bien que lo hicieron en su día, con una ausencia de autocrítica que espantaría a aquel que se tenga por decente. Por supuesto que no todos tienen el mismo grado de responsabilidad y que algunos siguen siendo válidos para conformar el equipo que haya de tomar el relevo, pero la mayoría de ellos sobran. Y al igual que a nivel nacional resalta la figura de Pablo Casado como futuro sustituto de un más que acabado Mariano Rajoy, Extremadura también cuenta con personalidades comprometidas que tienen que dar un paso al frente con el coraje suficiente para esquivar los dardos envenenados de que a buen seguro serán objeto, sin miedo a que les tachen de desleales. Nadie es imprescindible, y menos en política. Por eso, el tiempo transcurrido hasta que comiencen a fijarse posiciones será tiempo perdido en esta tarea de necesaria renovación para sacar al partido del marasmo en el que se encuentra. Hay por ahí un alcalde de un municipio cercano, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente pero al que no quiero comprometer expresamente, que reúne los requisitos suficientes para emprender este cometido. Seguro que no soy el primero ni el único que lo anima para que salga a la palestra, a ver si así los concejales que se están batiendo el cobre por unas siglas -las mismas de las que renegó Monago en la última campaña- vuelven a ilusionarse y dejan de resignarse y de sentir vergüenza por los dirigentes que tienen.
De ahí que este sea el momento más oportuno para traer a colación el título de este artículo. Es cierto que el de Quintana de la Serena ha encumbrado a su partido a cotas nunca antes soñadas, pero a un precio demasiado alto que tendría que pasar factura a los principales promotores de esta debacle. Se impone la necesidad de un cambio de caras en el Partido Popular de Extremadura, empezando por la de su presidente, el cual no puede seguir al frente de una formación a la que ha dejado herida de muerte para una buena temporada. El PP no puede seguir siendo cautivo de unos dirigentes admirados de contemplarse el ombligo por lo bien que lo hicieron en su día, con una ausencia de autocrítica que espantaría a aquel que se tenga por decente. Por supuesto que no todos tienen el mismo grado de responsabilidad y que algunos siguen siendo válidos para conformar el equipo que haya de tomar el relevo, pero la mayoría de ellos sobran. Y al igual que a nivel nacional resalta la figura de Pablo Casado como futuro sustituto de un más que acabado Mariano Rajoy, Extremadura también cuenta con personalidades comprometidas que tienen que dar un paso al frente con el coraje suficiente para esquivar los dardos envenenados de que a buen seguro serán objeto, sin miedo a que les tachen de desleales. Nadie es imprescindible, y menos en política. Por eso, el tiempo transcurrido hasta que comiencen a fijarse posiciones será tiempo perdido en esta tarea de necesaria renovación para sacar al partido del marasmo en el que se encuentra. Hay por ahí un alcalde de un municipio cercano, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente pero al que no quiero comprometer expresamente, que reúne los requisitos suficientes para emprender este cometido. Seguro que no soy el primero ni el único que lo anima para que salga a la palestra, a ver si así los concejales que se están batiendo el cobre por unas siglas -las mismas de las que renegó Monago en la última campaña- vuelven a ilusionarse y dejan de resignarse y de sentir vergüenza por los dirigentes que tienen.
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