Despierto
de este largo letargo abrumado por la repentina e inesperada muerte
de David Gistau. El domingo por la noche, después de dos
meses en coma, dejaba de latir el corazón de, a pesar de su
insultante juventud, uno de los mejores columnistas de las dos
últimas décadas. Un accidente cerebrovascular acababa con la vida
de una de las voces indispensables para entender, desde la
contundencia e ironía de sus artículos, esta absurda realidad que
nos machaca sin contemplaciones. Escribía como sentía, sin
artificios, con apasionamiento, a quemarropa, volcando en cada frase
el ardor y la vehemencia de quien no teme ni a represalias ni a
críticas interesadas, con una prosa sublime que destilaba pureza y
verdad, diseccionando como nadie al ser humano y a sus
circunstancias. Lo mismo nos embelesaba con crónicas sobre el
Real Madrid, los años gloriosos de la selección española de fútbol o la última sesión parlamentaria, que disertaba con absoluta erudición
sobre una película de Garci, un concierto de Loquillo, una novela de
Pérez Reverte o una serie de mafiosos. Era un escritor total,
carente de las ridículas afectaciones que tanto se estilan en su
oficio. Se enfrentaba al folio en blanco con la
despreocupación propia de quien ya sabía que no sería el próximo
Balzac, y por eso mismo, por aceptar de buen grado sus limitaciones,
por domeñar sus ambiciones y arrinconar ese omnímodo ego que
acompaña a los autores pretenciosos, ha terminado por convertirse en
digno sucesor de Larra, Mariano de Cavia, Camba, González Ruano,
Umbral y Alcántara; un parnaso al que sólo tienen acceso los
elegidos, y Gistau, sin pretenderlo, lo era por derecho propio.
Y si a sus cualidades como escultor de la palabra añadimos la más inusual de la bonhomía, no resulta muy difícil comprender la pena tan honda reflejada en los rostros de quienes acudieron al tanatorio para presentar sus respetos a la familia y dar el último adiós a uno de los suyos, en una procesión de figuras desencajadas por el dolor, tratando de entender el porqué de una pérdida tan injusta, tan a destiempo. Allí estaban, entre otros, Carlos Herrera, Jorge Bustos, Raúl del Pozo, Manuel Jabois, Ignacio Camacho, Alfonso Ussía, Luís Herrero…, maestros de una tribu en la que acaba de quedar vacante la silla de uno de sus miembros más notables. Todos ellos, sin excepción, se han despedido de él publicando en sus respectivos medios de comunicación efusivas odas a la amistad, valorando, más allá de sus dotes como autor, la calidad humana de un tipo íntegro, honesto.
El
fallecimiento de David Gistau ha puesto de manifiesto una
desacostumbrada unanimidad en los círculos periodísticos, donde
abundan los émulos de Cervantes, Góngora o Quevedo en busca de una
gloria que nunca alcanzarán. A diferencia de éstos, gustosos de
envolverse en una falsa apariencia de intelectualidad y que, para
marcar el territorio, te sueltan a las primeras de cambio latinajos
de Marco Aurelio, versos de Borges o citas de Churchill, Gistau
escribía sin darse importancia, con naturalidad innata, despojado de
engolamientos y barroquismos. No pretendía dar al mundo una obra de
arte con cada una de sus columnas; por contra, su objetivo era
hacerse entender entre el lector medio, alejado de los cánones
impuestos por los popes de la profesión. Y lo consiguió hasta el
punto de que sus mayores detractores -que también los tuvo- dejaron
de lado la envidia para terminar rindiéndose a su talento. Paseó su
sabiduría por las rotativas de los periódicos, los platós de
televisión y los estudios de radio, ajeno a la admiración que
despertaba. Siempre se lamentó por no tener el tiempo necesario que
dedicarle a ese proyecto tan anhelado de enfrascarse en el proceso de creación de una novela gruesa,
de peso, concienzuda, sin ser consciente de que él hacía pura
literatura en cada una de sus piezas periodísticas. Con esa pinta de
rudo vikingo, de boxeador incansable, de leñador norteño, quién
podía imaginar que bajo esa apariencia se ocultaba un escritor
como la copa de un pino. Qué putada, David, que nos hayas dejado tan
pronto. Te has bajado del ring, pero tu legado permanecerá a salvo del olvido.
Gran tributo para un periodista de raza.
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