Aun
sin ser este un blog de viajes, no me resisto a consignar en esta bitácora las
impresiones de mis cada vez más frecuentes visitas a Jerez de los Caballeros.
La primera vez que tuve la oportunidad de hacerlo, allá por el 2015, me
maravilló el inesperado espectáculo de pasear por las callejas de esta Noble y Leal Ciudad, declarada Conjunto
Histórico Artístico Monumental en 1966, y que en nada desmerecería si la UNESCO
tuviera a bien concederle el título de Patrimonio de la Humanidad. Por Jerez han
campado todos los pobladores que, desde la Antigüedad y a excepción -que se
sepa- de los cartagineses, se fijaron en la península Ibérica como
objetivo para cumplir sus planes de expansión imperiales. Fenicios, romanos,
visigodos y musulmanes enseñorearon sus ejércitos por estos territorios,
dejando a su paso su indeleble huella cultural. Tras la dominación árabe, la
ciudad fue reconquistada en el año 1230 por Alfonso IX de León, para terminar cediéndola a la Orden del Temple. Comienza aquí un período de esplendor que
llegaría a su fin con la caída en desgracia de los templarios (1312), y que se
reanudaría con el descubrimiento del Nuevo Mundo, acontecimiento que daría
oportunidad a dos jerezanos -como a tantos otros ilustres extremeños- de
inscribir sus nombres en las páginas de la Historia: Vasco Núñez de Balboa y
Hernando de Soto, descubridores, respectivamente, del Océano Pacífico y de La Florida. Respecto de este último, se disputan su cuna tanto la localidad de Barcarrota como la ciudad de
Badajoz. Sea como fuere, las riquezas procedentes de las Indias dieron pie a
que Jerez de los Caballeros brillara con luz propia e hiciera gala de
blasonados palacios y casas señoriales, así como de una notable variedad de
iglesias, ermitas y conventos salpicados a lo largo y ancho de su término
municipal. Todo ello es mérito más que suficiente como para que Jerez se
convierta en visita obligada para quienes gusten de perderse por los recovecos
de la historia.
Lo
primero que llama poderosamente la atención del turista, una vez sobrepuesto al sobresalto experimentado por lo abrupto del terreno, es su espectacular skyline.
Tres esbeltos torreones -pertenecientes a las parroquias de San Bartolomé, de
San Miguel Arcángel y de Santa Catalina, a los que se unen el campanario de
Santa María de la Encarnación, así como la denominada Torre del Reloj- rasgan
el cielo en una especie de carrera simbólica por ser los primeros en alcanzar
la gloria divina. Pero Jerez es, ante todo, ciudad templaria, ofreciendo extraordinaria muestra de ello tanto su fortaleza como su muralla. Desde una de
sus torres, la del Homenaje, conocida también como Torre Sangrienta, cuenta la
leyenda que fueron degollados los últimos caballeros del Temple que se
opusieron a la disolución de la Orden decretada por el Papa Clemente V. Tan
orgullosa se siente Jerez de sus orígenes templarios, que desde hace diecisiete
años viene celebrando, en el mes de julio, un festival en el que sus habitantes
recrean el ambiente de un tiempo próspero y lejano, sin escatimar en abalorios, atavíos, cotas, mallas, celadas, espadas, pendones y estandartes.
Hay
que perderse por Jerez sin rumbo fijo, sin prestar mucha atención al plano que
trata de guiar nuestros pasos. Simplemente, hay que dejarse llevar. Y así,
llegará un momento en que nos topemos con el coqueto y recién remozado parquede Santa Lucía, cuya balconada con vistas al valle del río Ardila, a la Sierra
de Freganal y a las últimas estribaciones de Sierra Morena suponen un auténtico
remanso de paz. En su zona alta, junto al bar de La Florida -donde, por cierto,
sirven una deliciosa presa ibérica- nos da la bienvenida una estatua de
Cristóbal Colón inaugurada en 1970, cuando aún no existía esa estúpida
corriente revisionista que pretende juzgar nuestro ayer con los ojos del
presente. De momento, a nadie en Jerez le ha dado por derribar o por cubrir de
pintura las esculturas del Almirante o de Hernando de Soto, en un ejercicio de
sentido común que se echa en falta en otros lugares donde un puñado de
ignorantes se dedican a mancillar una de las más gloriosas páginas de nuestra
historia…
Y es que la historia de la humanidad es una
sucesión de patadas en la puerta de aquellos
pueblos que desean entrar y
asentarse en territorio ajeno, seguida de la reacción de los autóctonos contra
los bárbaros invasores, valiéndose tanto unos como otros de los más despiadados
medios para salirse con la suya. No tenemos noticia de que ni los Barca ni los
Scipiones ni los Omeyas pidieran permiso a la autoridad competente para
plantar sus estandartes en nuestras fronteras, como tampoco lo pidieron los
castellanos que cruzaron el Atlántico rumbo a las Indias Occidentales y que, en
un golpe de suerte, terminaron por darse de bruces con un Nuevo
Mundo. Solo Napoleón llamó a la puerta: su perfidia y su genialidad
convencieron a un crédulo Carlos IV y a un ambicioso Godoy de que no formaba
parte de los planes de la Grande Armée someter a España, deponer a los Borbones
y sustituirlos por los Bonaparte. Las tretas del Petit Cabrón nos costaron una cruenta guerra de liberación que
se prolongó durante seis interminables años. Y así es, señores míos, como se
forja la historia de las civilizaciones. Todo lo demás no son más que monsergas
con las que manipular las mentes de las nuevas
generaciones de analfabetos. Vayan ustedes a pedirles explicaciones a Tiro, Cartago, Roma, Damasco o París de las fechorías que sus representados perpetraron por Iberia, Hispania
o Al-Andalus, a ver qué respuesta obtienen.
En
fin, divagaciones aparte surgidas al calor de la más candente actualidad,
merece la pena perderse por el Ceret
fenicio, la Caeriana romana o la Xerixa árabe. Merece la pena darse un
paseo hasta el embalse de La Albuera, también conocido como La Charca, y
respirar el aroma que desprenden sus higueras, chumberas y
moreras; visitar el Museo de Arte Sacro, la Casa Museo de Vasco Núñez de Balboa o
el Belén bíblico que cada año se instala en el Mercado de Abastos; procesionar
con sus cofradías en una Semana Santa declarada de interés turístico nacional;
degustar sus exquisitos manjares en el Salón del Jamón Ibérico o en cualquiera
de sus bares y restaurantes: la Espuela, la Ermita, el Oasis, la Cervecería
Jerez... En todas y cada una de estas tascas puede el visitante satisfacer su apetito
con deliciosas viandas y suculentos caldos. Porque, en la actualidad, Jerez de
los Caballeros es, sin desmerecer el imperio levantado por Ricardo Leal, mucho
más que Cristian Lay: es cultura, pasión, gastronomía y naturaleza. Por eso, incluso en tiempos de pandemia, si tienen ocasión y rondan por la nacional 435 sin saber muy bien a dónde ir, concédanle una oportunidad a la improvisación,
acérquense a Jerez y no duden en hacer parada y fonda en un enclave que
no defraudará al más exigente de los turistas.
Vaya increíble viaje entre historia y calles de Jerez me has hecho vivir! Gracias por deleitarnos e instruirnos con tu escrito, lo comparto porque sé que a muchos, como a mí, les encantará leerlo también.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Me alegro de que te haya gustado. Un saludo.
ResponderEliminarVaya peazo de artículo, los pelos de punta! gracias por engrandecer la historia de Jerez con tu escrito, enhorabuena y por supuesto hay que compartir
ResponderEliminarUn saludo y gracias
Muchas gracias a ti por leerlo y por tus generosas palabras.
EliminarNada más fue leer este excelente artículo, y a medida que avanzaba recordaba nuestras caminatas por ese hermoso pueblo,es cierto, es la combinación perfecta de historia, geografía, naturaleza y arte.. qué bello recordar así a Jerez de los Caballeros... Adicional al lado sentimental que me une a este pueblo con mi hermosa hermana que vive allá... Gracias otra vez... Por tan bello relato!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegra haberte despertado esos recuerdos. Un saludo.
EliminarMe encanta! Una bella reseña de este encantador lugar que ha venido a ser, por la gracia de Dios, mi hogar.. Gracias José por honrar a Jerez con esas líneas llenas de belleza, historia y virtud! 🤗
ResponderEliminarGracias a ti por tomarte la molestia de leerlo y por dedicarme esas palabras.
ResponderEliminarMe encanta el recorrido tan real que has hecho de la historia de Jerez como de sus monumentos paisajes gastronomía y lugares entrañables para jerezanos y visitantes
ResponderEliminarPero has olvidado una parte muy muy importante para toda persona que visite este bonito pueblo SUS GENTES
Muchas gracias
Muchas gracias por tu comentario. Bueno, yo creo que a lo largo del artículo queda patente, aunque sea implícitamente, que las virtudes de Jerez no serían posibles sin la participación y colaboración de sus ciudadanos. Un saludo.
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